sábado, 9 de mayo de 2015

POESÍA: SOBRE GRECIA Y PUNTO

Como no volver a la patria
para sentir como pájaro herido
el último poniente
de calores diluidos
entre las alas,
en el pico,
donde la rama de olivo
se siente llevada
por ese torbellino
que la arrastra desde tierra firme a lo más profundo
de un mar convertido
en cementerio de explotados seres que huyen de un cruel destino.

El mañana solo es
como ese cántico de mujer
surgido
en su ser,
en lo más profundo.

Incierto, mal definido,
el destino juega
como cuando eramos niños
sin más interés
que poner límites al mundo de los adultos.

Si no es
por no haber sido,
la tierra de la cual nos decimos ser sus hijos,
si no es
otra cosa que un archipiélago sumiso
de poco nos sirve
y de poco nos ha servido
hacerla madre de este viejo mundo.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

EL ARCHIPIELAGO DE F. HÖLDERLIN Y PERDER LO QUE NUNCA FUE NUESTRO DE FELIX DE AZÚA


¿Tornan las grullas de nuevo a tu lado y enfilan de nuevo
rumbo a tus costas los barcos?¿Envuelven en calma tu flujo
brisas ansiadas y sube del fondo el delfín y su lomo
baña al reclamo del sol que le alumbra con luces no usadas?
¿Jonia florece? ¿Ya es primavera? ¿La hora en que siempre
joven se torna en los vivos el alma y amores primeros
nácenle al hombre y despiertan recuerdos de edades doradas,
tiempo en que acudo a tu lado y saludo al silente, ¡oh anciano!

Tú, poderoso, pervives por siempre inmutable a la eterna
sombra que arrojan tus montes; con brazo de joven estrechas
fuerte a tu tierra amorosa y ninguna de todas tus hijas,
islas amadas, perdiste, pues siguen cubiertas de flores.
Creta persiste y laureada verdece también Salamina.
Delos nimbada de un halo a la hora del alba su frente
yergue entusiasta, lo mismo que Tenos y Quíos rebosan
frutos purpúreos y ebrias colinas derraman sin tregua
zumo de Chipre y Calauria se viste de arroyos del plata:
claras corrientes cayendo en las aguas antiguas del Padre.
Héroes parieron tus islas, mas todas conservan la vida;
año tras año florecen,por mucho que a veces del fondo
.suelta le diera el abismo a nocturnas tormentas y llamas,
ínclitas islas hundiendo tocadas de muerte en tu seno.
Tú, sin embargo, perduras; pues sabes, divino, que siempre
círculo eterno de cosas resurge o se hunde en tu fondo.


Perder lo que nunca fue nuestro:

La nueva traducción de 'El Archipiélago', una de las cumbres del autor alemán, sirve de telón de fondo para esta reflexión en torno a la problemática (¿hipócrita?) relación entre Occidente y el ideal eterno de la vieja Hélade

Félix de Azúa 3 ENE 2012

La alarma comenzó a entrar en mi adormecida conciencia aquel año, cuando, de visita por el British Museum, observé que la zona de los griegos donde duermen los mármoles de Elgin, posiblemente la obra de arte suprema de la humanidad, estaba desierta. No era fiesta, ni nevaba, ni había partido del Manchester, no se había muerto nadie de la familia real, era un día vulgar. Y lo que es peor, las salas dedicadas a Egipto estaban llenas a rebosar. Cientos de visitantes huroneaban por entre los Isis y los Osiris y los Ibis como en una feria masónica. De vez en cuando se oían gozosas carcajadas de adolescentes. 

Me dije entonces que seguramente aquello era debido a que los egipcios habían ganado el mercado audiovisual gracias a las películas de momias, alguna de las cuales me había parecido excelente, con mucho efecto virtual y desiertos enteros que se transformaban en colosos ululantes o en plagas de escorpiones, indistintamente. También habían ganado el mercado gore porque un cadáver podrido, con jirones de lana colgando entre sus miembros deshechos, siempre produce una impresión mayor que el dios Hermes con sus alitas en los tobillos. 

'El Archipiélago' es uno de los más grandes poemas del poeta más grande Los egipcios han ganado el mercado audiovisual gracias a películas de momias 

Hölderlin conocía y amaba como ningún poeta a la antigua Hélade 

Desaparecido el sueño de Grecia, ¿qué le queda a Occidente? 

Siguiendo el razonamiento también me dije que con los griegos era sumamente difícil hacer películas de terror y no te digo películas gore. Es de lo más embarazoso imaginar a los dioses o a los héroes griegos tratando de infundir miedo, pero no por las falditas (que es mentira que las usaran) o las trenzas (otro mito), sino porque todo lo que tiene que ver con Grecia pertenece al lado opuesto del terror, a pesar de que Nietzsche hizo esfuerzos ímprobos por facilitarles también esa parte. Grecia admite el misterio, el terror y el horror, sí, pero siempre mirándoles fijo a los ojos, sin hacer aspavientos, sin dar gritos o agarrarse al brazo del vecino de butaca. Una cosa digna. 

Este absoluto olvido de Grecia o esta imagen de Grecia cada día más intempestiva, se remata por el lado político gracias a los regímenes actuales que se parecen a los egipcios, como los emiratos árabes, Cuba, algunos pueblecitos vascongados, Corea del Norte, en fin, esos lugares en donde la teocracia se une al uso estúpido de la violencia contra el contribuyente. En cambio, no se me viene ahora a las mientes un solo régimen político actual que se parezca a Grecia. A lo mejor la isla de Bali, pero como solo la tengo de oídas, no la considero digna de un juicio apodíctico. 

Así que por el lado del espectáculo, Egipto, y por el lado moral, también. ¿No es un extraño y desolado destino el de Grecia, origen, según se dice, de Occidente? ¿Arranque de la democracia occidental? ¿Milagro del Logos que borró de un chispazo la superstición arcaica? ¿Primer paso en la implacable marcha hacia la libertad de los pueblos soberanos? ¿O es un timo? 

Yo no sé si hay en la actualidad mucha gente que se haga estas preguntas, lo cual redunda en el triunfo absoluto de los egipcios, pero si la hubiere, puede pasar un rato excelente leyendo un poema, incluso si en su vida ha tenido la tentación de leer un poema. No es un poema cualquiera, es uno de los más grandes poemas del poeta más grande de todos los tiempos, un alemán poco divulgado en el bachillerato español, de nombre Friedrich Hölderlin, muerto hace casi dos siglos, en 1843. El poema se llama El Archipiélago y ha recibido una nueva y emocionante traducción editada por La Oficina. 

Había ya muy buenas traducciones, pero no importa. En realidad a Hölderlin no se le puede traducir y sin embargo las peores traducciones de Hölderlin suelen ser mejores que cualquier poema contemporáneo. Ahora bien, la traducción de Helena Cortés tiene un añadido sumamente agradable: está construida íntegramente en hexámetros, que es el verso del original. Hay quien dice que el hexámetro no da en castellano, pero que no cunda el pánico: tampoco daba en alemán. El artificio de Helena Cortés reproduce el artificio mismo de Hölderlin, quien trató de aproximarse a Grecia con el verso más parecido posible al mármol de Paros. 

El poeta alemán vivió en el momento de máxima adoración a Grecia, eran los tiempos de Winckelmann, de Goethe, de Schiller, faltaba poco para las excavaciones de Schliemann. La Grecia mitificada por la Ilustración se había convertido en el ideal de todos los revolucionarios y demócratas europeos. En 1824 había muerto en Missolonghi el pobre Lord Byron cuando trataba de ayudar a los griegos en su lucha de liberación contra los turcos, pero por desdicha había descubierto que las armas que les proporcionaba con dinero de los servicios secretos británicos, los griegos se las vendían de inmediato a los turcos. Había ya entonces un problema en ese país. Así que Byron contrajo una enfermedad antigua y se murió. 

Hölderlin conocía como nadie y amaba como ningún poeta ha amado y comprendía como ningún sabio ha comprendido a la antigua Hélade. De manera que sabía perfectamente que la hermosa Grecia nunca había existido, sino que más bien Occidente había construido el mito griego para que su propio destino viniera de algún lugar y fuera hacia alguna parte. Este peliagudo asunto, es decir, que el origen de Occidente es Grecia y que ese origen nos indica a dónde debemos ir, está muy claramente expuesto en el epílogo de Arturo Leyte a la edición que comentamos. En efecto, una vez desaparecido el sueño de Grecia, ¿qué le queda a Occidente? Nosotros ya sabemos lo que nos queda: Egipto, pero cuando Hölderlin comprendió el horror que nos esperaba era un caso único, porque Europa entera estaba enamoradísima del ideal griego. Viene en el libro una fotografía espeluznante: el ejército de ocupación alemán levantando la bandera con la esvástica delante del Partenón. Incluso aquellas bestias necesitaban el amparo de Atenas para justificarse. Sin ese origen, no tenemos destino, solo distracciones y mercancías. 

¿Y el poema?, me dirán ustedes. El poema es demasiado hermoso y demasiado grande para que se lo comente este gacetillero. Es un poema para ser leído despacio, en soledad, observando con mucho cuidado cada verso, saboreando la portentosa traducción, y mirando de vez en cuando el horizonte. Comienza el poeta preguntando si ya han regresado las grullas, como en cada primavera, y acaba ofreciendo al lector, por todo consuelo, la memoria del silencio.

martes, 5 de mayo de 2015

CARLOS PATIÑO DE SANTA MARIA DEL CAMPO RUS

Carlos Patiño, Vísperas a 12


Carlos Patiño.jpg

Celebrando a Carlos Patiño (1600-1675). (vol. 3)
Fuente: Música Hispánica:

Carlos Patiño (1600-1675)

Carlos Patiño. *Santa María del Campo Rus (Cuenca), 9-X-1600 † Madrid, 5-IX-1675. Compositor.

Carlos Patiño nació en Santa María del Campo Rus, actual provincia de Cuenca. Fue bautizado el 9 de octubre de 1600 y era el tercer hijo de Pedro Gallego Patiño e Inés Ramírez de Chaves. En junio de 1612 fue recibido como seise de la catedral de Sevilla. En esa época el maestro de capilla de la catedral hispalense era Alonso Lobo (1555-1617)[1]. A comienzos de 1617, con un Alonso Lobo anciano que moriría en abril de ese año, se hizo cargo de la capilla de música de la catedral de Sevilla el carmelita portugués Fray Francisco de Santiago (ca. 1578-1644). Puede decirse que Alonso Lobo y Francisco de Santiago fueron los maestros que iniciaron al joven Patiño en el arte de la composición.

El 25 de enero de 1622 Patiño contrajo matrimonio con Laura María de Vargas Tejeda Lozano[2]. En enero de 1623 fue nombrado maestro de canto de órgano del Sagrario de la catedral de Sevilla[3]. En junio de 1623 nació su hijo Pedro Félix y en enero de 1625 nació otro hijo, bautizado con el nombre de Juan. Su esposa murió poco después del parto de su segundo hijo y al poco tiempo falleció también el bebé, que fue enterrado el 9 de marzo. Después de enviudar, Patiño optó por iniciar la carrera eclesiástica, ya que el estado sacerdotal le permitiría obtener prebendas y beneficios. A comienzos de 1628 se presentó a las oposiciones del magisterio de capilla de la catedral de Salamanca. Estas oposiciones las ganó Francisco Martínez Díez, que era natural de Salamanca, aunque en la votación de méritos Patiño no quedó en mal lugar[4]. Patiño no regresó a Sevilla, dado que fue nombrado el 8 de marzo de 1628 maestro de capilla del Real Monasterio de la Encarnación, sustituyendo a Gabriel Díaz Bessón (ca. 1590-1638), que había sido nombrado maestro de capilla de la catedral de Córdoba. Como capellán de su majestad firmó la aprobación delLibro de misas, motetes, salmos, magníficas y otras cosas tocantes al culto divino (Madrid, 1628) del maestro de capilla de las Descalzas, Sebastián López de Velasco (1584-1659). El texto de Patiño es, en concreto, el siguiente:

“Por mandado de V. A. he visto un libro de misas y motetes, salmos, magníficas y otras cosas tocantes al culto divino que ha compuesto el maestro Sebastián López de Velasco, maestro de capilla del real convento de las Descalças Franciscas desta Villa de Madrid, y no hallo en ellos cosa contra los buenos preceptos de la música, antes me parece que serán de mucho provecho para todas las iglesias donde los divinos oficios se celebraren con solemnidad y devoción, así porque el arte y gracia con que el autor los compuso satisfagan igualmente a los entendidos de esta facultad y a los devotos, como por haber muy pocos deste género en el reino. En el Real Convento de la Encarnación de Madrid, a 12 de Julio de 16128 años. Carlos Patiño, Capellán de su Majestad”[5].
Tras jubilarse Mateo Romero o “maestro Capitán” (ca. 1575-1647), se nombró en 1634 a Patiño como nuevo maestro de la Real Capilla. Las relaciones entre Romero y Patiño no fueron buenas. Tal circunstancia era conocida en su época y Francisco de Santiago, el que había sido maestro de Patiño en Sevilla, se lo comentó por carta al duque de Braganza don Juan, futuro Juan IV de Portugal[6]. El propio Patiño llegó a hablar de ello en una carta enviada al duque Juan en 1638. En esta carta Patiño afirma de Mateo Romero que:
“tiniendo [sic] yo el puesto que tengo [el magisterio de la Real Capilla] y habiéndome Nuestro Señor puesto en él no con otro medio o favor que el de mis trabajos y estudios, unas veces me niega lo que tampoco confiesa a su maestro Felipe Rogier, otras veces, que me quiere honrar mucho, dice que sé tanta música como él, pero que no acabo de dejar algunos malos resabios que deprendí al principio de mis estudios, siendo así que desde que comencé a estudiar hasta ahora nunca he tenido en ellos otro dechado que a Felipe, y de esta doctrina y parecer no me apartará su sola fuga, porque a mí, como a V. Ex.ª, nunca la he visto suya que me parezca cabalmente buena”[7].
Además de maestro de la Real Capilla, Patiño desempeñó también el papel de vicemaestro y rector de los niños cantorcicos, hasta que en 1653, tras una visita de Pedro de Velasco, decidió jubilarse de estos cargos. En esta visita se denunció que la familia de Patiño se había adueñado del colegio, dejando a los colegiales tan solo dos o tres aposentos “donde apenas hay capacidad para las camas en que duermen de dos en dos”[8]. También se juzgó negativamente que el maestro de latín no viviese en el colegio, lo que provocaba el poco conocimiento de gramática que mostraban los niños, o que no hubiese un teniente de la capilla para que les diese a los cantorcicos lecciones de música[9]. Patiño fue sustituido por un rector letrado y por el maestro de música Diego Pontac (1603-1654)[10]. La temprana muerte de Pontac en 1654 hizo que Patiño se encargara de la enseñanza de música del colegio hasta 1660. Este año Patiño llegó a pedir la jubilación del magisterio de la Real Capilla, petición a la que no accedió Felipe IV, dado que se hallaba “con satisfacción y agrado de su ciencia en la música”. Para ayudarle en la dirección de la capilla, se nombró teniente de la misma a Francisco de Escalada (+1680), que había sido maestro de capilla de la catedral de León[11].

Parece que hacia 1665 Patiño, aquejado de perlesía o parálisis, dejó de componer. En un memorial escrito por Francisco de Escalada días después de la muerte de Patiño, ocurrida en 1675, pidió para sí el magisterio de la Real Capilla, argumentando que “por haberle dado un accidente al Maestro Patiño, de que se hallaba impedido, quedó [él] gobernando y rigiendo la dicha capilla por espacio de diez años [de 1665 a 1675], cumpliendo enteramente con la obligación de maestro de capilla, sin faltar a la de teniente, haciendo las fiestas de Navidad, Reyes, Corpus y demás que se ofrecen entre año”[12]. Ya el 10 de junio de 1671 Escalada pidió “doscientos reales de renta” por suplir “la falta del M[aestr]o Patiño, así en la composición de Villancicos como en los tonos que se ofrecen para las 40 horas”[13]. Y dos días después Juan Hidalgo presentó un memorial parecido argumentando que, además de tocar su instrumento (que era el arpa), tenía el “trabajo continuo de componer tonos para las 40 horas y otras festividades de la Capilla”[14]

Murió Patiño en Madrid el 5 de septiembre de 1675. Se ha conservado su testamento, que está firmado el 15 de agosto de 1675[15]. Al haber muerto en 1664 su único hijo, Pedro Félix, quedó como uno de los herederos su sobrino, criado y copista Francisco Lizondo (o Elizondo), del que hablaremos más adelante. En el testamento Patiño pidió que se entregasen a la Real Capilla sus papeles de música y que un conjunto de obras se llevasen a la librería de manuscritos de El Escorial:

“Item es mi voluntad que todos los papeles de música latín y romance que yo he compuesto sirvan a su Magd. con ellos en su Real Capilla para que sus efetos se entreguen a quien el Illmº Patriarca mandare, excepto dichos partidos que tengo hechos para su Magd. que dio orden, porque esto es mi voluntad: que con orden del dicho Illmº Patriarca se lleven a la librería de manoescriptos que hay en el Real Convento del Escurial para que allí se guarden y no se puedan sacar jamás originalmente, sino sacar copias dellos”[16].

[1] Danièle Becker: Las obras humanas de Carlos Patiño, Instituto de Música religiosa de la Diputación Provincial de Cuenca, Cuenca (1987), p. 16.
[2] Daniéle Becker: Las obras humanas…, p. 18.
[3] Daniéle Becker: Las obras humanas…, p. 19.
[4] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 20.
[5] Un ejemplar de esta edición se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, M/366-M/373.
[6] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 22.
[7] Se conservan dos cartas de Patiño dirigidas al duque don Juan, que han sido publicadas por Lothar Siemens: “Dos cartas del maestro Carlos Patiño al duque de Braganza (1634-1648)”, Revista de Musicología, IX, 1 (1986), pp. 253-262. Carlos Patiño pudo conocer la música de Felipe Rogier ya en Sevilla gracias a su maestro Francisco de Santiago. En las actas capitulares de la catedral hispalense del 30 de mayo de 1618 se dice que Francisco de Santiago presentó el libro de motetes de Rogier “que un discípulo suyo [se trata de Géry de Ghersem] hizo imprimir y encuadernar en Nápoles para imbiar al Cabildo” (AC Año 1600, f. 45 r, citado por Juan María Suárez Martos: “El archivo musical de la catedral de Sevilla en 1724: Génesis y pervivencia de libros manuales y de facistol”, Musicalia, Revista del Conservatorio Superior de Música “Rafael Orozco” de Córdoba, Nº 5, 2007, p. 19).
[8] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 70.
[9] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 68.
[10] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 24.
[11] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 28.
[12] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 39.
[13] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 77.
[14] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 77.
[15] Archivo de protocolos de Madrid, Escribano Juan García Blanco, protocolo 9285, fols. 804-809.
[16] Danièle Becker: Las obras humanas…, p. 81.

Extraído de la introducción de:

Patiño, Carlos: Vísperas a 12, ed. crítica de Raúl Angulo, Fundación Gustavo Bueno, Santo Domingo de la Calzada (2014)
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