jueves, 2 de junio de 2016

POESÍA: A HOMERO CIEGO CASI DIVINO


No pasa el tren
la vía se la comió el último Diluvio
para cuando las aguas subidas en su tono musical grave y profundo
irrumpieron sin más avisos
que el sonido lleno de vida que trasmite la tierra sacudida por sus envestidas.

Quedó, así se me ha dicho que debe quedar escrito,
la estación vacía
con su luz de color rojo vivo avisando del peligro. por llegar,
sin hora precisa,
con sus sonidos extraños,
aleteo firme de las olas a través de los continentes y aguas marinas,
total así es la vida.

Corrió el agua a través de las zonas bajas
dejó su cauce, natural dominio,
del macho sobre la hembra,
de él sobre ella,
actitud negativista,
en la geografía de un terreno,
pechos de las mujeres que se sienten atrapadas por las ideas de otros,
sexo sin más esperma que el fabricado en las corrientes altas de las tierras cálidas.

Fue un abrazo tierno acompañado de su despedida
para cuando ella, la temible soledad que habita en las entrañas de las corrientes
subió hasta la superficie
para arroparse y llenarse de la vida exterior,
esa que  vive y viste de la luz terrible que nos da el sol miserable
que siempre llega tan potente como el caballo de Troya
lleno de crueles asesinos,
con sus lanzas, espadas y arcos a punto, ellos,
de ser utilizados en la conquista de esa mujer amable, acogedora y sencilla,
la ciudad,
con sus criaturas ajenas al quehacer diario de los astros
atrayendo tempestades que solo Homero,
poeta ciego que ladraba versos de amor incomprendidos
supo recitar antes de que la gran batalla sucediera
y de que ella la amada de los lectores de libros
volviera a los brazos  poderosos de su amado,
el guerrero que destruyó la ciudad asediada en nuestras noches de insomnio.

Es así como la noche,
ya casi día,
me trae esos sabores que solo los Dioses regalan a quienes despiertos inventan fábulas
que sacan de las entrañas de sus cerebros,
hornillo siempre preparado para hervir las ideas,
y darles ese punto justo de temperatura,
hervor necesario para  poder decir y clamar todo aquello que siendo latente
solo palpita para cuando el tren silba
y el farol rojo queda hipnotizado, por la Sibila Erithrea,
para dar paso en la vía al tren que llega con los últimos náufragos
de ese Diluvio inventado, por algún alquimista,
que ha hecho tan felices a tantos y tantos despiadados seres humanos,
en un principio adoradores de extraños símbolos
que cuelgan si en ello visitamos, las profundas simas de nuestra inteligencia.

Autor: Jose Vte Navarro Rubio

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