martes, 28 de julio de 2015

JORGE MANRIQUE Y PINAREJO: SU MUERTE QUE TANTO NOS APENA


Sobre Jorge Manrique tengo en el blog realizadas unas 70 poesías, así como diversos artículos que tienen que ver con su muerte. De próxima publicación es el libro: "Jorge Manrique y su Pinarejo: Historia de un romance. El texto que viene a continuación es el que abre el libro. Sirva el libro, que verá la luz en octubre, para dignificar la figura del poeta y recordar que Pinarejo fue esa parte del triángulo Manriqueño del que nadie habla, pero que ahí está para lo bueno y para lo malo. 

Una patria y un lugar
una vida muy llena,
toda ella,
la suya, entera,
de fiel guerrero, Jorge Manrique  y mejor poeta.

Buen hijo,
Jorge, de su padre fue,
así las fuentes nos lo cuentan,
hasta que vino a caer,
en tiempos de guerras
por el Castillo de Garcimuñoz,
en las tierras
del que llamaban Marques de Villena,

Muy mala suerte, fue la suya
y certera,
aunque  nadie
a ciencia cierta,
con dedos de mollera
quería que el desenlace
propio entre soldados de grandes grescas
así fuera.

Por el Castillo que fue casa de un infante de solera
Jorge cayó herido
y sintió tanto dolor
y vio tantas estrellas
que la noche se le hizo día
y el día se llenó de tristezas,
entre gritos de dolor,
llantos de penas,
odios en los ojos de sus lugartenientes
y rabia inmensa
de aquellos  castilleros al servicio de un amo con muchas casas, vidas y tierras
que a toque de trompeta
mandó,
como quien manda
a los ladrones a galera
que sus tropas al castillo regresaran
so pena
de recibir alguna reprimenda. 

Aquello, así lo cuentan,
fue una guerra civil
y en esas historias llenas
de batallas tremendas
unos cronistas
que lo oyeron
con buenas letras
nos cuentan,
Hernando de Pulgar y Alonso de Palencia,
así lo eran,
que ya la guerra casi acabada
fue una pena
la muerte innecesaria del poeta.

Y tanto que fue pena
que desde aquel día
no hay mañana sobre la faz de la tierra
que en el Rincón
donde murió el poeta
no salgan las comadrejas
a cazar conejos
con que alimentar sus carencias
de fe ciega
en lo que la vida les da
y ellas en ello se dejan.

No va a la zaga y en eso
se llena la tierra de tristezas
como el Capitán Pedro de Baeza
nos lega
ya cercana su edad de recibir honores
lo que ocurrió en aquellas horas ciertas
en que él,
así nos cuenta,
al mando de sus tropas
defendió con pendón clavado en la tierra
a su amo y señor el Marques de Villena,

¡Ay Don Pedro
y de Baeza
como tu Marques de Villena
te la pega!

Cronistas tiene la historia
más que trigo en una buena cosecha
de esas que caben en una fanega de tierra,
de esta forma Jeronimo Zurita rectifica
y en sus anales nos cuenta
una historia diferente que habría que tener en cuenta.

Para deshacer el entuerto
vayamos, a lo que ahora nos interesa,
de aquellas  Relaciones de España
en época de un Rey casi de sotana negra, 
llamado Felipe  II,
coleccionista de calaveras.
Así cuentan,
que en las contestaciones
a lo que se piden en ellas
se dice que de padres a hijos
se contaban historias de aquellas
que en lo que viene a este poema
se recogen a continuación
como quien siega
un campo de trigo y se llena
de esa alegría que nunca, al caso es pena.

Nos viene,
en ese orden que demuestra
lo mucho que uno pone en ese empeño
de que le salgan bien las cuentas,
el testimonio de D. Pedro de Baeza.
  
«y a la postre la noche que V.S. sabe que peleé con D. Jorge, como vuestro capitán, él salió herido de una herida de que murió, é yo saqué otras de un encuentro por la boca en que me derrocaron algunas muelas, é me pasaron la quixada, é fue tan peligrosa la herida que vuestro ciruxano aquella misma noche me dixo que me confesase y ordenase mi alma, y otro día, estando herido de esta manera salí al campo a cogerle [coger, ocupar el campo], y lo hice ansí, y sobre cogelle, torné otra vez a pelear»

Sepan a bien cierto
que este capitán de tan larga lengua
quería jubilarse y a ello pidió licencia
explicando a su Marques
los servicios hechos en todas las contiendas
en que intervino defendiendo al de Villena.
Mal le fue a su amo
por aquello de me pagaras la ofensa,
peor a los del Castillo
convertido en una gran cantera de piedras,
ni mal ni bien, a los de Pinarejo
pues el Rincón era
algo así como un terreno perdido cerca de donde el término casi bosteza
y a los de Santa María les vino
aguas del río Rus
que del Castillo nacían cerca
y que casi siempre llegaban secas.

Sin alguna de sus muelas
perdidas en la refriega
el tal
D. Pedro de Baeza
se lamenta
y más teniendo en cuenta
que al día siguiente
salió a contienda
con la boca que daba pena
y en la cabeza la idea
de que pagaría caro ese entuerto de la muerte cierta
del mayor poeta
de un reino y una reina,
tan católica ella,
que dormía a dos velas.

Hernado del pulgar sale ahora a la palestra:
«Ansimesmo en el Marquesado donde estaban por capitanes contra el Marqués, D. Jorge Manrique é Pero Ruiz de Alarcón peleaban los más días con el marqués de Villena é con su gente; é había entre ellos algunos recuentros, en uno de los quales, el capitán don Jorge Manrique se metió con tanta osadía entre los enemigos, que por no ser visto de los suyos, para que fuera socorrido, le firieron de muchos golpes, é murió peleando cerca de las puertas del castillo de Garci Muñoz, donde acaeció aquella pelea, en la qual murieron algunos escuderos é peones de la una é de la otra parte».

Con mucha pena
muere el tal Jorge
y el Castillo queda
casi en manos de una Reina.
Todos se preguntan
en la Corte y fuera de ella
¿que será del Castillo
y de aquel Marques
con tan poca cabeza
que por salvar su honor
quemó la paciencia
de quien era su Reina?

Escuderos y peones
cayeron también
en aquella refriega
¿quién de ellos se acuerda?

Ni los cuervos, ni los grajos,
ni las ovejas negras
salieron del castillo
por miedo a caer presas
de la furia manifiesta
de los aliados de la reina
que miraban más por sus intereses
que por la muerte
casi a ciegas
de aquel poeta
de nombre Jorge,
hijo de un Manrique 
a quien se le dedicaron vastos poemas
en los que se cuenta
de aquel amor del poeta
por su padre, casi leyenda,
el cual ahora no nos viene a cuenta.

También Alonso de Palencia
se mete en la refriega
y habla con larga lengua
de lo que le viene en gana
vean en esto
y tengan paciencia
solo una parte pequeña
de esta historia tan llena 
de intereses
que las páginas se llenan
de dolo y lamentos, juramentos, ofensas y promesas: 

«Alonso de Palencia, que estudia más ampliamente la guerra y las negociaciones con el marqués de Villena, expone los siguientes datos significativos: El encuentro fue provocado por haber sido arrebatadas unas presas a campesinos protegidos por D. Jorge, que salió al campo para recuperarlas; el propio marqués de Villena intervino en el combate; D. Jorge venció, pero, herido, murió el mismo día»

A lo que se ve
cosa de niños en aquellas refriegas
se arrebataron unas presas
a unos campesinos protegidos
por Jorge, capitán con mando en cien peleas.
Así se armó la marimorena
entre el Marques de Villena
y Don Jorge, protegido de la reina,
y aunque ganó el Manrique
cara le salió aquella batalla tan fea
al pobre poeta
pues murió
según este cronista cuenta
el mismo día
sin mencionar más leguas
ni Santa María, ni Rincón ni las Navas ni otra paridera
que la muerte cierta
de quien saliendo a combate
se exponía a que la muerte le llegara,
tal y como fue,
sin ningún tipo de clemencia  

Ya Jerónimo de Zurita
se mete en esta historieta
y nos lega,
sin ningún tipo más de herencia,
que una herida cierta
acabó
con la vida del poeta:

«y otra vez Pedro de Baeza tornó a pelear, siendo capitán de las gentes del Marqués, con D. Jorge, y salió D. Jorge herido de una herida de que murió, y murieron algunos de ambas partes».

Hubo así se nos cuenta
unas contestaciones
que so pena de que no sean ciertas
a mí me llenan
y mucho,
pues en ellas
habla la tradición
por boca cierta
de labradores y pastores, hombres de pocas letras,
pero de manos prietas
y corazón tierno
como una almendra
dulce que no amarga ella:

Contestaciones en la Relación de los pueblos de España

«En estos lugares [Castillo de Garci Muñoz y Santa María del Campo Rus] sí que constituyó el hecho luctuoso un acontecimiento de primera magnitud. Las contestaciones se preparan en el Castillo de Garci Muñoz a los 100 años de la muerte de D. Jorge. El escribano ante quien se pasaron los autos firma el acta de la sesión el 16 de marzo de 1579».

Antonio Serrano de Haro [1975:413]
De la declaración de los vecinos de Castillo de Garci Muñoz:
«el dicho don Jorge Manrique salió a correr la tierra de esta villa de partes de tarde y llevando recogidos muchos ganados e bestiaje e presos, vino hasta esta villa cerca de ella a un tiro de arcabuz, donde agora llaman camino de la Nava, aldea de esta villa, hacia la parte del mediodía; y allí entre ciertas viñas e matas, habiéndole hecho una emboscada los de esta villa e tierra, trabaron una escaramuza que duró hasta la noche, é allí fue herido D. Jorge Manrique, el general, de una lanzada que le dieron por los riñones al tiempo que yéndose a abaxar por un ribazo abaxo se inclinó, e por la junturas que hacen las corazas entre el arzón trasero de la silla quedó descubierta aquella parte, é por allí fue mal herido, de la cual herida desde a pocos días murió en la villa de Santa María del Campo.
»Quién lo hubiera herido no se sabe, mas de lo que unos dicen fueron de la gente del Marqués, y otros dicen que de los suyos, que como era ya de noche no se pudo entender».
Dicen los del Castillo
que Jorge salió a correr `
por aquellas tierras
entre unas viñas y matas,
no sabemos si tiernas o muertas,
en una escaramuza muy cierta
le pegaron una lanzada
cuando el guerrero y poeta
bajando por un ribazo
le quedó al descubierto la riñonera.

¿Quién le mató?
Nadie acierta
a decir si fueron los del Marques
encolerizados por la presas
que el tal Jorge cogió por las buenas
o las huestes del guerrero poeta
en esa noche ciega
con una sola estrella
encima del camposanto de Pinarejo
de allí a 7 leguas.

Así fue como a los dos días
contados con reloj
de sol o de arena
en Santa María murió el Poeta.
Todavía se oyen
por los montes blancos
si se pasa cerca de la carretera
unos quejidos y lamentos
que suenan a esa muerte
que llevaba encima un poeta
al cual trasladabban con mucha urgencia
en parihuelas
una cohorte de sirvientes
con sus respectivas plañideras
y una luna muy lisonjera
vestida del color de la noche
que es desde siempre su enseña.

De la declaración de los vecinos de Santa María del Campo Rus:
«en esta villa hay una casa al presente donde es cosa cierta, pública y notoria que murió D. Jorge, capitán general de los Reyes Católicos, cuando se trataba guerra entre su Majestad y el Maestre D. Juan Pacheco, marqués que dicen de Villena».
Cabe señalar el error de considerar general o capitán general a Jorge Manrique, cuando en realidad era tan sólo capitán. Error que, en opinión de Serrano de Haro [1975:413], «nace de este mismo afán por magnificar algo que creían situaba aquel pobre rincón castellano en la primera línea de las efemérides nacionales»
Por otra parte, «También salta a la vista la confusión entre el primer marqués de Villena, D. Juan Pacheco, y el segundo, D. Diego, que fue el que se rebeló contra los Reyes Católicos. La mayor personalidad y fama del padre, D. Juan, sorbió la de su hijo en la memoria de las gentes campesinas». [Serrano de Haro, 1975:423].

Bien es cierto que murió el poeta
y los de Santa María
tan dados a dar cuentas
dicen lo que saben
a conciencia
y la tradición les lega
sin pedir más honores
que los que recibió el poeta
por ser quien era.

Casa la hubo
y en ella
se dio
dadas las heridas
tan certeras
más letanías que ciencia.

Así murió el poeta,
que solo fue capitán
y que en aquella refriega
contra un Don Diego Pacheco,
Marqués de Villena,
se llevó la peor parte
muriendo cerca
de donde otros poetas
vendrían a cantar otras historias no tan llenas
de batallas y de guerras

Tarde caída, dolo a conciencia,
muere el poeta
que osa mostrar a los del Castillo
sus presas,
lo más seguro que ganado, ovejas,
alguna cabra vieja,
y gorrinos de no mas de dos 10 arrobas de peso en cal y a tocateja.

Es Don Pedo de Baeza,
capitán del Marques,
el que se levanta contra la ofensa
y en batalla ya los unos
y los otros y cualquiera,
los dos capitanes se entregan
a una batalla entre ellos, pelea,
y en esa contienda
caen heridos, para un mes de abril con flores despuntando en las sementeras
uno y otro capitán, que así se batieron, como guerreros, sin tregua.

A uno y a otro se los llevan
para el Castillo y Santa María con mucha ligereza
y así murió uno
y el otro se marchó a sabiendas
que ese día había perdido por no cantar las cuarenta.

Reconstrucción de Antonio Serrano de Haro«Don Jorge, que muy gustosamente hostilizaba el Castillo de Garci Muñoz, pasa cerca de él con su caravana de presas -arrebatadas o recuperadas-, yendo ya la tarde de caída. Cuenta llegar a primeras horas de la noche al campamento. En gesto de desafío pasa cerca del Castillo exhibiendo su botín. Pedro de Baeza lanza unos hombres, que entretienen a la mesnada de D. Jorge, y se presenta luego con el grueso de su fuerza. Es ya el atardecer. Lo prudente hubiera sido retirarse porque, además, la tropa real, con su reata de prisioneros y ganado, está embarazada para la lucha. Pero D. Jorge no vacila en trabar combate. Ni puede volver la espalda al riesgo, ni menos tratándose de Pedro de Baeza, que lo ha derrotado en otras ocasiones y que no se ha intimidado por la fanfarronada del capitán de la reina. Ninguno de los dos entiende que esto no sea una lucha de sangre, sino de dialéctica. Aquel momento lo van a decidir de hombre a hombre. El combate es feroz, concentrado en torno a los dos capitanes porque las sombras impiden un amplio frente. Así fue cómo en la confusión y la noche resultaron gravemente heridos ambos. Atenderlos y ponerlos a salvo debió ir apaciguando el combate, que quedó indeciso, sin más vencedor que la muerte. Era por los últimos días de abril. En la oscuridad quedarían algún tiempo los gritos de un herido, las voces de los hombres que se llamaban para reagruparse. Sus soldados cogerían a D. Jorge y emprenderían el camino de regreso, las dos leguas que dista Santa María del Campo. (...)

»El cortejo llegaría a Santa María del Campo en plena noche. Soldados, labriegos armados. Ruiz de Alarcón se haría cargo del herido. Seis años después, caería también él peleando contra los moros de Coín. Instalarían a Jorge Manrique en una casa principal. Vendría el cura. El pueblo estaría despierto. A otro día de mañana, según cuentan las Relaciones del Castillo de Garci Muñoz, el marqués de Villena, en su ambiguo papel de involuntario enemigo, envió un caballero de su casa a expresar su sentimiento por lo acaecido. También envió a dos cirujanos, Maese Rodrigo y Maese Lorencio, para que lo curasen. ¿Qué emplastos usarían? ¿Cómo dictaminarían el caso? Seguramente terminarían por coger sus instrumentos y mover negativamente la cabeza. Las mujeres de esquina en esquina comentarían y se compadecerían. Los niños formarían corro frente a la morada del capitán moribundo. El pueblo se hinchaba desmesurado por la exageración. Era un pueblo importante. Allí también morían los capitanes de los reyes.

En Santa María se encienden velas
pues saben que llega
un capitán herido al que le quedan
pocas horas de vida
para ser ya leyenda.

Don Ruiz de Alarcón se entera 
y acude lleno de pena
a una casa principal
con cura para que confesara a quien quisiera
de los presentes en aquella vela,
velatorio para que se entienda,
todos buenos cristianos, viejos, con papeles en regla
de esos que celebran hasta las cuaresmas.

Ya el Marqués de Villena
enterado, a las primeras
de lo que había ocurrido en sus tierras
envía a Santa María a un caballero
y dos cirujanos de mucha ciencia
Maeses los dos, uno Rodrigo y el otro Lorencio,
pero a malas cuentas
muere el poeta
entre llantos de los niños
y música fúnebre de las plañideras.

Alameda tiene el Santa María
y una ermita vieja,
ya el azafrán recogido y molido
en alguna enciclopedia vieja
y unas jornadas Manriqueñas,
que por ser las primeras
se deberían bautizar con el nombre "De la Buena Nueva".

Romances los hay,
muchos y a conciencia
de tal envergadura
que me cuesta
creer otra cosa que no sea
que Jorge Manrique fue muy querido
y el Marques recibió en pena
el peso de una pena impuesta
por Isabel, la que era su reina.

Dicen que entre sus prendas
llevaba Jorge Manrique escritos
algunos que otros poemas
y que en ellos se lamentaba
de esa vida, la suya tan llena,
de amor a la muerte
que en él eran dulces poemas.

Llegaría la paz
a costa de la muerte de un poeta
un dos de junio, de calores las eras llenas,
de 1479, en un siglo,
de muchas batallas y contiendas
en que firmaría la paz
D. Rodrigo de Castañeda,
en nombre del Marques de Villena.
entre lunas llenas
de sombras que no de luces
y de tantas tristezas
que para nunca más
aquellas tierras
han recibido más agua de torrentera
que los llantos de los serafines,
en un 24 de abril de 1479,
sin más historietas, ni más leyendas
que las que aquí unos y otros cuentan. 

»Triste pueblo para salir a la guerra. A ras de suelo. Sin castillo. Hoy tiene a la entrada una alameda de altos árboles y una ermita. Los despojos de las rosas de azafrán pintan de azul algunos ribazos en otoño. Por allí anduvo, meditó sobre las miserias de la vida, padeció derrota y soñó con el triunfo Jorge Manrique. Ahora le tocaba morir allí, lejos de su encomienda y de Toledo, lejos de sus familiares y de los reyes. (...)

»Pocos días, si algunos, hubieron de transcurrir entre la tremenda herida y la muerte. En aquel tiempo y por aquel motivo la guerra se recrudeció. Pedro de Baeza nos dice que volvió a pelear y las Relaciones de los Pueblos y los romances populares se ensombrecen con el recuerdo de los rehenes ahorcados por uno y otro bando (...)

»Al cabo de unas horas o de muy breves días D. Jorge muere. Se aleja y sentirá que todo se aleja. ¿Personas o sombras? ¿Anochecer o alba? Los niños en la plaza de Santa María del Campo se han callado. Y esa ola silenciosa de la muerte se apodera de él y en él se detiene. Personalidad y destino se han fundido ya en la tierra de aquel cadáver. Era el 24 de abril de 1479».
Antonio Serrano de Haro [1975 
El 2 de junio de 1479, los Reyes, que se encuentran en Trujillo, nombran para suceder a Jorge Manrique como capitán de la hermandad a Diego López de Ayala, en tanto que Rodrigo de Castañeda, en nombre del marqués de Villena, realiza negociaciones de paz. 

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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