Al vino
no le toméis el pelo
acariciar la copa,
alzarla alta,
como si fuera
el cuello de una dama.
Él,
que casi siempre canta,
se agita,
traba,
penetra,
en la garganta,
cual
agua brava,
caldo de uva,
sabor a lavanda,
espliego,
fresas, moras, castañas.
¿Qué pasa
cuando el vino madura
y quien en la cepa lo cuida,
lo traslada
entre algodones, lana,
para llevarlo a la bodega
para su crianza?
¿Qué pasa?
Es el misterio
del que todos hablan,
misterio que se cuida y trata
de bodega en bodega
y de casa en casa
como si en las tinajas
y cubas de roble de la Bretaña
un duende se encargara
de reconvertir la savia
de los viejos robles
también de la Aquitania
en sangre de toro que por donde pasa arrasa.
Al vino de la tierras Altas,
Bajas,
de secano
siempre en España,
como si el vino fuera
hijo de la grama,
padre de las piedras,
abuelo de las heladas,
roca,
agua,
tronco que se alza
sobre el espacio y abraza
al viento
que es su alma.
La uva
de ello se trata
en el majuelo
engorda
y toma sangre,
cuerpo,
prestancia,
y así
como si el tiempo fuera
su aliado en la batalla
de color cambia
verde, clara, negra
y para cuando se "cata",
explota en la boca
como si fuera una palabra,
para decir:
Beberme y poseerme,
tratarme con prestancia
y si por alguna de aquellas
os sentís atraídos por mi fragancia
sabed vosotros y vosotras que me habéis poseído para cuando la noche se alza
que yo soy de todo lo que sobre la tierra se planta
el único que no falla,
pues si de mi abusas
emborracho hasta las entrañas
y convierto las cabezas en nidos de ninfas que todo lo hablan.
Por el vino, pues,
por él,
sin tardanza,
alcemos la copa y brindemos
que la garganta
ya de tanta espera me abrasa.
Autor de la poesía: Jose Vte. Navarro Rubio
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