viernes, 25 de marzo de 2016

POESÍA: EN KIROVABAD ALETEAN PÁJAROS DE ACERO DESDE HACE 8 DÉCADAS

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Sobre el cielo
que no sobre la tierra,
sobre la raya
                   que delimita
las fronteras

jóvenes leales a una República
no bananera

ofrecen sus almas,
corazones de dura piedra,
a la tierra,

en la cual dejaron a sus amigos,
             familia,
España entera.

Otras lenguas,
otras culturas,

otras formas de entender
           la vida
sobre la vieja esfera

y en ella
Kirovabad era una escuela,

de pilotos españoles
que hasta allí marchaban
con fe
             ciega,

como las golondrinas,
cigüeñas,

buscando la solidaridad
que hasta España marchaba
lenta muy lenta

por agua, cielo y tierra,
lenta,muy lenta,
desde remotas tierras.

La espada,
el fuego,
la cólera,

la razón perdida,
la ceguera,

duele en el corazón de las madres
la partida de los hijos
hacia las guerras,

unos por aquí
y los otros por allá,

solo a las madres les queda
la esperanza de quienes nunca de sus hijos reniegan.

¿Y qué queda?

Queda,

alguien apuntó sobre una libreta

antes de caer víctima
de una ceguera,

miseria,
muerte,

la parca y negra
sombra de los jinetes
del Apocalípsis, jinetes con largas melenas,
fuego y centellas,
que así se llaman ellos
en la biblia y en las novelas.

Lloran las madres,
lloraban ellas,

mientras ellos consumían
como las hienas

palabras que por dentro sonaban a tambores de guerra.

Es, era, la ceguera
de los que entienden la historia
letra a letra,
gota a gota
se quedan las venas secas.

como si el fuego,
las brasas de la chimeneas
solo fueran

humo que sale
y se convierte en el marco dorado que da el color a las estrellas.

Sobre el cielo,

que más da
de donde sea

jóvenes leales al gobierno de su tierra
saludan y se estrenan

dando vueltas,

girando, bajando y picando el morro, sintiéndose paladines en sus castillos de altas almenas.

Las madres,

no se me van de la cabeza,

solo ellas

con sus negros velos
con su paciencia

llenan los platos vacios de las mesas
y se van para cuando el sueño entra

hasta los lejanos paraísos donde sus hijos velan
cual serenos centinelas,

Las armas,
reniego de ellas
y de quienes las llevan,
dan
esa razón,
sobrada fuerza
que Unamuno descubrió a soplo de vela.
en su templo
el de la inteligencia,

razón y derecho en la lucha
¿que me cuentan?

No es la vida,

no es pasar a formar parte de una leyenda,
es el amor a una tierra,

venga de donde venga,
sea la cuna de paja o de oro
sembrado en una estéril parcela

lo que aquellos hombres sienten
antes de que termine la guerra

pues después para ellos vino,
dolor que aterra,

el destierro
y otras guerras,

tan o más llenas,

de odios y de miserias,
pues no hay guerras justas ni buenas,

por mucho que levantemos el puño, en señal de victoria o de protesta,
o soñemos
los sueños aterran,
con paraísos ficticios
que alguien inventa,

allí donde los cuerpos se pudren
y se pierde la memoria de quienes un día sobre la tierra
fueron como tu y yo
intranquilas candelas,

al servicio de otras inteligencias.

Con la República llegó,
por ver está, si es que llega,
lo que quiero ser
sobre la tierra,

y si en estas
alguien bosteza
que no sea

porque tiene hambre

ni porque siente pereza

pues en la historia
que se nos lega

siempre hay una linea encubierta

que todos podemos llenar
sea como sea.

Allí queda
estela,
humo,
ruido,
música y coplas,
quedan,
cual acordes de acordeón,
guitarra, flauta, dulzaina, guitarra de 6 cuerdas,

en la plaza fiesta,

la historia de unos hombres
que sobre sus camisas de franela
lucieron una sola  bandera,

aquella,

que ahora duerme,
tras la guerra, a pierna suelta,

¿Quién pudiera?

¡Qué pena!

despertar y volver a ser joven sobre el cielo de Kirovabad,
en las ciudades con chimeneas,
en las campiñas llenas de verdes huertas
y soñar con todavía ganar una ya lejana guerra.

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio

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