jueves, 18 de septiembre de 2014

POESÍA: ATARDECER OBLICUO EN EL LOMO DE UNA MULA



Atardecer oblicuo en el lomo de una mula,
en el filo de una hoz cortando espigas,
en la mirada; aullido de perro; en el tajante acero de una cuchilla.
¡Te digo endiablado laberinto por el que caminan mis días
que no podrás arrojarme a las tinieblas de la tumba
sin antes no haber escuchado, de mi boca, lo que en mi interior palpita!.
Contempla mundo lo que queda
después de toda una vida
dedicado al difícil oficio de guardián de un orden que esclaviza
al ser libre que lo fue y a lo que queda de aquello que todavía
cual flor cautiva
se atreve a respirar y lanzar preguntas.
Quiero. Apunto, tiro y se me escapa la pieza
en esa batida de cazador furtivo recorriendo la geografía de mi península.
Un todo que ni respira
se esconde en el interior de mi vida
y cuando sale a la luz esa de la providencia divina
se ve ante el Dios que todo lo inspira
como si fuera un huérfano en el mar salado de las dudas
combatiendo contra las olas con las uñas, con la vista.
Esta es mi ópera prima
en el gran teatro que se abre allí donde un día
dejé la madeja con la cual confeccionaba un libro de poesías.
Ataviado como los amantes del amor total, ese que poco dura,
me turba el saber que después de muerto solo quedará sobre mi sepultura
una lisa pared de yeso con una placa indicativa
sobre la cual el musgo echará cuerpo y beberá escanciadas lágrimas de viuda.
Ya solo aspiro a ser prolongado y extenuante eco
para que nadie diga que construí mis teorías
sobre un mojón de piedras que delimitaban la vida real
de la que germina en los ríos de la otra vida,
espiritual y tan baldía
como los campos de mis antepasados azotados por las langostas y piedras que caían
para demostrar que sin rogativas
Dios no concede a los pobres ni un solo minuto de su existencia pasiva.
Cualesquiera que me leáis
os ruego ante de continuar atrayendo al sueño que todo lo finiquita
que cojáis las tímidas briznas de lo que aquí se barrunta
y vayáis hasta el alma vuestra, íntima,
para ver si mi voz ha encontrado aposento donde duermen los dormidos.

Autor: José Vicente Navarro Rubio


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