sábado, 17 de septiembre de 2016

POESÍA: RESTAURANTE JUAN XXIII DE BENIFAIÓ

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Entre la Font de Almaguer
y si se busca
en la Fuente de Muza
yacen entre las piedras 
tantas perdidas culturas
con sus puntas de flechas, hachas y pinturas
que si un día
de esos en que el sol se muestra amable en las alturas
vas de comida en buena compañía
en Benifaió, alquería árabe, de los "beni" hijos de buena "Hayyén familia,
sentirás el paso del tiempo, lividez absoluta, 
como si fuera la luz de un candil negruzca
alumbrando una sepultura.

Y volvemos, así es la vida,
un ir y venir
siempre al encuentro con esa musa
en una fuente
con una lápida romana votiva
en que un padre recuerda a su hijo muerto en alguna lucha
 y  altar dedicado al dios Mitra
donde hubo, nadie lo olvida,
una alquería, romana muy augusta,
con su mosaico, envidia,
de quienes por no tener no tienen otra cosa que la desdicha
de no ofrecer más raíz 
que la punta 
que saca a un lápiz
un afilado sacapuntas.

Y así entre trallazos
y desventuras,
huertas y grandes campiñas,
aguas estancadas, lago y camino romano perdido casi en una ínsula
uno casi resucita
en un restaurante que en eso de dar de yantar al pobre o rico que se arrima
le pone casi sobre las rodillas
preparados tan melosos que sus sabores perduran
gracias a sus cualidades nutritivas.

Tiene ese Restaurante que aquí se cita 
nombre de Papa
en el Vaticano investido de supremácia sacerdotal absoluta
Juan XXIII, así se denominaba
el "Papa bueno"
nacido en la zona de Bérgamo, en la Lombardía,
que entre otras cosas comía
la polenta de harina 
que le traían
amigos y amigas
junto con quesos de las más floridas queserías.
Digo queso Teleggio
curado en cavas de la Lombardia
o queso Rabiola de pasta fresca, casi cruda,
de especial y angelical blancura.

Volviendo a la angustia 
de poetizar una bien planificada comida
enseguida
damos paso a aquello
que decía un discípulo de la diosa gula
de repasar la carta que nos servirá de guía
en este día.

Así se comienza enseguida
con arroces marineros y con verduras,
y si me apuran
con platos de cuchara entre ellos, alubias,
y potajes de la vieja cocina,
rabo de toro, bacalao o calamares en su tinta.

Todo estos manajares desfilan
en una carta bien provista
de esos vinos generosos
que en el paladar son como una peladilla
si con ellos juegas a adivinar la madre caritativa
que de ellos hizo, dentro de una tinaja o cuba, 
cosa tan especial y exquisita
y de unos dulces
que si te los arrimas
a los labios sedientos  de frescura 
quedas envestido de por vida
casi de gracia divina.

Y así se llega
al principio que todo buen nacido necesita
que no es otra cosa que hospedaje en casa de comidas, 
buen servicio, educación la oportuna 
y si me preguntan
hambre de aquel que un Lazarillo maldecía
para los tiempos en que iba
de amo en amo, 
sin más alimento a su vista
que un mendrugo de pan
y un poco de vino tinto, casi pólvora liquida,
en una jarra de barro casi saguntina.

Ya estamos en ese caminar
de vuelta a la rutina,
con una especial quietud en las alturas
para cuando ya las tripas avisan
que en esto del comer
si abusas
agua, limón y azúcar,
tendrás que beber
te guste o no esta popular medicina 
hasta que por fin el sueño llegue
a la hora que él estime que es la más oportuna.   

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio

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