viernes, 18 de noviembre de 2016

POESÍA: DON QUIJOTE Y SUS DOTES DE CONQUISTADOR


Cabalgaban
en su razón
lo hacían de venta en venta
iban en pos
de ese envite
propio de un señor
que en compañía de escudero
de su casa salió
con el pensamiento puesto
en ganarse el corazón
de esa su amada
a la cual llevaba permanentemente en su corazón.

Paladín invicto
Don Quijote nunca temió
pues su valor era tan grande
que residía en su falta de razón
mermada por las lecturas de esos libros
que ardieron un día en un montón.

Autor: Jose Vte Navarro Rubio

POESIA: EL POETA Y SU CANCIÓN

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¿Qué queda del poema?
¿Del poema que quedó?

Su aroma
como el de la flor
es en el poema
esa esencia que lo hace tentador.

Brota el poema
cual grano
que recibió calor
en las entrañas, alma, de la tierra,
allí donde alguien pensó
que el poema estaba hecho
para alimentar a quienes buscan en su interior
algo más que la frase, que la oración,
la sutileza del poeta eleva el poema al grado de canción

Autor: José Vte. Navarro Rubio

POESÍA: EL TIEMPO COMO MEDIDA DE LO QUE NO SOMOS

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Sin más contratiempo
que esos minutos que quedan
para ser en la tarde
más sombra,
más tinieblas,
vivimos a lo nuestro,
a lo concreto,
casi de memoria aprendido,
hacemos
aquello que más nos interesa
usando del olvido,
arma que en nosotros siempre está cargada
nos volcamos en lo que queremos
sin mostrar más impaciencia
que la propia de estos tiempos
en que nos vemos obligado a vivir
como las horas de un reloj
en una caja cerrada que fabrica momentos muertos
que solo sirven para hacernos más esclavos
de aquello de lo cual huimos,
lo impersonal como respuesta

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio


POESÍA: DON QUIJOTE Y SANCHO PAZA SUJETOS Y REOS DEL ALMA PROPIA DE LOS MANCHEGOS

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Sin ir más lejos
continua Don quijote y su escudero
lamiendo verdades
que son como terrones de yeso.

Por La Mancha van
llevando y trayendo
tantas aventuras
que en ellas todas las villas y pueblos
se sienten representadas y es así de cierto
que a Sancho Panza y Don Quijote se les viene queriendo
con más fuerza conforme el tiempo va transcurriendo.

Puede ser
y es así de cierto
que ese alma suya,
las de los dos al mismo tiempo,
sea el misma al alma
de todos loa que nacimos o nacieron
por estas nuestras tierras
en pueblos
de por si llevados por los buenos vientos,
del trabajo y sufrimiento.

Sin ir más lejos
se cuenta
les cuento
todo esto
a sabiendas
de que esos dos manchegos
siguen
en ello
cabalgando
como si fueran dos guerreros
en Santa Alianza
en defensa de todo aquello
que todavía pervive
en el alma manchega
de quienes viven sujetos
a la historia de estos nuestros pueblos.

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio

POESÍA ¡VOTO A RUS! Y SAN CLEMENTE

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¡Voto a Rus
que allí está San Clemente!
grita
y replica entre dientes
un casi escudero
con poco dominio en el manejo
de otras armas que no sean las palabras y el discurso alegre.

A poca distancia
de quien exclama con tanto tiento
camina
sumido en sus pensamientos
un tal Don Quijote,
hombre este muy diestro
en castigarse la mollera con historias que suenan a viejos romances
y trabajados versos.

Ya cerca de San Clemente
la llanura se muestra tan salvaje
como una selva perdida
en los confines de otros tiempos.

Despoblados montes,
majuelos de vides de ajados sarmientos,
vallejos con esparto y juncos casi secos,
pequeñas huertas 
donde verdean tomates y pimientos
y en todo esto
un río de aguas limpias
que trae  sonidos a guijarros cayendo
forman parte
de esta historia que  ahora les cuento.

Vienen nuestros amigos
por una vieja senda
de herradura
empedrado hasta los dientes
que transcurre desde Pinarejo
y en él
ocurren estos hechos
que sufren dos hombres que en si representan
lo mejor de aquellos tiempos
en que la inteligencia y la tradición
eran ambos sujetos de diferentes pensamientos.
   
Por aquellos días 
el río Rus
iba lleno
de ahí esa exclamación
casi rezo
de quien  a pie de camino
se sentía sujeto
de todo aquello
que la naturaleza traía entre sus dientes.

Y vuelven
los dos sujetos
a lo suyo
que es ir contracorriente
en un libro
de páginas tan alegres
que todo lo que en él se lee
parece sacado del alma agreste
de los manchegos
de cualquier clase
nacidos en diferentes lugares
y para que mejor se enteren
este
puede ser
cerca de una ermita
entre rebuznos
y retablos
¡voto a Rus,
San Clemente!

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio

POESÍA: DE VUELTA A PINAREJO DE NIEVES ETERNAS EN MIS RECUERDOS


El recuerdo de los fríos inviernos,
del aire cortando la piel del cuerpo,
de la nieve avanzando
teniendo
solo como parada y freno
lo que la naturaleza dice
en cada momento
es lo que me llega en estos momentos.

La plaza con su pozo
y en el su brocal abierto
a un fondo inseguro
donde dicen que viven las hadas de los cuentos
sigue siendo una permanente en mis pensamientos
cuando regreso 
en mitad de los sueños
al pueblo de los años cincuenta
de un siglo veinte todavía no muy lejos.

Uno les habla de Pinarejo,
allá en La Mancha ese pueblo
con su Dulcinea y su Quijote
con su atado de sarmientos
la borrica subiendo
por una calle que se pierde allí donde canta el clero.

Quizás en todo esto
de lo que uno les habla
siempre exista un instante de silencio
para reflexionar
y sin lanzar campanas al vuelo
pensar en aquellos tiempos
en que unos y otros fuimos testigos de desencuentros.

Cambian los tiempos
y con ellos
las personas 
y los pensamientos,
la globalización se come sin más miramientos
las ideas
de todos aquellos
que desde siempre
hasta en los peores instantes
lanzaron con sus verdades
principios que sirvieron
para cambiar las vidas de los pueblos.

Esperamos
que ese pueblo
al otro lado de los mares
que desde siempre sirvió de ejemplo
no se deje llevar
por los pensamientos
de quienes desde siempre 
vieron el mundo
desde esa óptica que da miedo.

Por aquí en Pinarejo
la vida transcurre
casi entre versos
la mañana trayendo poemas
y la noche con su taller de luceros
adornado los poemas con letreros
indicando que por aquí no hay más vallas para separar a los pueblos
que aquellos mojones que indican
los caminos que llevan rectos
a lugares queridos y nuevos.

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio


POESÍA: QUE FUE DEL CABALLO DE NIETZSCHE


                       



¿Qué fue del caballo que Nietzsche abrazó?
¿Qué fue de la razón?
Ni el caballo apaleado
ni su instinto
ni su dolor
son ajenos 
al sufrimiento
que padece
el ser humano
por la sinrazón
de otros seres de su misma especie
dueños del caballo
al cual Nietzsche lloró
en nombre de una humanidad
insensible al dolor.
En Turín
brotó
del alma del hombre
con razón
la verdad
que nos lleva
de un lado a otro
cual canción
con final triste
pues el ser humano
a lo largo de la historia no aprendió
que el dolor que se reparte
es más dolor
cuando este se inflige  sin entender de más razón
que la ira como defensa
y la muerte como culminación de aquello que malamente comenzó

Autor: Jose Vte. Navarro Rubio 

POESIA: FESTIVAL LATINOAMERICANO DE POESÍA EN LA CIUDAD DE NUEVA YORK; UN RECUERDO PARA QUE LORCA QUE LA ADORÓ


Y no estará por allí el poeta
y la ciudad que fue
una línea en cada verso
no podrá disfrutar
de la presencia
del poeta que la lanzó,
al igual que los rascacielos hacia el cielo,
a Nueva York al corazón.

Esta ciudad vivió
su edad de oro,
fue en tiempos en que Federico García Lorca por allí hizo de polizón
algo más que cemento,
algo más que hierro y hormigón.

Viven ellos sus negros
en los poemas que el poeta para ellos construyó
algo más que historias de terror,
en ella la ciudad comida por el trueno atronador
del dinero, la fantasía , se esconde un tesoro
que nadie encontró,
la ciudad que vive en pleno rumor
es algo más que el subir y bajar de un ascensor
a lo largo de una fachada hasta allí donde el hombre domino
el equilibrio que reina en todo aquello que con sus manos construyó

Autor_ José Vte. Navarro Rubio

HISTORIAS DEL CASTILLO DE GARCIMUÑOZ




CASTILLOS Y TRADICIONES FEUDALES DE LA PENÍNSULA IBÉRICA TOMO I 1870

EL CASTILLO DE GARCI-MUÑOZ. DEDICADO Á LA EXCELENTÍSIMA SEÑORA
Doña Matilde Altuna de Nieulant. Marquesa de Gelo

AÚN no habían trascurrido dos años cabales desde que el poderoso y altivo Marqués de Villena se reconciliara con los  Reyes de Castilla y Aragón, Don Fernando y Doña Isabel, en la historia conocidos con el nombre de Católicos, cuando, declarándose de nuevo en rebeldía, acudió al expediente de las armas para mantener sus derechos, que conceptuaba menoscabados, y reclamar lanza en ristre la justicia que, según él, se le negaba. Grande y honda perturbación produjo en el reino castellano semejante suceso. Mal aquietados los ánimos desde la pasada y sangrienta lucha; vivos en mucha parte los motivos de irritación que entonces produjeron intestinas contiendas entre los magnates; falta la monarquía de aquella organización robusta y de las condiciones morales necesarias para enfrenar, no sólo las asechanzas de sus émulos, sino los naturales sacudimientos del poder municipal y feudal, que la realeza aspiraba á destruir, bastó una sola chispa para que el anterior y deplorable incendio se reprodujera.
Ni era aquella edad propicia á que desde luego se escucharan, acatándose, los consejos de la razón , ni á los indómitos señores, que el carácter de la reconquista habia levantado en cierto modo hasta el nivel mismo del solio, podia exigirse que bajaran humildes la cabeza ante las primeras amonestaciones de los reyes, á quienes sólo en determinado concepto estimaban á ellos superiores. Y agravaba esta rebeldía la circunstancia de que no siempre los ejecutores de los designios y mandatos soberanos se limitaban á poner de su parte cuanto les fuese permitido para obedecerlos. Antes atendiendo á satisfacer propias ambiciones y dar satisfacción á resentimientos privados, no era difícil que los que, en nombre del jefe del Estado, pretendían restablecer la alterada disciplina, reivindicando los fueros de la Corona, se excedieran en mucho del círculo de sus facultades, procediendo contra los rebeldes de modo y manera que, en vez de atraerlos á la obediencia, se les obligaba á persistir en sus belicosos intentos, librando á la violencia lo que debió ventilarse pacíficamente, cual cumplía á hombres buenos y honrados caballeros.
Precisamente el de Villena alegaba en la ocasión presente, razones de esta índole, cuando quería justificar su actitud. Decia el Marqués que no habia sido su ánimo, ni desconocer la autoridad de los príncipes, ni mucho menos ejecutar acto alguno que pudiera redundar contra sus prerogativas y su imperio. Agradecido como les estaba á la merced que le hicieran, perdonándolo, cuando terminó la anterior guerra, si ahora habia vuelto á lanzarse al campo con sus gentes, era motivado por la obligación en que se hallaba de defender los timbres de su alcurnia y los bienes de su casa. Causaba, pues, la guerra, no el intento de ir contra los Reyes, sino el propósito de rechazar al gobernador que habian mandado á su marquesado y responder á las demasías que ese mismo ministro cometiera asediando, sin causa alguna y sin mandato superior, su ciudad de Chinchilla; todo lo cual era contrario á lo convenido entre los Reyes y Villena al recibirle aquellos á su servicio.
fortaleza.
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                                                 II.
Corria el año de 1499. Situados Don Fernando y Doña Isabel en Guadalupe, dispusieron que el Duque de Villahermosa, hermano bastardo del primero y capitán mayor de la gente de las hermandades, tomara consigo suficiente número de escuderos y peones, y con ellos se trasladase á los campos de Almorox y de Maqueda, á fin de tener á raya desde allí á los secuaces del Marqués, que, apoyándose en la fuerte villa de Escalona, corrían la tierra entregándose frecuentemente á todo linaje de excesos y desafueros. Tenia el regimiento de esta fortaleza, como alcaide, el hidalgo madrileño Juan de Lujan, y en el puesto de capitán á guerra figuraba un hermano bastardo del Marqués, llamado D. Juan Pacheco, el cual disponiendo de cuatrocientos jinetes y quinientos peones, solia molestar grandemente á los contrarios.
Tocante al Marqués, ocupaba lo que se decia el territorio del marquesado. Combatíanlo de frente dos capitanes reales, Jorge Manrique y Pedro Ruiz de Alarcón, quienes solian acercarse con sus huestes hasta los mismos muros del castillo de G-arci-Muñoz, donde el de Villena tenia su acostumbrada residencia.
Mientras esto ocurria en el centro de Castilla, Doña María Pacheco, condesa de Medellín y hermana del Marqués, levantábase también en armas en Extremadura, amenazando á los reyes con aliarse al monarca portugués si no accedían á las que ella calificaba de legítimas y justas pretensiones. Era la rica-hembra de genio altivo y entera voluntad. Viuda y avezada á las peripecias de las luchas civiles, habia comenzado por aprisionar á su propio hijo con motivo de ciertas reyertas sobre la herencia paterna. Empero, avenidos al cabo, dióle libertad después de cinco años de encierro; y como los reyes no le otorgasen la encomienda de Mérida, á que decia tener derecho siendo hija de D. Juan Pacheco, maestre de Santiago, declaróse en rebelión, según acabamos de expresar. Segundaban á Doña María D. Alonso de Monroy, clavero de Alcántara, otro descontento, y el rey de Portugal, que los auxiliaba con hombres y recursos.
Respondió, pues, al alzamiento del Marqués de Villena, que ensangrentaba los contornos de Toledo, el de las comarcas de Medellín y Mérida: cruzaron los lusitanos la frontera, y unidos á los insurrectos, dieron una terrible acometida á las tropas reales en Albuera, señalándose grandes pérdidas por ambas partes.
Crecían en el entre tanto en el marquesado los estragos de la guerra. No podían los pueblos permanecer indiferentes. Cuando los realistas no los señoreaban, debíale á que los rebeldes eran sus dueños. Sucedíanse los rebatos á las algaradas, y los pobres pecheros experimentaban fieros daños en sus propiedades y personas.
Insistía el Marqués en que no era responsable de tantos desastres, sino los oficiales de los reyes, que, abroquelados en la inmunidad de la autoridad real, satisfacían en su persona resentimientos antiguos y privadas venganzas. Así lo publicaba, y como comprobación de sus asertos, envió, con el nombre de mediador, á donde los reyes posaban, á D. Rodrigo de Castañeda, hidalgo de muchas prendas, á fin de suplicarles que mandasen suspender las hostilidades y que le permitieran exponer ante ellos sus querellas, seguro como estaba de su imparcialidad.
Acogieron los reyes con benevolencia al parlamentario, y aun cuando manifestáronse enojados de que Villena hubiera recurrido á tomarse la justicia por su mano, atentos á descubrir la verdad, comisionaron hombres de pro que, depurando los hechos, se la pusieran de manifiesto.
Parecía natural que, hallándose la contienda en este medio, se aminorase la fuerza de los combatientes. Nada de eso. Llevado de su ardimiento, el capitán Jorge Manrique empeñase en acometer y apoderarse del castillo de Garci-Muñoz, intentando al efecto una sorpresa; pero sus guardadores advierten á tiempo la aproximación del enemigo, y salen resueltos á rechazarle. Trábase entre unos y otros tremenda función de guerra: Manrique hace prodigios; sucumben ante su furia numerosos contrarios; mas en un momento de verdadero enajenamiento, como su caballo le condujera á lo más recio del combate, cae allí herido de muerte, y destrozado rinde la existencia, salpicando con su sangre los muros de la fortaleza

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                                                         III
La noche, más compasiva que los hombres, puso término á la batalla.
Recogiéronse los unos al castillo, desde cuyas almenas el Marqués habia contemplado la lucha.
Retiráronse los otros á las villas circunvecinas, llevando consigo no pocos prisioneros y el mutilado cadáver de su adalid.
Pedia la soberbia de los capitanes reales una cruel venganza, y no hallaron otra más legítima que el arrancar la vida á los prisioneros. Sin respetar los derechos del vencido; sin tener para nada presentes los santos fueros de la humanidad, y hasta las mismas reglas de la Caballería, aquellos guerreros, llevados de su ira y de su amor propio , acordaron por propio arbitrio enforcar á seis de los prisioneros, pretextando que, tratándose de sediciosos, no habia lugar á respetarles las vidas, no embargante el vencimiento.
Ejecutóse la arbitraria sentencia, sin que fueran parte á evitarla ni los consejos de los más sensatos , ni el fundado argumento de los que se oponian afirmando que los reyes no les concedieron poder para tanto. Cundió la fatal noticia por campos y poblaciones, produciendo inexplicable efecto de indignación y enojo. Lejos de aquietarse los ánimos con tan bárbaro castigo, encendiéronse de nuevo, reclamando terribles represalias, y tan torpe providencia demostró que el rigor desusado y el ensañamiento no traen, ni con mucho, la moderación y suavidad que se pide á los revoltosos.
Ante el extraño y triste acaecimiento, los más allegados al de Villena exigieron que se respondiese con idéntica dureza. La impericia y la soberbia de los capitanes reales, con su desmedido orgullo , habian dado proporciones desmesuradas al conflicto, convirtiéndolo en una guerra sin tregua ni cuartel.
Llegaron las quejas á oidos del Marqués, y comprendió que no era cuerdo el desoirías, si bien, consecuente con el sistema á que se atenia, encaminado, al parecer, á pelear cuando se le incitaba á ello, manteniéndose á la defensiva mientras no se le provocaba, declinó en sus capitanes la facultad de tomar las providencias que el suceso requeria. Apoyados en esta autorización, los capitanes de Villena hicieron salir al campo á sus hombres de armas, quienes sin gran esfuerzo toparon con las fuerzas reales. Suscitóse ligera escaramuza, y aquellos consiguieron apoderarse de varios escuderos y peones, con los cuales dieron la vuelta al castillo de Garci-Muñoz.
No es difícil adivinar lo que debia acontecer. Pidieron los rebeldes á Juan Berrio que enforcase tantos realistas corno sublevados habian sido sacrificados por los capitanes. Y la demanda se acentuaba con tono y ademanes tan imperiosos, que los irritados mesnaderos mostrábanse resueltos á vengarse por sí mismos si es que se dilataba el satisfacerlos.
En tan apretado trance, dispuso Berrio que entre los cautivos se echase á suerte quiénes habian de ser las víctimas expiatorias del atentado cometido. No quería el capitán cargar su conciencia designando á los que debían pagar culpas ajenas, ni le parecía tampoco razonable dejar que la muchedumbre, ciega y apasionada, designase por sí misma los condenados.

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                                                 IV.
• Era una tarde del caloroso estío. Las cercanías de la fortaleza, lejos de ofrecer el agradable espectáculo de campos cubiertos de doradas mieses que el labrador recoge solícito, presentaba el cuadro de la devastación y del estrago. Habían sido destruidas las cosechas, incendiados los montes y destrozadas las moradas. La paz y el trabajo huian asustados de aquel territorio, frecuentado únicamente por el espía, atento á delatar las marchas y movimientos de los contrarios.
Aislado de todo comercio con el exterior, como mudo testigo de tanto desastre, alzábase en el centro de aquel enojoso panorama el castillo de Garci-Muñoz. Preparado contra toda sorpresa, hallábase limpia de maleza su honda cava, izado el puente levadizo, artilladas sus lombardas.
Flotaba enhiesto en la torre del Homenaje el pendón guerrero de los Pachecos, y no muy lejos veíase el enrejado cesto donde se encendía la almenara. Repartidos los centinelas convenientemente, vigilaban unos el exterior tras de las angostas saetías, mientras otros cuidaban de los prisioneros.
Notóse de repente inusitado movimiento en los grupos que frecuentaban el patio principal de la fortaleza: habia anunciado el agudo tañido de una bocina que el alcaide se disponía á salir de su estancia. Presentóse éste, con efecto, de allí á poco, anunciando que inmediatamente iba á procederse al funesto sorteo. Formáronse los soldados en dos filas, y los prisioneros fueron atraídos de las mazmorras, acercándolos á un tajo, donde en un bacinete se contenia cierto número de dados.
Cuenta la tradición, y las crónicas confirman, que entre los míseros escuderos á quienes la suerte volvió la espalda, figuraba uno natural y vecino de Villanueva de la Jara, aldea de Alarcón. Hombre pacífico, hacendado, con mujer é hijos, habíase visto constreñido á tomar las armas contra su inclinación y contra su gusto. No por esto mostróse por debajo de lo que el trance requeria. Armado de un valor y de una resignación que hacian más simpático su infortunio, disponíase á morir como bueno, cuando la infausta nueva llega hasta un hermano suyo, de menor edad, mozo, prisionero como él, y á quien, favorable el destino , habían vuelto á encerrar en su calabozo.
Pide el mancebo con todo encarecimiento que le conduzcan á donde se halla su hermano, y en llegando á su presencia, estréchale fuertemente entre sus brazos, afirmando que de ningún modo consentirá en que sucumba.
Responde el hermano mayor á aquellos trasportes de cariño con muestras de acendrado afecto, y calcula que llegarán á calmarse; mas pronto advierte que la resolución de su hermano es decisiva. —
«Nó, no moriréis, dice el mozo; no moriréis, hermano mío. Yo he de morir por vos, porque no podria sufrir la pena que habría en vuestra muerte y en carecer de vuestra vista.»
Intenta tranquilizarle el escudero, pidiéndole respete y se conforme con el fallo de la suerte. «No plegué á Dios, le dice, que padezcáis por mí. Quiero yo sufrir resignado esta muerte, pues á Dios plugo que muriese de esta manera. Y no es razón que vos, que sois más mozo, que aun tenéis grandes alientos y conserváis frescas las esperanzas; vos, que no gozasteis de los dones de esta vida, vayáis á fenecer en tan tierna edad. Tranquilizaos, pues, hermano querido, repite el escudero, y servid de amparo y sostén á mi desventurada mujer y á mis hijos.»
Enterneciéronse los circunstantes, y por un momento escuchan los impulsos del sentimiento , que sufrían las fortalezas y pueblos del Marqués, y el castillo de Garci-Muñoz, donde ni un solo día habia dejado de ondear victorioso su estandarte, abatió su puente levadiza para que salieran de sus aprisionamientos cuantos habian sido retenidos en rehenes desde el principio de la lucha.
Abandonaron los presos sus mazmorras contentos y alborozados. Eran otros tantos Lázaros que resucitaban al amor de sus desconsoladas familias. Despedíanse los libertos con señales de júbilo de los seculares muros donde creyeron debia labrarse su sepultura, y las alegrías presentes pusieron en olvido las pasadas desventuras.
En medio de tantos plácemes, alguno habia que triste, demacrado y macilento, cruzaba el abovedado ingreso del castillo con las lágrimas en los ojos, la cabeza sobre el pecho reclinada, las manos caídas, en ademan de hondo é inextinguible desconsuelo. Era el escudero de Villanueva de la Jara, que volvía á su hogar con las ansias de la muerte. ¡Allí quedaban los tristes despojos de su mísero hermano, la sombra querida de su noble salvador! Por eso cuantos le vieron pasar sin serle permitido contener los sollozos, comprendieron y respetaron su dolor.
El tajo del verdugo era para aquella oscura familia un padrón de altísima honra, y la posteridad agradecida saludará con respeto la memoria de aquel héroe olvidado, cuya fama vivirá imperecedera mientras haya corazones que se sientan movidos ante los hechos grandes y las acciones generosas
V.
Bástale al castillo de Garci-Muñoz este interesante episodio de nuestras discordias civiles para que su nombre goce en adelante de la consideración que hasta ahora no se le habia otorgado. Poco importa que las mudanzas de la fortuna lo convirtieran en triste hacinamiento de informes ruinas: Si ya no desafía robusto la furia del cierzo; si el viajero no emprende ruda caminata para visitar sus primorosas estancias ; si sobre sus escombros extendió la naturaleza un manto de verde musgo, la fantasía se lo representará siempre como recio padrón de la altivez de nuestros grandes, como monumento eterno de un suceso digno de mención y remembranza.
Son los castillos páginas de piedra donde se hallan escritas las premáticas de nuestra raza: son testimonios elocuentes del antiguo valor, son los restos que hasta nosotros llegaron de una doble lucha : lucha de nuestros mayores contra el poder islamita, lucha de la gente noble contra la realeza. Durante la primera, cada castillo que se levanta es un nuevo empuje de la ola que se llama reconquista; durante la segunda, cada fortaleza que sucumbe, cada foso que es cegado, cada muro que se arrasa, es una nueva invasion del poder real, un nuevo- paso hacia el despotismo del monarca. Representan los castillos lo más castizo, propio, fundamental y antiguo del pueblo castellano; la tierra misma que disputan palmo á palmo nuestros padres denomínase Castilla, tomando su nombre de las atalayas que la cubren en todas direcciones. Apegados á cada contrafuerte, unidos ácada almena, existen los fueros conquistados con la lanza ó con la espada ; son los castillos otros tantos títulos que confirman la division de la soberanía. No han sido los reyes los que han arrojado á los muslimes primero de los contornos de Asturias, después del reino de Leon, más adelante de las vertientes orientales del Guadarrama, andando el tiempo del otro lado del Muradal, y definitivamente de su último refugio que se llama Granada. Han sido los pueblos personificados en sus guerreros, en sus mesnadas, en sus milicias, en sus consejos. Del fondo de las muchedumbres salieron los héroes, condecorados con títulos nobiliarios, emblema y premio de sus proezas. Del fondo de los pueblos proceden esos soberanos tenaces é indómitos que disputan su soberanía al monarca.
Y hé aquí por qué cuando la monarquía se siente fuerte inicia una lucha monstruosa y sangrienta contra los nobles; hé aquí por qué se afana en destruir y arrasar castillos; Fernando de Aragón é Isabel de Castilla comienzan la cruzada; Carlos V y Felipe II la continúan ; el nieto de Luis XIV, Felipe V, dióla por terminada. El hierro y el fuego en una parte, el cadalso en otra; aquí el halago, allí la astucia; de toda clase de armas se sirve el trono para llevar á cabo su empresa. Como tantos otros, el castillo de Garci-Muñoz era una protesta contra la invasion agarena y contra la invasion real. Triunfó de la primera, sucumbió en aras de la segunda.
¿Quién se preocupa ya de esos ennegrecidos paredones, por ante los cuales cruza rápido é indiferente el viajero muellemente recostado sobre los divanes del ferro-carril? ¿Quién tiene un recuerdo de simpatía para esos mudos testigos de pasadas glorias, que vieron lucir otras ideas y otras grandezas? Y sin embargo, ellos engendraron los elementos de la nacionalidad, de ellos brotó la patria, y sobre ellos se afirmaria nuestro carácter y los timbres que llevaron victorioso el nombre español á todos los extremos de la tierra.

Por eso nosotros que, ardientes propagadores de las ideas modernas, queremos avanzar llevando en nuestras manos la enseña de lo porvenir, tenemos también sentimientos de cariñosa simpatía para esos restos despedazados del edificio que un dia albergó á nuestros abuelos; por eso mismo recogemos el rasgo más brillante de la historia del castillo de Garci-Muñoz para trasmitirlo á las generaciones futuras, otorgándole puesto distinguido en esta galería. FRANCISCO M. TUBINO

RECOPILACIÓN: JOSE VICENTE NAVARRO RUBIO

jueves, 17 de noviembre de 2016

RECOPILACIÓN DE TEXTOS SOBRE EL CASTILLO DE BELMONTE (CUENCA)

Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica Tomo 1 [Texto 1870
 

1)

Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica Tomo 1 por una sociedad de los más distinguidos escritores nacionales, bajo la dirección de José Bisso ; precedidas de un prólogo por Juan Pérez de Guzmán Autor Bisso, José (1830-1893

EL CASTILLO DE BELMONTE.  DEDICADO Á LA EXCELENTÍSIMA SEÑORA Condesa viuda del Montijo y de Miranda, Duquesa de Peñaranda, etc.:

Al describir el antiguo castillo cuyo nombre figura á la cabeza de este capítulo, faltaríamos á un alto deber de gratitud si no dedicáramos nuestro modesto trabajo á la ilustre dama española, á la constante y decidida protectora de todo pensamiento grande y fecundo, que ha conseguido por su vi- gorosa iniciativa levantar en el centro de España un monumento artístico convertido ayer en un montón de escombros, admirado hoy por cuantos acuden á visitar aquel lugar de históricos recuerdos, y que trasmitirá mañana á las generaciones venideras la memoria de la noble condesa á quien se debe la conservación de aquella gloria nacional.

¿Qué era el castillo de Belmonte hace pocos años? Oigamos la exclamación de profundo dolor que la vista del entonces ruinoso edificio arrancaba á un escritor contemporáneo:

« Lo que de castillo tiene el edificio, decia, se conserva mejor que su ornato de alcázar, y los vestigios de su fortaleza sobreviven á los de su pompa y suntuosidad. Sembrado de escombros aparece el patio de figura aproximadamente triangular, y en pié dos alas de su pórtico, cuyos arcos iachatados, pero esbeltos, se engalanan con follajes y colgadizos que arrancan de las aristas de los mismos pilares; el gótico brocal del pozo asoma en medio entre dos gruesas columnas labradas en espiral; las habitaciones bajas, derruidas ó trocadas en establos, conservan restos de pintura en su enmaderado techo, y anchas orlas de elegantes labores vaciadas en yeso alrededor de sus puertas y ventanas. Pero en las salas superiores es donde más lamentable y completa ha sido la desolación; hundida yace la galería que sobre el pórtico se levantaba; fáltale á una estancia el pavimento, á otra la techumbre; y las grandiosas chimeneas ceñidas de arabescos, las gallardas puertas ojivales flanqueadas por agujas de crestería, quedan suspendidas al aire sin comunicación entre sí. Más allá se descubren sólo vestigios de un magnífico artesonado impuesto sobre primorosa cornisa de piedra, y á través de aquel laberinto de ruinas persevera únicamente intacto, como para muestra del esplendor antiguo, un cuadrado que se destinaba á capilla.

> ¡Ah! continuaba el escritor á que nos referimos; ¿por qué ha de perecer tan bella, tan magnífica, tan robusta en su armazón y marcial en su apostura, la mansion de los formidables Pachecos? ¿Tanto cuesta á los herederos de sus dominios levantar las caídas paredes, sostener los vacilantes techos, cerrar las pertinaces goteras que lentamente acaban con aquella solidez que los golpes del ariete desafiara? Si hasta los monumentos que pertenecen al patrimonio de una familia ilustre, y á los cuales andan vinculados sus blasones y recuerdos de gloria, no hallan amparo ni cariño en sus mismos poseedores, ¿qué mucho que en esta época de individualismo abandone la nación al saqueo y á la ruina, como bienes sin dueño, el tesoro de sus artísticas é históricas grandezas? ¡Generación indiferente y destructora! ¡Pides al poeta melancólicas inspiraciones, pides al artista un fiel trasunto del espirante edificio; y como quien cuida más de los funerales que de la vida de un importuno viejo, crees hacer bastante con que su muerte sea plañida y su fisonomía conservada!  »

Si la obra que acabamos de citar se hubiese escrito algunos años más tarde, no habría terminado ciertamente su autor con tan sentido apostrofe la descripción del castillo del Belmonte, tal como entonces se encontraba. La antigua fortaleza feudal pertenece en la actualidad á nuestra ilustre compatriota la emperatriz de los franceses, que conserva en el primer trono del mundo el cariño que siempre profesara á su patria, y se muestra celosa de sus glorias. No era posible que desapareciera en poder de tan egregia dama el majestuoso alcázar de la Edad media, testimonio indeleble de la grandeza y esplendor de sus predecesores. Debia, por el contrario, renacer como el ave fabulosa renace de sus cenizas, y ha reaparecido, en efecto, sobre sus ruinas.

Es un esfuerzo maravilloso de iniciativa, un verdadero milagro producido por el genio y la constancia, cuya gloria corresponde á la condesa del Montijo, iniciadora del pensamiento, y bajo cuya dirección inteligente se han ejecutado las obras de reconstrucción, próximas á su término. Principiaron éstas hace siete años, y el castillo de Belmonte restaurado completamente, conservando su carácter especial y su arquitectura primitiva, ofrecerá muy pronto el aspecto que presentaba en los dias de su esplendor pasado, cuando el célebre Maestre de Santiago desafiaba desde tan fuerte asilo el poder de los señores de Castilla y de su mismo soberano.

En los momentos actuales, cuando por todas partes vemos escombros y ruinas ocupando el lugar en que admirábamos un dia maravillas artísticas, monumentos históricos, que atestiguaban nuestra perdida grandeza, inspirándonos su vista el más profundo respeto hacia las generaciones que nos precedieron, censuradas hoy por quienes son incapaces de imitarlos, es altamente consolador ver cómo reaparece sobre las alturas de Belmonte el castillo señorial, mudo testigo en épocas lejanas de algunos de los acontecimientos más notables de nuestra historia.

Mientras la piqueta revolucionaria destruye sin objeto en las ciudades iglesias, conventos y fortalezas, cual si tratara de asentar su imperio sobre un campo de desolación y exterminio, la morada de los ilustres Pachecos, restaurada por una distinguida dama de la aristocracia española, heredera de sus timbres y blasones, aparece como una muda protesta de la España antigua, que dice á nuestros pretendidos regeneradores: « Ya que no podéis competir en heroismo, en virtudes ni en saber con vuestros antepasados, respetad, al menos, sus recuerdos. »

Los tiempos cambian, sucédense los siglos, altéranse las costumbres de los pueblos; y las naciones, unas progresando, retrocediendo otras, suelen mudar de aspecto modificándose sensiblemente las condiciones distintivas de su carácter. Esta ley ineludible de la naturaleza ha hecho sentir sus efectos entre nosotros; no somos lo que fuimos, por más que se conserven afortunadamente en nuestra patria las virtudes que tanto enaltecieron siempre á sus hijos: el valor, el desprendimiento, la abnegación y la hidalguía.

Pero si en el sexo fuerte observamos una diferencia de carácter cuya comparación con el de nuestros antepasados no seria en todos los casos ventajosa, podemos afirmar que la mujer española se mantiene fiel á las tradiciones de los tiempos caballerescos, conservando puro en sus pechos el sentimiento del honor y de la virtud, como conserva en el rostro los atractivos que aseguran su avasalladora influencia. En esa colectividad que admiramos ocupa en nuestros días un lugar preferente la noble condesa del Montijo, objeto de especial cariño por parte de los que cultivan su ameno trato, de veneración y respeto por parte de los muchos desgraciados que sólo la conocen por sus beneficios

Hállase situada la población de Belmonte en la provincia de Cuenca, á cuyo obispado pertenece. Fué en su principio una pobre aldea, conocida con el nombre de las Chozas, que cambió después por el que conserva en la actualidad. El rey Don Pedro I la elevó á la categoría de villa, otorgándole varios privilegios y colocando varios pueblos bajo su jurisdicción.

Asiéntase la villa sobre dos eminencias no muy elevadas, divididas por un estrecho valle, ocupando el castillo la más alta, que está al Oriente, y la otra las casas de la población, entre las que descuella la antigua iglesia colegial. Rodeábala una extensa muralla, formando de trecho en trecho puertas fortificadas que aun existen y conservan sus primitivos nombres, de San Juan la del N., Chinchilla la del S., y Monreal ó Toledo, Puerta Nueva y del Almudi, las del O. La iglesia parroquial, objeto de la protección constante del célebre Don Juan Pacheco, marqués de Villena y gran maestre de Santiago, que casi la reedificó á sus expensas, fué erigida colegial en virtud de la bula expedida por el Sumo Pontífice Pió II, en Mantua, á 9 de las Kalendas de Diciembre de 1459, siendo consagrada el 21 de Marzo de 1460. Cuenta Belmonte entre sus más preclaros hijos al Padre Alonso Pacheco, de la Compañía de Jesús, que sufrió el martirio predicando el Evangelio en las Indias, y al Padre Montoya, de la Orden de los Agustinos, Provincial que fué de Lisboa, donde se conservan susrestos. Ambos merecieron por sus virtudes ser colocados en el número de los Santos. También fué natural de la citada villa ú oriundo de ella, el eminente poeta Fray Luis de Leon, una de las glorias más puras y legítimas de la literatura patria, y cuyo nombre, que ha llegado hasta nuestros dias rodeado de la aureola del genio, pronuncian hoy con veneración y respeto los escritores contemporáneos. Terminaremos estas breves noticias con la descripción de las armas de la villa: fórmanlas una encina y un pino, leyéndose alrededor del escudo el siguiente lema: « Petrus Piex sponte villain fecit de Belmonte.»

Salió esta villa por primera vez del dominio de la corona como parte integrante del marquesado de Villena, del que se hizo merced al infante Don Manuel, hijo del rey Don Fernando III el Santo, y hermano de Don Alfonso el Sabio. Habiéndose extinguido la sucesión directa de los primitivos poseedores, fué agregada de nuevo á la corona en tiempo de Don Pedro I, el cual, como antes hemos dicho, concedió á la villa muchos privilegios, ensanchando al mismo tiempo su jurisdicción. Al subir al trono Don Enrique III, y deseoso este monarca de favorecer á los nobles que más se habian distinguido defendiendo su causa, cedió el marquesado de Villena con la villa de Belmonte á Don Alonso de Aragón, conde de Dénia y Ribagorda, quien lo.poseyó, hasta que con motivo de la restitución de las dotes de las hermanas del rey, capituladas con Don Alonso y Don Pedro, hijos de dicho marqués , y con otros pretextos, hubo de suscribir un convenio, por el cual renunciaba aquella parte de sus dominios, recibiendo en compensación el ducado de Dénia.

El origen de la posesión de Belmonte y su castillo por la ilustre familia á quien hoy pertenecen, se remonta al reinado de Don Enrique III, llamado el Doliente. Queriendo el monarca recompensar los numerosos y relevantes servicios que habia recibido de Don Juan Fernandez Pacheco, le donó, después de otorgarle otras mercedes, la villa referida con todas sus rentas y derechos, expidiendo el oportuno decreto en Tordesillas el dia 16 de Mayo del año 1398. Repugnó el pueblo desde luego salir del dominio de la corona, y la repugnancia se convirtió bien pronto en abierta hostilidad, fundándola en los privilegios otorgados por el rey Don Pedro, y en las promesas hechas á nombre del mismo Don Enrique III por el doctor Don Pedro Sanchez, quien ofreció que S. A. no la cedería jamás, estando decidido á conservarla en su mayorazgo. Esta resistencia dio lugar á una segunda resolución regia, confirmatoria de la anterior, que fué expedida el 23 de Setiembre de dicho año , por lo cual se mandaba á todas las ciudades, villas y lugares del reino, y especialmente al Adelantado Mayor de Múrcia, que hicieran llevar á debido efecto las órdenes soberanas.

Reconociendo entonces que la resistencia sólo conduciría á agravar el estado de las cosas en perjuicio del pueblo, los habitantes de Belmonte se avinieron á dar la debida posesión á Don Juan Fernandez Pacheco, habiendo aprobado el rey previamente las condiciones que vamos á relatar:

1.a Que el nuevo señor ofreciera no volver la vista á lo pasado, olvidando todo género de resentimiento por las ofensas que se le habian inferido.

2.a Que respetara el privilegio de apelación ante el rey.

3.a Que guardase con fidelidad los fueros de la villa, dejándole sus propios, como los tuvieron en tiempos anteriores.

4.a Que no apremiara á persona alguna ni la solicitara para contraer matrimonio contra su voluntad

5.a Que la villa nombrase anualmente los jueces que habian de entender en los pleitos y querellas que se suscitaran.

Aceptadas las capitulaciones que preceden, fueron juradas con las formalidades de costumbre, no sólo por Don Juan Fernandez Pacheco, sino también por los señores Don Alonso Tellez y Doña María Pacheco, su esposa, para el caso en que recayese en ellos la herencia del señorío, ó llegaran á poseerlo en virtud de contratos ulteriores. Cumplidos estos requisitos, se dio posesión pacífica al agraciado, quedando así cumplimentadas en todas sus partes las órdenes del rey. La villa de Belmonte continuó formando parte de los dominios de la poderosa familia de los Pachecos, á cuyos descendientes pertenece en la actualidad el señorío, siendo digno de notarse que la aversion manifestada en un principio por los habitantes hacia sus nuevos señores, se cambió muy pronto en un afecto sin límites y un cariñoso respeto, constando en los archivos de la casa, que ninguno de los lugares de su pertenencia ha promovido menos pleitos, querellas y disgustos

En el siglo xv llegó á su mayor apogeo la prosperidad de Belmonte, siendo objeto la villa de una predilección especial por parte de su señor el célebre Don Juan Pacheco, marqués de Villena, gran maestre de la Orden militar de Santiago y favorito predilecto del monarca, á quien dominó hasta su muerte, y contra el cual estuvo casi siempre en lucha declarada ó encubierta. Conocida es por cuantos se han dedicado al estudio de la historia patria la parte activa que tomó el poderoso magnate en los acontecimientos de aquella época, tan fecunda en disturbios de todo género. No nos detendremos, por lo tanto, en reseñarla, ni nos seria posible siquiera el intentarlo, dadas las condiciones especiales de esta obra. Haremos, sin embargo, constar, que por entonces se edificó el castillo que domina á la villa, y cuya restauración está próxima á terminarse, como hemos indicado , bajo la protección de la ilustre dama cuyo nombre figura al frente de esta breve y desaliñada narración. Los Estados del marqués de Villena presenciaron no pocas luchas de las infinitas que en aquellos tiempos se sucedieron, y á la fortaleza de Belmonte fué conducida por el gran maestre de Santiago la infortunada princesa Doña Juana, hija de Enrique IV, y conocida por el nombre de la Beltraneja, albergándose allí desde la retirada de Villena hasta la capitulación de Chinchilla. Conócese todavía con el nombre de la Princesa la puerta reservada del castillo por donde hizo su entrada, y por la que sólo entraban y salían los señores y altos personajes.

El célebre Don Juan Pacheco falleció el 19 de Diciembre de 1474, á los cincuenta y dos años de edad. Sus sucesores continuaron en posesión del Estado de Belmonte, perteneciendo hoy, según indicamos en otro lugar, á S. M. la emperatriz de los franceses, que lo recibió por herencia de su padre el conde del Montijo y de Miranda.

                                                                          III.
El castillo-alcázar de Belmonte pertenece al orden gótico-arábigo, y fué construido á expensas del precitado Don Juan Pacheco, marqués de Villena, desde el año 1455 al 70. Dos ramales de muralla, de estilo romano, partían en dirección NO., hallándose situada la fortaleza sobre el cerro del E. que domínala población. Hé aquí la descripción de este monumento histórico, verdadera riqueza artística, que tomamos de una excelente obra contemporánea:

« Descuella el castillo sobre su cónico pedestal, no enriscado y amenazador como tiránico dueño, sino accesible por todos lados por suave cuesta, como quien ejerce una autoridad pacífica y tutelar. Seis colosales torres redondas, ceñidas de madillones en su mayor parte, las unas con escamas, las otras con arquitos esculpidos en el vacío de aquellos, forman los puntos cardinales de su exágona planta, de cuyos lienzos los tres son rectos y describen ángulo hacia adentro, trazando, en cierto modo, una estrella. Escalonadas almenas, cual vistosas plumas de encaje, coronaban un tiempo sus muros, y corren todavía fantástica y gentilmente alrededor del ante-mural ó barbacana, trepando por cima de los torreones exteriores ó suspendidas cual aéreas agujas sobre la puerta de entrada. Única es ahora la que al cercado recinto introduce mirando hacia el pueblo, después que se tapiaron las dos restantes, la una denominada del Campo, frente á la reja de hierro, la otra de Peregrinos, acaso por la cruz y las veneras de Santiago en su dintel esculpidas. »

En la primera parte de esta reseña hemos expuesto el lamentable estado de abandono en que se encontraba el interior del edificio hace pocos años, y los costosos esfuerzos que se están haciendo para adelantar las obras de reconstrucción , ya próximas á terminar.

El castillo de Belmonte, considerado en su época como un formidable baluarte, estaba provisto de los necesarios medios de defensa para sostener un largo asedio, deteniendo durante mucho tiempo ante sus muros á las fuerzas que pretendieran expugnarlo. Su artillería era del mayor calibre entonces conocido, y llama la atención que se colocaran tantas piezas en tan reducido recinto. Según aparece en el inventario judicial que existe en el archivo de la casa del Montijo y de Miranda, y se formó el 6 de Mayo de 1672 por Don Alonso Nicolás Urrea, corregidor y justicia mayor de la villa, encontráronse cinco pedreros y siete morteros de hierro, todos de antigua construcción, los cuales, después de inventariados, se constituyeron en depósito para mayor seguridad; á pesar de estas precauciones, la artillería del fuerte ha desaparecido posteriormente: como medios de defensa serian hoy inútiles; pero es de lamentar su extravío, considerándolos como recuerdos históricos siempre de gran valor.

El 6 de Diciembre de 1529 tomó posesión de la fortaleza Doña Juana Enriquez, duquesa viuda de Escalona, marquesa de Villena y condesa de Santisteban, en nombre de Don Diego Lopez Pacheco, su hijo, menor de edad, de quien era tutora y curadora, rindiéndole pleito homenaje Hernando Pacheco ante el justicia mayor de los Estados de Villena, y sacándose del acto el oportuno testimonio, que existe hoy en el archivo de la casa de Montijo. En él hemos también hallado la reseña de la visita de reconocimiento del castillo que hizo el licenciado Ariz en Mayo de 1550, por especial encargo de su señor. Dé ella aparece que las obras de fábrica expuestas á la intemperie habian sufrido algunos desperfectos susceptibles de fácil y poco costosa reparación; pero el interior del alcázar estaba bien conservado, datando de tiempos posteriores su ruina.

Ninguna tradición romancesca se .conserva hoy del castillo de Belmonte en la época de su esplendor primitivo, y sin embargo, aquellas mudas paredes debieron presenciar interesantes escenas , fraguándose tal vez en su fastuoso recinto muchas de las intrigas que dieron triste celebridad al reinado infeliz de Enrique IV de Castilla, y que fueron dirigidas en su mayor parte por el marqués de Villena. En tiempos más cercanos, sus sucesores se distinguieron por su adhesion á la causa de Felipe V, á quien prestaron grandes servicios durante la guerra de sucesión. La situación del Estado de Belmonte les sirvió maravillosamente, eligiéndolo como punto estratégico para detener los socorros que recibía de Portugal el archiduque Carlos de Austria, aspirante á la corona, y vigilar al mismo tiempo las fuerzas que operaban en el reino de Valencia. En la historia de las últimas guerras de la Península ya no figura la fortaleza de Belmonte, ni siquiera se menciona su nombre: no hay que extrañarlo; mal podia aquel abandonado alcázar servir de base de operaciones militares, ni prestar á los guerreros seguro asilo, cuando sus muros se desmoronaban y no bastaba su techumbre ruinosa á defender contra el rigor de los elementos las maravillas artísticas que se encerraban dentro de su mágico recinto.

                                                                          IV.
Hoy todo ha cambiado de aspecto. España conservará por largos siglos aquel vivo testimonio de otros siglos que pasaron, y que suelen calumniar las generaciones de pigmeos de estos últimos tiempos que no alcanzan á comprender su grandeza. Grandeza ruda, producto algunas veces de hechos censurables; pero que oscureció la de las demás naciones de su época, ninguna de las cuales supo dar cima á las empresas que acometieron con asombro del mundo los soberanos de Leon y Castilla, de Aragón y Navarra, al frente de sus nobles magnates y secundados por el pueblo entero, ávido de gloria.

El castillo de Belmonte subsistirá restaurado en medio del vasto campo de desolación que por todas partes le rodea, y los amantes de las artes consagrarán un recuerdo indeleble de gratitud á las ilustres damas cuya poderosa iniciativa ha operado este prodigio. Pero llegado que sea el dia , ya muy próximo, de la terminación de las obras, los viajeros deseosos de visitarlas habrán de vencer dificultades incomprensibles en este siglo de universal movimiento, y sufrir molestias que les harán repetir, si son extranjeros, esa frase que tantas veces resuena en nuestros oidos, causándonos un sentimiento profundo de disgusto: ¡ Cosas de España!

No dista muchas leguas Belmonte de la capital del reino; su castillo es una de las antigüedades de verdadero mérito que merecen visitarse en Castilla la Nueva, y desde la estación de Socuéllamos (ferro-carril de Madrid á Ciudad-Real) hasta la villa mencionada hay que hacer el viaje con gran trabajo, por falta de un camino que merezca tal nombre. Verdad es que está proyectada hace años una carretera; pero no se ha pasado del proyecto, hallándose sin construcción el puente sobre el rio Záncara, que atraviesa el camino existente é interrumpe el tránsito en las recias avenidas.

El autor de la descripción de Belmonte que hemos citado al principio de esta breve reseña, dirigia un cargo severo á las familias ilustres españolas que dejan en completo abandono los monumentos á que están vinculados sus blasones. ¿Cómo pedir apoyo al gobierno, decia, para salvar esos recuerdos de gloria, cuando sus mismos poseedores los miran con deplorable indiferencia? La acusación seria justa si el gobierno mostrara más interés en favor de los particulares que sacrifican sus intereses por conservar las glorias nacionales, alentándoles en su empresa; pero el ejemplo de lo que ocurre con el camino de Belmonte, es poco á propósito para estimular á los que quisieran ser imitadores de las ilustres restauradoras del antiguo alcázar.

Deseamos vivamente que se subsane esta falta: no abundan tanto las reliquias de la Edad media que entre nosotros se conservan, para que pueda disculparse ese abandono que dificulta su acceso, ocultándolas á los ojos de los que se gozarían en admirarlas. José Bisso

2)
Alrededor del Mundo  AÑO XXX. Vol. 58. Madrid. 21 de abril de 1928. Núm. 1.505

DEL CENTENARIO DE FRAY LUIS La historia y la leyenda del Castillo de Belmonte  Por Ángel Dotor:

ENTRE los numerosos centenarios de personajes españoles famosos—San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Felipe n, Góngora, Goya, Ribalta, Moratin y algún otro — que se conmemoran en estos años de 1927 y 1928, merece singular atención el del insigne religioso, poeta y místico que en sus obras y en la Universidad -de Salamanca dejó perennes destellos de su genio creador, gloria del saber y de la estirpe. Hemos querido que coincida con la época de su recordación universal, motivada por celebrarse ei cuarto centenario de su nacimiento, nuestra visita al pueblo que fué su cuna de origen. Y henos aquí en Belmonte, en donde mejor poder evocar aquella vida insigne y contemplar loa restos del pretérito esplendor medieval.

Belmonte es uno de los pueblos más típicos y pintorescos de Castilla. Como muy bien dice el insigne hispanista Aubre y F. G. Bell en su magnífica obra "Luis de León"—que constituye la mejor analogía del insigne poeta y el más atinado estudio del Renacimiento español—, el vetusto rincón conquense "tiene todo el aspecto de un antiguo remanso histórico". En medio de la sábana de la Mancha alta, rodeadas de campo en el que alternan las desnudas tierras paniegas con el viñedo, cada año más numeroso, y las manchas de siempre verde pinar, destacan, visibles a varias leguas de distancia, según vamos desde Socuéllamos, la torre de nuestra antigua Colegiata y la fortaleza, ambas dominadoras del caserío circundante. Los restos de sus murallas, con las antiguas puertas de Chinchilla, del Almudí y de la Estrella; sus calles con vetustas arcadas; los caserones pétreos con escudos nobiliarios; su plaza de castizos soportales, constituyen motivo de atención admirativa para cuantos llegan a su recinto, siendo tan curioso contemplar todo esto como oír referir el esplendor pretérito de la villa, cuna de Fray Luis, que dio vida, a más de dicha gloria de las letras patrias, a algunos otros religiosos, humanistas y sabios célebres, en que fué tan fecunda esta tierra conquense.

Pero lo que impresiona más vivamente al visitante—que echa de ver el contraste entre la placidez actual de Belmonte, cuya decadencia se acentúa hoy con la supresión de su Juzgado de instrucción, y la grandeza de su pasado—es el fiero castillo, uno de los más importantes bastiones del apogeo español, cuya historia y vicisitudes, en fuerza de complejas e interesantes, requerirían no una crónica concisa, sino una monografía bien extensa.

La primitiva fortaleza belmonteña de que hay datos es aquel "Alcázar viejo" que, al igual que la "cerca vieja", o sea el circuito amurallado, mandara construir el inquieto infante y guerrero don Juan Manuel, señor de Peñafiel, el año 1323. Derruidos que ambos fueron, a mediados del siglo XV, el entonces mayordomo de Enrique IV, don Juan Fernández Pacheco, Maestre de Santiago y primer marqués de Villena—personaje al que nos referimos en el número 1.466 de esta Revista escribiendo sobre el Monasterio segovíano del Parral — erigió, de acuerdo con la entonces próspera villa, la nueva fortaleza. Según consta en el curioso documento de 145S, que constituye verdadera carta de merced o privilegio de la villa, el castillo "en que su merced manda facer e se face en el cerro de San Christobal". Las murallas de defensa fueron costeadas en su tercera parte por el propio Villena, y los dos tercios restantes por el Concejo. El poderoso señor dio el mando de la plaza, apenas terminada su fábrica, al capitán Alvar Fernández de León, noble manchego casado con la judia Elvira, digno de recuerdo porque Fray Luis de León fué descendiente de aquél en línea directa.

El castillo de Belmente constituyó uno de los numerosos señoríos que contó la poderosa familia de los Pacheco, "Maestres tan prosperados—como reyes—que a los grandes y medianos—traxeron—tan sojuzgados—a sus leyes"— en la inmortal elegía de Jorge Manrique. Sus considerables proporciones y su solidez admiran aun hoy día a todos cuantos lo visitan, propios y extraños. El erudito francés Coster afirma ser "de relieves brutales que inquietan y de colores vivos que excitan y fascinan la vista". Seis enormes torreones circulares delimitan su planta exagonal, todos ellos tan formidables como los lienzos de la muralla, encima de la cual corre el gran adarve que conserva la línea de almenas con aspilleras en cruz.
Penetrando en su interior por la puerta llamada de "Peregrinos", que corona las armas de Santiago, vemos que sus salones inmensos muestran todavía patentes restos del fausto pretérito. Aun puede contemplarse en el que fué capilla, de puro estilo gótico con arabescos, el artesanado de alfarjia. En otros abundan techos magníficos, arcos ojivales, artísticas chimeneas, sólidas rejas renacentistas y otras manifestaciones del arte. Y el viajero entusiasta echa de ver el lamentable anacronismo de la adaptación—mejor que restauración — efectuada en el magno castillo, en tiempos posteriores a los de su esplendor, para poner la magna fábrica en condiciones de albergar una Orden religiosa, que allí permaneció durante algún tiempo. El magnífico patio o plaza de armas fué revestido de ladrillo y ias estancias estucadas, con desaparción de no pocos frisos y otros detalles de su primitivo y auténtico exorno...

En aquellos tiempos en que el castillo de BeLmonte comenzó a actuar tan visiblemente en la vida de Castilla, cuando en él "tantas conjuras se fraguaron y tantas ambiciones se escondieron", el año 1467 fué encerrada en él doña Juana la "Beltraneja". Sábese que la torre oriental sirvió de albergue o calabozo de la inquieta infanta. Y disienten la Historia escrita y la tradición o leyenda en lo tocante al tal encerramiento. Parece ser lo cierto que el marqués de Villena, padrino de la "Beltraneja", apoderóse de ella al saber que había concertado su boda con el infante D. Carlos, tío suyo y pretendiente de la corona de Castilla, porque aquél, a su vez, quería fuera éste el marido de su hija doña Beatriz Pacheco, condesa de Medellín. En cuanto a la libertad de la infanta, no se sabe la verdad, pues mientras los testimonios escritos aseguran que al morir dicho infante en 1468, a los catorce años de edad, aquélla fué sacada de su encierro, la tradición afirma que evadióse con anterioridad, logrando escapar de la prisión por una de sus ventanas, merced a la ayuda de un caballero cuyo nombre no quedó consignado, caballero condenado a muerte por tal acción en uno de los calabozos del castillo, en el cual aún hoy día se conservan un aparato de tortura y una cruz de madera que dícese corresponden al pretendido suplicio.

El castillo de Belmonte fué cambiando de dueño en el decurso secular. Durante la Guerra de Sucesión seguía perteneciendo a los Pacheco, defensores de la causa borbónica, y en ella jugó importante papel, pues sirvió de base para los ejércitos que combatían al archiduque en esta parte de la Península. Después pasó a la casa de Montijo, y de ésta a la de Alba. El ilustre procer duque de Berwiek y de Alba, director de la Academia de la Historia, a quien tanto deben la ciencia y el arte patrios, es su actual poseedor, y de su preparación y amor al arte y a glorificar gestas magnas pueden esperarse fecundas iniciativas.

RECOPILACIÓN REALIZADA POR JOSE VTE NAVARRO RUBIO


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