En el viejo casino
todo estaba impregnado de olor a cerveza y vino;
dejaban los cigarrillos aromas a tabaco negro
liado entre los dedos
ya adaptados para ese instante como rodillos
y pegados con la punta de la lengua
con desmedido tino de felino
que captura una presa
para su uso privativo.
Observo con cuidadoso mimo,
ese retrato perdido que yacía en mi memoria
y que de repente ha despertado como trino
de los hombres de aquellas tierras
muertos y vivos
con la mirada puesta en el presente,
roto tronco desnutrido,
paisaje de un paraíso perdido,
heredado entre angustias
para que no se rompa nunca el equilibrio
y el hombre y la tierra puedan llevar, a su ritmo,
el mismo nombre escrito.
Ahora estamos los dos juntos
lo que miro y lo que soy
un diminuto punto perdido
en los arenales, canteras, con balsa, abrevadero, interludio,
que lleva a otras estrofas
sin ovejas ni machos cabrios.
El viejo suelo de ladrillos de barro cocido
estaba marcado en esta taberna que ilustro
por las pisadas y los exabruptos
de los parroquianos que volvían del campo llevando en los bolsillos
troces de soles perdidos entre los surcos
que en su búsqueda de refugio
se iban con los hombres, camino de otros surcos.
Quedan las mesas llenas y en su mismo sitio
son cortejadas por jornaleros, campesinos,
labradores y pastores (demasiados oficios)
a su gusto sumergidos
en historias nutridas de sufrimientos
más de los justos.
Siempre lo mismo....................
gobierno de pobres.......
¡viva el comunismo!
en esos días de tertulias en el viejo casino
en el tedio más absoluto
que la tarde aborta cuando la puerta se abre
y entra un forastero,
a los ojos desconocido,
ajeno al pueblo,
casi de otro mundo,
para alargar la mirada,
ojos casi de buho,
y pedir un chato de vino.
Muere en ese instante mismo,
sin más prosa
que la que da de si
ese chato de vino
el recién nacido comunismo
y nace el mutismo,
en una tarde de 1968
o lo mismo siglo XX,
rota por un suspiro.
Autor de la poesía: Jose Vicente Navarro Rubio
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