Ésta podría ser una historia de hoy. Pero la noticia se produjo
el 25 de mayo de 1949, los emigrantes eran españoles y el puerto al que
habían arribado, venezolano. El suceso fue publicado en la primera
página del diario Agencia Comercial. Aquella portada se ha convertido en
mil carteles editados por el Gobierno de Canarias con la leyenda
‘Nosotros también fuimos extranjeros’. El consejero de Empleo y Asuntos
Sociales del Ejecutivo autónomo, Marcial Morales, espera que sirvan para
ayudar a comprender el fenómeno de la inmigración irregular que ahora
llega a nuestras playas.
Cuando aquellas 106 personas desembarcaron en Latianoamérica,
España estaba hundida en la miseria y machacada por la represión
franquista, mientras que Venezuela era una nación emergente. Aunque la
diferencia entre ambos estados era menor de la que hoy existe, por
ejemplo, entre Nigeria y nuestro país, los españoles experimentaban el
mismo efecto salida que empuja a los inmigrantes subsaharianos que
llegan a las islas.
La historia comenzó el Sábado de Gloria de 1949. Un centenar de
personas se deslizaron por el muelle de Las Palmas y embarcaron en
varias falúas. La mayoría eran campesinos de Gran Canaria que ganaban 20
pesetas por trabajar de sol a sol y que habían tenido que vender sus
cabras para pagar las 4.000 pesetas del billete, una pequeña fortuna
para la época. En el pasaje también había 15 tinerfeños, 10 palmeros,
cinco cubanos hijos de isleños y 15 peninsulares de Murcia, Madrid,
Almería, León, Ourense, Asturias, Cuenca, Cádiz, Navarra y Baleares, un
canario nacido en Filadelfia (EE UU) y una española venida al mundo en
Auxerre (Francia).
Durante varios días habían permanecido ocultos en casas
particulares. Juan Azcona, uno de los organizadores del viaje, ha
declarado que alojó en su vivienda a más de 20. Si le hubieran aplicado
la actual Ley de Extranjería habría pasado una buena temporada a la
sombra por tráfico de personas. De ese mismo delito habría podido ser
acusado Ramón Redondo, que un mes antes había pagado 250.000 pesetas por
una goleta llamada La Elvira, que durante 96 años había sido dedicada a
la pesca en las costas de África. Redondo pensaba amortizar la compra
con el precio de los pasajes y con la venta del lastre de sal que
llevaba el barco.
Las falúas pusieron proa hacia la península de Jandía, al sur de
Fuerteventura, donde les esperaba La Elvira. Los pasajeros acababan de
abordarla cuando oyeron dos tiros y vieron acercarse vertiginosamente la
lucecita verde de una patrullera. Huían con todas las velas
desplegadas, pero la lancha ganaba terreno. ‘¡Deténganse en nombre de
España!’, ordenó la Guardia Civil por el altavoz. Los agentes se
colocaron en paralelo a la goleta: ‘¡Entréguense!’, volvieron a ordenar.
‘¡Que se entregue tu madre!’, les respondió una voz en la oscuridad. Un
golpe de viento feliz lanzó al velero hasta aguas internacionales.
La Elvira tardó 36 días en cruzar el Atlántico, empujada por los
alisios. Durante ese tiempo sus pasajeros se alimentaron de patatas
podridas, garbanzos con gorgojos y gofio picado. El agua estaba
racionada.
Gonzalo Morales, que escribió un libro sobre la historia,
Fugados en velero, cuenta que pasaban casi todo el día en la bodega,
donde sólo cabían tumbados y apretados como sardinas en lata. ‘No
podíamos ni darnos la vuelta’, ha declarado Paco Azcona. Hacían sus
necesidades tras unos tablones. Vomitaban unos sobre otros y pronto se
llenaron de piojos. El ácido de los vómitos y el salitre del mar
desgastaron sus ropas, que se convirtieron en harapos. Con aquellos
jirones, las mujeres hicieron compresas cuando se les presentó la regla.
La Elvira hedía como una cloaca.
Antonio Domínguez, apodado El Puro por su afición al tabaco, era
el capitán costero encargado de sacar el barco de las islas. Luego
debía pasarle el mando a Antonio Cruz Elórtegui, capitán de altura. Pero
Elórtegui había mentido: ‘Soy un perseguido político vasco. No tengo
dinero y presentarme como capitán era la única forma de embarcar’,
confesó. Intentaron lincharlo, pero el armador, el costero y los cinco
marineros lo evitaron. ‘Tenemos que volver a Canarias’, anunció El Puro
al ver que carecían de capitán. Pero un pasajero llamado Regino Camacho,
que antes de la guerra civil había sido acusado de asesinato, armó un
motín y, pistola en mano, le persuadió de que se hiciera cargo de la
nave. No era Camacho el único homicida que viajaba en el barco, ni el
suyo el único revólver a bordo. Al final de la travesía las autoridades
venezolanas intervinieron tres armas de fuego en La Elvira.
El Puro navegó contra la salida del sol. Sólo se auxiliaba con
el cronómetro de Ramón Redondo, el armador, que le permitía calcular
cómo se reducía la diferencia horaria entre Canarias y Venezuela. En el
medio del Atlántico un huracán rompió el timón y estuvo a punto de
enviarlos a pique. Al amanecer del 22 de mayo, tras 36 días de viaje,
alcanzaron el puerto de Carúpano, en Venezuela.
Antes de fallecer, Ramón Redondo, el armador, dejó escrito el
final de la aventura: ‘Fuimos remolcados hasta La Guaira por una lancha
de la Guardia Nacional. Las autoridades nos reseñaron como inmigrantes
voluntarios. Luego nos trasladaron hasta un centro de inmigración de
Caracas. De ahí nos llevaron al estado de Yaracuy, a un central
azucarero llamado Matilde, donde estuvimos limpiando surcos y abonando
los cañaverales. Después de un mes viajé en autobús hasta Caracas, donde
viví en una pensión y limpié coches por la noche. Me enteré de que
habían trasladado La Elvira hasta Puerto Cabello. Allí me fui. Unos
pescadores me acercaron hasta ella y me dejaron solo. Lo encontré todo
tan desmantelado que me dieron ganas de llorar. Subí por las jarcias
hasta lo alto del mástil y rescaté la bandera española que habían hecho
las mujeres con trozos de tela (...). Regresé a Caracas y, después de
muchos contratiempos, organicé mi vida, me casé con Aura Vera y tuve
cuatro hijos’.
El año pasado, Ramón Redondo quiso volver a Tenerife con su
familia. Llegó herido de muerte. No había tenido tiempo de poner su
documentación en regla, y lo rechazaban en el hospital. Falleció en
febrero. La Administración ha informado a su esposa de que, dado que no
convivieron un año en España, no tiene derecho a la pensión de viudedad.
‘¡Pero si llevamos casados 52 años!’, ha protestado ella. Le han
respondido que la ley protege al Estado de los matrimonios de
conveniencia.
TOMÁS BÁRBULO – Tenerife. EL PAÍS – España – 16-07-2001
Morales Hernández, Gonzalo. Fugados en velero. Historia de “La Elvira”. Santa Cruz de Tenerife. Ayuntamiento de los Realejos, 1996.
En Junio de 1949 llegaron al Puerto de
Carúpano (Venezuela), en una pequeña Goleta después de cruzar el
Atlántico con 106 pasajeros y una niña de 4 años, asombrando al país que
la recibió
El sacerdote Gonzalo Morales Hernández nació en el popular barrio realejero de La Zamora en 1938. Una vez que concluyó sus estudios de bachillerato, emprendió los de Filosofía y Teología en el seminario de La Laguna . El 22 de septiembre de 1962 fue ordenado sacerdote. Tras ser párroco en las iglesias de San Francisco, en Santa Cruz de La Palma ; y en la de San Mauro, en Puntagorda ; en 1967 decide establecer un punto de inflexión en su actividad sacerdotal y marcha a Venezuela, país al que gran parte de su familia ya había emigrado en la década de los cincuenta. |
Santiago Toste
Los Realejos
Gonzalo Morales ha simultaneado su actividad como sacerdote con la
enseñanza en los liceos, el equivalente a los institutos de secundaria
españoles. En Venezuela siempre quiso trabajar entre los más
desfavorecidos, en los barrios marginales de la periferia, donde se
extiende una desangelada geografía de míseras chabolas, los allí
llamados ranchitos. Hoy en día ejerce su labor pastoral en Mamporal
(Barlovento ), lugar en el que la población es en su mayoría de origen
afrocaribeño.
"Al principio, cuando llegué a Caracas, me establecí en una parroquía, dentro de las formas tradicionales de la Iglesia. Pero al observar la realidad del lugar, su pobreza, y viendo lo que exigía la Iglesia Latinoamericana, me identifiqué con todo lo que era renovación, cambio, revolución", comenta el padre Gonzalo Morales. Compromiso total. Durante los años setenta y hasta los noventa, trabajó con la gente de los barrios, conviviendo con ellos, acompañándoles en sus actividades culturales, sociales y religiosas. Tratando de orientar, en suma, la labor pastoral desde el compromiso y no únicamente desde la liturgia. Así, trabajó durante veintitrés años con las poblaciones de Los Cerros, una de las áreas más deprimidas de Caracas. Después, hace tres años, se trasladó a Barlovento , una zona afroamericana donde las reminiscencias africanas están todavía muy vivas. "Aunque hace más de un siglo y medio que en Venezuela se erradicó la esclavitud y se declaró la libertad y la igualdad de todas las personas", apunta el religioso, "aún perviven dos variantes de racismo. Por un lado el más común, el racismo del blanco hacia el negro; pero también una suerte de endorracismo: el de la misma población negra, que se siente inferior a la blanca. Para eliminar este complejo social es preciso ir elevando la autoestima de las personas, erradicar la presencia constante en sus mentes de esos residuos del pasado esclavista, que forman parte de la historia, pero que no debe afectar en la vida de las nuevas generaciones". Entre las múltiples áreas que comprende el trabajo que desempeña el padre Gonzalo Morales, ocupa un lugar destacado la incentivación de la conciencia social y política de los miembros de la comunidad. Foros de debate público. "En las elecciones pasadas, creamos foros en los que participaron conjuntamente los candidatos a la alcaldía y los ciudadanos de Mamporal. Nuestra iglesia ofreció un espacio para que los aspirantes expresaran sus puntos de vista. De los siete candidatos, aceptaron seis. Fue todo un acontecimiento, porque para la comunidad resultaba inusual participar en la puesta en marcha de una reflexión que se plantease el tipo de pueblo que se quiere, cuál va a ser su futuro, su horizonte como sociedad". Para el sacerdote canario, la fe se debe entender y vivir como una suma de aspectos entre los que no se puede excluir la política, la economía, la salud, la cultura y la educación de los individuos. En resumen, todas y cada una de las facetas de la vida. En este sentido, el padre Gonzalo se declara firme seguidor de la teología de la liberación. "La teología de la liberación surge como respuesta a las necesidades de un pueblo que necesita liberarse. Hablamos de dar pan al hambriento y agua al sediento, pero también de dar voz a los que no la tienen. Yo no hago Teología, porque no soy teólogo, hago práctica pastoral: cómo hacer que esos pobres, esas comunidades, vayan surgiendo, trabajando, organizándose", explica. A punto de cumplir cuarenta años desde su ordenación como sacerdote, el padre Gonzalo Morales explica las razones que le mueven cada día para ejercer su vocación con tanto énfasis: "Una de ellas es la fe. La fe en el Evangelio, en el compromiso de Jesucristo con todos los pobres, los marginados, los olvidados. La propuesta cristiana de que se transforme el mundo desde los pobres". La otra razón la encuentra en la imposibilidad de mantenerse insensible ante la realidad social que le rodea, que le interpela. "No necesitamos que nadie nos cuente la pobreza, la vemos cada día", añade. Actividad literaria. Pese a estar tan implicado con los más desfavorecidos de Venezuela, nunca ha decrecido el interés de este religioso por su tierra natal. Así, hace algún tiempo comenzó a investigar acerca de la emigración clandestina canaria hacia Venezuela y Cuba. Luego, recogiendo anécdotas y testimonios directos de alguno de sus protagonistas y de sus descendientes, en 1996 publicó la crónica novelada de uno de estos viajes, Fugados en velero. La historia de La Elvira, donde se narra la travesía que iniciaron clandestinamente ciento seis canarios desde el puerto de Las Palmas hasta la población de Carúpano, en Venezuela, en el año 1949. Se trata de un volumen que se editó en Venezuela y Canarias, y que contó en las Islas con la colaboración del Centro de la Cultura Popular Canaria y el Ayuntamiento de Los Realejos . El autor del prólogo fue el primer Diputado del Común que tuvo la Comunidad Autónoma, Luis Cobiella Cuevas. "El libro está dedicado a los fugados de ayer, de hoy, y de siempre. A los que arriesgan su vida. Una gente que cruza el mar sin saber muy bien dónde va. Es un homenaje a los canarios que buscaban un futuro mejor; pero también a las personas de todo el mundo que aún hoy siguen haciéndolo", concluye Gonzalo Morales. La foto es real, soy hija de Paco Azcona; uno de los que venían en La Elvira y tengo la foto original. Si quieren saber más de esta historia lean el libro titulado: Fugados en velero, historia de "La Elvira" Autor: Gonzalo Morales Hernández. Soy Venezolana y orgullosa de haber sido la hija del protagonista de esta historia. Blanca Edelmira Azcona Flores. |
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