sábado, 11 de julio de 2015

POESIA: HABLEMOS DE PINAREJO, 250 AÑOS NOS VIENEN DESDE LEJOS



Hablemos de Pinarejo
ahora que celebramos el más importante de sus eventos
ser villa
con reconocimiento
de plenos derechos.

¡Hablemos!
Vaya por delante mi reconocimiento
de todo aquello
que hace a una villa grande
como si fuera el cerro Quinquillero
que con 933 metros
se eleva sobre la planicie
como si fuera un dedo.

Entre marañas y chaparros
nacen estos versos
que quiero que sean de total reconocimiento
a los millares de pinarejeras y pinarejeros
que dentro y fuera de su término
llevan el nombre de su pueblo
pegado al alma esa que nos hace manchegos.

Pasa por el término
un riachuelo
de escasas aguas
y algún junco seco
que en el Charcón
se convierte en diminuto surco en la tierra abierto
para ir a caer por la Patiña y desaparecer entre buenos vientos
más allá de donde un cerro
esconde en su cuerpo los secretos
de una edad del bronce
que en Pinarejo tuvo que ser de hierro.

Villar de la Encina al Oeste, sin indios y vaqueros, 
con su Puebla, descampado con pocos decorativos elementos,
le sirve de cerrojo a los malos vientos
por esa parte del término
en la que el Castillo llegaba tan lejos
que La Moraleja se quedaba a mitad de camino de uno y otro pueblo.

Del Castillo de Garcimuñoz
al Norte,
del término de Pinarejo
nos viene aquello de El Pinarejo
que  nos trae tan malos recuerdos.
No obstante dicho ello
solo me queda atestiguar
que a ellos les debemos
algo de nobleza y mucho de ceño.

Santa María del Campo,
al Sur,
con golondrinas en el cielo,
es una villa
a la cual tenemos mucho respeto
por aquello
de haber llegado su término
hasta allí donde el Motejón queda a pocos kilómetros
del casco urbano de Pinarejo

De Honrubia,
al Este,
sin mar abierto,
me llegan recuerdos
de unas ferias anuales
a las que acudían  los de Pinarejo
con carros y cacharros viejos
en la época del estraperlo

En el Mojón de la Muchacha 
a quien tenga tiempo
le recomiendo que vaya
pensando en elevar al cielo
una plegaria
por los muchos muertos
que en estos doscientos cincuenta años
de los que hablamos en estos versos
dan para más de un cementerio.

No tiento a los recuerdos
pues ya en sueños veo
a Pinarejo La Montesina, el Cubo Pedraza, la Cuesta la Barga, la Paloma, el Quinquillero, 
Valderrobles, la Centinela, el Cubo Requena, la Nava,  aldea, que era, dependiente de Pinarejo, 
la Hoz, el Charcón y el Mojón de la Muchacha, relamiendo mis sesos.

Los fríos en Pinarejo
eran eternos
ya fuera por las malas cosechas,
por la pobreza que reinaba en las casas de los labriegos
o dicho de otra forma
por ese rigor manchego
tan extremado
que los seres humanos crecen con total conocimiento
de que la vida sobre la tierra
dura al tiempo, que a una mula se le escapa un pedo.

Trece grados es el promedio,
cuarenta en el verano
y en el invierno
bajo cero,
con nevadas tan grandes
que se cubría todo el término
de un color blanco
tan puro como el manto de los serafines que nos deleitan desde el cielo. 

Tantos habitantes tenía Pinarejo
en sus mejores momentos
de esplendor económico, ganado por medio,
que no cabían todos en un cesto.
Hablan las fuentes de hasta mil ochocientos vecinos,
a todo ello
con mortandades tan grandes
que se le caen de pensarlo a uno hasta los pelos

Con el tiempo
una larga postguerra
por medio
Pinarejo se convirtió
casi en un desierto
pues sus hombres y mujeres tuvieron que emigrar lejos
para buscarse con dignidad el sustento
ese que sirve para acallar los ruidos tremendos
que en los estómagos se oyen
para cuando llega la hora de comer y sobre la mesa solo se ve un retrato viejo
y un hule de colores imprecisos al que el tiempo dotó con medallones de no más de sargento.

De aquello
de aldea  con pósito y iglesia dependiente del Castillo nos quedan malos recuerdos
que nuestros mayores contaban
al calor imperecedero
de unos tarugos de tronco de olivo viejo
en la chimenea ardiendo.

Se hablaba en las fuentes del conocimiento,
de un tal 
Pedro de Pinarejo
que para conseguir hidalguía
dijo en su momento
que su padre era de Pinarejo,
el mayor hacendado de todos los tiempos.

Todo viene 
como al molino el viento
de unos días, pasados por el rodillo del tiempo,
en que Alfonso X concedió a Cuenca
un buen fuero
y la villa de Alarcón se alzaba sobre el resto
de despoblados, aldeas y campos yermos
necesitados de buenas manos
con que  sacarles un buen provecho.

A todo eso que tiene que ver con Alarcón
se le llamo Concejo
con un amplio territorio, cien kilómetros,
de ríos, sendas, arenales, montes y animales
por ellos corriendo
y por encima de todo
un rey y un reino, la nobleza y ese yugo férreo
que ata a los hombres a la tierra y al clero
mientras que los otros se convierten en los señores y dueños 

Con el Marquesado de Villena
Don Juan Manuel entra en juego
y el Pinarejo,
junto a otros lugares no lejanos de nuestro pueblo,
quedando todo, por cierto
bajo la jurisdicción, soga al cuello,
de ese Castillo con almenas caídas en el tiempo
por el que se llega y sale de Pinarejo.

Dicen que con Pedro I
Pinarejo
comienza a volar lejos,
al menos eso
es lo que en una carta quiere el primero,
junto con la Moraleja 
y la Nava
cada una en un extremo del término

Por Pinarejo pasaban las diligencias
cargadas de todo aquello
que necesitan para sobrevivir los pueblos
y fue 
en tiempos
de Carlos III,
un 23 de julio de 1765,
hay que ver como pasa el tiempo
 que Carlos II la segrega del Castillo
y aparecen desencuentros
que se pasaban de padres a hijos como si fuera parte inseparable de un testamento.

Una iglesia tiene Pinarejo
con muchos remiendos,
debido a algún que otro incendio.
Su estilo renacentista
se ve desde lejos
y por dentro una sola nave
y un crucero
con una cúpula, buen segmento,
y dos capillas laterales
para poder rezar en sosiego.
Torre, la suya,
con palomas cruzando el firmamento,
cuadrada y esbelta,
tiene tres cuerpos
y cuatro huecos
para albergar campanas
de gran peso.

Un día por dentro sirvió la iglesia de cementerio,
más tarde pasó al atrio
y después no muy lejos
hasta quedar enclavado de forma definitiva
en ese lugar no lejos del pueblo,
blanco por fuera
y por dentro lleno
de tumbas y capillas en las que reposan los muertos.

Un molino
ahora reconvertido en parque con ermita
en una era
esta desde todos los tiempos
y es tan grande 
el amor de las pinarejeras y pinarejeros
por esas cosas suyas
que para cuando llegan a Pinarejo
lo primero que hacen es irse hasta el molino,
igual que hacían sus abuelos.

Con estas historias de un Pinarejero
les dejo
tan seguro en ello
de que todo lo que diga
y haga por mi pueblo
morirá en mí
y no irá más lejos
de donde se tira una piedra en un pozo
y se oye lejos
el estruendo
de la piedra sobre el fondo seco.

Lean y disfruten
y tengan por cierto
que si algún día
de Pinarejo me encuentro
en la plaza de su pueblo
lo primero que haré
será lanzar una mirada al suelo
pues allí pisaron los míos tantos años en ello
que la plaza, por ser lugar de encuentro,
es también de este que les viene con estos cuentos.


Autor: Jose Vicente Navarro Rubio




No hay comentarios :

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...