domingo, 30 de marzo de 2014

POESÍA SETENTA Y CINCO CLAVOS HINCADOS PARA ALGUNOS ENTRE LAS UÑAS

 

Ya la muerte no es tal muerte
¿hay dudas?.
Ya las trincheras yacen enterradas,
ni en ellas,
en los frentes de zonas por donde vuelan cuervos, grajas y aves taciturnas,
se reciben cartas,
ni a ras de la tierra misma
suenan las ametralladoras pelando las ideas y creando campos abonados a preguntas.

Ya un juez pago cara Su osadía
de velar por los perdedores: huérfanos, padres y hermanos, parientes, vecinos y viudas
de quienes yacen perdidos
sin cánticos, ofrendas ni misas.

Ya setenta y cinco años se abren como testimonio de una locura
¿Que más dan los años
si todavía
sobre unas tumbas florecen flores
y sobre las otras solo crece
la hierba a su antojo y aventura?

Una España buena y la otra maldita
y por muchas cuentas que me eche,
sumas y multiplicaciones
siempre aparece una resta para poner la guinda,
de los que murieron,
de ellas tantas ¡tantas viudas!.

De ellas en general,
todas ellas ya perdidas,
por esos laberintos de los cielos, cielo uno en su aventura,
llamando entre llantos y desconsuelos sobre las mejillas
a las puertas que se abren
en el corazón de las estrellas mismas.

En esta mañana
de cambio de hora
para ponernos en la misma sintonía
de un mundo que carga a su antojos las pilas
haciendo cada vez más grande la brecha
que se avista
entre los ricos y los pobres,
de todos los lugares que sobre un mapa mudo
se ven a simple vista,
descontados los océanos, mares y lugares inhóspitos para la vida,
uno se pregunta
¿como puede ser que todavía a estas alturas
muera tanta gente de hambre
y se perpetúen luchas
en tierras llamadas a ser camposantos de tumbas?

Los setenta y cinco años que van
desde aquella guerra por mi no vivida
dan para mucho,
así es de traidora o justa la escritura
cuando pones en marcha el cerebro
y el bolígrafo comienza cual partitura
a moverse a su antojo
sobre un papel que le sirve de herramienta oportuna.

En las sierras y montañas
tuvieron su cuartel de mando y guaridas
los últimos libertadores
¡quizás ellos ni lo sabían?
y entre peñas, crestas, y desfiladeros arrimados a cornisas
todavía se respira
del mismo olor salvaje a vida
que sintieron, aquellos que solo sabían
el día en el que estaban, la hora imprecisa,
y de que iba,
en aquello que trataban,
su vida.

Viajan por el espacio
ese que nos sirve para decir  gloria e infierno hay en las alturas
montañas de preguntas sin respuesta alguna
desde aquellos días
de una guerra acabada
a caballo de setenta y cinco clavos hincados,
para algunos y algunas, entre las uñas.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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