FUENTE: http://www.chinaensutinta.com/2013/03/han-shan-el-maestro-del-monte-frio.html
HAN SHAN, El Maestro del Monte Frío, 59 poemas seleccionados, traducidos y anotados por Lola Diez Pastor; Hiperión, Madrid, 2008. |
Shi De y Han Shan, Tensho Shubun, s. XV, Museo Nacional de Tokyo |
悠 心 或 我
悠 似 向 向
世 孤 巖 前
事 雲 邊 谿
何 無 坐 照
悠 似 向 向
世 孤 巖 前
事 雲 邊 谿
何 無 坐 照
須 所 磐 碧
覓 依 石 流
覓 依 石 流
Voy al torrente, a comprobar el fluir de su jaspe,
o a la ladera vecina, a sentarme en las peñas.
Mi mente, nube solitaria, en nada se apoya.
Cosas del lejano mundo...¿para qué ir tras ellas?
Han Shan ( poema XVI)
Hace unos años, un profesor de chino clásico de la Universidad Ca’ Foscari de Venecia me contaba cómo era en su época de estudiante -allá en los años setenta- el entonces diminuto y estrambótico Departamento de Lengua y Cultura China: nunca más de diez alumnos por curso, la mitad de ellos, maoístas; la otra mitad, hippies que, entre porro y tripi, preguntaban al I Ching –o Yijing易經– por su futuro o soñaban con un lugar perdido en el mapa en el que desaparecer, procrear, cultivar cebollas y fluir en el Tao. En los años ochenta empezaron a llegar los primeros alumnos de la generación Bruce Lee, frikis de las artes marciales que después de haber recibido muchos mamporros durante su adolescencia, habían optado por un acercamiento más teórico e intelectual al kung-fu. Con el nuevo milenio, cambiaron los mantras: de «el Tao del que se puede hablar no es el Tao verdadero» se pasó a «el chino es la lengua del futuro», del «be water, my friend», al «Napoleón dijo que cuando China despierte, el mundo temblará». Hoy, en pleno temblor, otras fascinaciones han atestado los departamentos de chino, y no parece que la de imitar a Han Shan y echarse al monte con unos harapos para escribir poemas en las rocas sea muy popular. No obstante, ahora que la soledad se ha digitalizado y la huida es un simple cambio de pantalla, muchos versos de Han Shan, coloquialmente gélidos como un tuit, suenan familiares a nuestra sensibilidad de eremitas 2.0 : «A mediodía, sentado en mi cabaña/ empiezo a percibir que ha salido el sol».
Shi De y
Han Shan, Luo Ping (1733-1799)
Nelson-Atkins
Museum of Art, Kansas City
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-¿Quieres que te lea partes de este poema de
Han Chan? ¿Quieres que te cuente cosas de Han Chan?
-¡Claro!
-Verás, Han Chan era un sabio chino que se cansó de la
ciudad y se escondió en la montaña.
-¡Hombre! Eso suena a ti.
-En aquel tiempo se podía hacer eso de verdad. Vivía
en una cueva, no lejos de un monasterio budista del distrito Tang-Sing, de Tien
Tai, y su único amigo humano era Shi-te, el absurdo lunático zen que trabajaba
en el monasterio y lo barría con una escoba. Shi-te era también poeta, pero no
dejó nada escrito. De vez en cuando, Han Chan bajaba de Montaña Fría con su
traje de cortezas y entraba en la cocina caliente y esperaba a que le dieran de
comer, pero ninguno de los monjes quería darle comida porque se negaba a entrar
en la orden y atender la campana de la meditación tres veces al día. Verás por
qué, pues en algunas de sus manifestaciones, como... Pero, escucha, miraré aquí
y te lo traduciré del chino. -Me incliné por encima de su hombro y observé cómo
leía aquellos extraños y enrevesados caracteres chinos-. "Trepando a
Montaña Fría, sendero arriba; el sendero a Montaña Fría sube y sube: un largo
desfiladero lleno de rocas de un alud, el ancho torrente y la hierba empañada
de neblina. El musgo es resbaladizo, aunque no ha estado lloviendo, el pino
canta, pero no hace viento, ¿quién es capaz de romper las ataduras del mundo y
sentarse conmigo entre blancas nubes?"
Jack Kerouac, Los Vagabundos del Dharma; Anagrama, Barcelona, 2002.
Traducción de Mariano Antolín Rato.
El debate sobre la identidad de Han Shan ha generado abundante bibliografía. Wu Chi-Yu, por ejemplo, asocia al legendario poeta con Chih-yen, un oficial y estratega del ejército que decidió cambiar las armas por la naturaleza y la serenidad de la vida monástica. Red Pine y John Blofeld sostienen que fue un joven funcionario que, tras resultar herido durante la revuelta de An Lushan, se refugió en la cordillera del Tiantai. Robert G. Henricks, al igual que Lola Diez Pastor en el prólogo de esta edición, considera que la única fuente fiable para reconstruir la vida de Han Shan son sus propios versos y no aventura más que los pocos datos que de ellos podemos deducir: estuvo casado y tuvo un hijo, viajó bastante por China, estudió a los clásicos y se presentó sin éxito a los exámenes imperiales, se retiró con su familia al campo y, finalmente, lo abandonó todo y consagró el resto de su vida a la búsqueda de la iluminación en la montaña con cuyo nombre decidió confundirse -y confundirnos- para siempre: el Han Shan o Monte Frío. Menos filológica, pero mucho más sugerente, la visión de Octavio Paz que nos refiere Alejandro Pescador. Han Shan, el Monte Frío, más que un lugar, un poeta o una leyenda, sería una poética, un estado de ánimo ligado a la quietud, a la búsqueda solitaria, a la contemplación armoniosa, a la conciencia del vacío: «Durante al menos dos momentos de los siglos de esplendor Tang, además de la poesía en estricto sentido budista de los monjes-poetas, había al menos una escuela poética de inspiración budista que se movía en la tradición secular y que alcanzó un mérito literario relativo. Los poetas de esa escuela, monjes también, ofrecían la visión de la “montaña helada” (han shan) como un estado de ánimo y una búsqueda del Tao».
En la ciudad, una mujer de bellas cejas
lleva tintineantes perlas en la cintura;
juega con los papagayos ante las flores,
rasguea la mandolina bajo la luna.
Por tres lunas reverbera su largo canto,
diez mil personas contemplan su breve danza;
pues no hay certeza de que pueda prolongarse:
la flor del hibisco no resiste la escarcha.
Han Shan (poema XLVIII)
El debate sobre la identidad de Han Shan ha generado abundante bibliografía. Wu Chi-Yu, por ejemplo, asocia al legendario poeta con Chih-yen, un oficial y estratega del ejército que decidió cambiar las armas por la naturaleza y la serenidad de la vida monástica. Red Pine y John Blofeld sostienen que fue un joven funcionario que, tras resultar herido durante la revuelta de An Lushan, se refugió en la cordillera del Tiantai. Robert G. Henricks, al igual que Lola Diez Pastor en el prólogo de esta edición, considera que la única fuente fiable para reconstruir la vida de Han Shan son sus propios versos y no aventura más que los pocos datos que de ellos podemos deducir: estuvo casado y tuvo un hijo, viajó bastante por China, estudió a los clásicos y se presentó sin éxito a los exámenes imperiales, se retiró con su familia al campo y, finalmente, lo abandonó todo y consagró el resto de su vida a la búsqueda de la iluminación en la montaña con cuyo nombre decidió confundirse -y confundirnos- para siempre: el Han Shan o Monte Frío. Menos filológica, pero mucho más sugerente, la visión de Octavio Paz que nos refiere Alejandro Pescador. Han Shan, el Monte Frío, más que un lugar, un poeta o una leyenda, sería una poética, un estado de ánimo ligado a la quietud, a la búsqueda solitaria, a la contemplación armoniosa, a la conciencia del vacío: «Durante al menos dos momentos de los siglos de esplendor Tang, además de la poesía en estricto sentido budista de los monjes-poetas, había al menos una escuela poética de inspiración budista que se movía en la tradición secular y que alcanzó un mérito literario relativo. Los poetas de esa escuela, monjes también, ofrecían la visión de la “montaña helada” (han shan) como un estado de ánimo y una búsqueda del Tao».
Caligrafía de cubierta: poema XXXVIII |
教 無 碧 吾
我 物 潭 心
如 堪 清 似
何 比 皎 秋
說 倫 潔 月
Mi mente, igual que la luna de otoño,
riela en su alberca de sereno jaspe;
si no existiera nada comparable,
decidme cómo pudiera expresarse.
El lector occidental acostumbrado a una visión mucho
más antropocéntrica de la realidad no siempre logra sintonizar con
cierta
poesía china clásica cuya voz parece surgir del propio paisaje y no
desde la
evocación del poeta. La casi nula presencia de pronombres personales en
la
poesía de época Tang ilustra perfectamente la posición difuminada, casi
invisible que ocupa el ser humano en ese espacio poético. En ese sentido
-lanzo una pregunta al aire porque no me atrevo a afirmarlo- me parece
significativo que
Li Bai o Han Shan, poetas que recurren al «yo» (我,吾)
sin tanto pudor, sean más populares en Occidente que otros grandes poetas más «impersonales» como Du Fu o Wang Wei.
Han Shan, a pesar de pertenecer al período Tang, no es un poeta cuya obra se ajuste al canon más ortodoxo y a la rigidez métrica de su tiempo. Su lenguaje sorprende a veces por coloquial y prosaico, por la originalidad de su prosodia, por un refinamiento, según Diez Pastor, «más filosófico que palaciego, en el que la forma nunca desatiende el contenido». No se limita -como otros poetas budistas y taoístas- a la contemplación beatífica del paisaje sino que nos confiesa sus ansias, sus debilidades e incluso se lamenta de los obstáculos que se cruzan en su camino hacia la cumbre del Monte Frío: «Estoy completamente desarmado/mi lucha es no dejarme amedrentar». Tampoco faltan evocaciones de la vida mundana, de las «pasiones traidoras» y las hermosas mujeres de la ciudad. En definitiva, Han Shan, lejos de erigirse en modelo espiritual desde su cúspide, nos hace partícipes de su búsqueda con una estilizada inmediatez que la traductora ha sabido verter con rigor y frescura.
Han Shan, a pesar de pertenecer al período Tang, no es un poeta cuya obra se ajuste al canon más ortodoxo y a la rigidez métrica de su tiempo. Su lenguaje sorprende a veces por coloquial y prosaico, por la originalidad de su prosodia, por un refinamiento, según Diez Pastor, «más filosófico que palaciego, en el que la forma nunca desatiende el contenido». No se limita -como otros poetas budistas y taoístas- a la contemplación beatífica del paisaje sino que nos confiesa sus ansias, sus debilidades e incluso se lamenta de los obstáculos que se cruzan en su camino hacia la cumbre del Monte Frío: «Estoy completamente desarmado/mi lucha es no dejarme amedrentar». Tampoco faltan evocaciones de la vida mundana, de las «pasiones traidoras» y las hermosas mujeres de la ciudad. En definitiva, Han Shan, lejos de erigirse en modelo espiritual desde su cúspide, nos hace partícipes de su búsqueda con una estilizada inmediatez que la traductora ha sabido verter con rigor y frescura.
解 方 無 光 舒 泯 石 我
用 知 有 影 處 時 巖 家
無 摩 一 騰 周 萬 棲 本
方 尼 法 輝 流 象 息 住
處 一 當 照 遍 無 離 在
處 顆 現 心 大 痕 煩 寒
圓 珠 前 地 千 跡 緣 山
El lugar donde está mi casa es el Monte Frío,
en cuyos picos me refugié de las fatigas.
Los seres, que al desaparecer no dejan huella
cuando se despliegan pululan por los mil mundos.
Luces y sombras brillan en lo hondo de mi mente,
pero no hay forma de que aparezcan ante mí;
comprendo que la bola Mani *, desengarzada,
no señala ningún sentido: es redonda toda.
Han Shan (poema XXXII)
*« Mani 摩尼:
Nombre de una bola, generalmente una perla o alguna piedra preciosa,
símbolo de la naturaleza de buda que se halla oculta en el interior de
los seres». (Nota de la traductora).
Shi De y Han Shan, Yen Hui (1280-1368) Museo Nacional de Tokyo |
芙 未 短 长 琵 鹦 珠 城
蓉 必 舞 歌 琶 鹉 佩 中
不 長 萬 三 月 花 珂 娥
耐 如 人 月 下 前 珊 眉
寒 此 看 響 彈 弄 珊 女
En la ciudad, una mujer de bellas cejas
lleva tintineantes perlas en la cintura;
juega con los papagayos ante las flores,
rasguea la mandolina bajo la luna.
Por tres lunas reverbera su largo canto,
diez mil personas contemplan su breve danza;
pues no hay certeza de que pueda prolongarse:
la flor del hibisco no resiste la escarcha.
Han Shan (poema XLVIII)
La
mayor parte de los poemas de esta antología se componen de ocho versos de cinco
caracteres divididos en dos estrofas. La rima, que en el original recae en los
versos pares, se evoca en la traducción a través de cuidadosas asonancias siempre
que la fidelidad semántica lo hace posible. Aunque Lola Diez Pastor advierte en
el prólogo que su prioridad como traductora es el «sentido y el espíritu de los
poemas», no ha querido perder de vista la métrica del original. Muy atenta al
ritmo, Diez Pastor recurre a menudo a sugerentes endecasílabos y alejandrinos cuyos
acentos funcionan como un guiño al estricto
juego tonal de los versos chinos. Las notas a pie de página y el glosario
complementan la excelente traducción con datos sobre historia, geografía y
simbología budista que, sin resultar abrumadores, ofrecen una información
imprescindible para aproximarse mejor a Han Shan.
Les dejo por hoy con tres poemas de Han Shan recitados en chino y con un paseo por la montaña que los inspiró. Ambos vídeos pertenecen al documental Cold Mountain, dirigido por Mike Hazard y Deb Wallwork, y en el que colaboran célebres sinólogos especialistas en la obra de Han Shan como Burton Watson, Red Pine y Gary Snyder.
Les dejo por hoy con tres poemas de Han Shan recitados en chino y con un paseo por la montaña que los inspiró. Ambos vídeos pertenecen al documental Cold Mountain, dirigido por Mike Hazard y Deb Wallwork, y en el que colaboran célebres sinólogos especialistas en la obra de Han Shan como Burton Watson, Red Pine y Gary Snyder.
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