viernes, 26 de septiembre de 2014

POESÍA: DESDE LA MADUREZ MIRO CON OJOS DE NIÑO



Desde la madurez miro con ojos de niño
el sótano donde vivían mis viejos fantasmas,
y las habitaciones desnudas que servían de confesionarios de penas.
Busco las viejas fragancias de las cosas perdidas,
la rama aquella caída sobre la pared de un patio,
al viejo sentado en una silla leyendo en mis palabras su vida,
a la madre, muerta, siguiendo mis pasos y esperando mis llegadas
hasta altas horas de la noche.
Me hundo en los recuerdos
como una cucharilla en el brebaje caliente que se asienta en una taza de porcelana
cuarteada por el tiempo
y remuevo mis ideas
con la misma intensidad que la vida me remueve a mi en cada instante.
Siento a la brisa de la constancia adueñándose de mi ser
y no estoy seguro de que en el remedio que empleo para sacar a flote el tesoro de mi niñez
haya sido todo lo eficiente que las palabras parecen querer dar a entender.
En los orígenes todo surgió como si la vida en el mundo hubiera nacido conmigo
en un día señalado en algún calendario
y a una hora distraída en la que muchas madres en el mundo debieron sufrir de los mismos dolores.
A lo que se ve el hecho tiene esa importancia que uno le da
y que a los demás les resbala por el lomo.
Planteamientos que para otros nunca han existido,
en mi forman parte de mi pequeño universo.
Me sincero  y quiero dar ejemplo,
ser útil con mi testimonio y si al hablarles de mi pueblo Pinarejo, les aburro,
cierren la página de este libro y no continúen,
pues no es bueno notar sobre el cuerpo la sensación del vacío.
Cualesquiera que se atrevan a continuar leyendo
oirán de mi boca y tocaran  con sus manos las piedras viejas que forman ese gran edificio
de los pueblos perdidos de la Mancha
con sus historias tremendas llenas de esa singularidad
que los manchegos damos a las cosas insignificantes
que adornan las mejoras páginas de nuestra historia.
Nuestros muertos han fabricado parte de este mundo llamado Península Ibérica
y sin necesidad de acudir a sufragio alguno sienten tanto los problemas de España
como el último mortal nacido en este pellejo bravo
solo sometido por las fuerzas del mal, vinieran de donde vinieran.
En el tiempo las figuras de la razón, el humanismo, huyó por los caminos y puertos
que llevaban a las cortes, conventos y universidades
que al calor de las buenas brasas surgieron allí
donde siempre alguien quiso y la Mancha con sus pueblos, dehesas, molinos,
lugares, villas, camposantos, campos, montes, ríos, lagunas, quedó vacío
de quienes con sus posos de sabiduría, labrada en los campos,  hacen a los pueblos grandes.
Yo no soy el redentor
que viene a aliviar las penas,
ni mi oficio es el de dramaturgo.
En el hueco frío de las palabras me refugio
y con ellas construyo estos poemas
que dejo al tiempo de la vida
para que sea ella la que un día
convierta a la muerte que produce el rayo
otra vez en luz.
Por consiguiente cuando hablo lo hago
con la libertad de la cual me creo ser sujeto activo
y llevo sin necesidad de lazarillo alguno mis ideas
hasta allí donde las palabras se acaban
y la vista ya no puede seguir el rastro de la pieza que se pierde en los confines de la noche.
Yo quiero, esta es mi frase más hermosa,
hacer de lo imposible un posible,
de lo lejano, lo cercano,
de los vendavales que azotan las cabezas de los incrédulos
inmensos llanos de vientos apacibles
y de los instantes más insignificantes, momentos de ternura.
Cosechando voy siempre
y me veo con el costal abierto sobre el hombro
desperdigando, con la mano abierta, semillas.
Sin embargo las dudas a veces me obligan a lanzar al aire preguntas
que aprietan y duelen más de lo oportuno.
Quizás exagero, quizás sea feliz con todo ello, quizás al pensar en los demás me olvido
de llenar esos espacios por los que camino con las pisadas de mis zapatos,
quizás tu me entiendas, quizás.

Autor: José Vicente Navarro Rubio
 

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