lunes, 27 de julio de 2015

TRES ARTÍCULOS SOBRE DON MARIO ROSO DE LUNA Y EL TESORO DE LOS LAGOS DE SOMIEDO



FUENTE: http://campodedanzas.blogspot.com.es/2013/11/por-las-asturias-tenebrosas-el-tesoro.html

 Decía Ramón Carnicer, el escritor de Donde las Hurdes se llaman Cabrera, no en este libro sino en el otro suyo, Las Américas peninsulares. Viaje por Extremadura,cuando llega al pueblo de Logrosan, donde nació Mario Roso de Luna; que el teósofo español, el mago, debía estudiarse junto a los del 98 pues al final compartía con ellos las mismas inquietudes, que sus saberes eran más amplios que los de Azorín, Maeztu, Baroja, y que tal vez, Unamuno se le acercara; e incluso defiende su excelencia de escribir, “salvo algún exceso retórico” y añade: “lejos del enrevesamiento y pesado intimismo frecuentes en Unamuno, de las diferencias estilísticas de Baroja, del amaneramiento de Azorín y de la reiterada arbitrariedad de Maeztu”.
Por contra, dice Andrés Trapiello, en su artículo de Raros, curiosos y olvidados, recogido en Los caminos de vuelta, que entre los raros del 98 y que los hubo tantos, que suelen tener una vida mejor que sus obras , está Roso que descubrió a ojo un cometa mientras bajaba por la Carrera de San Jerónimo. Acaba con el autor con :”Roso, sin esa vida, teniéndose que apoyar únicamente en su obra, sería bastante poca cosa”.
Tal vez, Esteban Cortijo, experto conocedor de la obra de Roso, sepa aclararnos al respecto.
Podemos seguir leyendo a Carnicer, que el escritor cacereño viaja el 17 de abril de 1912 a la localidad berciana de Cacabelos para estudiar el eclipse solar y que interpreta de forma curiosa un relieve del santuario de la Quinta Angustia de Cacabelos donde el Niño Jesús juega a los naipes con San Antonio de Padua. Y acaba Carnicer con esa pequeña frase: “la triste condición de país de olvidos que es España”.
Lo cierto que a la sombra de la luz de la luna berciana, Roso de Luna, se encuentra con un extraño personaje, un tal Miranda de la localidad de Altamira y comienza una larga aventura, Por la Asturias tenebrosa. El tesoro de los lagos de Somiedo. Narración ocultista y comienza con “Albricias te sean dadas, lector, por prestarte a acompañarnos a través de esa divina tierra astur...”
Viaje, algo de novela, narración ocultista y la búsqueda de un tesoro
La narración ocultista va ir cargándose al poco de emprender la lectura de tantas cosas. Uno deja de leer esa novela de aventuras que a veces, a ratos, lo es para pasar a un amplio detalle geográfico de la zona, tan amplio a veces que uno se asombra cuando ve, en mapa topográfico que todo detalle es cierto. Uno deja de leer esa crónica comarcal asturiana para vislumbrar conocimientos ocultos sobre lo astral, el karma y hombres de conocimientos. Pero también es un repaso de historia, y un canto a los avances de la civilización y una loa a esa Asturias que todavía quedaba en esa época de la que Palacio Valdés hablaba en su Aldea Perdida. Y más cosas, aquí también hay debates sobre los templarios, sobre códices mayas, etc....
Por eso, a veces, Roso de Luna, que era un hablador compulsivo para sí mismo, calla y nos describe algún momento de paisaje, de calma, donde se silencia todo. Es bonito,y así recuerdo cuando va en barco en frente de la costa asturiana, la noche y el extraño piloto que le habla de sirenas o cuando se para extasiado subiendo hacia Covadonga. Al poco vuelve a hablar y se pregunta por qué hay tantas flores moradas en la alta montaña, ¿será por los ultravioletas?
Pero lo admirable de Roso es su espíritu vital. Asombroso más allá de sus saberes, ese espíritu infantil o juvenil dentro de una cabeza académica.
Por tanto, no es del todo una narración ocultista, no es del todo una novela de tesoros, y no es del todo una crónica de viajes. Y todo comienza con un eclipse solar.
El día 17 de abril, El Liberal abre en primera plana con la noticia del eclipse solar y ahí leemos cómo Roso de Luna escribe con emoción contenida todos los preparativos, los instrumentos ópticos, grabadoras, el apoyo del ejército, que se diría uno que estamos en el comienzo de una novela de Julio Verne. La crónica prosigue en el ejemplar del día 18, también firmado por Roso. Y así comienza también la novela. Todo es real, el cerro de San Bartolo, la casita del Valin, o por lo menos todo es visible o lo era, y  la ermita de la Quinta Angustia. Era un tiempo en que los eclipses revolucionaban a todos.
Es un placer, sería, ver esos artilugios a lo Albert Robida que usaban los especuladores científicos. Es la época donde todavía no se ha retratado la espalda de la luna o ¿sería su rostro?, enfadada con la tierra. El ejército español que ojalá se hubiera dedicado a las ciencias muchos años más, despliega una línea de observadores desde Cacabelos hasta Ponferrada para fotografiar y captar cúal es la sombra que proyecta la luna. La sombra llegó, justo, casualidad de la vida, al Campo de Naraya. Digo casualidad porque a nivel personal, este último pueblo tiene cierta relación conmigo y también el lector observador podrá así entonces descubrir en el nombre de internet de este espacio bajo los tilos, el nombre de Campo de Danzas, o la Aquiana, lugar donde duerme un antiguo dios íbero como le gustaría decir a don Roso.
Pero la novela o mejor dicho, la narración a pesar de su prieto contenido, es ágil y Roso, ya lo ha advertido en el prólogo, no va a dejar de intercalar aquí y allá, hechos científicos, reales con cierta ficción. Y aquí comienza esa parte de novela o imaginación que jugará con el lector en todo el momento como juego como les gustaba a los teósofos españoles de la generación del 98. Hay un pequeño gazapo, el pueblo de Altamira en el Bierzo no existe a día de hoy. Y así, entre los científicos, periodistas, intelectuales de la época y los agricultores de la zona, Roso queda intrigado por un tal Miranda, de la que ya hemos hablado. Este es rubio, alto y ojos azules, que advierte el cura, que es la persona más versada e inteligente de todos pero que si hubieran vivido en el siglo XVIII, él , como buen párroco, le hubiera quemado como brujo y nigromante.
Un poco forzado y sea tal vez este defecto de ser tan brusco, directo en mostrar su teosofía Roso de Luna, el que cierto lector rechace. Así en el encuentro con Miranda, el “flechazo” entre los dos surge cuando coinciden en afirmar que la Blatsvasky es la “diosa que los une”. Y entonces, a uno le llega a la memoria, la forma de Blackwood y su John Silence en esconderse.
Pronto, Mario se hace amigo de Miranda y ambos visitan las ruinas de Bergidum Flavidum. La larga charla de Miranda versa entonces de las toponimias de los pueblos asturianos. Unos aluden a un origen solar, atlántico, y otros, a un origen lunar, mediterráneos. Unos serán los rubios asturianos y los otros, los morenos asturianos. Por supuesto, la civilización procede de la Atlántida hundida. Otro tema, y aquí tenemos todos los del esoterismo a nuestro alcance, mistérico es el grial conservado por los templarios, antiguos herederos pitagóricos, que dieron cuatro ramas. Una de ellas se refugió en los conventos bercianos.
Al poco, se deja uno de charlas y Roso describe con maravilla de pinceles, los rayos que emite el sol reflejados en los artilugios de especuladores científicos, cuando por fin, ven el eclipse.
La búsqueda del tesoro: investigaciones y un nuevo viaje a las montañas asturianas.
Asturias va a ser el eje vertebral de esta narración . Y a colación otra vez de los olvidados del 98, Roso advierte en su prólogo el aspecto de desierto que ofrece esa plana Castilla y sus fantasmales ciudades azorianas y exclama: “¡Toda tierra de glorias es siempre un sepulcro!” e incluso dice que “la profanada Sierra del Guadarrama”.
Es una novela de ritmo intenso a pesar de todos los datos que nos saldrán al paso. La historia, ciertos personajes, cuevas, monasterios serán interpretados de un forma distinta. Empezarán a salir nombres gnósticos, templarios, Platón, Plotino pero sin perder el trato ágil de una aventura, o casi, de la búsqueda de un tesoro, y es raro, que cuando el bueno de don Álvaro Cunqueiro, no recordase, en sus escritos sobre tesoros, esta búsqueda.
Y todo hubiera acabado en el Bierzo una vez finalizado el eclipse si no hubiera sido por la influencia de la sombra lunar, que ya nos advertía Roso en sus cuentos de las hespérides. Hablando con Miranda y a partir de un trabajo de Alejandro Pidal, se menciona a un curioso y ahora ya famoso alemán que vivió en el pueblo de Corao, a las faldas de los Picos de Europa, Don Roberto Frassinelli, nacido en 1811, auténtico descubridor de monumentos y secretos asturianos, gran ilustrador. Miranda, intrigado por este ocultista, indaga sobre posibles legajos y escritos que dejase este personaje pero sin hallar ninguno durante años hasta que descubre un manuscrito en casa de Don José Narcés de Soto de los Infantes, en Cudillero, que a todas luces, se puede atribuir al alemán de Corao.
Pues es en ese manuscrito donde se habla de un tesoro oculto en los lagos de Somiedo.
Dejan atrás, el Bierzo, paraíso del ruiseñor, y su tebaida de Fructuoso, su Don Álvaro de Bembibre, “ último caballero templario bercense, el trovador y cabalista, narrado por Gil y Carrasco”, su Flavium Bergidum, las cuevas de Peña Alba, la Pieros bercense émula del Pieros de las serranías de los esenios.
Y la Vaca de cinco piernas como signo esotérico de la Asturias solar.
Yo no he podido constatar la existencia de este escrito de Frasinelli. Si hacemos caso a Miranda, el alemán de Corao comenzaría la explicación de la ubicación del tesoro hablándonos de los elementales de tierra, agua, fuego y aire, que viven entre el mundo animal y el mundo humano. A continuación hay un criptográfico donde se describe el periplo o viaje iniciático que se debe seguir. Pero surge un primer obstáculo. El texto pasa a ser escrito en runas gnómicas que Miranda no puede interpretar y encarga a Roso, que ya tiene todo recogido para su vuelta a Madriz, busque en esa capital, algún códice que arroje luz al respecto.
Luna llega a Madriz y después de visitar las librerías de viejo de las que llama “....estas últimas covachuelas que son, a un tiempo, basureros dignificados, criptas iniciáticas y antro de sórdidas codicias” no halla nada. Pero una casual visita al Padre Fidel Fita Colomé, Director por ese entonces de la Academia de Historia da resultado.
Ahora, el lector requiera alguna explicación. Ya anduve dubitativo sobre el carácter de este reseña y no sabía si decantarme por un circular y breve texto elogioso o una circular, larga y laberíntica, ya no reseña, sino cronista detallado de la obra. Claro, la segunda opción es cara. Para ello, invito al lector a adentrarse en la narración ocultista de Roso. Pero al final, decidí contagiado como me suele pasar por el estilo y la esencia del escritor que leo, a emularle inconscientemente y ya saben que Don Roso de Luna, era un gran hablador solitario. Y una de las virtudes o tal vez, maldición en esta obra, es el multiuniverso de referencias que abren cuevas siderales a personajes, a hechos, a lugares, a esculturas, a letras perdidas, a fabulosos animales. Y uno, otra vez, debe declarar cierta debilidad por tales. Por eso, a otros lectores eso y la obra de Roso les sea tedioso.
El jesuíta Padre Fita, experto epigrafista, que ya anduvo tocando el broce de Luzaga y traduciéndolo, tesela que devuelta a su original dueño a día de hoy anda desaparecida, y que en caracteres celtibéricos iría a significar un acuerdo de amistad entre ciudades; tenía abierto en su mesa de estudios, The ogam inscribed monuments in the British Island del estudioso Richard Rolt Brash. Impresos en él y a la vista de Roso, vio los mismos caracteres ogámicos.
Avisado Miranda, fotografiado y copiado el libro, pueden traducir el manuscrito y comenzar la nueva aventura.
Las frases de Roso son largas, sin apenas conjunciones, solucionando sus subordinadas con comas, y así tiene un amplio espacio para sus desviaciones, datos al margen o notas. Pero su ritmo y sonoridad no decae en ningún momento.
Bosques asturianos, la guaxa, la Vicus-Tara, la Tara- Vicus
Ponferrada será el inicio de este viaje en busca del tesoro de Frasinelli. Y el primer encuentro será el bosque selvático asturiano y la secreta cueva de Sequeras. Son tierras de las Fuentes del Narcea, donde el árbol caducifolio cubre extensos valles. Miranda cuyo nombre teósofo es Helios y Roso, armados de linternas, cuerdas e hilo de bramante para no perderse en su interior  se adentran en la cueva, sienten el frío astral y en una escena arquetípica y que el lector sabe que ya ha leído en muchos relatos, encuentran un habitáculo donde luce una lampara perpetua que ilumina el cadáver de Don Froilan, el que fuera abad del cercano Monasterio de Corias y junto a él, un manuscrito de amianto.
Los seres mitológicos asturianos o elementales tendrán también un gran protagonismo en el libro. No faltará Roso en hablar de ellos. Al pasar por el Lago de Noceda, bello paisaje, Miranda recuerda a Jove y Bravo, uno de los folcloristas que ya habían hablado de xanas, hilanderas, busgosus y un largo elenco de elementales. Porque la xana es una representación de “maya”, la ilusión del mundo y por eso tiende sus encantos a los mortales. Por supuesto que la vista astral, que Roso pudo despertar en ese lugar iniciático de la Cueva de Sequeras será la forma adecuada de ver esas criaturas “....las diosas astures, en fin, de lagos y fuentes, existen, ¡ay!, sin disputa”.
Pero es cuando se hospeda, solitario en un hotel de Avilés, cuando va a encontrarse con la xana peligrosa. Era una mujer de verde belleza según comentaba Roso más tarde a sus amistades. No tenía una beldad extraordinaria pero sí intenso magnetismo. Se vuelve cuento de terror cuando el botones le advierte que la dama no lleva maleta y que tenga cuidado. Pero Roso cae en el encanto de la xana. Con ella viaja a Salas, con ella se interna en un bosque, con ella come de uno de sus panes y cuando está a punto de caer en un abismo, recordó que tenía en el bolsillo una pipa que le dio el extraño hombrecito del tren, y fumó de ella y el hechizo, la xana, desapareció.
Pipa esta y hombrecito que son a su vez otro elemental, pues se la dió un hombre de talla pequeña con el que Roso compartió vagón entre Gijón, la fenicia y que tuvo una pirámide atlánte y Avilés. Dijo este gnomo o enano que era minero, descendiente de mineros y le habló de la existencia de túneles bajo la tierra que comunican países, continentes, que incluso se conducen bajo los océanos. Al poco, el hombrecito se esfuma y le deja su pipa de fumar. Y claro, al lector, enseguida le viene a la cabeza, la obsesión de Von Daniken, el del recuerdos del futuro, con las grutas y galerías que también fueron usadas por antiguas civilizaciones.
Vuelve de nuevo Roso a sentir el bosque asturiano y la presencia de otro de sus elementales, el busgosu del que dice :” ¿Quién, en efecto, no ha sentido al busgosu, eso es, el alma del bosque, y de cada uno de su árboles, cuando ha penetrado en su seno huyendo de la perfidia o de las frivolidades de los hombres?” .
La vampiresa asturiana, la guaxa que no sólo a veces se contenta con provocar una languidez en su víctima sino que, a veces, devora brutalmente las carnes cual actual y ordinario zombi. Así narra la que fue famosa ya en el tiempo, inmortalizada en los pliegos de cordel, la guaxa de la Cueva de la Blanca en Luarca. Dice que con la edad se vuelven hilanderas, lavandeiras y que son así como las parcas griegas y sus hilos. Albert de Rochas, francés, espiritista y científico, más o menos, la casi misma figura que Roso donde el saber científico va de la mano de lo más fantasioso, es traído también a colación en su definición de vampiro, que “en sus tremebundos avances al hipnotismo clásico” intenta explicar a estos seres como terribles larva. La eterna Blavatsky, en cambio, habla de los vampiros como personas donde en vida, tuvieron una terrible desarmonía entre el espíritu, que es fuerza centrífuga y el alma, que la es centrípeta. “- Tenéis razón- replicó Miranda-, el vampirismo físico o psíquico es una tristísima realidad de la vida...”. A la guaxa hay que combatirla con agua de Alicornia y luego esperarla y darla muerte.
No debería faltar tampoco el que sea quizás el más famoso de todos y que es válido para nombrar los letreros de los locales desde la sidrería hasta la librería. El trasgu que según Miranda no es más que un reflejo de esos daimons o demonios buenos o malos. Que ya trató Clemente de Alejandría en su De los sacrificios a los dioses y a los demonios. Algunas veces se asientan en las casas y se les venera como lares o dioses tutelares, otros acompañan a uno a lo largo de la vida, es el diakka del otro espiritista A.T. Davis.
La Santa Compaña o la Guestia que verán cerca de Cangas de Narcea cuando el Padre Alvaro muere. Esa misma noche, se ve la SantaBovia, un resplandor blanco repentino que ilumina la noche y atraviesa todo el firmamento y que dicen que es fenómeno que coincide con la muerte de sabios iluminados. De todo ello habla Roso cuando duerme en la cabaña de lo alto de la Sierra de la Bovia, acogido por un pastor que justo cuida a su mujer moribunda. Todo un cuadro con fuerza.
Las xanas marinas, o las sirenas son recordadas en otra noche estrellada, en otro momento de tranquilidad de los que silencian la verborrea que ya hemos comentado. Porque la expedición del tesoro, la procesión de sabios locos, poetas de la sidra, incrédulos que uno piensa si no debería cruzarse con Ataulfo de Carrere o Paradox de Baroja embarcan en Castropol y navegan a lo largo de la costa hacia Luarca. Por el bajo de Loxanin, allá del mágico Cabo Vindio que dicen habitado por la xana marítima, cuando hay marea equinoccial puede uno a adentrarse en un fabuloso Palacio sumergido, de los mismos que comentaba Cunqueiro al hablar de San Brandán. Así lo vio y lo contó en la noche de estrellas el viejo marino que gobernaba el pequeño vapor. Son momentos en que salen, porque ya no es bosque sino mar, los espumeiros y donde Roso de Luna dice: “Dormir, no; sino soñar con todos aquellos encantos que mi exacerbada imaginación me había ido representado a la luz de la luna bajo la mágica palabra de aquel lobo marino que recordaré eternamente por su revelaciones maravillosas, algunas de las cuales omito, porque por grande que sea la credulidad del lector, no llegaría nunca a ser por él creído.”
Las brujas son seres con una terrible energía pero espiritualmente negativos donde no han podido controlar los deseos más egoistas. Vuelan entre los arbustos y los árboles en su cuerpo astral. Son conocidas sus moradas en Peña Urbiña aunque son muchas sus instancias siempre montañeras.
Por tanto, el lector va dándose cuenta que en el maremagnum de datos reales, se van colando elementos mágicos en forma de leyenda al principio, luego en forma de sueño o estado parecido como esa visión en Sequeras pero también al final, cuando surge de la niebla un cartero en bici y vuelve a desaparecer, el elemento mágico en medio de la realidad. Un cartero que da la noticia a Miranda de la próxima muerte del Padre Álvaro.
Los sabios, los magos, los humildes y la grandiosa humanidad de Roso de Luna
Otro, vía crucis, o parada en este periplo asturiano, son los distintos brujos, magos, sabios que igual que los elementales representan las fuerzas primarias, estos son los saberes primarios. Porque cada vez que Roso visita a uno de estos personajes, y el primero será el Padre Álvaro, en su lecho de muerte en el Monasterio de Corias y que uno ve en él a algún arquetipo de la carta del tarot; la enseñanza interior o el progreso espiritual de Roso avanza.
Va a encontrar a Don Álvaro en una magnífica casa asturiana, donde la hiedra cubre la balconada cubierta, abierta hacia el barrio de EntrambasAguas, de Cangas de Narcea y portando un velón de cuatro mecheros. Advierte el sabio que la iglesia de Covadonga guarda en su arquitectura muchos signos o señales ocultista.
Falón del Naraval y Clodomiro Menes Viescas son dos simpáticos personajes que acompañarán a Roso en parte de su viaje. Aficionados a la comida y a la sidra, aquel Falón es ducho en coplas y poesías. Son dos espíritus, cortos en saberes pero ricos en bondad y alegría y que nos abren otro aspecto asturiano, sus gentes y a Roso, el amigo. Con ellos subirán en coche por la Sierra de la Bovia, un automóvil de principios del siglo pasado, me lo imagino pequeño que en las cuestas, se volvería casi un elemento del quietismo. Una auténtica delicia que daba la solución para siempre entre Parminedes y Heráclito que se les ve en el astral discutir todavía sobre si el elemento esencial de la vida, es algo quieto o es algo que se mueve.
Esta clase de personaje, que también le vemos en las novelas de Julio Verne, que da un fresco contraste con el sabio, el viajero erudito, Miranda, será mejor retratado y con mayor protagonismo no en los anteriores mencionados sino en Don Pepitón Narcés, ilustre personaje de Salas de los Infantes, seguidor de Don Antonio de Maura y que desde que se lo encuentra en Luarca, resucitando de las aguas como una especie de bautismo, pues Pepitón cae en el puerto a la mar, don Mario no le dejará hasta el final de la aventura. Y este Pepitón será incrédulo sobre el tesoro.
Al desembarcar en Cudillero, en el pequeño, recóndito y secreto puerto de mar, suben hasta una menuda y apartada casa. Allí les reciben el siguiente sabio, ahora ya no místico, sino botánico, aquel que sería compañero del busgosu, pues a igual que él es conocedor de la floresta, Don Augusto Vera y Briviera, boticario y por supuesto, alquimista. Lo mágico vuelve aparecer pues desde dentro de un horno alquímico surgen los libros de Luis de Alderete y Soto, aquel médico del siglo XVI, que entre sus obras está La explicación de las profecías de San Malaquías y que fue famosa su Agua de Vida, que curaba toda dolencia, y que dicen que coleccionaba en preciosas redomas de cristal, rayos de sol o de luna que atrapaba y era celoso de su colección que guardaba en una torre. Pues lo prodigioso del caso es cuando Roso ve que el libro era de la misma Biblioteca Nacional, extraído por artes alquímicas y que al empezar el lunes, día lectivo para los bibliotecarios, Don Augusto lo vuelve a introducir en el horno y hacerlo desparecer para, como es lógico, surga de nuevo en los estándares de donde fue sustraído.
Don Hermógenes de Fae y Bentivoglio que vive en Pravia. Visitan su casa Quintana de las Rosas, en Peña Ullán, donde ven maravillas que no puede contar don Roso de Luna pues así lo prometió. Sólo nos dice que Don Hermógenes es arquitecto iniciado como su colega, Arturo Soria, otro elemento teósofo que escribía en la revista Sophia.
La obra de Roso es un potente tronco que pronto se deshace en múltiples ramas.
Parte de la trama de esta narración se vertebra sobre la persecución que tiene lugar a la persona de Don Félix Belda Flórez-Estrada, para entregarle una carta que Miranda le escribe. Allí vemos a Don Roso y a Pepitón Narcés, inseparables ahora, intentar en vano coger a uno de los mayores sabios y ocultista asturiano. Para ello, llegan a Oviedo. Son días de lluvia pero su cometido de entregar la misiva es vano pues Don Félix ha volado de Vetusta. Dicen que hacia Covadonga. No por ello, Roso, en un pasaje de la narración, bello y entrañable, deja de visitar San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco, bajo el orbayo, entre la niebla, intentando relacionar a la nobleza asturiana de Ramiro I con el Imperio Bizantino.
Son momentos donde Roso siente alguna desazón. Miranda les ha dejado y Narcés le va convenciendo que no encontrará más pistas ni pruebas sobre el tesoro. Visitan la cuenca minera de Sama y Lancreo. Bajan hacia una mina donde ven vivir, morir y trabajar a los caballos ciegos que arrastran los vagones y que sólo saldrán al sol cuando mueran. Es momento de elogiar a Ceres y a la agricultura solar frente a esa minería, heridas en la tierra, que vuelven negros a los ríos que eran antiguos dioses astures. Transportados por el tren tranvía Arriondas-Covadonga que dejó de funcionar en 1933, suben a Covadonga y mientras lo hacen, ven por la ventanilla bajar en el tren contrario, a Don Félix, que de esta manera se les vuelve a escapar. Se hospedan en el Hotel Pelayo que ya por ese entonces funcionaba. Bajan a Gijón en una marcha prodigiosa para sólo poder ver cómo un barco sale del Musel hacia las Islas Británicas con el sabio a bordo.
Y es en esos momentos donde,siempre a cuestas con su caja Topinard, se encuentran con Juan Uría Ríu, antropólogo, joven que va descubriendo todos los rincones asturianos y que años después se convertirá, ya muerto Roso de Luna, en Académico y cronista oficial asturiano, muriendo no hace mucho, casi en los años 80 y que dicen que es el padre de la histografía asturiana.
Y con este mismo sabio se reencontrará en Salas de los Infantes con el que visitará la Torre del Palacio de los Miranda que por otro lado, nada hallará para seguir la pista del tesoro de Frasinelli.
Los objetos mágicos, la sidra, iglesias paganas
E igual que si fuéramos viajando por los cuentos tradicionales, los objetos, los lugares, las personas va tomando una extraña correlación, una rara alianza y un significado ambiguo pero muy amplio. Desde el principio, tenemos un bosque, un sabio, un amigo y un mapa.
Por supuesto que el primer objeto y que no debía ser otro, es un libro, un manuscrito y un mapa que se aglutina todo en ese escrito secreto del alemán de Corao.
El siguiente de los objetos mágicos es una pepita de oro considerable en tamaño que Roso encuentra al atravesar la Sierra de Orúa y que esconde con celo en su bolsillo con temor a que el peso rompa la prenda de vestir. Sí, querido lector, si todavía me sigues, a pesar de las advertencias, de los saberes, nuestro viajero en busca del tesoro debe sufrir en sus propias carnes, todos esos desvíos, tardanzas, peligros.
Otro de los objetos mágicos es el curioso Crucero de Luarca que por un lado tiene el Cristo crucificado y por el otro, a la Virgen del Niño, singularísimo, que nos hace ver los dioses bisexuados, la unión hombre-mujer en uno sólo, el andrógino tal vez, Isis-Osiris. Y que ya fuera de Roso y de la novela, y aunque el que escribe aquí no le gusta intercalar asuntos personales, es protagonista de una sincronizad entre mente y materia que tanto le gustaba a Jung investigar. Pues al poco de leer sobre estos esotéricos cruceros me dí cuenta que tenía uno a las puertas de la hermita del Santo, del cementerio de San Isidro, en Madriz, lugar por el que día sí o día no, atravieso yo y que hasta ese momento no había visto.
En Luarca, Miranda, en las obras de un solar, se encuentra una piedra con inscripciones parecidas a Peña Tú. Este es otro encuentro con objeto mágico y que nos abre una puerta a otro de los temas básicos del ocultismo, la geografía mágica y los lugares iniciáticos, el arte rupestre, los dólmenes, las ruinas celtíberas. No debe el lector ver este encuentro como algo forzado, ¡ una estela protohistórica en medio de los escombros de una casa!. Ya sabe, el lector, eso de las sincronizad y la franqueza e inocencia de don Roso de Luna.
También, todo cuento tradicional que se precie debe tener lugares mágicos. Ya hemos comentado la Cueva que quedó ya atrás, en el valle del Hermo, y claro, no podía faltar la otra cueva, ya muchísimo más famosa, Covadonga. No sin antes, Roso y Miranda pasan por el pueblo de Corao, verán la casa de Frasinelli. La visita de la gruta, basílica de la santina, se llena de silencio místico. Una vez más, la noche estrellada. La montaña, el bosque, la noche es sobrecogedora. Roso, entonces, casi en un discurso altanero, exclama que Covadonga es el inicio de la España auténtica pero no en esa que trata de insultar, luchar contra otras culturas, sino la unificadora,; no la del mito machacón de Don Pelayo sino “... si por encima de todo hay y habrá siempre en aquel santo lugar dos realidades a cuál más discutible: la de que Covadonga, la excelsa, Covadonga la solitaria, Covadonga la divina, es el doble símbolo religioso astur, tan pagano como cristiano, allá entre sus imponentes riscos, y de la Patria iberia, de mar a mar, contra romanos, contra godos, contra árabes y berberiscos, contra napoleónicos y también contra los malos españoles que, so pretexto de engrandecerla, la esquilman, la engañan y la mienten una falsa piedad cretina, explotadora, intolerante, egoista; un no menos falso patriotismo agresivo que a nadie igual deja vivir, y que es hostil, siempre, por la cuenta que le tiene, contra pueblos que serán siempre nuestros hermanos, y contra ideas primitivas orientales que que fueran, sin embargo, tronco del mismo cristianismo?”.
Pero es en la subida al mágico lago de Enol, cuando con la niebla una vez más, oye un tambor en la lejanía. Y es de nuevo, un suceso como dice el autor, en lo astral que a partir de ahora, se empezará a intensificar.
La última aventura, la subida a los lagos de Somiedo y la gente blanca
Cuando llegan a Salas de los Infantes, el viaje parece que se sosiega. Son días de charlas, paseos, cantos y tranquilidad. Salvo el pequeño incidente en la excursión al río Lleiroso, donde Roso casi se precipita por un barranco si no fuera por la intervención de una extraña fuerza, todo resultó bonanza. Son elogios al valle del Soto.
Pero la leyenda va royendo las entrañas, leyendas como la de “...fantasmas blancos que con asombro y miedo de las gentes, quienes los despuntan como dioses, bajan de noche a un promontorio, donde hombres no pueden jamás subir..:” que se repiten en lugares como Sagres en el Cabo de San Vicente que como con la pirámide de la Gijón fenicia, se relacionan con Atlántes. Y es que esos mismos seres blancos se vieron por los lagos de Somiedo en pleno invierno.
Emprende, por fin, el último asalto hacia Somiedo en el pequeño coche. Allí se encontrarán con las instalaciones del salto de agua que dará electricidad. Habrá una larga reflexión sobre los vaqueiros de alzada, otro de los temas favoritos de la España mágica, recordando su categoría de pueblo búdico, el tercero de los asturianos, junto a solares célticos y lunares íberos, su categoría moral, su injusta persecución, su dura vida, y verán a un grupo de ellos en Pola de Somiedo, comer alrededor de una fogata.
Roso recuerda las similitudes de los vaqueiros con los pastores extremeños y su vagabundeos y es que Extemadura en invierno es mismo paisaje que Asturias en verano.
Desde Pola de Somiedo emprenden la subida a los lagos donde dicen las leyendas que se ven los seres blancos.
Este último tramo que podía haberse sido más novela, que hay tramos que sí, lo son, como el encuentro con el oso y su fantástica muerte por el bravo asturiano con cuchillo en mano e incluso se mantiene la aventura con mayor densidad, lo resuelve Roso escribiendo sin que deje nada en el tintero e interrumpe constantemente para nuevos datos que son leídos con gusto pero que para no romper la trama, la poca que hay, podían haber pasado, esta vez, a otras secuencias narrativas y concentrarse ahí.
Un viejo vaqueiro, con la mujer afectada de bocio, le habla que Dios hizo muchos mundos maravillosos pero que la tierra fue el resultado de limpiarse los restos que le había quedado en las manos que por tal razón, esta tierra tiene tantas montañas, y es, a veces, tan escasamente armoniosa.
En el Ca-Mayor, el Lago de la Calabazosa, los exploradores buscan en vano la entrada a alguna gruta, la señal de algún tesoro  hasta que se dan cuenta que habían estado interpretando mal el manuscrito de Frasinelli. El final, tal vez, algo precipitado aunque era de esperar después de tan larga periplo por la Asturias tenebrosa, es  símbolo de la teosofía, lo juvenil y la salud del espíritu de Roso de Luna.
En la Cueva del Tarambico hayan la entrada hacia un lago subterráneo y luego, galerías que se abren al tesoro. Allí se verán  depósitos de barras de oro pero también, la otra riqueza, que pueden encontrarse, antiguos libros de saberes perdidos, custodiados allí por los sabios ocultistas de la historia de las tierras asturianas. Por tanto, el mayor tesoro del mundo es un libro.

Todos se regocijan con tal descubrimiento y la fama corre tanto que los Atenistas madrileños, amigos de Roso de Luna, se precipitan hacia Soto de los Infantes a crear en un antiguo convento, la sede de una nueva ciencia religión y otros, suben hacia el Lago del Valle, para custodiar y conservar la secreta biblioteca subterránea de los seres blancos. 

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