Una lluvia tenue,
ella tenue avisa,
que viene
para ser vista,
para ser recogida,
colocada en vaso y bebida.
Agua sin sabores, agua que da la vida,
agua diluida y aspirada
por una masa calina
para ser parte de una nube y en tierra reguero
que corre en busca de un lugar donde ser algo más que una gota perdida
en el hueco de una ventana, en una rama, en la tierra o quizás en la tela de una camisa.
En la tarde, ya cercana la noche, la oscuridad y el frío de una sonrisa
se hacen grandes las mentiras
al tiempo que uno se asoma a la ventana
para ver luces perdidas
girando alrededor de esas tristezas casi enfermizas
con las que muchos humanos se levantan
desde los días de los día.
En la tarde noche o como se quieran llamar a esas horas perdidas
uno acostumbra a no derrochar genio, ni ingenio,
no fuera el caso que con la partida del fin de semana le lleguen otras prisas.
Un viento que no avisa,
una calmada tarde
sin versos de esos que inspiran
y en ello
en ver caer las horas
como si fueran fruta madura
se acomoda uno a dejar escrito
cosas tan diminutas
que por no importar
no le importan ni al que tragando saliva
deja que los dedos corran
al tiempo que la mente se concentra
y da lugar en un páramo sin árboles ni lagunas
al nacimiento de pensamientos
que solo ayudan a mantener viva la llama que enciende su vida.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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