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En la ciudad que mis
ojos no ven
todo brilla
por su ausencia
hasta las palabras más sagradas
puestas en boca
de un Dios que adivino a recordar
cuando me duelen las muelas
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Tan pequeños
los individuos
que la campana de
1500 kilogramos de peso
hubiera bastado ella sola
para hacer añicos
esos pensamientos impropios
que golpean nuestras mentes
cuando nos sentimos heridos y en ello tristes.
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Todo vuelve a lo de antes,
el café con leche tibio,
las galletas tan redondas
como el brocal de un pozo profundo,
el diario sin abrir esperando ser leído
y la margarita al viento contándose sus pétalos.
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En la calle llama la
atención
un contenedor de basura
reconvertido
en tienda de regalos
que llenará de alegría
la casa fría
de algún niño pobre
desahuciado por el salvaje capitalismo
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Se oye en el día
el ruido a hierro que se arrastra
de un carro sin comida
dentro del cual un pequeño Moises
viaja sin saber cual
será su destino
ni lo que se podrá llevar a la boca,
una lata de sardinas o un filete vacío de buenas noches.
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No pregunto otra cosa
que no sea
la hora
como argumento para marcharme
y dejar a algún ilustrado tan jodido
como suelo estar yo
cuando oigo sandeces.
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En la oscuridad una
luz
se apaga y se enciende
al tiempo que se oye una descarga que irrumpe
lanzando al espacio aromas con olor a espliego domesticado.
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Hasta el silencio calla
en esa noche de Reyes Magos
en la que los niños caen en sueños tan agitados
por los miedos y delirios
que ya liberado de ellos
ahora que soy adulto me reafirmo
en dormir con la ventana abierta
por si acaso, he sido bueno,
y me cae algo.
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Con el frío
la noche entra
en la cama,
busca mis pies calientes
y mi aliento con sabor a musgo
del jardín colgante
de mi pecho.
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El ascensor se detiene
en el quinto piso
mi madre decía
que allí vivía un hombre viudo
que desde siempre esperaba a su amada esposa,
son las cuatro de la mañana
para cuando el cementerio se queda vacío
y oigo el sonido de un timbre
y una voz que dice: Ya voy
cariño
Autor de la poesía: José Vicente Navarro Rubio
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