sábado, 23 de julio de 2016

POESÍA: EN CULLERA ENTRE CRECIENTES MUY GENUINOS

Bastón de mando en hueso de época Magdaleniense. Museo de Prehistoria de Valencia.


De otro istmo,
península,
en la Albufera
de la costa levantina,
allí el timón del barco marca nuevos rumbos.

Atípico en el pico,
sobresale su castillo,
santuario, ermitaño, juicio,
montaña sin huéspedes,
ya vencido
el sueño de los milanos,
ya huido el último de sus inquilinos
en las barcazas de Iris
hacia las tierras, desiertos, que hay junto al río Nilo.

Ese es mi reino prohibido,
con sus faraones, animales míticos,
pergaminos
y mastabas
y pirámides creciendo hacia los espigones donde murmura el aire viejas estrofas
robadas en las noches en que el mundo se viste de luto

Remontado el abismo,
casi brazo caído,
de la cabeza que duerme
junto a las murallas, construidas en otros siglos,
Cullera, vence su orgullo,
quisiera ella, así lo intuyo,
volver al rumor de otros siglos,
cascabel de cabras, olores a pinos,
volcán apagado,
gritos,
de las aguas marinas
subiendo sin retorno a través de la garganta felina
que se abre en la loma del Faro en forma de cazo de sopa caritativa
con que saciar el hambre de los peregrinos.

En el hospedaje
de las pensiones
abiertas a la paz de un pequeño mundo
es el murmullo
el que eleva anclas
y se va, pasiones en la noche yaciendo entre sudores, camino de un río
abierto, vena en su último murmullo, al corazón del mar, su amigo.

Fue la mano de un mago
casi divino
ancestro
por estas tierras nacido
el que dio la luz
a los paisajes sacados
de la memoria del olvido,
ya él niño,
ya anciano con la cara rota por el salitre de los despertares entre las telas tejido
su orgullo,
ella la madre tierra,
mujer vestida para este momento oportuno
y el un Dios por este día bendecido
entre arenas y quejidos
del agua, de la tierra, de los últimos pescadores en la mar jugando con el destino.

En el destierro de la paz,
volcado el día
en su frenético ritmo
de dar luz,
calor a quienes se invitan a si mismo
a ese banquete último
en que el cuerpo juega y se deja llevar por el ritmo creciente
de los orgasmos, sal de la vida, dulzor, más íntimo,
vuela el águila perdida
a la sazón buen presagio en las ribera de ese río
donde las mujeres esperan las barcas que traen a sus hombres vivos,
el retorno es el triunfo,
la muerte, no es lo mismo,
para cuando se vuelve el pueblo de luto
y la vela se hace eterna, en la noche de todos los siglos


Autor: Jose Vte. Navarro Rubio

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