jueves, 23 de julio de 2015

POESÍA: POETAS EN TIERRAS EXTRAÑAS

Tengo a gala como mi paisano Fernando Nombela
ser poeta en tierras para muchos extrañas.
Personajes sacados de cuentos de hadas,
duendes, monstruos y caballeros de lanza alzada
se mueven en esos interiores de mis entrañas,
abocando sentimientos que embriagan mi alma
sin necesidad de más bebida ni de más patrañas
que esas lecturas de libros de los cuales quedan en nuestra alta morada
algo más que aceite de linaza con que depurar los intestinos
entre horcajadas de las paredes intestinales intentado succionar las malas páginas
hasta más allá de donde el ano se acaba.

Leamos amigos, queridas y amadas
y como si fuéramos aquel Ángel que tanto sintió los otoños criminalmente atacarle el alma
dejémonos llevar por unas bocanadas de ese aire que una máquina ata a mi padre a una vida larga.

Sin largas volvemos a esa pequeña patria La Mancha con unos confines precisos
que la alargan por media superficie de España.

Ya situados, a uno le entran ganas de sacar a relucir nuestras virtudes y nuestras faltas
muy comunes a la del resto de pueblos de España,
aunque en este caso el de La Mancha
nos llevamos  la palma,
por aquello de dejarnos llevar y vivir a la espera de un milagro que se alarga.

Ella leo que duerme,
ella me dicen que mata,
ella es la droga dura o blanda,
esa que dicen que ama
mientras dura el amor, en fin una bocanada, un pico, no pala, y un pinchazo a las tantas.

El verso se levanta en llamas y pide a su piromano que lance más carnaza
para que las llamas prendan sobre las hojarasca
y el verso se convierta en una hoguera casi sagrada
en la cumbre de un monte donde alguien esculpió doce mandamientos en una sola tacada.

A uno no le falta pueblo ni casa, ni familia ni ese trabajo sin el cual la vida cambia
y a pesar de ello uno añora entre las sábanas
los inviernos duros, los veranos de solanas, el chocolate en polvo, la leche americana,
el reloj de pared, el taco de jamón, el queso en aceite, los lomos en adobe, la leche de cabra
y todo aquello que allá en el epicentro de La Mancha
nos hizo tan dados de la mano de Dios
que no hay  morada  que se aprecie de ser cristiana
sin su Cristo presidiendo una mesa alargada
y sin loza de Talavera con sus colores resaltando dentro de una austeridad que mata.

Autor: Jose Vicente Navarro Rubio

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