¿Quién mide lo que hacemos?
¿Dónde está ese sastre que a duras penas cubre nuestras vergüenzas?
¿Quién de los quienes carga con el hato de nuestras penas?
Tantas preguntas me abruman y a la vez sinceran
y si en el corazón de la mañana
para cuando la mesa se adorna de comida robada a la tierra
alguien me responde que está muy buena
yo le recordaría que no todas las mesas se llenan
con los mismos alimentos que nos da la tierra.
Yo sé que el tiempo mide y que si se detiene es porque la muerte llega,
por eso debemos dejar correr el tiempo
y cambiar esa esfera dentro de la cual una manecilla ciega
corre detrás de un sueño y para cuando llega a la meta
se vuelve loca de alegría y comienza con la misma melodía eterna.
Mi mano diestra y mi mano siniestra
que es la que coge el pan y a la boca se lo lleva
no piensan lo que mi alma les ordena
pues la esclavitud de los días de hambrunas ciertas
les obliga a ser como los esclavos que eternamente se acuerdan de sus casas, familias y tierra.
Eres tú, a lo visto tú, plural y singular, quién puedes trepar hasta la alta encomienda
de plantar una bandera
allí donde otros dan cerrojazos a tus ansias de ver el mundo y tocar esas estrellas
ante las cuales los amos de todas las tierras se muestran
tal y como son
conquistadores de mundos, lunas y de otros planetas
para extraer como si el jugo de las naranjas en ellos estuvieran
aquello con lo cual crear nuevas cadenas.
El vivir tanto y ver lo que nos espera
me áspera tanto o más que la muerte ante la cual me río y digo: ¡Vaya mierda!
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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