sábado, 14 de septiembre de 2013
POESÍA: A UN BAR EL DE LOS PAJARITOS
Como tal
era un bar o tasca,
taberna y casa
con tres canarios colgando de un cartel
que en la puerta entre balanceos se anunciaban
y a esto que venimos
en él se leía
elevando la mirada al cielo: "Los pajaritos"
y la Biblia que en aquel lugar se usaba
era una muy meditada carta
de comida casera
y vino tinto de aquellos que enturbiaban la mirada
sin más denominación
ni bautismo conocido
que ser de las tierras altas y bajas de España.
Allí, entre viejas mesas,
de madera almidonada
por el vino derramado de las jarras de barro
por fuera barnizadas
fui convidado de piedra
entre estudiantes, bohemios y obreros de largas peonadas
pues no me enteré hasta llegar a casa
de aquel golpe de estado
con epicentro en el Gobierno Militar
de una Valencia tomada
por algunos tanques
que por las calles desfilaban
rugiendo sus motores
como leones en la sabana.
Allí, en aquel balcón,
altillo con dos mesas
y cuatro sillas
por los culos peladas
me sentí más de una vez al igual que Fidel Castro
el Rey de las Sierras virginales con ríos y cascadas
y desde allí
me lancé a más de una perdida
de antemano batalla
de las cuales venía a salir mi mente tocada
y cubierta de una tupida nube blanca.
¡Ay de los pajaritos
sin volar y sin piar
y sin volar hacia la nada!
y de aquellos días
en que por la calle donde se abre la puerta del bar
pasaban
los grises encendidos
detrás de una maraña de jóvenes gritando ¡libertad!, ¡libertad!
libertad que nos hacia falta
mientras yo miraba
a falta de años, 14 eran,
si las cuentas no me fallan
y a falta
de una cierta sensibilidad,
quizás apatía matada
por 30 años de dictadura malsana,
para con los argumentos
que el yunque y el martillo
y la telilla de un timbal me trasmitían
con golpes secos
y
valgame Dios
mucha templanza.
Flanes y tartas comí,
judías, lentejas, pucheros, merluza y lomo de orza
y pringue hasta las asas.
Todo esto me metí más de una vez señalada
sin demora entre pecho y espalda
y para cuando los días marcaban
final de mes y paga
recuerdo que me juntaba
con un amigo de mi mismo nombre José Vicente,
y de oficio maestro
en eso de enseñar las letras
y recibir como medalla
algún que otro exabrupto de quienes envían a sus hijos a la escuela
para que se les forme
en algo más que no sea
holgazanería y vagancia.
En algunas tardes de esas
con olores a Neruda, Lorca, Vicente Aleixandre y Machado
me marchaba
cerca del bar a la calle La Nave,
al lado de la Universidad Literaria,
a matar mis añoranzas
con algún que otro libro que compraba
en aquellas librerías de lance
donde las chachas y descendientes de personas ilustradas
vendían hasta las sandalias
de quienes habían sido amos de lo suyo
hasta que la parca se los llevaba al otro mundo
con caras destempladas.
De esos libros que en mis estanterías descansan
y que todas las mañanas me dan las gracias
por sacarlos de una muerte anunciada,
pues es la peor de las muertes de los libros
que sus doctas páginas para nunca más se abran,
recuerdo alguna que otra dedicatoria
de esas que al cielo claman
y que ahora me vienen a la memoria
para que sean señaladas en esta página.
Digo por ejemplo:
"Manuel mi alma de Pepita que te ama",
"Por esa amistad sin más trabas
que la distancia entre nuestras almas"
"En Madrid, 14 de abril de1931
a la salud del rey que se marcha"
"Espero que el libro sea de tu agrado"
"Tres pesetas y un cuartillo de vino es lo que falta
por pagar en la tienda de Pedro,
si muero quede padre mío, por el honor de nuestra casa,
la deuda saldada"
Fue desde Los Pajaritos con mayúsculas
de buena alzada
desde donde un día me lancé
detrás de una manifestación
que por la calle pasaba
y desde entonces siempre ando corriendo con cara destemplada
allí donde se me vea y vaya.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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