Por aquellos tiempos
en que yo todavía andaba
jugando al tejo
en una plaza
en Pinarejo se oía
la palabra
ser hombre o mujer de provecho
y en ella incluída quedaba
todo aquello que a uno ahora le acompaña.
Mi madre quería que mi hermano y yo estudiaramos,
mi padre lo anhelaba
pues queriéndolo él un día
y no faltándole para ello tablas
el destino quiso,
entre medias,
una guerra que no se acababa,
que sirviera armas
y ya de regreso a su casa
otros fueron los intereses
y otras fueron sus hazañas.
Mi madre que en una tumba descansa
no quería
que viajáramos más allá de esa manzana de nuestras casas
pues a ella los viajes le aterrorizaban
pues solo traían noticias descarnadas
con familias rotas
de la misma forma que se rompe una seca caña.
Aquí nos tienes
cerca de tu casa
cada ves que viene ese día
en que en el camposanto sobre los suelos y tumbas se estampan
todos los colores que Goya uso en su carrera amplía
para pintar caprichos, duendes y fantasmas,
escenas diabólicas y majas
de él enamoradas.
Mi madre se marchó
para cuando ya a nadie le hacia falta,
y aguantó, dura ella,
de hierro su templanza,
con tanta fuerza de yunque y maza
todo lo que pudo
sin dar más ruido ni más lata
que el que hace una vela cuando se apaga.
Todo va por ella
que con su vista todo lo abarca
desde ese lugar, alta morada,
de pájaros que de trinar no se cansan
entre baladas
de las últimas ovejas
que hacia algún punto de Pinarejo marchan.
Los sueños de una madre
son los sueños que uno mama
desde pequeño bajo sus faldas
y para cuando la vida a uno madura
fuera ya del árbol y de su rama
los sueños se guardan
en alforjas que no pesan nada
para de ellas ir sacando
en caso de hacer falta
el tejo, las miradas, las ya olvidadas esperanzas,
y así no dar por perdido nada.
A todas las madres,
a todas las hijas,
a todas las hermanas,
a todas las mujeres,
a todas con mi alma,
dulces sueños en ese camposanto
que parece en vez de eterna casa
un paraíso sacado de esas páginas
que cuentan y hablan
de lugares exóticos en los que por las noches palomas exóticas entre ellas hablan
Autor: Jose Vicente Navarro Rubio
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