Llegó, ella, la luz inmensa
después de una guerra hambrienta de cadáveres,
así unos callaron para siempre
y otros, llamados liberadores,
hicieron de su papel de vencedores, oficio de verdugos.
Trajo la paz desastres. Ramas rotas de olivos
no volvieron a dar frutos,
de ellas colgaban los despojos, cuerpos mutilados,
miembros separados del cuerpo en el cual sus raíces se nutrían de la sangre derramada,
corriente de muertos ríos.
Lo posible quedó convertido en un espejismo.
Así voló todo; así se produjo una regresión,
el reloj del tiempo avanzó sin orden,
las horas y minutos se convirtieron en casi medio siglo
de sinsabores y perjuicios.
El orden así entendido fue la jaula para el grillo, la mazmorra y el llanto; caídos.
Quizás la roca del istmo sobrevivió a los embistes.
Quizás hablaríamos de otros asuntos,
si todo hubiera sido diferente,
si detrás de la victoria hubieran venido otros tiempos con menos revanchismo,
la justicia para todos y así los beneficios.
El pez volador saltó del mar al río,
el perro que ladraba se convirtió en un mastín de lujo,
solo el martillo y solo los clavos, sobre las manos de Cristo,
siguieron siendo, golpe sobre el dolor, lo mismo.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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