En los ojos de un muerto
se escondía una pasión que nunca granó.
Por miedo o por respeto
el muerto siempre guardó
lo que por ella,
mujer a la que nunca tentó,
sintió.
Carcomidos, devorados,
ateridos y sin color
en los ojos
hacedores de todo lo que ante uno
Dios plantó
se escondía una pasión
que solo el muerto conocía
y la mujer a la que amó y nunca renunció.
Solo la muerte tienta
por eso cuando le llega la ocasión
sus poderosos brazos
rodean el cuerpo ya sin dolor
de todos aquellos que se vienen
a ese último vagón
de un tren que no se detiene
en ninguna estación.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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