Si habláramos de poetas muertos
y contáramos sus tumbas
no hayaríamos número alguno
capaz de decir con certeza
cuantos realmente son
los que yacen bajo la tierra
desde los tiempos
en que el ser humano
habita sobre el planeta
y desde el día en concreto
en que la palabra y el símbolo
se pusieron de acuerdo
para expresar con firmeza
lo que solo se puede decir
de una forma concreta.
Llamarla con su nombre,
vestirla de cualquier manera
pero siempre tenerla
en los labios, en la boca, en la lengua,
allí donde ella se sienta
como no puede ser de otra forma
querida y a la espera
de nadar como un pez
de plateadas escamas,
de correr como
un galgo de carrera
y de volar
como una paloma mensajera.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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