El vía crucis de otro individuo, bohemio profesional,
más triste e infeliz que pintoresco, merece mencionarse brevemente: es
el lamentable caso de Armando Buscarini, joven que cultivaba con poca fortuna
la poesía y la prosa. Su persona inspira compasión, porque es el
caso extremo de un pobre escritor sin talento, probablemente inofensivo y bueno
en el fondo, que vivía en la más abyecta miseria. Su muletilla de
siempre fue «¡Me voy a arrojar al Viaducto!», y una vez le
aconsejó Valle-Inclán que al menos lo hiciese con elegancia
550, y Cansinos cuenta un cómico intento
frustrado. Según noticias dadas en las memorias es posible que haya
muerto en un manicomio. González Ruano (a quien Buscarini dedica un
poema) lo recuerda con cierta simpatía y refiere que vendía en
las calles y los cafés sus pobres libritos (los que tengo a la vista son
meros folletos baratos, de pocas páginas, y los tres llevan afectuosa
dedicatoria del puño y letra del autor para «el maestro»
Cansinos-Assens
551). Y en su antología
González Ruano imprime de Buscarini un solo poema «Hospital de
leprosos», soneto en que las hermanas consuelan a los enfermos que
sienten «el fuego de Vida en la carne doliente / y el frío de la
Muerte dentro del corazón»
552.
Para tener una idea cabal de la vida y la persona de Buscarini,
hay que remitir nuevamente a González Ruano y Cansinos-Assens.Feo de
semblante, con pelo lacio y largo, aquel hijo de amor
«...conoció todas las desdichas, los tristes internados de San
Juan de Dios y las duchas frías de los manicomios, el falso calorcillo
de los prostíbulos ínfimos y las tremendas horas del
cafetón como máximo refugio de las noches mejores»
553.
Por su parte Cansinos ve en el pobre poeta, víctima de burlas, una
«extraña mezcla de candor angélico y de astucia
diablesca», comparando sus facciones («ojos negros, grandes,
estrábicos y alucinados, y sus orejas, semejantes a alas de
murciélago») con las de un degenerado. Buscarini se cree poeta
maldito y no deja de cultivar sus apetitos groseros en una existencia insegura
e inútil
554.
En las páginas que presentan sus
Poemas románticos (1923, sin pie de
imprenta) Buscarini, a quien le niegan colaboración en los
periódicos con la excepción de
La Libertad, habla en términos
despectivos del mundo literario de Madrid y de sus contemporáneos.
Así dice este poeta «lírico y hambriento»:
El poeta no obstante está decidido a sufrirlo todo y a
morirse de hambre, que para eso es poeta y sólo da uno cada
generación de vez en cuando, sépanlo todo el coro de grillos
afónicos que me rodean y tienen el honor de ser mis
contemporáneos que carecen de elegancia, sutileza, aristocratismo, de
sentimientos, plasticidad lírica, ideología, etc., y valor para
arrastrar la vida miserable de hampón; copleros absurdos, retorcedores
de lugares comunes y tópicos manidos y ridículos, mixtificadores
en ladrillo del sagrado sacerdocio de las bellas rimas sin ripios; que me
llaman vago por la rara condición de tener talento como si no hicieran
falta horas enteras para pulir el mago artificio de los versos.
|
Y sigue Buscarini con otras muestras de egocentrismo, insultando
a los académicos, al mismo tiempo que ofrece al lector sus versos
«humildes, sencillos y limpios», que los directores de
periódicos le favorecen al no publicarlos entre sus bazofias
farragosas.
Los temas y los personajes de Buscarini, a juzgar por lo que he
podido conocer de su obra, fiel trasunto de su vida dolorosa, son los poetas
bohemios despreciados y hambrientos, las vendedoras de caricias, y siempre, por
encima de todo, la visión más negra y sombría del vivir.
De ahí el motivo constante del suicidio. Para el poeta
nostálgico, que recuerda su juventud lejana y más apacible, el
camino es interminable; se siente cansado y melancólico
(«caminante de la vida»); sus versos añoran
a
la amada y son tristes soliloquios de un corazón fatigado («La
amada ausente»); y, con dedicatoria para Manuel Machado, escribe
Buscarini estos versos: «Luz de la mañana / que ahuyentas las
penas: / luz en mi ventana / milagros a hermana / de las almas buenas».
El transcurrir de la vida es eterno e infinita la fatiga, gris el color
predominante, y la tristeza del invierno pone sobre todas las cosas un matiz
frío («Saudades de invierno»). En efecto, todo se resume en
la tercera estrofa de «El romero»: «Tener el alma cansada / y
ser siempre peregrino / en el árido camino / de la jornada». En
esta poesía de la desesperación resuena continuamente la nota de
despedida amorosa, sentimiento rememorado de un pasado lejano, y siempre el
poeta se cruza en la vía opuesta con otras almas y otros trenes
(«Tren de noche»). Y finalmente esta desolada actitud ante la vida
se evidencia claramente en un poema dedicado a Francisco Villegas Estrada, otro
bohemio y autor del libro
Café romántico y otros poemas
(Madrid, 1927), y de esta composición transcribe las dos últimas
estrofas:
| Es una calle sin ningún viandante |
|
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| ¡páramo triste de silencio eterno |
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| en donde aúlla errante |
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| algún can en las noches del invierno! |
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| Es una calle abyecta por las miasmas |
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| de un malsano pantano |
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| por donde cruzan sombras de fantasmas |
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|
| bajo la luna roja de verano |
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¿Farsante Buscarini? No lo creo del todo. De cuando en
cuando se percibe un latido de sinceridad en sus exagerados lamentos, y, si
hemos de creer en los memorialistas de la época, no puede imaginarse una
vida más dura que la suya. No se puede negar que posee un temperamento
exageradamente romántico y sin duda delirante. En el prólogo a la
novelita
Las luces de la Virgen del Puerto habla al
autor de manera exacta de su modo de ser y de su terrible existencia:
... o soy un escritor de un temperamento
romántico inadaptado al ambiente de mediocres que empestilece y denigra
la vida española. Estoy sinceramente asqueado de la incomprensión
de los directores de periódicos que me niegan sistemáticamente
mis colaboraciones retribuidas. [...] Mis intentos de suicidio son un
testimonio de la indiferencia que todos muestran a la desesperación del
hombre que lucha y la prueba más clara de la falta de humanidad hacia el
prójimo y el desapego de mis semejantes. Durante seis días he
permanecido en la antesala de un manicomio por reincidir en mi propósito
de quitarme la vida y he tenido puesta la camisa de fuerza...
|
Funesto el destino de este infeliz. Al final del breve texto de
la novelita, que relata un episodio espeluznante y sangriento de un poeta
bohemio que convive con los golfos de un barrio madrileño, hay un
comentario («El dolor de no llegar») que firma José Romero
Cuesta. Se ponen de manifiesto en este epílogo las cualidades humanas de
Buscarini, persona mansa y atormentada, objeto de la indiferencia gris del
ambiente. Otra víctima, pues, del calvario de un artista con poco
talento en busca de un alma buena.
550
José Alonso,
Madrid del cuplé, Madrid, 1972,
237. (N. del A.)
551
Poseo
El riesgo es el eje sublime de la vida.
Poemas románticos (1923) y dos obras en prosa:
Las luces de la Virgen del Puerto
(¿1924?) y
La cortesana del Regina (1927). En los
tres casos falta pie de imprenta. Observo que Cejador anota la
publicación de otros títulos (Historia de la
lengua y literatura castellana, XII, Madrid, Revista del Archivo,
Biblioteca y Museo, 1920, 40).
Parece que años después Hernández Cata
editó, con un prólogo, un libro bien presentado que recoge los
folletos anteriores de Buscarini. Tomo el dato de Cansinos-Assens (La novela de un literato, II, 429-430), que agrega un
comentario que transcribo: «Oh, la cara de Buscarini, con sus negros ojos
de vicioso, su nariz ciranesca y su boca grande, ancha, simiesca... ¡Cara
de archivo policíaco! ¡Cara de adolescente pervertido, delincuente
en potencia, sobre cuyos rasgos bestiales brilla, sin embargo, el celestial
destello de la luz apolínea: ¡Cara de perturbado, que puede ser
también la de un genio en potencia, quién sabe!... ¿No se
dio esa mezcla de bien y de mal, de perversidad e inocencia, en Rimbaud y
Verlaine?» (430). (N. del A.)
552
González Ruano,
Antología, 373. (N. del
A.)
553
González Ruano,
Memorias, 235. (N. del A.)
554
Cansinos-Assens,
La novela de un literato, II, 393-399.
(N. del A.)