jueves, 7 de junio de 2012

POETAS DE CUENCA: ENRIQUE TROGAL


«La mirada del centauro», de Enrique Trogal. Tomebamba Ediciones. Cuenca, 2010. 92 páginas

Día 19/11/2010 - 13.42h

Enrique Trogal, poeta, escritor teatral, narrador y traductor, posee la virtud de no impacientarse a la hora de publicar, y así puede uno ahora disfrutar de la lectura de estos poemas en el compendio de un amplio ciclo: esta última entrega del escritor conquense recoge su producción poética entre 1990 y 1997.

El libro se compone de dos partes diferenciadas: «Laberinto» y «La condición del solitario». La primera presenta una colección de 13 poemas alumbrados por un antidiscurso no realista. La ausencia de puntuación, que este grupo exhibe, realza un vocablo poético que refuerza la impresión del todo del poema. Son textos en los que, si adoptamos un esquema schopenhaueriano, la idea domina sobre el concepto, ya que aquélla, sobre éste, es intuitiva y anterior a la «cosa» y no es comunicable sin más.
La marca de esta sección es barroca y culturalista, con varios títulos larguísimos, que son poemas en sí mismos, investidos de una intensidad de cadencia verbal proveniente, en cierto modo, de una genuina estética «novísima», corriente poética rupturista surgida en los últimos años del franquismo con la que «comulga» la robusta poética de Trogal: «Oh todo me lo dijo su tristeza / Como un caballo retador el viento / O arcángel dadivoso derribando proscenios tapices engaños / La claridad del cieno / Asombros infantiles atalayas altísimas del castillo / Coléricas gorgonas nigromantes quimeras profetas».
Si la primera parte del libro podría calificarse de dionisiaca, impersonal, voluntariosa como el mundo y objetivando la intuición, la segunda sería apolínea por su reflexión retórica, su orden expresivo y su intimismo, individualidad propia de lo apolíneo. En esta parte, la serie «Cantos de Tirajana», poemas de amor, están arropados por una deliciosa dicción «lopiana», y exhalan ese arrobador tiempo poético fundado en el metro y la rima: «Inmóvil permanezco mas no quieto, / Dionisos grita y ya contesta Apolo,/ me destruye el amor y me someto».
A esta serie contesta otra de parecidas características formales, «Selva del amor», silva de desamor que completa los cantos anteriores en una mirada total. Aquí el metro no es tan recio y la rima, desvaída en el conjunto, alterna con el verso libre, siendo revelada esta cierta «desgana» en el carácter representativo de esa «depre» ocasionada cuando el ímpetu del amor decae.
El último poema es una hermosísima canción que endulza la pena y sublima la existencia y que se cierra con este contundente verso:«Detente corazón, detente y canta». Verso que absorbe toda la dicha, la desventura y la alucinación que ha sabido generar, como vigoroso ente poético, este poeta que, dominado por la inspiración, domina a su vez el buen saber hacer y la asimilación de la cultura.

José Vte. Navarro Rubio: Mi poesía no se si será acertada o vendrá al caso, de todas formas ahí queda por si alguien la quiere leer y sacar algo de ella:

Todo viene a la vida con uno
y de esta forma se va formando
el hombre que se come las estrellas
porque tiene miedo
a la claridad de la noche
y entre lunas llenas
y lunas menguantes
vivimos nuestras vidas
con sus fobias
sin importarnos
que más da
los asuntos de los demás.
Todo es,
en ese extenso territorio
de nuestra existencia
como seres humanos,
viejo o novedoso
hasta el punto
de que aprendemos más
por lo oído
que por lo hecho.
Sí la filosofía es
parte de nuestra forma de ser
y es verdad
que hacemos a nosotros mismos
aspiro a ser filosofo
en los atardeceres de las tardes
cuando ya los campesinos
de vuelta a sus casas
se sientan junto a la mesa
en un perfecto ritual
que se viene repitiendo
desde los tiempos de los tiempos.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

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