jueves, 1 de noviembre de 2018

POESIA: EN UN DÍA DE TODOS LOS SANTOS



Ya el día trae olor a chocolate
con sus últimos aromas
la muerte como mensaje
de aquello que sentimos
en estos instantes.

Nos lleva el coche
que corre
gracias a ese duende
que presume
de llevar caballos
escondidos en alguna parte.

La recta conduce
a velocidad aplastante
por un vial
sin sangre
y lleva hasta un peaje
que dice Cuenca
y así el verso arde
allí donde se guisan
buenos potajes.

Florece la luz
en un instante
y así
ya la mañana
en su bote
se oye un cante
de alguien que no sabe
que es día de aguantarse.

Una curva arremete
y en sus cornadas
saltan al aire
las penas de quienes,
uno y otro
hacen su viaje
mirando hacia adelante.

Cheste resplandece,
Chiva huele
a huerta con tomates,
ya Buñol puente,
con la otra parte
allí donde Requena
se siente conquense,
San Antonio
independiente
y Utiel
con su mestizaje
de una u otra parte,
según el aire baje.

La sierra es la madre
del sabotaje
de guerrilleros en combate
contra un régimen
que tenía a Franco como escaparate.

Casa y aceite
así en el viaje
vuelan las ideas
en las alas gigantes
de una perdiz en escabeche
en su lata
que le sirve de embalaje.

Yace el frío
donde duermen
los duendes,
que comen gachas,
vino beben,
nos hablan de lo suyo,
se entretienen
haciendo collage.

Pasa una pareja
de guardia civiles
y en ellos se ve que florece
el amarillo de las flores.
Son el alto voltaje
de una red de guardianes
que expande
un lema muy relevante:
la justicia es la simiente
que hace a los pueblos grandes.

No duermen
los trinos de las aves,
sobre los chaparros
casi estandartes,
algo así como un disparate,
a estas horas de la mañana
en que luce
una luz aparente
de rayos de sol
desprendiendo neutrones.

Hablamos de la vida
y de lo que trae
un extraño paisaje
que corre
por allí donde
una torre vigía alza su imagen.

Tente
entre caudales
de hierbas bordes,
almendros amargos
y ceporros de  vides
luciendo un raro traje,
Jaraguas y Fuenterrobles
y no llueve,
asi Camporrobles
saliente,
allí
buenos vinos se hacen.

En Villargordo
se siente
el aullido
de los lobos y coyotes.
Tierra de don nadie
por ella se pasa
diciendo entre dientes
buen viaje.

Un río de aguas suaves
adormece
allí donde un largo puente
se abre
y con manos de buen padre
une el mar con tierras salvajes,
es Alarcón
y su Rabo de la Sartén
quienes
se alejan
mientras prosigue el viaje.

Pasamos y así avanzamos
por un salvaje este
la Minglanilla y Motilla
son el acicate
para seguir el viaje
hablando de la mala
y
buena suerte
y entre medias sin ser miércoles
 se avistan la Graja e Iniesta
entre acelerónes del coche.

Un toro de Osborne,
azabache,
alto
como una torre
se resiste
a dejar de ser
ídolo de una España decadente
y así la vista se pierde.

Si Cuenca fuera una novia
detente
y pisa fuerte
pues tiene el virgo indemne.

La autovía se abre
y el coche asciende,
Albacete, Madrid,
Alarcón con hospedaje,
parada y fonda
y si atienden
se ve un Castillo sobre el aire.

En casas de Benítez
buen forraje,
El picazo sobresale
y Tevar con quesos
que huelen a oveja
y leche
retienen
el paladar de quienes se los comen.

Cañavate y la Atalaya
caben
en un saco
sin más ataje
que la fuerza atrayente
de la historia de sus gentes.

Una bandera grande
en Honrubia sobresale
y es que en un restaurante
Marino atrae
a quienes pasan buscando
comida y hospedaje.

Torrubia en el agua
se defiende,
solo quiere
seguir siendo
pueblo con algunas calles.

Y ahora el Castillo
con su follaje,
almenas y sillares,
castillo e infante,
poeta muerto
y Federico  Muelas contando su mala suerte.

Cantera de mármol,
cueva de serpientes,
molinos de alambre,
en Pinarejo
mata el hambre
una hurraca
sobre un viejo poste.

Y aquí,
con la iglesia
sobresaliendo
por encima de los montes
se acaba este viaje,
allí donde unas cruces
de piedra indican estaciones
de un viacrucis
con mucha clase.

Flores
y así sus olores,
en el camposanto bullen
recuerdos impresionantes
mientras comienza la tarde
y visita a nuestras gentes
con una comida
en un mesón atrayente,
ensalada de ventresca
en su aceite
oreja de cerdo
crujiente,
bacalao recubierto,
en su traje de monje,
  morteruelo,
casi mojete,
y fuera del guión
alubias pintas
en su potaje.

Volvemos
al comienzo,
la carretera por delante
comiendo asfalto,
Utiel aparece
entre viñedos
ya ausentes
atardeceres con hielos
en sus altos dominantes,
así sus aldeas
vestidas del duelo permanente
de un  día atrayente
se quedan detrás
de quien da por terminado
este viaje.

Autor: Jose Vicente Navarro Rubio

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