Todo es un rayo de la luz que cae,
en el silencio de la tarde,
en el parque donde las palomas vagabundas digieren
el arroz que les llega, maná del cielo,
sin esperarse,
en mitad de un mundo que arde,
el despropósito se come
en este intervalo de tiempo en que viajamos
camino del norte,
en un tren de cercanías
que se detiene en perdidas estaciones
fuera de los pueblos que llevan su nombre,
y es que
quienes suben traen,
rotos corazones,
amores,
se huelen desazones,
gimen los móviles,
se levantan escenas
que se corresponden
con truncadas conversaciones
de enamorados,
de quintos sabores
a regaliz de caña
y es que el rojo de pasiones
y es que
es un Dios caído el que aprieta
y se convierte
en el chivo de los días con sus noches,
aun así siento
el pitido urgente
y el cierre de las puertas
mientras el tren se vacía y llena,
a esas horas comedidas
en que las pausas se hacen interminables,
quiero, se me entiende,
del tren las ruedas de acero que los hartazgos rompen
con trallazos
que resuenan fuertes,
así de golpe
renacen las margaritas salpicadas
de temblores
en los jardines que se abren
en las avenidas marinas
sin polizones,
Hay alivio aparente entre el quejido que asciende,
y en la suavidad del instante descendente
se juntan los mil dolores de la caldera de diablos
pensantes
que se sumergen en el Quijote
para escribir su novela
y darle ambiente
a este rompiente de ideas
que nos lleva camino de Xeraco,
con su playa
a lo lejos
bastión que destaca y deja al mar ausente,
por eso quien escribe
toma nota y saca con urgencia grave
un carrete de ideas con que ilustrar este poema
que va cogiendo velocidad
mientras los raíles se resienten,
algo así parecido al baile que deja en el ambiente
notas aparentes
de un grito hiriente,
el poema sin puentes ni raíles,
sin nadie que de su lectura se sienta agua de un río
que se bautiza permanentemente cuando llueve,
no antes ni después,
es así de simple,
solo queda
tentar, coger y asir, sujetar e izar,
a la altura en que los pies del suelo se despegan
un respiro de aire,
un entente,
aquí y allá,
siempre previniendo
que lo que se diga y cuenta
tenga un fin educativo destacable,
pues muchos son los que leen
y ponen trabas a las luces
que se desprenden
de los versos amasados
con la diablura del que solo sabe
de tejemanejes, entre,
la palabra y el poeta,
entre el verso y la rima,
y es que
nos volvemos torpones.
mientras se esconde
un paisaje de huertos de naranjos
muy verdes,
procure la fortuna
que solo sea un espejismo
y que lo que al fondo
parecen grandes paredones
no de más de sí y se convierta
en la majestuosidad tocante
de un pavo real cuando procura
ganarse la voluntad
de los que miran por sus primores.
y así nos bajamos,
en la estación que supone
el final previsto del poema
que en la noche muere
de forma fulminante.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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