jueves, 17 de noviembre de 2016

RECOPILACIÓN DE TEXTOS SOBRE EL CASTILLO DE BELMONTE (CUENCA)

Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica Tomo 1 [Texto 1870
 

1)

Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica Tomo 1 por una sociedad de los más distinguidos escritores nacionales, bajo la dirección de José Bisso ; precedidas de un prólogo por Juan Pérez de Guzmán Autor Bisso, José (1830-1893

EL CASTILLO DE BELMONTE.  DEDICADO Á LA EXCELENTÍSIMA SEÑORA Condesa viuda del Montijo y de Miranda, Duquesa de Peñaranda, etc.:

Al describir el antiguo castillo cuyo nombre figura á la cabeza de este capítulo, faltaríamos á un alto deber de gratitud si no dedicáramos nuestro modesto trabajo á la ilustre dama española, á la constante y decidida protectora de todo pensamiento grande y fecundo, que ha conseguido por su vi- gorosa iniciativa levantar en el centro de España un monumento artístico convertido ayer en un montón de escombros, admirado hoy por cuantos acuden á visitar aquel lugar de históricos recuerdos, y que trasmitirá mañana á las generaciones venideras la memoria de la noble condesa á quien se debe la conservación de aquella gloria nacional.

¿Qué era el castillo de Belmonte hace pocos años? Oigamos la exclamación de profundo dolor que la vista del entonces ruinoso edificio arrancaba á un escritor contemporáneo:

« Lo que de castillo tiene el edificio, decia, se conserva mejor que su ornato de alcázar, y los vestigios de su fortaleza sobreviven á los de su pompa y suntuosidad. Sembrado de escombros aparece el patio de figura aproximadamente triangular, y en pié dos alas de su pórtico, cuyos arcos iachatados, pero esbeltos, se engalanan con follajes y colgadizos que arrancan de las aristas de los mismos pilares; el gótico brocal del pozo asoma en medio entre dos gruesas columnas labradas en espiral; las habitaciones bajas, derruidas ó trocadas en establos, conservan restos de pintura en su enmaderado techo, y anchas orlas de elegantes labores vaciadas en yeso alrededor de sus puertas y ventanas. Pero en las salas superiores es donde más lamentable y completa ha sido la desolación; hundida yace la galería que sobre el pórtico se levantaba; fáltale á una estancia el pavimento, á otra la techumbre; y las grandiosas chimeneas ceñidas de arabescos, las gallardas puertas ojivales flanqueadas por agujas de crestería, quedan suspendidas al aire sin comunicación entre sí. Más allá se descubren sólo vestigios de un magnífico artesonado impuesto sobre primorosa cornisa de piedra, y á través de aquel laberinto de ruinas persevera únicamente intacto, como para muestra del esplendor antiguo, un cuadrado que se destinaba á capilla.

> ¡Ah! continuaba el escritor á que nos referimos; ¿por qué ha de perecer tan bella, tan magnífica, tan robusta en su armazón y marcial en su apostura, la mansion de los formidables Pachecos? ¿Tanto cuesta á los herederos de sus dominios levantar las caídas paredes, sostener los vacilantes techos, cerrar las pertinaces goteras que lentamente acaban con aquella solidez que los golpes del ariete desafiara? Si hasta los monumentos que pertenecen al patrimonio de una familia ilustre, y á los cuales andan vinculados sus blasones y recuerdos de gloria, no hallan amparo ni cariño en sus mismos poseedores, ¿qué mucho que en esta época de individualismo abandone la nación al saqueo y á la ruina, como bienes sin dueño, el tesoro de sus artísticas é históricas grandezas? ¡Generación indiferente y destructora! ¡Pides al poeta melancólicas inspiraciones, pides al artista un fiel trasunto del espirante edificio; y como quien cuida más de los funerales que de la vida de un importuno viejo, crees hacer bastante con que su muerte sea plañida y su fisonomía conservada!  »

Si la obra que acabamos de citar se hubiese escrito algunos años más tarde, no habría terminado ciertamente su autor con tan sentido apostrofe la descripción del castillo del Belmonte, tal como entonces se encontraba. La antigua fortaleza feudal pertenece en la actualidad á nuestra ilustre compatriota la emperatriz de los franceses, que conserva en el primer trono del mundo el cariño que siempre profesara á su patria, y se muestra celosa de sus glorias. No era posible que desapareciera en poder de tan egregia dama el majestuoso alcázar de la Edad media, testimonio indeleble de la grandeza y esplendor de sus predecesores. Debia, por el contrario, renacer como el ave fabulosa renace de sus cenizas, y ha reaparecido, en efecto, sobre sus ruinas.

Es un esfuerzo maravilloso de iniciativa, un verdadero milagro producido por el genio y la constancia, cuya gloria corresponde á la condesa del Montijo, iniciadora del pensamiento, y bajo cuya dirección inteligente se han ejecutado las obras de reconstrucción, próximas á su término. Principiaron éstas hace siete años, y el castillo de Belmonte restaurado completamente, conservando su carácter especial y su arquitectura primitiva, ofrecerá muy pronto el aspecto que presentaba en los dias de su esplendor pasado, cuando el célebre Maestre de Santiago desafiaba desde tan fuerte asilo el poder de los señores de Castilla y de su mismo soberano.

En los momentos actuales, cuando por todas partes vemos escombros y ruinas ocupando el lugar en que admirábamos un dia maravillas artísticas, monumentos históricos, que atestiguaban nuestra perdida grandeza, inspirándonos su vista el más profundo respeto hacia las generaciones que nos precedieron, censuradas hoy por quienes son incapaces de imitarlos, es altamente consolador ver cómo reaparece sobre las alturas de Belmonte el castillo señorial, mudo testigo en épocas lejanas de algunos de los acontecimientos más notables de nuestra historia.

Mientras la piqueta revolucionaria destruye sin objeto en las ciudades iglesias, conventos y fortalezas, cual si tratara de asentar su imperio sobre un campo de desolación y exterminio, la morada de los ilustres Pachecos, restaurada por una distinguida dama de la aristocracia española, heredera de sus timbres y blasones, aparece como una muda protesta de la España antigua, que dice á nuestros pretendidos regeneradores: « Ya que no podéis competir en heroismo, en virtudes ni en saber con vuestros antepasados, respetad, al menos, sus recuerdos. »

Los tiempos cambian, sucédense los siglos, altéranse las costumbres de los pueblos; y las naciones, unas progresando, retrocediendo otras, suelen mudar de aspecto modificándose sensiblemente las condiciones distintivas de su carácter. Esta ley ineludible de la naturaleza ha hecho sentir sus efectos entre nosotros; no somos lo que fuimos, por más que se conserven afortunadamente en nuestra patria las virtudes que tanto enaltecieron siempre á sus hijos: el valor, el desprendimiento, la abnegación y la hidalguía.

Pero si en el sexo fuerte observamos una diferencia de carácter cuya comparación con el de nuestros antepasados no seria en todos los casos ventajosa, podemos afirmar que la mujer española se mantiene fiel á las tradiciones de los tiempos caballerescos, conservando puro en sus pechos el sentimiento del honor y de la virtud, como conserva en el rostro los atractivos que aseguran su avasalladora influencia. En esa colectividad que admiramos ocupa en nuestros días un lugar preferente la noble condesa del Montijo, objeto de especial cariño por parte de los que cultivan su ameno trato, de veneración y respeto por parte de los muchos desgraciados que sólo la conocen por sus beneficios

Hállase situada la población de Belmonte en la provincia de Cuenca, á cuyo obispado pertenece. Fué en su principio una pobre aldea, conocida con el nombre de las Chozas, que cambió después por el que conserva en la actualidad. El rey Don Pedro I la elevó á la categoría de villa, otorgándole varios privilegios y colocando varios pueblos bajo su jurisdicción.

Asiéntase la villa sobre dos eminencias no muy elevadas, divididas por un estrecho valle, ocupando el castillo la más alta, que está al Oriente, y la otra las casas de la población, entre las que descuella la antigua iglesia colegial. Rodeábala una extensa muralla, formando de trecho en trecho puertas fortificadas que aun existen y conservan sus primitivos nombres, de San Juan la del N., Chinchilla la del S., y Monreal ó Toledo, Puerta Nueva y del Almudi, las del O. La iglesia parroquial, objeto de la protección constante del célebre Don Juan Pacheco, marqués de Villena y gran maestre de Santiago, que casi la reedificó á sus expensas, fué erigida colegial en virtud de la bula expedida por el Sumo Pontífice Pió II, en Mantua, á 9 de las Kalendas de Diciembre de 1459, siendo consagrada el 21 de Marzo de 1460. Cuenta Belmonte entre sus más preclaros hijos al Padre Alonso Pacheco, de la Compañía de Jesús, que sufrió el martirio predicando el Evangelio en las Indias, y al Padre Montoya, de la Orden de los Agustinos, Provincial que fué de Lisboa, donde se conservan susrestos. Ambos merecieron por sus virtudes ser colocados en el número de los Santos. También fué natural de la citada villa ú oriundo de ella, el eminente poeta Fray Luis de Leon, una de las glorias más puras y legítimas de la literatura patria, y cuyo nombre, que ha llegado hasta nuestros dias rodeado de la aureola del genio, pronuncian hoy con veneración y respeto los escritores contemporáneos. Terminaremos estas breves noticias con la descripción de las armas de la villa: fórmanlas una encina y un pino, leyéndose alrededor del escudo el siguiente lema: « Petrus Piex sponte villain fecit de Belmonte.»

Salió esta villa por primera vez del dominio de la corona como parte integrante del marquesado de Villena, del que se hizo merced al infante Don Manuel, hijo del rey Don Fernando III el Santo, y hermano de Don Alfonso el Sabio. Habiéndose extinguido la sucesión directa de los primitivos poseedores, fué agregada de nuevo á la corona en tiempo de Don Pedro I, el cual, como antes hemos dicho, concedió á la villa muchos privilegios, ensanchando al mismo tiempo su jurisdicción. Al subir al trono Don Enrique III, y deseoso este monarca de favorecer á los nobles que más se habian distinguido defendiendo su causa, cedió el marquesado de Villena con la villa de Belmonte á Don Alonso de Aragón, conde de Dénia y Ribagorda, quien lo.poseyó, hasta que con motivo de la restitución de las dotes de las hermanas del rey, capituladas con Don Alonso y Don Pedro, hijos de dicho marqués , y con otros pretextos, hubo de suscribir un convenio, por el cual renunciaba aquella parte de sus dominios, recibiendo en compensación el ducado de Dénia.

El origen de la posesión de Belmonte y su castillo por la ilustre familia á quien hoy pertenecen, se remonta al reinado de Don Enrique III, llamado el Doliente. Queriendo el monarca recompensar los numerosos y relevantes servicios que habia recibido de Don Juan Fernandez Pacheco, le donó, después de otorgarle otras mercedes, la villa referida con todas sus rentas y derechos, expidiendo el oportuno decreto en Tordesillas el dia 16 de Mayo del año 1398. Repugnó el pueblo desde luego salir del dominio de la corona, y la repugnancia se convirtió bien pronto en abierta hostilidad, fundándola en los privilegios otorgados por el rey Don Pedro, y en las promesas hechas á nombre del mismo Don Enrique III por el doctor Don Pedro Sanchez, quien ofreció que S. A. no la cedería jamás, estando decidido á conservarla en su mayorazgo. Esta resistencia dio lugar á una segunda resolución regia, confirmatoria de la anterior, que fué expedida el 23 de Setiembre de dicho año , por lo cual se mandaba á todas las ciudades, villas y lugares del reino, y especialmente al Adelantado Mayor de Múrcia, que hicieran llevar á debido efecto las órdenes soberanas.

Reconociendo entonces que la resistencia sólo conduciría á agravar el estado de las cosas en perjuicio del pueblo, los habitantes de Belmonte se avinieron á dar la debida posesión á Don Juan Fernandez Pacheco, habiendo aprobado el rey previamente las condiciones que vamos á relatar:

1.a Que el nuevo señor ofreciera no volver la vista á lo pasado, olvidando todo género de resentimiento por las ofensas que se le habian inferido.

2.a Que respetara el privilegio de apelación ante el rey.

3.a Que guardase con fidelidad los fueros de la villa, dejándole sus propios, como los tuvieron en tiempos anteriores.

4.a Que no apremiara á persona alguna ni la solicitara para contraer matrimonio contra su voluntad

5.a Que la villa nombrase anualmente los jueces que habian de entender en los pleitos y querellas que se suscitaran.

Aceptadas las capitulaciones que preceden, fueron juradas con las formalidades de costumbre, no sólo por Don Juan Fernandez Pacheco, sino también por los señores Don Alonso Tellez y Doña María Pacheco, su esposa, para el caso en que recayese en ellos la herencia del señorío, ó llegaran á poseerlo en virtud de contratos ulteriores. Cumplidos estos requisitos, se dio posesión pacífica al agraciado, quedando así cumplimentadas en todas sus partes las órdenes del rey. La villa de Belmonte continuó formando parte de los dominios de la poderosa familia de los Pachecos, á cuyos descendientes pertenece en la actualidad el señorío, siendo digno de notarse que la aversion manifestada en un principio por los habitantes hacia sus nuevos señores, se cambió muy pronto en un afecto sin límites y un cariñoso respeto, constando en los archivos de la casa, que ninguno de los lugares de su pertenencia ha promovido menos pleitos, querellas y disgustos

En el siglo xv llegó á su mayor apogeo la prosperidad de Belmonte, siendo objeto la villa de una predilección especial por parte de su señor el célebre Don Juan Pacheco, marqués de Villena, gran maestre de la Orden militar de Santiago y favorito predilecto del monarca, á quien dominó hasta su muerte, y contra el cual estuvo casi siempre en lucha declarada ó encubierta. Conocida es por cuantos se han dedicado al estudio de la historia patria la parte activa que tomó el poderoso magnate en los acontecimientos de aquella época, tan fecunda en disturbios de todo género. No nos detendremos, por lo tanto, en reseñarla, ni nos seria posible siquiera el intentarlo, dadas las condiciones especiales de esta obra. Haremos, sin embargo, constar, que por entonces se edificó el castillo que domina á la villa, y cuya restauración está próxima á terminarse, como hemos indicado , bajo la protección de la ilustre dama cuyo nombre figura al frente de esta breve y desaliñada narración. Los Estados del marqués de Villena presenciaron no pocas luchas de las infinitas que en aquellos tiempos se sucedieron, y á la fortaleza de Belmonte fué conducida por el gran maestre de Santiago la infortunada princesa Doña Juana, hija de Enrique IV, y conocida por el nombre de la Beltraneja, albergándose allí desde la retirada de Villena hasta la capitulación de Chinchilla. Conócese todavía con el nombre de la Princesa la puerta reservada del castillo por donde hizo su entrada, y por la que sólo entraban y salían los señores y altos personajes.

El célebre Don Juan Pacheco falleció el 19 de Diciembre de 1474, á los cincuenta y dos años de edad. Sus sucesores continuaron en posesión del Estado de Belmonte, perteneciendo hoy, según indicamos en otro lugar, á S. M. la emperatriz de los franceses, que lo recibió por herencia de su padre el conde del Montijo y de Miranda.

                                                                          III.
El castillo-alcázar de Belmonte pertenece al orden gótico-arábigo, y fué construido á expensas del precitado Don Juan Pacheco, marqués de Villena, desde el año 1455 al 70. Dos ramales de muralla, de estilo romano, partían en dirección NO., hallándose situada la fortaleza sobre el cerro del E. que domínala población. Hé aquí la descripción de este monumento histórico, verdadera riqueza artística, que tomamos de una excelente obra contemporánea:

« Descuella el castillo sobre su cónico pedestal, no enriscado y amenazador como tiránico dueño, sino accesible por todos lados por suave cuesta, como quien ejerce una autoridad pacífica y tutelar. Seis colosales torres redondas, ceñidas de madillones en su mayor parte, las unas con escamas, las otras con arquitos esculpidos en el vacío de aquellos, forman los puntos cardinales de su exágona planta, de cuyos lienzos los tres son rectos y describen ángulo hacia adentro, trazando, en cierto modo, una estrella. Escalonadas almenas, cual vistosas plumas de encaje, coronaban un tiempo sus muros, y corren todavía fantástica y gentilmente alrededor del ante-mural ó barbacana, trepando por cima de los torreones exteriores ó suspendidas cual aéreas agujas sobre la puerta de entrada. Única es ahora la que al cercado recinto introduce mirando hacia el pueblo, después que se tapiaron las dos restantes, la una denominada del Campo, frente á la reja de hierro, la otra de Peregrinos, acaso por la cruz y las veneras de Santiago en su dintel esculpidas. »

En la primera parte de esta reseña hemos expuesto el lamentable estado de abandono en que se encontraba el interior del edificio hace pocos años, y los costosos esfuerzos que se están haciendo para adelantar las obras de reconstrucción , ya próximas á terminar.

El castillo de Belmonte, considerado en su época como un formidable baluarte, estaba provisto de los necesarios medios de defensa para sostener un largo asedio, deteniendo durante mucho tiempo ante sus muros á las fuerzas que pretendieran expugnarlo. Su artillería era del mayor calibre entonces conocido, y llama la atención que se colocaran tantas piezas en tan reducido recinto. Según aparece en el inventario judicial que existe en el archivo de la casa del Montijo y de Miranda, y se formó el 6 de Mayo de 1672 por Don Alonso Nicolás Urrea, corregidor y justicia mayor de la villa, encontráronse cinco pedreros y siete morteros de hierro, todos de antigua construcción, los cuales, después de inventariados, se constituyeron en depósito para mayor seguridad; á pesar de estas precauciones, la artillería del fuerte ha desaparecido posteriormente: como medios de defensa serian hoy inútiles; pero es de lamentar su extravío, considerándolos como recuerdos históricos siempre de gran valor.

El 6 de Diciembre de 1529 tomó posesión de la fortaleza Doña Juana Enriquez, duquesa viuda de Escalona, marquesa de Villena y condesa de Santisteban, en nombre de Don Diego Lopez Pacheco, su hijo, menor de edad, de quien era tutora y curadora, rindiéndole pleito homenaje Hernando Pacheco ante el justicia mayor de los Estados de Villena, y sacándose del acto el oportuno testimonio, que existe hoy en el archivo de la casa de Montijo. En él hemos también hallado la reseña de la visita de reconocimiento del castillo que hizo el licenciado Ariz en Mayo de 1550, por especial encargo de su señor. Dé ella aparece que las obras de fábrica expuestas á la intemperie habian sufrido algunos desperfectos susceptibles de fácil y poco costosa reparación; pero el interior del alcázar estaba bien conservado, datando de tiempos posteriores su ruina.

Ninguna tradición romancesca se .conserva hoy del castillo de Belmonte en la época de su esplendor primitivo, y sin embargo, aquellas mudas paredes debieron presenciar interesantes escenas , fraguándose tal vez en su fastuoso recinto muchas de las intrigas que dieron triste celebridad al reinado infeliz de Enrique IV de Castilla, y que fueron dirigidas en su mayor parte por el marqués de Villena. En tiempos más cercanos, sus sucesores se distinguieron por su adhesion á la causa de Felipe V, á quien prestaron grandes servicios durante la guerra de sucesión. La situación del Estado de Belmonte les sirvió maravillosamente, eligiéndolo como punto estratégico para detener los socorros que recibía de Portugal el archiduque Carlos de Austria, aspirante á la corona, y vigilar al mismo tiempo las fuerzas que operaban en el reino de Valencia. En la historia de las últimas guerras de la Península ya no figura la fortaleza de Belmonte, ni siquiera se menciona su nombre: no hay que extrañarlo; mal podia aquel abandonado alcázar servir de base de operaciones militares, ni prestar á los guerreros seguro asilo, cuando sus muros se desmoronaban y no bastaba su techumbre ruinosa á defender contra el rigor de los elementos las maravillas artísticas que se encerraban dentro de su mágico recinto.

                                                                          IV.
Hoy todo ha cambiado de aspecto. España conservará por largos siglos aquel vivo testimonio de otros siglos que pasaron, y que suelen calumniar las generaciones de pigmeos de estos últimos tiempos que no alcanzan á comprender su grandeza. Grandeza ruda, producto algunas veces de hechos censurables; pero que oscureció la de las demás naciones de su época, ninguna de las cuales supo dar cima á las empresas que acometieron con asombro del mundo los soberanos de Leon y Castilla, de Aragón y Navarra, al frente de sus nobles magnates y secundados por el pueblo entero, ávido de gloria.

El castillo de Belmonte subsistirá restaurado en medio del vasto campo de desolación que por todas partes le rodea, y los amantes de las artes consagrarán un recuerdo indeleble de gratitud á las ilustres damas cuya poderosa iniciativa ha operado este prodigio. Pero llegado que sea el dia , ya muy próximo, de la terminación de las obras, los viajeros deseosos de visitarlas habrán de vencer dificultades incomprensibles en este siglo de universal movimiento, y sufrir molestias que les harán repetir, si son extranjeros, esa frase que tantas veces resuena en nuestros oidos, causándonos un sentimiento profundo de disgusto: ¡ Cosas de España!

No dista muchas leguas Belmonte de la capital del reino; su castillo es una de las antigüedades de verdadero mérito que merecen visitarse en Castilla la Nueva, y desde la estación de Socuéllamos (ferro-carril de Madrid á Ciudad-Real) hasta la villa mencionada hay que hacer el viaje con gran trabajo, por falta de un camino que merezca tal nombre. Verdad es que está proyectada hace años una carretera; pero no se ha pasado del proyecto, hallándose sin construcción el puente sobre el rio Záncara, que atraviesa el camino existente é interrumpe el tránsito en las recias avenidas.

El autor de la descripción de Belmonte que hemos citado al principio de esta breve reseña, dirigia un cargo severo á las familias ilustres españolas que dejan en completo abandono los monumentos á que están vinculados sus blasones. ¿Cómo pedir apoyo al gobierno, decia, para salvar esos recuerdos de gloria, cuando sus mismos poseedores los miran con deplorable indiferencia? La acusación seria justa si el gobierno mostrara más interés en favor de los particulares que sacrifican sus intereses por conservar las glorias nacionales, alentándoles en su empresa; pero el ejemplo de lo que ocurre con el camino de Belmonte, es poco á propósito para estimular á los que quisieran ser imitadores de las ilustres restauradoras del antiguo alcázar.

Deseamos vivamente que se subsane esta falta: no abundan tanto las reliquias de la Edad media que entre nosotros se conservan, para que pueda disculparse ese abandono que dificulta su acceso, ocultándolas á los ojos de los que se gozarían en admirarlas. José Bisso

2)
Alrededor del Mundo  AÑO XXX. Vol. 58. Madrid. 21 de abril de 1928. Núm. 1.505

DEL CENTENARIO DE FRAY LUIS La historia y la leyenda del Castillo de Belmonte  Por Ángel Dotor:

ENTRE los numerosos centenarios de personajes españoles famosos—San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Felipe n, Góngora, Goya, Ribalta, Moratin y algún otro — que se conmemoran en estos años de 1927 y 1928, merece singular atención el del insigne religioso, poeta y místico que en sus obras y en la Universidad -de Salamanca dejó perennes destellos de su genio creador, gloria del saber y de la estirpe. Hemos querido que coincida con la época de su recordación universal, motivada por celebrarse ei cuarto centenario de su nacimiento, nuestra visita al pueblo que fué su cuna de origen. Y henos aquí en Belmonte, en donde mejor poder evocar aquella vida insigne y contemplar loa restos del pretérito esplendor medieval.

Belmonte es uno de los pueblos más típicos y pintorescos de Castilla. Como muy bien dice el insigne hispanista Aubre y F. G. Bell en su magnífica obra "Luis de León"—que constituye la mejor analogía del insigne poeta y el más atinado estudio del Renacimiento español—, el vetusto rincón conquense "tiene todo el aspecto de un antiguo remanso histórico". En medio de la sábana de la Mancha alta, rodeadas de campo en el que alternan las desnudas tierras paniegas con el viñedo, cada año más numeroso, y las manchas de siempre verde pinar, destacan, visibles a varias leguas de distancia, según vamos desde Socuéllamos, la torre de nuestra antigua Colegiata y la fortaleza, ambas dominadoras del caserío circundante. Los restos de sus murallas, con las antiguas puertas de Chinchilla, del Almudí y de la Estrella; sus calles con vetustas arcadas; los caserones pétreos con escudos nobiliarios; su plaza de castizos soportales, constituyen motivo de atención admirativa para cuantos llegan a su recinto, siendo tan curioso contemplar todo esto como oír referir el esplendor pretérito de la villa, cuna de Fray Luis, que dio vida, a más de dicha gloria de las letras patrias, a algunos otros religiosos, humanistas y sabios célebres, en que fué tan fecunda esta tierra conquense.

Pero lo que impresiona más vivamente al visitante—que echa de ver el contraste entre la placidez actual de Belmonte, cuya decadencia se acentúa hoy con la supresión de su Juzgado de instrucción, y la grandeza de su pasado—es el fiero castillo, uno de los más importantes bastiones del apogeo español, cuya historia y vicisitudes, en fuerza de complejas e interesantes, requerirían no una crónica concisa, sino una monografía bien extensa.

La primitiva fortaleza belmonteña de que hay datos es aquel "Alcázar viejo" que, al igual que la "cerca vieja", o sea el circuito amurallado, mandara construir el inquieto infante y guerrero don Juan Manuel, señor de Peñafiel, el año 1323. Derruidos que ambos fueron, a mediados del siglo XV, el entonces mayordomo de Enrique IV, don Juan Fernández Pacheco, Maestre de Santiago y primer marqués de Villena—personaje al que nos referimos en el número 1.466 de esta Revista escribiendo sobre el Monasterio segovíano del Parral — erigió, de acuerdo con la entonces próspera villa, la nueva fortaleza. Según consta en el curioso documento de 145S, que constituye verdadera carta de merced o privilegio de la villa, el castillo "en que su merced manda facer e se face en el cerro de San Christobal". Las murallas de defensa fueron costeadas en su tercera parte por el propio Villena, y los dos tercios restantes por el Concejo. El poderoso señor dio el mando de la plaza, apenas terminada su fábrica, al capitán Alvar Fernández de León, noble manchego casado con la judia Elvira, digno de recuerdo porque Fray Luis de León fué descendiente de aquél en línea directa.

El castillo de Belmente constituyó uno de los numerosos señoríos que contó la poderosa familia de los Pacheco, "Maestres tan prosperados—como reyes—que a los grandes y medianos—traxeron—tan sojuzgados—a sus leyes"— en la inmortal elegía de Jorge Manrique. Sus considerables proporciones y su solidez admiran aun hoy día a todos cuantos lo visitan, propios y extraños. El erudito francés Coster afirma ser "de relieves brutales que inquietan y de colores vivos que excitan y fascinan la vista". Seis enormes torreones circulares delimitan su planta exagonal, todos ellos tan formidables como los lienzos de la muralla, encima de la cual corre el gran adarve que conserva la línea de almenas con aspilleras en cruz.
Penetrando en su interior por la puerta llamada de "Peregrinos", que corona las armas de Santiago, vemos que sus salones inmensos muestran todavía patentes restos del fausto pretérito. Aun puede contemplarse en el que fué capilla, de puro estilo gótico con arabescos, el artesanado de alfarjia. En otros abundan techos magníficos, arcos ojivales, artísticas chimeneas, sólidas rejas renacentistas y otras manifestaciones del arte. Y el viajero entusiasta echa de ver el lamentable anacronismo de la adaptación—mejor que restauración — efectuada en el magno castillo, en tiempos posteriores a los de su esplendor, para poner la magna fábrica en condiciones de albergar una Orden religiosa, que allí permaneció durante algún tiempo. El magnífico patio o plaza de armas fué revestido de ladrillo y ias estancias estucadas, con desaparción de no pocos frisos y otros detalles de su primitivo y auténtico exorno...

En aquellos tiempos en que el castillo de BeLmonte comenzó a actuar tan visiblemente en la vida de Castilla, cuando en él "tantas conjuras se fraguaron y tantas ambiciones se escondieron", el año 1467 fué encerrada en él doña Juana la "Beltraneja". Sábese que la torre oriental sirvió de albergue o calabozo de la inquieta infanta. Y disienten la Historia escrita y la tradición o leyenda en lo tocante al tal encerramiento. Parece ser lo cierto que el marqués de Villena, padrino de la "Beltraneja", apoderóse de ella al saber que había concertado su boda con el infante D. Carlos, tío suyo y pretendiente de la corona de Castilla, porque aquél, a su vez, quería fuera éste el marido de su hija doña Beatriz Pacheco, condesa de Medellín. En cuanto a la libertad de la infanta, no se sabe la verdad, pues mientras los testimonios escritos aseguran que al morir dicho infante en 1468, a los catorce años de edad, aquélla fué sacada de su encierro, la tradición afirma que evadióse con anterioridad, logrando escapar de la prisión por una de sus ventanas, merced a la ayuda de un caballero cuyo nombre no quedó consignado, caballero condenado a muerte por tal acción en uno de los calabozos del castillo, en el cual aún hoy día se conservan un aparato de tortura y una cruz de madera que dícese corresponden al pretendido suplicio.

El castillo de Belmonte fué cambiando de dueño en el decurso secular. Durante la Guerra de Sucesión seguía perteneciendo a los Pacheco, defensores de la causa borbónica, y en ella jugó importante papel, pues sirvió de base para los ejércitos que combatían al archiduque en esta parte de la Península. Después pasó a la casa de Montijo, y de ésta a la de Alba. El ilustre procer duque de Berwiek y de Alba, director de la Academia de la Historia, a quien tanto deben la ciencia y el arte patrios, es su actual poseedor, y de su preparación y amor al arte y a glorificar gestas magnas pueden esperarse fecundas iniciativas.

RECOPILACIÓN REALIZADA POR JOSE VTE NAVARRO RUBIO


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