miércoles, 15 de junio de 2011

COSAS DE MI CHACHE

El suceso que viene a continuación no tiene desperdicio. No lo iba a contar, pero al final me he decidido ha hacerlo pensando en que detrás de cada historia por insignificante que parezca se esconde algo que hay que aprender.

Sitúense en los años 50 del siglo XX, en Pinarejo, nuestro pueblo, y si queremos ser más exactos, en el año 1957. El Pinarejo de aquellos días nada tiene que ver con el actual. Si alguno de nuestros mayores levantaran la cabeza lo más seguro es que diría: ¡Pero vamos, vamos, vamos! ¡Jesús mío, que apañao esta el pueblo!. Bueno, realizado el comentario, los tiros van hacia otros derroteros. Hoy el punto de mira está puesto en otro asunto, que aunque intrascendente a simple vista, tal y como lo explicaremos tiene su moraleja: “Las polainas y las calcetas buenas son para aliviar el mal al escalabrado cuando no hay otros remedios a mano”.

Se deben imaginar un pueblo, el nuestro, concurrido por personas y animales en esas horas del día en que se regresaba del campo con los arres; de noches frías y de personas sentadas junto a las chimeneas asando unos buenos chorizos en los rescoldos de las brasas; de mujeres rezando el rosario en la iglesia; de la dula entrando en el pueblo y bajando por una de las calles ante la atenta mirada de una parroquiana que busca entre el ganado a sus dos ovejas. de hombres jugando a las cartas, mus, en la taberna; de pareja de novios festeando ante la mirada atenta de un mayor que no se quiere perder la escena; de niños y niñas haciendo los deberes, dos sumas y cuatro restas, en una libreta bajo una luz menguante como la luna cuando se pone de esa forma tan caprichosa; de cuatro hombres que se dan la mano después de haber realizado un trato en la plaza; de un mozo bien avenido haciendo sus necesidades en el corral y mirando por todas partes en busca del canto más redondo y del tamaño preciso para realizar la función para la que se le requiere. Si se han llegado a imaginar, estos cuadros campestres, orgullo de una raza, esto significa que ya se encuentran en trance y están capacitados para continuar el relato.

La historia tiene su chispa. En aquellos años de los que ya hemos hablado mi hermano y un amigo, ambos de unos 7 años de edad, salieron un día de casa, con una onza de chocolate “Josefillo” entre los dientes, para ir a jugar al corral de mi abuela. La idea era hacer largas hasta la hora de comer. En esas estaban cuando el amigo de mi hermano que se encontraba intentado subir al gallinero recibió el impacto de una piedra, que por casualidades del destino en ese momento se vino abajo, provocándole una brecha en la cabeza de la que manaba mucha sangre. El hecho así contado no tendría más miga si no fuera por la ocurrencia de mi hermano que de forma muy profesional, ni corto ni perezoso, hizo de improvisado enfermero y aplicó a su amigo una cataplasma con el agua que había en "el casco" donde bebían las gallinas. Los materiales que sirvieron para la cura y el vendaje fueron unas calcetas viejas que había en el corral y unos trozos de polaina. De esta forma tan particular se presentaron el benefactor y su ahijado, en aquellos momentos, ante la presencia de mi madre. Imagínense a la buena mujer. El susto que se llevó y como se las tuvo que ingeniar para que todo terminara felizmente. Tengo que decir que el escalabrado paso el trance con total dignidad y después ha hecho vida normal sin ningún tipo de secuelas y que mi hermano no volvió a realizar ninguna cura más, de eso ya nos procurábamos los demás. Por eso cuando en alguna ocasión yo me hice algún tipo de mal, mi madre decía a mi hermano: ¡No se te ocurra!. Por otra parte cuantas veces se ha contado la historia, que han sido muchas, el comentario final siempre ha sido: ¡vaya ocurrencia que tuvo el niño!

Dejando de lado la ocurrencia de mi hermano hay que decir que en aquella sociedad todavía poco adelantada la sabiduría popular se iba trasmitiendo de padres a hijos con el fin de perpetuar el conocimiento y había determinadas faenas y obligaciones que pertenecían “al común” del pueblo. Muchos todavía recordarán como la levadura que se utilizaba para fermentar la masa y hacer luego el pan se pasaba de casa en casa como si fuera un preciado tesoro; como la imagen de la patrona del pueblo se paseaba también por todas las calles del pueblo; como había matronas que atendían a las parturientas; como casi siempre se daba la figura del hombre sabio que igual mediaba en un negocio que intervenía y apaciguaba ánimos. Como existían los hombres buenos que firmaban como testigos en tratos y compraventas de terrenos y otro tipo de propiedades. También recordarán como determinadas plantas se utilizaban como remedio casero contra enfermedades. El rabo de gato para aliviar las inflamaciones; la raíz de lirio para mitigar el dolor de las inflamadas hemorroides etc. Los pastores eran los que más sabían en lo que concerniente a las virtudes de las plantas y a su aplicación terapéutica en los seres humanos y en los animales.

Estas costumbres iban más allá. Era costumbre llevar en los bolsillos frutos secos, castañas etc, decían que servían para curar el mal de ojo. Las verrugas se quitaban pasando el rabo de una lagartija por encima de la protuberancia. Un tío de mi madre las quitaba simplemente con el hecho de contarlas. A mí y a mi madre nos las quitó. No quería contar el secreto porque decía que si se contaba se perdía la gracia. Un día se lo debió de contó a mi madre supongo que sería porque ya había perdido la gracia. Decía este hombre, en algunas de las veces que fuimos a visitarlo a Buñol, donde vivía, que en un atardecer se desencadenó una tormenta en “El Rubial” y que se agarró, en un instinto de autoprotección, de la crin del “macho” que le acompañaba en las faenas de aquel día. Continuaba contando Santiago que oyó el estruendo de un relámpago y vio el fogonazo de un rayo caer cerca y como casi al instante le subió desde la mano hasta el hombro y luego más allá, una descarga eléctrica que lo dejó medio atontado. A partir de ese momento le vino la gracia.

En los pueblos como el nuestro donde el oficio de médico era duro y en consecuencia muchas veces no se podía disponer de esta figura, recuerdan la famosa iguala, surgían de forma espontánea los santones y los curanderos/as. Venían a ser lo que son para las tribus primitivas “los chamanes”. Pinarejo tuvo muchas de estas figuras a lo largo de la historia, una de ellas, la mujer de Piqueras, vivía cerca de la casa de la Humberta curaba el mal de ojo y utilizaba para ello una lamparilla, agua y aceite. El episodio me lo ha contado mi hermano. Sanabas si el aceite llegaba a flotar sobre el agua. Lo entienden, yo, ya tengo la explicación.

Había otras curanderos/as que se dedicaban a curar la rabia, yo oí a un tío mí contar que cuando era pequeño le había mordido un perro con rabia. Ante el fatal desenlace de la enfermedad su madre, mi abuela, lo llevó a un curandero/a que utilizó una técnica similar, pero lo bueno del caso es que mi tío de siempre dijo al respecto que vio la cara del perro en medio de una de las gotas de aceite. Este curandero tenía muy buena fama y más de un afectado por la rabia de Pinarejo utilizó de su magia.

Cuando segando nuestros padres y abuelos se cortaban con la hoz solían orinar sobre la herida y luego para cortar la hemorragia se colocaban tierra sobre el lugar donde manaba la sangre.

Como estás deben de haber muchas historias, sólo es cuestión de ir contándolas, así que anímense.

Se dan cuenta para lo que ha dado el tema de la cataplasma que mi hermano utilizó para curar a su amigo, a este respecto hay un libro muy interesante que lleva por título: “Manual de Medicina Caseras para consuelo de los pobres indios. En las provincias y pueblos donde no hay médicos en botica”. En ese libro escrito en 1863 vienen técnicas que dejan en patillas la técnica empleada por mi hermano, pero con un denominador común: Se buscaba remediar el mal. A este respecto les reproduzco de forma literal alguno de los remedios del libro: “Quita la mancha de la cara y la hermosea si se lava con el agua que destilan las parras cuando las podan”. “Aumenta memoria el comer con frecuencia pasas de Ubas”. “Cuando se encoge el miembro viril y se retira para adentro, el remedio es beber el agua que destila el platano, el cual se ha de cortar para que dé dicha agua antes que dé fruta”. “Para recobrar el olfato oler vinagre mezclado con cominos”. “Orina dificil: Tomar estiercol de caballo: 2 onzas, el que desharás en buen vino y colándolo primero darás de beber al enfermo y facilitará el curso de la orina”.

Bueno no continuo, atentos y no hagan animaladas sobre todo en lo que se refiere al estiércol y al zumo del plátano.

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