sábado, 25 de julio de 2015

POESÍA: CANTO A LOS LABRADORES DE PINAREJO QUE USABAN EL ARADO ROMANO CON YUNTA

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En la vida de los pueblos
todo ocurre, todo viene,
como los vientos que arrastran las cosechas de la vida
mar adentro
sin más despedidas,
sin más besos,
sin más palabras
que el mango del azadón cubierto
de la sangre seca
que unas manos dispuestas para cavar
y herir el corazón de las tierras indomables
dejó sobre él en sus mejores días

No volverá el hombre
ese del cual hago esta radiografía
a empuñar más azadón
pues la vida le lleva
hacia otra aventura
que nunca soñó
y para la cual muestra las mismas pericias
que aquellas que ejercito
durante toda su vida.
¡Poca recompensa
para tanta dignidad,
yo diría que ninguna!

No hay más dogma de fe
que la paciencia infinita
del labrador sumido en su aventura
día a día,
sin descanso alguno ni más medicina
que el agua con que saciar
esas ansias suyas
que lo hacen inmune a los obstáculos
con que los dioses premian su osadía.
Por los siglos de los siglos
esos hombres caminan
contando con voz risueñas sus aventuras.

Largos son los días
de los hombres luchadores de  mi pueblo
para quienes desde nunca
nadie elevó una oración al cielo
en esas liturgias y rogativas
que recorrían las calles de los pueblos y villas
mediante procesiones
en que se invocaban de forma repetitiva
a un Dios, talla o pintura,
como si en el cielo  hubiera algo más
que lo que la astrología nos trasmite
de forma científica

Oh ¡si el hombre se hubiera rebelado!
ahora estaríamos hablando
de una forma distinta.
 Pero el hombre
aun no contento con su forma de vida
tenía muchas ataduras
que le impedían ir más allá
de donde se perdían  de vista
los confines de las ciudades, pueblos y villas.
No solo le apretaba el cordel
con el cual se  anudaba las zapatillas,
ataba al hombre la pobreza y su familia.

Soñaban aquellas madres con hijos
útiles para con sus vidas
y en esto crecían,
en medio de pobrezas infinitas
los hijos paridos
para destripar los terrones de tierra dura
con una sola ambición
y desprovistos de toda tipo cultura
ser como sus padres labradores de altura,
sin importar más cosas
que la decencia como punto de mira
dentro de esa mentira tan repetida
de que uno es Pueblo y la Nación siempre es tuya

Muchas cosas cambian en la vida
y el hombre aquel
acostumbrado a ser de la tierra
los ojos con que aquella se mira
siente, en su alma ya desprovista
de aquella fuerza que lo hacia fuerte como una mula,
que la tierra
aquella ya no es suya
y que a pesar de ello
esta continua dando frutos y alegrías,
y algún más que otro disgusto
de esos que removías las vidas de las familias

Ocurre que otros hombres continúan
esa pelea constante
y ocurre que en esa lucha
siempre hay un punto de partida
a partir del cual el hombre,
sin ninguna prédica,
continua ejerciendo ese oficio
que le arrastrará de por vida
por los mismos caminos
que un día
siguieron aquellos que les han pasado el testigo que llama a la lucha
y que mide la rebeldía de quienes vivían siempre pendientes de la lluvia.

Ocurre que esos hombres
¡toda una vida sobre la tierra, nunca suya!
fueron domados por la fe, vara dura,
que solo les servía
para enterrar a sus muertos
y pedir, siempre pedir
a quien nunca respondía
un buen año
con el cual saldar deudas y alzar la vista,
aunque solo fuera un día,
y a la misma altura
que los señoritos de almidonadas camisas.

Los labradores de mi pueblo
aquellos de arado romano
y vertedera de reja fija
duermen sus aventuras
sin tener nunca más
en ninguna otra vida
que uncir caballerías
ni quitarse el sudor
con las mangas de la camisa,
ni elevar oraciones al cielo,
ni ver con cara de congoja infinita
como el hambre mataba a los más débiles de sus familias.

Autor: Jose Vicente Navarro Rubio

ía

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