sábado, 6 de septiembre de 2014

POESÍA: ENTRE PREGUNTAS Y RESPUESTAS ABSURDAS

¿Y a dónde se acaba todo esto que veo?
Sólo el cemento como estructura y embalaje del cuerpo,
secreto póstumo de la tierra
que en ella misma entierra su propia vida.

El cemento y el asfalto son inventos del hombre sedentario
en su afán por salir de las cavernas
para vivir allí, en el espacio conquistado a sangre y fuego,
el dogma de su vida, canción aprendida al cuidado de una hoguera.

Todo esto es solo lo que le queda al hombre que se hace asimismo
después de escuchar  a otros hombres
hablar de cosas desconocidas que le aterran y aumentan su sensación de inseguridad jurídica..

Todo le queda:
amor intransitivo que cuando se vuelve loco pasa a ser como los fonemas
una carga de dinamita en el diccionario de las lenguas
que solo sirven para acariciar el sexo de las palabras cuando se relamen en los labios

Y el asfalto sirve para ganar la altura de los cielos
entre caballos de aspecto dañino  y ruedas de caucho sintetizado
que se pegan al suelo como el botón a la camisa
para ascender uno y guardar el otro, la piel descubierta
del paisaje de los cuerpos
creados ambos por la misma célula intransigente de la cual pende como un hilo
la vida de todo aquello que vemos sobre la tierra.

Me apresuro por llegar
a la cima de este dialogo mezquino
de quien solo conoce de la palabra su mensaje
sin esperar a que esas palomas que llegan hasta el balcón de la casa de mis padres
me digan con su abanico de palabras duras que solo son ellas
las que riegan los caudales de la inteligencia de mensajes y secretos
de otras gentes y de otras tierras
de las cuales nos servimos de forma innoble e inmerecida, sin respeto,
unos a su alma y ser, corrompidos, ambos, por los virus,
y los otros al dogma que les dictan desde un púlpito
abierto desde siempre a la palabra que se esparrama entre bóvedas y estatuas
de seres musculosos con caras placidas que habitan en los reinos perdidos de la ignorancia,
allí donde el ser humano construye sus fábulas
y se refugia de esos miedos que le hacen proclive a ser
como las manecillas de un reloj, disparate absoluto, con el cual medimos
todo aquello que no sirve para nada.

No resucitarán los muertos
pues murieron.

No vendrá nadie a decirnos
que se abre por la ventana un nuevo día
pues los días nacen al calor de la noche y de los sueños inverosímiles.

No vendrá la vida a darte otras cosas que no sea
lo que desconoces, bueno y malo,
en diferentes medidas,
para que tu te sirvas el te, invento del colonizador británico, creador de patentes,
pensando que por ello eres más civilizado.

No verás en tu trabajo la coherencia
ni la busques
aunque el calor apriete
y los libros se derritan entre las manos
en el aula de un colegio o de un instituto
que celebran su puesta al día
reclamando de la sociedad más cordura.
Esa sociedad a la que servimos
como ella quiere
aplicando el reglamento
como si fuéramos  soldados de plomo
al pie de unas catacumbas
siempre rectos y con caras desafiantes mientras los muertos allí apilados
nos saludan y dan las gracias por ser tan buenos guardianes del sistema por ellos escogido.

La sociedad no es una entelequia
pues tiene nombres y apellidos
que se dejan manejar por el ser supremo al cual sirven
y del cual toman su alimento en grandes pócimas de ignorancia y barbarie
que tienen siempre el aspecto de sopa boba, arrastrándose
de boca en boca y de playa en playa
como esas tortugas de su mismo nombre
que una vez puestos los huevos sobre la arena y tapados
se marchan para nunca más volver
pues con la vuelta moriría la especie con la cual se cubren de ese caparazón duro
que las protege de la rapiña.

Aquí nada pasa, a las siete de la mañana el día se levanta
sin más teorías o cuentos que los que ya conocemos por mediación de otros,
brujos que cuentan lo que quieren y les ha sido trasmitido
desde los comienzos de la vida.

Les dejo antes de que el sueño se vaya
y tengan de esa necesidad de llegar hasta aquí
para saber lo que pasa por mi cabeza
y reírse a gusto
o meditar
o morder el silencio de sus labios
o sacar la niña de sus ojos
hasta la corriente de unas lágrimas
para llenarse de color
antes de volver al misterio de los rayos de luz
que desde siempre desfilan por los mismos sitios
 y se alojan en la misma cavidad en la cual un hombre primitivo vio un amanecer
después de pintar con su sangre un ciervo
y lanzarle con los mismos pigmentos una flecha
que para siempre quedará sobre la piedra.  

Me voy sin ganas de acabar este comienzo de una poesía, un curso,
condenada a muerte antes de ser leída, antes de abrir el aula,
y lo hago a desgana padeciendo
por no haber sabido acertar, a lo mejor con mi mensaje,
y porqué se,
así está escrito
en uno de esos libros que cojo a mi antojo,
¿que más nos da el mensaje,
ni lo que ustedes esperan de él?
que
"hemos llegado arriba dejando en el camino el poliéster de la vida"
a lo que yo sumaría que también dejamos:
el cemento duro que se come lo que pilla
y el asfalto negro como una cucaracha,
la palabra aguda, lengua húmeda y sexo, todo en el mismo paquete,
el púlpito de escayola, los soldados de plomo invictos y las catacumbas de la ignorancia,
al extranjero piadoso y al hombre primitivo tan moderno,
el dogma que abate, al alma que desconocemos, la fe que aprieta
y al ser que somos de vez en cuando, sin habérselo pedido a nadie,
a las teorías absurdas, a los despertares radiantes con una  copa en el bolsillo,
a los soles, solo uno y a las lunas idem de lo mismo,
a las cuevas que habitan en nosotros desde siempre,
y a los pictogramas con pinturas que interpretamos a gusto de cada uno,
a la ignorancia y sabiduría que de vez en cuando se despierta para pegarnos un hachazo,
a las preguntas, con pocas exclamaciones, que suelen morir antes de ser interpretadas.

Ya hemos llegado
y dejo para otros la lectura,
después de releer yo tres veces el escrito
y esperar a que un gallo de mármol, con plumas sintéticas, cantara,
para irme a ese campo de olivos que en esta cosecha que se aproxima
solo dará hojas verdes
con las que hacer coronas que ya veremos para que sirven.

En su empeño me refugio
y de su saber hacer espero
que lo que hayan leído les sirva de provecho,
pues no diré nada más que no sea
lo que delante de ustedes ven escrito
antes de irnos todos juntos a visitar esas aulas
en las cuales la felicidad se mide por grados de sabiduría
y en la que los mensajeros, entre ellos yo incluido,
nos recreamos apaciblemente
trasmitiendo los mensajes que nos son dictados
y vistiendo a los pupilos con trajes hechos a la misma medida
como si el sastre estuviera loco
y las tijeras no conocieran de otro trabajo más innoble que recortar las expectativas
de quienes acaban de nacer a la vida y ya están para siempre muertos.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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