domingo, 12 de enero de 2014

BILLY COLLINS: NAVEGANDO A SOLAS POR LA HABITACIÓN







Billy Collins. Foto: Archivo
Pregunta: ¿Qué tienen en común Nick Hornby, Matt Groening y Billy Collins? Respuesta: De los tres sospechamos que -oh cielos- habitan, comprenden y se ríen de este mundo nuestro con infinita crueldad e infinita compasión.

Como la poesía es nuestro mester, diseccionemos a Collins con entusiasmo forense. Descripción: varón, caucásico, 67 años de ironía catártica. Ocupación: poeta extraordinario. Obra amablemente editada por DVD: Navegando a solas por la habitación, una década -la de los 90- condensada y enriquecida con poemas inéditos por un Eduardo Moga de traducción pletórica. Toda la profundidad y trascendencia de la cultura pop que nos alimenta y aniquila -quod me nutrit, me destruit-, crudamente expuesta ante nuestros ojos de víctimas felices: la poeta canónica y canonizada desciende al club de striptease (“Quitándole la ropa a Emily Dickinson”), Madre América maleduca a sus hijos porque los ama (“El profesor de Historia”), las amazonas de la pasarela heredan la belleza brutal e ininteligible de los ángeles de Rilke (“El secreto de Victoria”).

Es nadar contra corriente: mientras la comunidad venera una memoria que ella misma se inventa, Collins ridiculiza nuestro reverendo pasado para hacernos un favor a todos: “¿Recuerdas la década de 1340? Bailábamos la Catapulta. […] Era una época estupenda para estar vivo, e incluso muerto” (“Nostalgia”). Y la poesía se define como bofetada al dios Tiempo, reescritura de arte mayor, comunión con los muertos que nos sobrevivirán: es el levántate y anda de Wordsworth (“Versos compuestos a más de tres mil millas de la abadía de Tintern”), la pública humillación de Lope de Vega (“Soneto”), Horacio convertido en Don Limpio (“Consejo para escritores”), el Anticristo contra Pound (“Paradela para Susan”). Es el infierno, por escrito.

Con una malevolencia que le honra, Moga anota en su prólogo que la sátira de Collins en “Lunes por la mañana” resulta bastante irritante para los devotos del “Domingo por la mañana” de Wallace Stevens. Pues que se fastidien. Todas las herejías le están autorizadas a un transgresor capaz de anular el indisoluble divorcio de fondo y forma en epígrafes como “Leyendo una antología de poesía china de la dinastía Sung, me paro a admirar la extensión y claridad de sus títulos”, o descuartizar el mito de El guardián entre el centeno mancillando sus páginas con la nota marginal “perdona las manchas de ensalada de huevo, pero es que estoy enamorada” (“Marginalia”).

Porque la cultura -como la belleza- está en el ojo del observador, Collins intertextualiza indiscriminadamente a Coleridge y a Pink Floyd, encarna a Muerte en san Clemente y en Sylvia Plath, no malgasta su existencia poética regodeándose en el elitismo porque, francamente, tiene cosas más importantes que hacer. Escribir versos como truenos, por ejemplo. Cuando inteligencia y sentido del humor coinciden en un mismo poeta, tiemblan los cimientos de la especie humana. Navegando a solas por la habitación es la supernova poética que rasga nuestro universo hipercapitalista en toda su decadente gloria. Que los necios se olviden de su conjura. Rindamos todos tributo a Billy el Grande.

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