FUENTE: http://campodedanzas.blogspot.com.es/2013/11/por-las-asturias-tenebrosas-el-tesoro.html
Decía Ramón Carnicer, el escritor de
Donde las Hurdes se llaman Cabrera,
no en este libro sino en el otro suyo, Las Américas
peninsulares. Viaje por Extremadura,cuando
llega al pueblo de Logrosan, donde nació Mario Roso de Luna; que el
teósofo español, el mago, debía estudiarse junto a los del 98 pues
al final compartía con ellos las mismas inquietudes, que sus saberes
eran más amplios que los de Azorín, Maeztu, Baroja, y que tal vez,
Unamuno se le acercara; e incluso defiende su excelencia de escribir,
“salvo algún exceso retórico” y añade: “lejos del
enrevesamiento y pesado intimismo frecuentes en Unamuno, de las
diferencias estilísticas de Baroja, del amaneramiento de Azorín y
de la reiterada arbitrariedad de Maeztu”.
Por
contra, dice Andrés Trapiello, en su artículo de Raros,
curiosos y olvidados,
recogido en Los caminos de vuelta,
que entre los raros del 98 y que los hubo tantos, que suelen tener
una vida mejor que sus obras , está Roso que descubrió a ojo un
cometa mientras bajaba por la Carrera de San Jerónimo. Acaba con el
autor con :”Roso, sin esa vida, teniéndose que apoyar únicamente
en su obra, sería bastante poca cosa”.
Tal vez, Esteban Cortijo, experto conocedor de la obra de Roso, sepa
aclararnos al respecto.
Podemos seguir leyendo a Carnicer, que el escritor cacereño viaja
el 17 de abril de 1912 a la localidad berciana de Cacabelos para
estudiar el eclipse solar y que interpreta de forma curiosa un
relieve del santuario de la Quinta Angustia de Cacabelos donde el
Niño Jesús juega a los naipes con San Antonio de Padua. Y acaba
Carnicer con esa pequeña frase: “la triste condición de país de
olvidos que es España”.
Lo
cierto que a la sombra de la luz de la luna berciana, Roso de Luna,
se encuentra con un extraño personaje, un tal Miranda de la
localidad de Altamira y comienza una larga aventura, Por
la Asturias tenebrosa. El tesoro de los lagos de Somiedo. Narración
ocultista
y comienza con “Albricias te sean dadas, lector, por prestarte a
acompañarnos a través de esa divina tierra astur...”
Viaje, algo de
novela, narración ocultista y la búsqueda de un tesoro
La narración ocultista va ir cargándose al poco de emprender la
lectura de tantas cosas. Uno deja de leer esa novela de aventuras que
a veces, a ratos, lo es para pasar a un amplio detalle geográfico de
la zona, tan amplio a veces que uno se asombra cuando ve, en mapa
topográfico que todo detalle es cierto. Uno deja de leer esa crónica
comarcal asturiana para vislumbrar conocimientos ocultos sobre lo
astral, el karma y hombres de conocimientos. Pero también es un
repaso de historia, y un canto a los avances de la civilización y
una loa a esa Asturias que todavía quedaba en esa época de la que
Palacio Valdés hablaba en su Aldea Perdida. Y más cosas, aquí
también hay debates sobre los templarios, sobre códices mayas,
etc....
Por eso, a veces, Roso de Luna, que era un hablador compulsivo para
sí mismo, calla y nos describe algún momento de paisaje, de calma,
donde se silencia todo. Es bonito,y así recuerdo cuando va en barco
en frente de la costa asturiana, la noche y el extraño piloto que le
habla de sirenas o cuando se para extasiado subiendo hacia Covadonga.
Al poco vuelve a hablar y se pregunta por qué hay tantas flores
moradas en la alta montaña, ¿será por los ultravioletas?
Pero lo admirable de Roso es su espíritu vital. Asombroso más allá
de sus saberes, ese espíritu infantil o juvenil dentro de una cabeza
académica.
Por tanto, no es del todo una narración ocultista, no es del todo
una novela de tesoros, y no es del todo una crónica de viajes. Y
todo comienza con un eclipse solar.
El día 17 de abril, El Liberal abre en primera plana con la noticia
del eclipse solar y ahí leemos cómo Roso de Luna escribe con
emoción contenida todos los preparativos, los instrumentos ópticos,
grabadoras, el apoyo del ejército, que se diría uno que
estamos en el comienzo de una novela de Julio Verne. La crónica
prosigue en el ejemplar del día 18, también firmado por Roso. Y así
comienza también la novela. Todo es real, el cerro de San Bartolo,
la casita del Valin, o por lo menos todo es visible o lo era, y la
ermita de la Quinta Angustia. Era un tiempo en que los eclipses
revolucionaban a todos.
Es un placer, sería, ver esos artilugios a lo Albert Robida que
usaban los especuladores científicos. Es la época donde todavía
no se ha retratado la espalda de la luna o ¿sería su rostro?,
enfadada con la tierra. El ejército español que ojalá se hubiera
dedicado a las ciencias muchos años más, despliega una línea de
observadores desde Cacabelos hasta Ponferrada para fotografiar y
captar cúal es la sombra que proyecta la luna. La sombra llegó,
justo, casualidad de la vida, al Campo de Naraya. Digo casualidad
porque a nivel personal, este último pueblo tiene cierta relación
conmigo y también el lector observador podrá así entonces
descubrir en el nombre de internet de este espacio bajo los tilos, el
nombre de Campo de Danzas, o la Aquiana, lugar donde duerme un
antiguo dios íbero como le gustaría decir a don Roso.
Pero la novela o mejor dicho, la narración a pesar de su prieto
contenido, es ágil y Roso, ya lo ha advertido en el prólogo, no va
a dejar de intercalar aquí y allá, hechos científicos, reales con
cierta ficción. Y aquí comienza esa parte de novela o imaginación
que jugará con el lector en todo el momento como juego como les
gustaba a los teósofos españoles de la generación del 98. Hay un
pequeño gazapo, el pueblo de Altamira en el Bierzo no existe a día
de hoy. Y así, entre los científicos, periodistas, intelectuales de
la época y los agricultores de la zona, Roso queda intrigado por un
tal Miranda, de la que ya hemos hablado. Este es rubio, alto y ojos
azules, que advierte el cura, que es la persona más versada e
inteligente de todos pero que si hubieran vivido en el siglo XVIII,
él , como buen párroco, le hubiera quemado como brujo y nigromante.
Un poco forzado y sea tal vez este defecto de ser tan brusco,
directo en mostrar su teosofía Roso de Luna, el que cierto lector
rechace. Así en el encuentro con Miranda, el “flechazo” entre
los dos surge cuando coinciden en afirmar que la Blatsvasky es la
“diosa que los une”. Y entonces, a uno le llega a la memoria, la
forma de Blackwood y su John Silence en esconderse.
Pronto, Mario se hace amigo de Miranda y ambos visitan las ruinas de
Bergidum Flavidum. La larga charla de Miranda versa entonces de las
toponimias de los pueblos asturianos. Unos aluden a un origen solar,
atlántico, y otros, a un origen lunar, mediterráneos. Unos serán
los rubios asturianos y los otros, los morenos asturianos. Por
supuesto, la civilización procede de la Atlántida hundida. Otro
tema, y aquí tenemos todos los del esoterismo a nuestro alcance,
mistérico es el grial conservado por los templarios, antiguos
herederos pitagóricos, que dieron cuatro ramas. Una de ellas se
refugió en los conventos bercianos.
Al poco, se deja uno de charlas y Roso describe con maravilla de
pinceles, los rayos que emite el sol reflejados en los artilugios de
especuladores científicos, cuando por fin, ven el eclipse.
La búsqueda del tesoro:
investigaciones y un nuevo viaje a las montañas asturianas.
Asturias va a ser el eje vertebral de esta narración . Y a colación
otra vez de los olvidados del 98, Roso advierte en su prólogo el
aspecto de desierto que ofrece esa plana Castilla y sus fantasmales
ciudades azorianas y exclama: “¡Toda tierra de glorias es siempre
un sepulcro!” e incluso dice que “la profanada Sierra del
Guadarrama”.
Es una novela de ritmo intenso a pesar de todos los datos que nos
saldrán al paso. La historia, ciertos personajes, cuevas,
monasterios serán interpretados de un forma distinta. Empezarán a
salir nombres gnósticos, templarios, Platón, Plotino pero sin
perder el trato ágil de una aventura, o casi, de la búsqueda de un
tesoro, y es raro, que cuando el bueno de don Álvaro Cunqueiro, no
recordase, en sus escritos sobre tesoros, esta búsqueda.
Y todo hubiera acabado en el Bierzo una vez finalizado el eclipse si
no hubiera sido por la influencia de la sombra lunar, que ya nos
advertía Roso en sus cuentos de las hespérides. Hablando con
Miranda y a partir de un trabajo de Alejandro Pidal, se menciona a un
curioso y ahora ya famoso alemán que vivió en el pueblo de Corao, a
las faldas de los Picos de Europa, Don Roberto Frassinelli, nacido en
1811, auténtico descubridor de monumentos y secretos asturianos,
gran ilustrador. Miranda, intrigado por este ocultista, indaga sobre
posibles legajos y escritos que dejase este personaje pero sin hallar
ninguno durante años hasta que descubre un manuscrito en casa de Don
José Narcés de Soto de los Infantes, en Cudillero, que a todas
luces, se puede atribuir al alemán de Corao.
Pues es en ese manuscrito donde se habla de un tesoro oculto en los
lagos de Somiedo.
Dejan atrás, el Bierzo, paraíso del ruiseñor, y su tebaida de
Fructuoso, su Don Álvaro de Bembibre, “ último caballero
templario bercense, el trovador y cabalista, narrado por Gil y
Carrasco”, su Flavium Bergidum, las cuevas de Peña Alba, la Pieros
bercense émula del Pieros de las serranías de los esenios.
Y la Vaca de cinco piernas como signo esotérico de la Asturias
solar.
Yo no he podido constatar la existencia de este escrito de
Frasinelli. Si hacemos caso a Miranda, el alemán de Corao comenzaría
la explicación de la ubicación del tesoro hablándonos de los
elementales de tierra, agua, fuego y aire, que viven entre el mundo
animal y el mundo humano. A continuación hay un criptográfico
donde se describe el periplo o viaje iniciático que se debe seguir.
Pero surge un primer obstáculo. El texto pasa a ser escrito en runas
gnómicas que Miranda no puede interpretar y encarga a Roso, que ya
tiene todo recogido para su vuelta a Madriz, busque en esa capital,
algún códice que arroje luz al respecto.
Luna llega a Madriz y después de visitar las librerías de viejo de
las que llama “....estas últimas covachuelas que son, a un tiempo,
basureros dignificados, criptas iniciáticas y antro de sórdidas
codicias” no halla nada. Pero una casual visita al Padre Fidel Fita
Colomé, Director por ese entonces de la Academia de Historia da
resultado.
Ahora, el lector requiera alguna explicación. Ya anduve dubitativo
sobre el carácter de este reseña y no sabía si decantarme por un
circular y breve texto elogioso o una circular, larga y laberíntica,
ya no reseña, sino cronista detallado de la obra. Claro, la segunda
opción es cara. Para ello, invito al lector a adentrarse en la
narración ocultista de Roso. Pero al final, decidí contagiado como
me suele pasar por el estilo y la esencia del escritor que leo, a
emularle inconscientemente y ya saben que Don Roso de Luna, era un
gran hablador solitario. Y una de las virtudes o tal vez, maldición
en esta obra, es el multiuniverso de referencias que abren cuevas
siderales a personajes, a hechos, a lugares, a esculturas, a letras
perdidas, a fabulosos animales. Y uno, otra vez, debe declarar
cierta debilidad por tales. Por eso, a otros lectores eso y la obra
de Roso les sea tedioso.
El jesuíta Padre Fita, experto epigrafista, que ya anduvo tocando
el broce de Luzaga y traduciéndolo, tesela que devuelta a su
original dueño a día de hoy anda desaparecida, y que en caracteres
celtibéricos iría a significar un acuerdo de amistad entre
ciudades; tenía abierto en su mesa de estudios, The ogam
inscribed monuments in the British Island del estudioso
Richard Rolt Brash. Impresos en él y a la vista de Roso, vio los
mismos caracteres ogámicos.
Avisado Miranda, fotografiado y copiado el libro, pueden traducir el
manuscrito y comenzar la nueva aventura.
Las frases de Roso son largas, sin apenas conjunciones, solucionando
sus subordinadas con comas, y así tiene un amplio espacio para sus
desviaciones, datos al margen o notas. Pero su ritmo y sonoridad no
decae en ningún momento.
Bosques asturianos, la guaxa,
la Vicus-Tara, la Tara- Vicus
Ponferrada será el inicio de este viaje en busca del tesoro de
Frasinelli. Y el primer encuentro será el bosque selvático
asturiano y la secreta cueva de Sequeras. Son tierras de las Fuentes
del Narcea, donde el árbol caducifolio cubre extensos valles.
Miranda cuyo nombre teósofo es Helios y Roso, armados de linternas,
cuerdas e hilo de bramante para no perderse en su interior se adentran en la cueva, sienten el frío astral y en una
escena arquetípica y que el lector sabe que ya ha leído en muchos
relatos, encuentran un habitáculo donde luce una lampara perpetua
que ilumina el cadáver de Don Froilan, el que fuera abad del cercano
Monasterio de Corias y junto a él, un manuscrito de amianto.
Los seres mitológicos asturianos o elementales tendrán también un
gran protagonismo en el libro. No faltará Roso en hablar de ellos.
Al pasar por el Lago de Noceda, bello paisaje, Miranda recuerda a
Jove y Bravo, uno de los folcloristas que ya habían hablado de
xanas, hilanderas, busgosus y un largo elenco de elementales. Porque
la xana es una representación de “maya”, la ilusión del mundo y
por eso tiende sus encantos a los mortales. Por supuesto que la vista
astral, que Roso pudo despertar en ese lugar iniciático de la Cueva
de Sequeras será la forma adecuada de ver esas criaturas “....las
diosas astures, en fin, de lagos y fuentes, existen, ¡ay!, sin
disputa”.
Pero es cuando se hospeda, solitario en un hotel de Avilés, cuando
va a encontrarse con la xana peligrosa. Era una mujer de verde
belleza según comentaba Roso más tarde a sus amistades. No tenía
una beldad extraordinaria pero sí intenso magnetismo. Se vuelve
cuento de terror cuando el botones le advierte que la dama no lleva
maleta y que tenga cuidado. Pero Roso cae en el encanto de la xana.
Con ella viaja a Salas, con ella se interna en un bosque, con ella
come de uno de sus panes y cuando está a punto de caer en un abismo,
recordó que tenía en el bolsillo una pipa que le dio el extraño
hombrecito del tren, y fumó de ella y el hechizo, la xana,
desapareció.
Pipa esta y hombrecito que son a su vez otro elemental, pues se la
dió un hombre de talla pequeña con el que Roso compartió vagón
entre Gijón, la fenicia y que tuvo una pirámide atlánte y Avilés.
Dijo este gnomo o enano que era minero, descendiente de mineros y le
habló de la existencia de túneles bajo la tierra que comunican
países, continentes, que incluso se conducen bajo los océanos. Al
poco, el hombrecito se esfuma y le deja su pipa de fumar. Y claro,
al lector, enseguida le viene a la cabeza, la obsesión de Von
Daniken, el del recuerdos del futuro, con las grutas y galerías que
también fueron usadas por antiguas civilizaciones.
Vuelve de nuevo Roso a sentir el bosque asturiano y la presencia de
otro de sus elementales, el busgosu del que dice :” ¿Quién, en
efecto, no ha sentido al busgosu, eso es, el alma del bosque, y de
cada uno de su árboles, cuando ha penetrado en su seno huyendo de la
perfidia o de las frivolidades de los hombres?” .
La vampiresa asturiana, la guaxa que no sólo a veces se contenta
con provocar una languidez en su víctima sino que, a veces, devora
brutalmente las carnes cual actual y ordinario zombi. Así narra la
que fue famosa ya en el tiempo, inmortalizada en los pliegos de
cordel, la guaxa de la Cueva de la Blanca en Luarca. Dice que con la
edad se vuelven hilanderas, lavandeiras y que son así como las
parcas griegas y sus hilos. Albert de Rochas, francés, espiritista y
científico, más o menos, la casi misma figura que Roso donde el
saber científico va de la mano de lo más fantasioso, es traído
también a colación en su definición de vampiro, que “en sus
tremebundos avances al hipnotismo clásico” intenta explicar a
estos seres como terribles larva. La eterna Blavatsky, en cambio,
habla de los vampiros como personas donde en vida, tuvieron una
terrible desarmonía entre el espíritu, que es fuerza centrífuga y
el alma, que la es centrípeta. “- Tenéis razón- replicó
Miranda-, el vampirismo físico o psíquico es una tristísima
realidad de la vida...”. A la guaxa hay que combatirla con agua de
Alicornia y luego esperarla y darla muerte.
No debería faltar tampoco el que sea quizás el más famoso de
todos y que es válido para nombrar los letreros de los locales desde
la sidrería hasta la librería. El trasgu que según Miranda no es
más que un reflejo de esos daimons o demonios buenos o malos. Que ya
trató Clemente de Alejandría en su De los sacrificios a los
dioses y a los demonios. Algunas veces se asientan en las casas
y se les venera como lares o dioses tutelares, otros acompañan a uno
a lo largo de la vida, es el diakka del otro espiritista A.T. Davis.
La Santa Compaña o la Guestia que verán cerca de Cangas de Narcea
cuando el Padre Alvaro muere. Esa misma noche, se ve la SantaBovia,
un resplandor blanco repentino que ilumina la noche y atraviesa todo
el firmamento y que dicen que es fenómeno que coincide con la muerte
de sabios iluminados. De todo ello habla Roso cuando duerme en la
cabaña de lo alto de la Sierra de la Bovia, acogido por un pastor
que justo cuida a su mujer moribunda. Todo un cuadro con fuerza.
Las xanas marinas, o las sirenas son recordadas en otra noche
estrellada, en otro momento de tranquilidad de los que silencian la
verborrea que ya hemos comentado. Porque la expedición del tesoro,
la procesión de sabios locos, poetas de la sidra, incrédulos que
uno piensa si no debería cruzarse con Ataulfo de Carrere o Paradox
de Baroja embarcan en Castropol y navegan a lo largo de la costa
hacia Luarca. Por el bajo de Loxanin, allá del mágico Cabo Vindio
que dicen habitado por la xana marítima, cuando hay marea
equinoccial puede uno a adentrarse en un fabuloso Palacio sumergido,
de los mismos que comentaba Cunqueiro al hablar de San Brandán. Así
lo vio y lo contó en la noche de estrellas el viejo marino que
gobernaba el pequeño vapor. Son momentos en que salen, porque ya no
es bosque sino mar, los espumeiros y donde Roso de Luna dice:
“Dormir, no; sino soñar con todos aquellos encantos que mi
exacerbada imaginación me había ido representado a la luz de la
luna bajo la mágica palabra de aquel lobo marino que recordaré
eternamente por su revelaciones maravillosas, algunas de las cuales
omito, porque por grande que sea la credulidad del lector, no
llegaría nunca a ser por él creído.”
Las brujas son seres con una terrible energía pero espiritualmente
negativos donde no han podido controlar los deseos más egoistas.
Vuelan entre los arbustos y los árboles en su cuerpo astral. Son
conocidas sus moradas en Peña Urbiña aunque son muchas sus
instancias siempre montañeras.
Por tanto, el lector va dándose cuenta que en el maremagnum de
datos reales, se van colando elementos mágicos en forma de leyenda
al principio, luego en forma de sueño o estado parecido como esa
visión en Sequeras pero también al final, cuando surge de la niebla
un cartero en bici y vuelve a desaparecer, el elemento mágico en
medio de la realidad. Un cartero que da la noticia a Miranda de la
próxima muerte del Padre Álvaro.
Los sabios, los magos, los
humildes y la grandiosa humanidad de Roso de Luna
Otro, vía crucis, o parada en este periplo asturiano, son los
distintos brujos, magos, sabios que igual que los elementales
representan las fuerzas primarias, estos son los saberes primarios.
Porque cada vez que Roso visita a uno de estos personajes, y el
primero será el Padre Álvaro, en su lecho de muerte en el
Monasterio de Corias y que uno ve en él a algún arquetipo de la
carta del tarot; la enseñanza interior o el progreso espiritual de
Roso avanza.
Va a encontrar a Don Álvaro en una magnífica casa asturiana, donde
la hiedra cubre la balconada cubierta, abierta hacia el barrio de
EntrambasAguas, de Cangas de Narcea y portando un velón de cuatro
mecheros. Advierte el sabio que la iglesia de Covadonga guarda en su
arquitectura muchos signos o señales ocultista.
Falón del Naraval y Clodomiro Menes Viescas son dos simpáticos
personajes que acompañarán a Roso en parte de su viaje. Aficionados
a la comida y a la sidra, aquel Falón es ducho en coplas y poesías.
Son dos espíritus, cortos en saberes pero ricos en bondad y alegría
y que nos abren otro aspecto asturiano, sus gentes y a Roso, el
amigo. Con ellos subirán en coche por la Sierra de la Bovia, un
automóvil de principios del siglo pasado, me lo imagino pequeño que
en las cuestas, se volvería casi un elemento del quietismo. Una
auténtica delicia que daba la solución para siempre entre
Parminedes y Heráclito que se les ve en el astral discutir todavía
sobre si el elemento esencial de la vida, es algo quieto o es algo
que se mueve.
Esta clase de personaje, que también
le vemos en las novelas de Julio Verne, que da un fresco contraste
con el sabio, el viajero erudito, Miranda, será mejor retratado y
con mayor protagonismo no en los anteriores mencionados sino en Don
Pepitón Narcés, ilustre personaje de Salas de los Infantes,
seguidor de Don Antonio de Maura y que desde que se lo encuentra en
Luarca, resucitando de las aguas como una especie de bautismo, pues
Pepitón cae en el puerto a la mar, don Mario no le dejará hasta el
final de la aventura. Y este Pepitón será incrédulo sobre el
tesoro.
Al desembarcar en Cudillero, en el
pequeño, recóndito y secreto puerto de mar, suben hasta una menuda
y apartada casa. Allí les reciben el siguiente sabio, ahora ya no
místico, sino botánico, aquel que sería compañero del busgosu,
pues a igual que él es conocedor de la floresta, Don Augusto Vera y
Briviera, boticario y por supuesto, alquimista. Lo mágico vuelve
aparecer pues desde dentro de un horno alquímico surgen los libros
de Luis de Alderete y Soto, aquel médico del siglo XVI, que entre
sus obras está La explicación de las profecías de San Malaquías
y que fue famosa su Agua de Vida, que curaba toda dolencia, y que
dicen que coleccionaba en preciosas redomas de cristal, rayos de sol
o de luna que atrapaba y era celoso de su colección que guardaba en
una torre. Pues lo prodigioso del caso es cuando Roso ve que el libro
era de la misma Biblioteca Nacional, extraído por artes alquímicas
y que al empezar el lunes, día lectivo para los bibliotecarios, Don
Augusto lo vuelve a introducir en el horno y hacerlo desparecer para,
como es lógico, surga de nuevo en los estándares de donde fue
sustraído.
Don Hermógenes de Fae y Bentivoglio
que vive en Pravia. Visitan su casa Quintana de las Rosas, en Peña
Ullán, donde ven maravillas que no puede contar don Roso de Luna
pues así lo prometió. Sólo nos dice que Don Hermógenes es
arquitecto iniciado como su colega, Arturo Soria, otro elemento
teósofo que escribía en la revista Sophia.
La obra de Roso es un potente tronco
que pronto se deshace en múltiples ramas.
Parte de la trama de esta narración
se vertebra sobre la persecución que tiene lugar a la persona de Don
Félix Belda Flórez-Estrada, para entregarle una carta que Miranda
le escribe. Allí vemos a Don Roso y a Pepitón Narcés, inseparables
ahora, intentar en vano coger a uno de los mayores sabios y ocultista
asturiano.
Para ello, llegan a Oviedo. Son días de lluvia pero su cometido de
entregar la misiva es vano pues Don Félix ha volado de Vetusta.
Dicen que hacia Covadonga. No por ello, Roso, en un pasaje de la
narración, bello y entrañable, deja de visitar San Miguel de Lillo
y Santa María del Naranco, bajo el orbayo, entre la niebla,
intentando relacionar a la nobleza asturiana de Ramiro I con el
Imperio Bizantino.
Son
momentos donde Roso siente alguna desazón. Miranda les ha dejado y
Narcés le va convenciendo que no encontrará más pistas ni pruebas
sobre el tesoro. Visitan la cuenca minera de Sama y Lancreo. Bajan
hacia una mina donde ven vivir, morir y trabajar a los caballos
ciegos que arrastran los vagones y que sólo saldrán al sol cuando
mueran. Es momento de elogiar a Ceres y a la agricultura solar frente
a esa minería, heridas en la tierra, que vuelven negros a los ríos
que eran antiguos dioses astures. Transportados por el tren tranvía
Arriondas-Covadonga que dejó de funcionar en 1933, suben a Covadonga
y mientras lo hacen, ven por la ventanilla bajar en el tren
contrario, a Don Félix, que de esta manera se les vuelve a escapar.
Se hospedan en el Hotel Pelayo que ya por ese entonces funcionaba.
Bajan a Gijón en una marcha prodigiosa para sólo poder ver cómo un
barco sale del Musel hacia las Islas Británicas con el sabio a
bordo.
Y
es en esos momentos donde,siempre a cuestas con su caja Topinard, se
encuentran con Juan Uría Ríu, antropólogo, joven que va
descubriendo todos los rincones asturianos y que años después se
convertirá, ya muerto Roso de Luna, en Académico y cronista oficial
asturiano, muriendo no hace mucho, casi en los años 80 y que dicen
que es el padre de la histografía asturiana.
Y
con este mismo sabio se reencontrará en Salas de los Infantes con el
que visitará la Torre del Palacio de los Miranda que por otro lado,
nada hallará para seguir la pista del tesoro de Frasinelli.
Los objetos mágicos, la sidra, iglesias paganas
E igual que si fuéramos viajando por los cuentos tradicionales,
los objetos, los lugares, las personas va tomando una extraña
correlación, una rara alianza y un significado ambiguo pero muy
amplio. Desde el principio, tenemos un bosque, un sabio, un amigo y
un mapa.
Por supuesto que el primer objeto y que no debía ser otro, es un
libro, un manuscrito y un mapa que se aglutina todo en ese escrito
secreto del alemán de Corao.
El siguiente de los objetos mágicos es una pepita de oro
considerable en tamaño que Roso encuentra al atravesar la Sierra de
Orúa y que esconde con celo en su bolsillo con temor a que el peso
rompa la prenda de vestir. Sí, querido lector, si todavía me
sigues, a pesar de las advertencias, de los saberes, nuestro viajero
en busca del tesoro debe sufrir en sus propias carnes, todos esos
desvíos, tardanzas, peligros.
Otro de los objetos mágicos es el curioso Crucero de Luarca que por
un lado tiene el Cristo crucificado y por el otro, a la Virgen del
Niño, singularísimo, que nos hace ver los dioses bisexuados, la
unión hombre-mujer en uno sólo, el andrógino tal vez, Isis-Osiris.
Y que ya fuera de Roso y de la novela, y aunque el que escribe aquí
no le gusta intercalar asuntos personales, es protagonista de una
sincronizad entre mente y materia que tanto le gustaba a Jung
investigar. Pues al poco de leer sobre estos esotéricos cruceros me
dí cuenta que tenía uno a las puertas de la hermita del Santo, del
cementerio de San Isidro, en Madriz, lugar por el que día sí o día
no, atravieso yo y que hasta ese momento no había visto.
En Luarca, Miranda, en las obras de un solar, se encuentra una
piedra con inscripciones parecidas a Peña Tú. Este es otro
encuentro con objeto mágico y que nos abre una puerta a otro de los
temas básicos del ocultismo, la geografía mágica y los lugares
iniciáticos, el arte rupestre, los dólmenes, las ruinas celtíberas.
No debe el lector ver este encuentro como algo forzado, ¡ una estela
protohistórica en medio de los escombros de una casa!. Ya sabe, el
lector, eso de las sincronizad y la franqueza e inocencia de don Roso
de Luna.
También, todo cuento tradicional que se precie debe tener lugares
mágicos. Ya hemos comentado la Cueva que quedó ya atrás, en el
valle del Hermo, y claro, no podía faltar la otra cueva, ya
muchísimo más famosa, Covadonga. No sin antes, Roso y Miranda pasan
por el pueblo de Corao, verán la casa de Frasinelli. La visita de la
gruta, basílica de la santina, se llena de silencio místico. Una
vez más, la noche estrellada. La montaña, el bosque, la noche es
sobrecogedora. Roso, entonces, casi en un discurso altanero, exclama
que Covadonga es el inicio de la España auténtica pero no en esa
que trata de insultar, luchar contra otras culturas, sino la
unificadora,; no la del mito machacón de Don Pelayo sino “... si
por encima de todo hay y habrá siempre en aquel santo lugar dos
realidades a cuál más discutible: la de que Covadonga, la excelsa,
Covadonga la solitaria, Covadonga la divina, es el doble símbolo
religioso astur, tan pagano como cristiano, allá entre sus
imponentes riscos, y de la Patria iberia, de mar a mar, contra
romanos, contra godos, contra árabes y berberiscos, contra
napoleónicos y también contra los malos españoles que, so pretexto
de engrandecerla, la esquilman, la engañan y la mienten una falsa
piedad cretina, explotadora, intolerante, egoista; un no menos falso
patriotismo agresivo que a nadie igual deja vivir, y que es hostil,
siempre, por la cuenta que le tiene, contra pueblos que serán
siempre nuestros hermanos, y contra ideas primitivas orientales que
que fueran, sin embargo, tronco del mismo cristianismo?”.
Pero es en la subida al mágico lago de Enol, cuando con la niebla
una vez más, oye un tambor en la lejanía. Y es de nuevo, un suceso
como dice el autor, en lo astral que a partir de ahora, se empezará
a intensificar.
La última aventura, la subida
a los lagos de Somiedo y la gente blanca
Cuando
llegan a Salas de los Infantes, el viaje parece que se sosiega. Son
días de charlas, paseos, cantos y tranquilidad. Salvo el pequeño
incidente en la excursión al río Lleiroso, donde Roso casi se
precipita por un barranco si no fuera por la intervención de una
extraña fuerza, todo resultó bonanza. Son elogios al valle del
Soto.
Pero
la leyenda va royendo las entrañas, leyendas como la de
“...fantasmas blancos que con asombro y miedo de las gentes,
quienes los despuntan como dioses, bajan de noche a un promontorio,
donde hombres no pueden jamás subir..:” que se repiten en lugares
como Sagres en el Cabo de San Vicente que como con la pirámide de la
Gijón fenicia, se relacionan con Atlántes. Y es que esos mismos
seres blancos se vieron por los lagos de Somiedo en pleno invierno.
Emprende,
por fin, el último asalto hacia Somiedo en el pequeño coche. Allí
se encontrarán con las instalaciones del salto de agua que dará
electricidad. Habrá una larga reflexión sobre los vaqueiros de
alzada, otro de los temas favoritos de la España mágica, recordando
su categoría de pueblo búdico, el tercero de los asturianos, junto
a solares célticos y lunares íberos, su categoría moral, su
injusta persecución, su dura vida, y verán a un grupo de ellos en
Pola de Somiedo, comer alrededor de una fogata.
Roso
recuerda las similitudes de los vaqueiros con los pastores extremeños
y su vagabundeos y es que Extemadura en invierno es mismo paisaje que
Asturias en verano.
Desde
Pola de Somiedo emprenden la subida a los lagos donde dicen las
leyendas que se ven los seres blancos.
Este
último tramo que podía haberse sido más novela, que hay tramos que
sí, lo son, como el encuentro con el oso y su fantástica muerte por
el bravo asturiano con cuchillo en mano e incluso se mantiene la
aventura con mayor densidad, lo resuelve Roso escribiendo sin que
deje nada en el tintero e interrumpe constantemente para nuevos datos
que son leídos con gusto pero que para no romper la trama, la poca
que hay, podían haber pasado, esta vez, a otras secuencias
narrativas y concentrarse ahí.
Un
viejo vaqueiro, con la mujer afectada de bocio, le habla que Dios
hizo muchos mundos maravillosos pero que la tierra fue el resultado
de limpiarse los restos que le había quedado en las manos que por
tal razón, esta tierra tiene tantas montañas, y es, a veces, tan
escasamente armoniosa.
En
el Ca-Mayor, el Lago de la Calabazosa, los exploradores buscan en
vano la entrada a alguna gruta, la señal de algún tesoro hasta que se dan cuenta que habían estado interpretando
mal el manuscrito de Frasinelli. El
final, tal vez, algo precipitado aunque era de esperar después de
tan larga periplo por la Asturias tenebrosa, es símbolo de la
teosofía, lo juvenil y la salud del espíritu de Roso de Luna.
En
la Cueva del Tarambico hayan la entrada hacia un lago subterráneo y
luego, galerías que se abren al tesoro. Allí se verán depósitos de
barras de oro pero también, la otra riqueza, que pueden encontrarse,
antiguos libros de
saberes perdidos, custodiados allí por los sabios ocultistas de la
historia de las tierras asturianas. Por tanto, el mayor tesoro del
mundo es un libro.
Todos
se regocijan con tal descubrimiento y la fama corre tanto que los
Atenistas madrileños, amigos de Roso de Luna, se precipitan hacia Soto de
los Infantes a crear en un antiguo convento, la sede de una nueva
ciencia religión y otros, suben hacia el Lago del Valle, para
custodiar y conservar la secreta biblioteca subterránea de los seres
blancos.
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