POESÍA: DE PASO POR LAS PEDROÑERAS Y POR LA MANCHA RONDANDO ENTRE
TRIGOS,
GIRASOLES Y AJOS
Por aquellos lugares de La Mancha
me encuentro
paseando,
entre llanuras inmensas, casi páramos,
de hombres
trabajadores
con sudores cayendo entre abrazos
y de mujeres en sus casas y
en los campos
comiéndose los terrones de tierra con los ojos y ayuda de las
manos.
Entre campos de trigos, girasoles y ajos,
entre viñedos y
olivos,
almendros amargos,
nidos de perdices, codornices volando,
camas
de liebres, conejos saltando,
tábanos fastidiando,
entre todo eso
que a
algunos les suena casi a historias de otros años
uno fija su imaginación
y
olvidandose de ciertas fechas
que se adivinan en un calendario
recorre los
pueblos
y en todos ellos sin más preguntas
ni dar más datos
se
encuentra con el alma manchega
y con sus antepasados
sin necesidad de más
apellidos
que la cuna y la sepultura
por estas tierras rondando
desde
aquellos días en que nos vestimos con los olores de las estaciones
y de las
cuatro letras aprendidas con un tarugo de leña bajo el brazo.
Paso por
Las Pedroñeras,
ahí queda el pueblo
desde siempre jugando
a pasar por
la guillotina a todas aquellas cabezas de ajos
que nacen en sus campos
y
entre ganados perdidos cerca de las matas de chaparros
que crecen en los
inmensos campos
cojo una carretera
y para cuando vuelvo a sentir
inspiración, ¡loados sean los santos!,
me encuentro en La Alberca
sin
saber como me vine desde tan lejos
hasta este abrevadero de aguas en una
plaza que no da para más que un caño
y así me llego casi volando a Santa
María del Campo Rus
lugar donde falleció entre llantos
aquel poeta hijo y
sobrino de hombres versados
en el arte de desportillar las palabras
y
convertir los tacos
en adoradas perlas
que en los libros surgen para
recordar a tantos y tantos buenos poetas
y vasallos.
Jorge Manrique,
nacido en unas Navas,
murió de paso y batallando
cerca de otra Nava que
era del Castillo de Garcimuñoz aldea y del tamaño
de un pequeño mojón
banco
y por la Nava pasó ya con la muerte en sus labios
componiendo algún
poema entre gritos de dolor y de llanto
que sepa Dios
en que paridera de
corderos se quedaron sesteando.
No recuerdo el por qué
pero ya
cogiendo el hilo vuelvo al origen del relato
para cuando Pinarejo aparece
ante mi vista
y vuelven a surgir ajos
y si no fuera por su iglesia
y
por qué de Las Pedroñeras me encuentro alejado
yo diría que me cogió un
encantamiento mágico
y me vi envuelto en una de esas aventuras
que contaba
un tal Cervantes en su libro más consagrado.
Autor: José Vicente Navarro
Rubio
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