El mojete de mi pueblo, Pinarejo,
era especial
pues se comía con ganas
y puestos a hablar
tengo que decir
que sentaba muy bien al paladar.
Yo lo he probado de todas las formas
y en ello está la excepcionalidad
de ese plato tan amigo
que nos vino a salvar
de pasar hambre en la posguerra
y mucho más allá
de lo que hasta yo creo recordar.
Igual daba
que el tomate fuera de bote
o al natural
el pimiento rojo,
y las aceitunas negras, verdes
o amargas a rabiar.
Huevo duro el preciso,
escabeche, caballa, atún
y vaya usted adivinar
que más se podía arrojar
ya que los tiempos daban para lo preciso
y en la tienda de comestibles
igual te encontrabas un jamón que un dedal.
De esta forma precisa
la cebolla del Charcón
y el ajo de las Pedroñeras,
a arrear
camino de Pinarejo
que la noche llega ya
y en la mesa todos se han sentado
para cenar.
No se olviden macerar
tan buen manjar
con aceite de Pinarejo
de ese que se saborea más
que todo el aceite de Jaén
y de la Andalucia Meridional
y por último espolvorear cominos, sal,
y una hebra de azafrán.
Miren por donde les tengo que contar
que el chusco con que se comía
no era del día ¡ni pensar!
y a lo más
la navaja de cortar
se encargaba de trinchar
trozos pequeños de pan
que se metían en la fuente
y de esta forma se arrastraba el manjar hasta el paladar.
El mojete de mi pueblo
nos hizo a todos
ser de una forma especial
por eso nos reímos de la vida
y a la hora de valorar
nos comemos las piedras
sin rechistar.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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