No hay nadie en la casa vacía,
solo silencios recorriendo las habitaciones
y llenando los espacios
a la espera
de que se abra la puerta y se de la luz.
Naufragan los silencios
y van a la derriba
hasta que llegan hasta allí
donde entra un rayo de luz
y se quedan detenidos
a la escucha
de esos timbres de sonido
que produce la madera
al sentirse herida de muerte
por una larva asesina
que poca a poco se la va comiendo
por dentro
de forma aleatoria
y sin envidias ni rencores.
Y en esa su búsqueda de tranquilidad
viven mis silencios
tan dulcemente
que se olvidan
que soy yo el que los produce
y alimenta
y el que se los quiere llevar consigo mismo
a la tumba.
Sola quedó la casa,
sin niños, jóvenes y ancianos,
sin lumbre en la chimenea,
ni paja en el pajar,
solo el silencio la ronda.
Solo el silencio que la enamoró
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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