martes, 28 de julio de 2015

FELIPE II Y SU AFICIÓN A COLECCIONAR HUESOS DE SANTOS



César cervera / Madrid 
Día 22/02/2015 - 04.02h 

El Rey reunió cerca de 7.422 reliquias de santos, una de las mayores colecciones del mundo. La adquisición y conservación de estas piezas ocupó mucho tiempo y entusiasmo de un Monarca, tan ocupado como poco dado a las muestras de alegría 
 

Quizás por su carácter compulsivo, Felipe II desarrolló con entusiasmo enfermizo la afición de coleccionar huesos de santos y santas, reuniendo cerca de 7.422. Así, cada vez que una reliquia llegaba a El Escorial, el Monarca venía corriendo desde su aposento para examinar y venerar las nuevas adquisiciones antes de inventariarlas y guardarlas con el resto de piezas, «unas veces solo, otras acompañado de sus hijos», como si se tratara de un importante ritual familiar. Una insólita muestra de interés y pasión –besando repetidas veces las piezas en cuanto caían en sus manos– de un Rey que no era dado a exhibir ningún tipo de entusiasmo en público, y casi no lo hacía en privado. 

Los historiadores y psiquiatras que han estudiado la figura del Rey español Felipe II identifican de forma clara una personalidad «obsesiva compulsiva». Mientras el joven era educado de forma estricta en España, desde el extranjero la lejana sombra de su padre proyectaba unas expectativas casi imposibles de cumplir. Carlos I era un hombre de acción, vencedor en múltiples batallas, un viajero cosmopolita que dominaba cinco idiomas, un maestro de la frase y un encantador de víboras políticas. No es difícil imaginar que Felipe II se sintiera abrumado por «la pesada carga, no solo política sino también psicológica y espiritual, de su herencia dinástica», como la ha descrito el historiador John H. Elliot. 

La incapacidad de cumplir estas expectativas –básicamente porque sus talentos eran distintos a los de su padre– le causó una profunda inseguridad y le hizo desarrollar una personalidad compulsiva que, entre otras cosas, le llevó a coleccionar esculturas, libros y otros objetos de forma compulsiva. Objetos de los que difícilmente accedía a desprenderse. El hispanista Geoffrey Parker, autor de «Felipe II: la biografía definitiva», apunta un episodio que respalda la mezquindad del Rey con sus propiedades privadas: «En 1571, cuando quiso su Majestad una sortija para la Reina de Escocia, en vez de regalarle una de las piedras preciosas que había coleccionado el mismo, Felipe II ordenó a un oficial que “envíe aquí para mañana las que tiene el Príncipe nuestro señor (su fallecido hijo Carlos)”. A continuación, después de inspeccionar la colección de joyas dejadas por el malogrado Carlos, el Monarca escogió un magnífico rubí engastado en un anillo y se lo envió a María de Estuardo». 

Mostró una «avaricia santa» por congregar los restos desde 1550 Su afán coleccionista y su devoción religiosa confluyeron en su compilación más insólita: la de reliquias de santos. El Rey mostró una «avaricia santa» por congregar los restos de hombres y mujeres ya canonizados desde 1550 hasta su muerte. En un viaje por Alemania, cuando Felipe II halló en Colonia «una grandísima suma de cabezas y huesos humanos» de supuestos santos, apreciando que «en ninguna otra ciudad había tantas reliquias», adquirió un centenar y las mandó a España. 
La obra de toda una vida: 7.422 reliquias 

No en vano, las piezas traídas desde Alemania solo eran el principio. En 1567, el Rey reclamó permiso al Papa para coleccionar reliquias y guardarlas donde él quisiera. En los siguientes 30 años consiguió reunir en El Escorial, donde estaba levantando su obra arquitectónica más famosa, no menos de 7.422 reliquias (aunque solo una parte ha sobrevivido en la actualidad), incluidos 12 cuerpos enteros, 144 cabezas y 306 miembros de santos y santas. Según los textos de Fray José de Sigüenza, «no tenemos noticia de Santo ninguno de que no haya aquí reliquia, excepto de tres». 

ABC 
Las reliquias se guardan sobre varias baldas en los altares laterales 

El Rey, que prestaba mucho interés en la conservación de su colección, mandó construir dos altares especiales a ambos lados del altar mayor de la basílica de El Escorial. Uno dedicado a San Jerónimo y el otro a la Asunción. En ellos mandó realizar 80 relicarios al orfebre Juan de Arfe, y el resto de los relicarios fueron obra de otro platero no conocido. En el conjunto predomina el busto parlante, muy del gusto de la época, que revela al espectador de una sola ojeada el tipo de reliquia que aloja. Por su parte, la policromía corrió a cargo de Fabrizio Castelo. Todavía hoy se conservan los libros de entregas en los que se describe con todo detalle la fecha y la descripción de cada relicario. 

La única forma de despertarle era gritando: «¡No toquéis las reliquias!» Felipe II llegó a vincular el éxito de las empresas de su vida a la adquisición de reliquias concretas. Así, en 1569 dedicó una extensa carta al III Duque de Alba, el gobernador de Flandes, instándole a juntar urgentemente «una buena banda de cabezas de vírgenes de la ciudad de Colonia», más específicamente la cabeza de Santa Ana. En palabras del Monarca, su compra era crucial porque si el proyecto de casarse con su sobrina la archiduquesa Ana –su cuarta y última esposa– tenía éxito, «holgaría aún más con ella, porque la que tiene su nombre tuviese más devoción a esta casa». 

Y al final de su vida, cada vez que Felipe II recobraba el sentido, pedía que le trajeran al pie de su cama distintas reliquias. Allí las besaba y las suplicaba su ayuda. Cuando perdía de nuevo la conciencia, la única forma de despertarle era gritando: «¡No toquéis las reliquias!», fingiendo que alguien se llevaba alguna. 
La gran colección de Magdalena de Ulloa 

Otra de las colecciones de reliquias más importantes de España es la de una noble también de la época de Felipe II. Doña Magdalena de Ulloa, como el Rey, sentía una devoción especial hacia las sagradas reliquias. Tutora de Don Juan de Austria, a quien crió en el Castillo-palacio de los Quijada en Villagarcía de Campos, se valió del favor de que gozaba en Roma Don Juan, después de la batalla de Lepanto, con Pío V y su sucesor Gregorio XIII, para alimentar su valiosa colección. 

Para la ocasión se construyó una capilla relicario en Villagarcía con cincuenta estatuas talladas por Tomás de Sierra (discípulo de Gregorio Fernández). Siendo hoy la Capilla del Relicario de Villagarcía uno de los conjuntos capitales de la escultura española.

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