Estaba Cullera
ella tan viva
con su castillo
desarmado,
sin en él batallar,
otras tropas
que no sean el amanecer
con sus ganas de yantar
pescaditos frescos
junto al mar.
Allí arriba
casi encima de un altar
gritaba sin parar
una de sus torres defensivas
herida, casi mortal,
como si un rayo
la hubiera querido matar,
con su armazón de hierro
y sus toneladas de material
esperando reforzar
el corazón herido
de tal majestuosa propiedad
sobre la montaña
ya
igual
que antes de rayar
sobre el poniente
un claror
con el que despertar
del sueño que se encierra en una historia
que acaba de comenzar
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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