lunes, 13 de julio de 2015

POESÍA: EN SUEÑOS Y EN PINAREJO

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Subí la cuesta
y vi el Cerro Gordo,
tan pequeño,
con pequeñas manchas
de arbustos secos
y algún que otro almendro
de los tiempos homéricos
en que nuestros abuelos
vivían de lo que los campos daban
con mucho sufrimiento.

Todo él
me refiero al cerro
tan poco a poco despertando
y a poco más durmiendo
al tiempo que pasan los años
y llegan lustros de desasosiego,
cada vez más el pueblo muerto,
sin más rumor que el del viento,
sin más grito que el de la lluvia
sobre los tejados cayendo,
sin más aspiraciones
que continuar siendo pueblo
en la llanura en la que brotan,
entre cantares de viejos,
las aguas subterráneas
¿Qué misterio?
que forman ojos de ríos riendo.

Pasé por el camino
aquel, ahora tan recto,
en que un carro partió, lento,
hace ya de esto tiempo
hacia los campos de gavillas,
estos llenos,
y entre baches y baches
y recuerdos y recuerdos
miré a lo lejos
allí donde el camino se abre
y la Hoz
se queda hundida
entre dos grandes cerros
como si allí se hubiera celebrado,
en otros tiempos,
algún que otro combate,
espadas al cielo,
entre fornidos guerreros.

Vi la Morreta
en su más completo abandono
sin más armadura
sobre su cuerpo
que cantos, tiestos,
y un derruido colmenar
sin abejas ni colmenas dentro,
y en la explanada,
por la que cerca pasa,
entre juncos
y cardos secos
un insignificante riachuelo,
contemplé la Moraleja,
caserío de no más de 6 habitantes
en sus buenos tiempos,
y allí mi madre, tíos y abuelos.
Ahora caída en desgracia
y que pena,  derruida y desierta
como un cementerio.


Bajé por el Charcón
tan seco
con sus pozas selladas
a las aguas que ya no brotan dentro
de lo que en otros días
era caudal de buenos recuerdos
y giré a tiempo
de que el Camino Murciano
me dejara en el pensamiento
la imagen imprecisa
de otros tiempos
en que por ella caminaban,
entre sueños,
mercaderes de espejuelo
con sus caballerías
y cortejo
de carros lamiendo el duro suelo.

Santa Ana hacia arriba
una torre me deja perplejo
pues sus campanas de bronce,
casi acero,
yacen desnudas en sus aposentos
a la espera de que los brazos
fornidos del viento
las hagan, como en otros tiempos,
entre respiro lentos,
llamar, lanzando besos,
a quienes en los campos,entre sufrimientos,
cosechan sufrimientos.

Para albollones
aquellos desaguaderos
de aguas que corrían al encuentro
de la Veguilla de Pinarejo
con aguas bajando
desde la horca del cementerio.

 Y el Pozo
no lo encuentro
aunque sobre el suelo
donde se abría su boca
para comerse a los niños memos
ahora una fuente de aguas,
salpica el cemento
y surte de frescores
en las noches
de ponientes de escarmiento
a quienes en la Plaza
se dedican a contar viejas historias y cuentos.

En un poyo veo
a un pinarejero sentado
casi relamiendo
tabaco de hebra
que sobre los labios secos
se queda pegado
sin necesidad de ningún pegamento.

Y en esto despierto
y me encuentro
una imagen de Santa Ágüeda,
que mi padre llevaba en una cartera
junto al pecho,
con más años
que los que yo ahora tengo.

Autor de la poesía: Jose Vicente Navarro Rubio


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