miércoles, 1 de agosto de 2018

POESÍA: EL RÁFOL DE SALEM Y SU ERMITA DE SAN BLAS



Las estaciones son
como el alma del camino,
la tragedia, heroísmo
que lleva por un camino,
zig, zag,
empinado y muy bonito
a la ermita de san Blas
que espera a los peregrinos
con sus brazos abiertos,
e interior lleno de fe en Cristo.

Se erigió la ermita
entre donativos
y su grandeza es
la de esas hijas e hijos
del Ráfol de Salem,
todos juntos,
con la vista puesta desde muy antiguo
en conservar las esencias
que los hacen genuinos.

San Blas
tienta
a sus feligreses
y
parroquianos de turno
y
así ellos se sienten
con su presencia seguros.

Avisa la mañana
que el lugar es de culto
y bajo un soportal de ladrillo,
rojo
de sangre
 como el sudor de quienes trabajan la arcilla
con que se hacen los ladrillos,
llega el frescor
y un buen alivio.

Tres arcos,
de estilo carpanel
invitan a disfrutar
y a sentirse uno seguro.
y no termina aquí el asunto,
pues toca hablar de seguido
de ese campanario cuadrado,
casi de cubo,
templete de cruz de piedra,
así se ve todo su conjunto
en el que las tejas,
sirven de cubierta,
abrigo,
todo el año,
y en los inviernos duros.

Ermitaño,
hubo
y
 a buen seguro
que veló por su ermita
y
 a buen seguro
que aquí vivió en paz
consigo mismo
y
 con el resto del mundo conocido.

Se ven en el interior lunetos ciegos
muy antiguos,
salvo uno,
a través del cual
la luz entra en la ermita
cual afilado cuchillo
para cuando el sol se siente cogido
por aquello que reina en las tinieblas
y tiene un buen estilo.

Así el gótico de la madera tallada
hace que el altar rompa el mutismo
de las horas baldías
en que la noche atrae a las aves
que habitan en este reino diminuto
con bóveda de cañón
y en su sacristía
un cuadro antiguo
con San Blas
y así el santo,
una asamblea
por once veces consecutivas
lo quiso,
es en su ermita
estimado y querido.

Autor: José Vicente Navarro Rubio




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