Corre muy veloz
y se lleva vidas
y aunque el uso del fuego
tiene que ver con la evolución del hombre
en el se encuentra la semilla
de ese mal llamado incendio
que cuando se descontrola siega vidas.
Corre el fuego a ciegas
y se va sin pensárselo dos veces
tras una llama más viva
como si estuviera enamorado
de ese aire ligero
que al pasar junto a las llamas
lo incita, quiebra y excita
y ya en pos de nuevos espacios
sobre los que extender
su maldición bíblica,
inmaduros y crueles
el fuego, el viento y las altas temperaturas
queman y destruyen más vidas
cual amor incestuoso
cimentado sobre brasas vivas.
El fuego me aterra
pues mata y destruye lo que pilla
y deja señales inequívocas
de su crueldad absoluta
cuando se cree señor
de la tierra sobre la que gravita.
Mueren los animales
en sus pavorosas huidas
y sobre los lugares
donde ellos habitaron
se alzan ahora cementerios
y en ellos tumbas
revestidas cual Sábana Santa de cenizas.
Todo es una amargura, una fatalidad
y una estúpida desidia
del hombre poderoso,
del hombre que se cree por encima
de las leyes divinas
y a mi en estos instantes me viene la amargura
de pensar en esos amigos y amigas
de esos pueblos y aldeas de Valencia
que fueron refugio de moriscos
sobre los que yo creo oír ahora
misereres cantados por viudas y aleluyas.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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