La quilla del barco se hundía.
Rompía como si fuera un azadón de acero
el duro rostro del agua reblandecido a esas horas en que los peces duermen
en esos confines concretos donde vinieron a nacer para un día morir con las agallas secas.
La quilla del barco enfilaba por aquel mar lleno de incógnitas
como si supiera lo que había más allá de su rostro afilado .
La quilla del barco medio sumergida se ahogaba
y a ello se debía que de vez en cuando
se alzará para respirar y comprobar el cielo y ver que todavía estaba viva.
La quilla del barco era medio cuerpo de sirena
con sus senos al aire
con su pelo tirado hacia los vientos de mediodía
y con su ombligo vomitando agua
al tiempo que se dejaba ver libre de escamas.
La quilla del barco me permitió seguir la estela de un delfín
al cual el mar le servía de pecera
y tras él anduve y me creí Dios del mar, solo uno, ese concreto de cada nacido.
La quilla del barco miró hacia la isla
y se dirigió hacia ella.
Noté
la ausencia de palabras en el barco
pues todas venían e iban, de, hacia, aquel promontorio rocoso en forma de vocal alargada.
La quilla del barco chocó levemente contra las arenas firmes de la ensenada
y desde allí varado el barco bajé hasta la playa
para comprobar si era verdad aquello de que las lenguas nacen, viven y mueren.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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