Por no ser ajena la planta
a lo que suele ocurrir
en el mundanal mundo
en el mundanal mundo
le salieron espinas y díscolos capullos.
Creció la planta
en un solitario sitio,
su aroma y fragancia se extendía
con tanto oficio
que todos olían
en la izquierda
de aquel pequeño mundo
de aquel pequeño mundo
a rosas tan rojas
como la sangre que corre por las venas
de todos los individuos.
de todos los individuos.
Se creía la planta la reina
y por ello se sentía ajena
a todos los peligros
a todos los peligros
sin saber que en otras ramas
al abrigo de los vientos
que todo lo convierten en abismo
que todo lo convierten en abismo
en unos mamones malditos
mal podados y muy consentidos
bajo el abono y los cuidados
de un jardinero con mucho oficio
de un jardinero con mucho oficio
brotaban tantos capullos
que la planta vio su existencia en peligro.
Solo cabía,
así las cosas se hacen desde siempre,
así las cosas se hacen desde siempre,
en todos
los siglos,
arrojar al vacío
a todos y todas aquellos capullos
a todos y todas aquellos capullos
que por ser más endebles ponían en peligro
el aroma embriagador
que un santo casi divino
que un santo casi divino
comenzó a extender
hace de esto un siglo
hace de esto un siglo
y que tan bien servían al propósito
de quienes bajo un buen cobijo
de quienes bajo un buen cobijo
se sentían llevados
de los mismos sentimientos puros.
de los mismos sentimientos puros.
Hacían las espinas
ese trabajo sucio
de proteger a la planta
y así viene ocurriendo de continuo
que cada vez que en las plantas salen rosas con olores
distintos
los mamones se rebelan con mucho ahínco
Autor: Jose Vte. Navarro Rubio