He visto a la Albufera inmersa en sus aguas
y al viento clamar justicias que no se acaban,
ni bajo el sonido del agua
ni allí donde el murmullo de las altas ramas
de los pinos de la dehesa danzan
al son que mejor les cantan
los ecos y susurros de las pequeñas marañas,
arbustos de troncos retorcidos junto a la arena, blanda, cojines
que se expanden entre la hojarasca
y que desde siglos retrocede y a la vez avanza
por entre los claros de ese bosque de marismas y tierras empantanadas
abiertas como la luz del sol al azul de las aguas
de ese Mar Mediterráneo, gran ensenada,
Mare Nostrum, que así se llama,
por abrazar con sus brazos a quienes junto a el desde siempre se levantan
con renacidas esperanzas en ser algo más que una comparsa.
Hoy en día de fieras aguas, huyen las aves, se espantan,
y lo hacen atraídas, los tiempos de su vida no se acaban
por ese hipnotismo que la Albufera ejerce sobre las criaturas que en ellas tienen su morada.
El horizonte comido por la bruma embriaga
y allí donde el agua resbala por los cuerpos de quienes avanzan por los senderos y cañadas
el tiempo se detiene y desaparece todo aquello que ensucia el paisaje que tanto encanta.
Autor: Jose Vicente Navarro Rubio
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