Te escribo
desde un paseo marítimo
al cual las olas del mar llegan
para morir entre gritos de auxilio.
Son las 9 de la mañana
y una tostada
como en la que fue asado San Lorenzo
y un café con leche bien calentito
se me ofrecen por parte de un camarero
vestido como si fuera un pingüino.
La leche derramada sobre una taza blanca,
poco a poco
¡que tino!
remueve mis intestinos
pues la leche desnatada, blanca,
como la cal de un paredón antiguo
debe ser de esas de cartonaje desconocido
y el café, achicoria en aguas negras removido.
Es mañana para temblar
en este paseo marítimo
donde a lo visto
me han debido de tomar
por un turista sin vínculos
con esa ciudad,
con ese puerto,
con esa montaña,
con esa playa
y con ese río
que me conozco de memoria
como si allí hubiera nacido.
Te escribo
a estas horas
debido
a que mi mente esta más descansada
y lo que parece ser una brizna de entendimiento
navegando por mi cuerpo cautivo
es solo eso,
eso solo, lo que digo,
cansancio infinito.
Vuelvo a mis reflexiones
sentado y mirando como único objetivo
la playa serena,
vacía
y a punto de ser reconvertida en paraíso
de gentes destapadas, a excepción de las partes más íntimas y punto.
Tranquilidad absoluta se mastica
entre sorbos de café con leche
y concienzudos mordiscos
a esa tostada con mantequilla y mermelada con sabor a membrillo,
con lectura obligada de la prensa que avisa de un final de mes muy calentito
¿de quién? ¿cómo? ¿por qué?
menudo mes de septiembre,
menudo.
Llega la hora de marcharse
tras pagar como es debido
con saludo incluido.
Es el momento justo
en que en la playa se ven faenar barcos muy diminutos
como si fueran bajeles de piratas
reclamando a gritos
doncellas para mitigar su apetito.
Desde el apartamento miro
hacia ese mar que me sirve de refugio
y sin más que decir sobre este asunto
paso página y en lo mío,
que es tuyo,
me despido.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
No hay comentarios :
Publicar un comentario