Publicado en Cuadernos del Sur, suplemento cultural de Diario Córdoba, año XIII, no. 596, el jueves 15 de julio de 1999. Edición especial dedicada al I centenario del nacimiento de Ernest Hemingway.
A los 21 años de edad Ernest Hemingway se refería a los ictiólogos como “esa gente misteriosa que cataloga los peces que pescamos”. Bajo los auspicios de su padre, el escritor había estado en contacto desde la más temprana infancia con el deporte de la pesca, de cuyos eventos obtuvo material para una buena parte de sus mejores trabajos de prensa y para los más relevantes de sus creaciones literarias.
La biografía de Hemingway como aficionado a la pesca recreativa está claramente diferenciada en dos períodos: uno exclusivamente fluvial, desarrollado en el norte de Michigan y en ríos y arroyos de varios países de Europa, y otro predominantemente marítimo, que comienza en Key West en 1928 para extenderse posteriormente a Cuba (1932) y Bahamas (1935), con ocasionales aventuras en la costa africana del Océano Índico (1934 y 1954) y en el litoral del Océano Pacífico, a la altura de Cabo Blanco, Perú (1956).
Dos grupos de especies de peces caracterizan cada uno de estos períodos. En la etapa fluvial tratará de modo casi exclusivo acerca de la trucha y durante la marítima lo hará aun más persistentemente en torno a las agujas. Las truchas son peces pertenecientes a la familia Salmonidae. En Walloon Lake, en Horton Bay, en el río Black o en el Fox, los escenarios de sus pesquerías juveniles en Michigan, dentro de la región de los Grandes Lagos, Hemingway encontraba principalmente dos especies: la trucha arco iris o rainbow trout y la trucha brook. Acerca de la primera, señalaba que su pesca es “un deporte rudo y deprimente”, que podía ofrecer ejemplares de 14 libras y algunos que necesitaban un par de horas para sacarlos del agua. Esta experiencia le serviría para estructurar su más famoso cuento, El gran río de los dos corazones, escrito en 1923.
Anécdotas
El 6 de mayo de 1917, Ernest le escribe desde Walloon Lake a su abuelo Anson T. Hemingway: “la otra noche capturé tres truchas arco iris (raimbow trout) que pesaron seis libras, cinco y media y tres y media libras, respectivamente. También una trucha brook de dos libras en Horton Bay. Esta es la mayor captura (de esa especie) que ha sido hecha allí”. La anécdota de la captura nocturna de las tres truchas aparece como una reminiscencia en Las verdes colinas de Africa.
En Europa
En la primavera de 1922 Hemingway comienza la exploración de los acuatorios europeos. En el mes de mayo de ese año ha capturado varias truchas en el Canal del Ródano; se trata de una especie nueva para él, denominada brown trout (Salmo truta) , una de las truchas más dificiles de capturar por cualquier método, por lo que él mismo llega a convencerse de que este pez es bastante arisco “a causa de haber sido pescado durante cerca de dos mil años”. En una crónica que publica el 10 de junio de 1922 en el Daily Star de Toronto asegura que “al pescador no le valen excusas si se le escapa (el pez) una vez que ha mordido el anzuelo”. Comenzaba ya a mostrar el carácter competitivo que sería uno de sus rasgos personales.
Además del Ródano, en Suiza, Hemingway fue a pescar la trucha europea en la Selva Negra alemana, en Cortina de Ampezzo (italia) y, por supuesto, en España. De este último país, aseguró en un despacho de prensa de 1923 que tal vez era el mejor de todos para la pesca de esta especie, en particular en Galicia. Es curioso que el escritor hiciera esta afirmación cuatro años antes de pescar por primera vez en el río Tambre, en esa región.
Carta inédita
Respecto a lo anterior, el profesor Edward F. Staton, de la Universidad de Kentucky, tuvo la amabilidad de transcribir para nosotros una carta inédita de Hemingway, fechada el 29 de agosto de 1928 en Santiago de Compostela:
“Nos vamos de aquí el jueves –gran pesca la de ayer-, sólo pescamos cuatro pero todos grandes –dos bastardos enormes y nos divertimos mucho-. Estas truchas, habiendo sido convertidas al Cristianismo por el Apóstol Santiago, saben unas cuantas cosas. Son perseguidas por dinamiteros, por pescadores con redes, cesteros con picas y arpones … y (para) pescarlas a mosca hay que engañarlas”.
Entonces, todo parece indicar que las primeras pesquerías en españa fueron las realizadas en el río Irati, en la provincia de Navarra, donde Hemingway asistió en 1924 a la famosa fiesta del toreo de San Fermín, en Pamplona. Después de los sanfermines, el escritor estuvo una semana en la villa de Burguete y quedó tan impresionado por la pesca en los cauces de los Pirineos que encareció a su compinche Howell Jenkins que lo acompañara al siguiente verano “aquello está lleno de peces” … “grandes truchas …”, “Hadley capturó seis en menos de una hora …”, “aquello es tan bueno como lo mejor de los mejores días que pasamos en Black y en el Sturgeon”. Al año siguiente sufriría el desencanto de ver desvastados sus territorios de pesca en la cuenca del Irati.
Descripciones
Douglas E. LaPrade, autor del libro La censura de Hemingway en España (Ediciones Universitaria de Salamanca, 1991), recorrió la región española descrita por Hemingway en la novela Fiesta y comprobó que la descripción de la pesca en el Irati se corresponde de manera exacta con esa zona de los Pirineos. En el artículo "Fisching for Hemingway", que LaPrade rubricó para la revista Lockout en octubre de 1991, se revela la coincidencia entre la obra de ficción y los hechos reales que nutrieron la parte de ella que nos ocupa: la habitación número ocho del hostal de Burguete, el pueblo mismo, los paisajes del camino hacia el río y hasta la fuente donde los personajes Jack y Bill pusieron a enfriar sus botellas de vino para el almuerzo, existen tal y como Hemingway los describe.
Después de que Hemingway abandona su residencia en Europa para radicarse en Key West, el público pierde la pista de su dedicación a la pesca fluvial. El abandono de esta modalidad no sería absoluto, aunque en gran medida fuera desbordada por la pesca marítima que desde 1928 el novelista praticaba durante buena parte del año y acerca de la cual escribiera en adelante más y más páginas. Es probable, sin embargo, que las temporadas pasadas en algunos ranchos del oeste de Estados Unidos fueran en general más productivas respecto a la caza que a la pesca.
Por puro instinto, tal vez de manera inconsciente, Hemingway llegó a establecer una equivalencia entre la pesca de truchas y la aspiración de una vida pacífica. Este contraste se halla en el cuento "El gran río de los dos corazones" y, como referencia muy directa, en la novela Por quién doblan las campanas: Andrés, uno de los integrantes de la guerrilla de Pablo, medita en cuántas cosas podría hacer en el escenario de la guerra si no la hubiera, como cazar, buscar cangrejos y pescar truchas. De manera similar pueden hallarse menciones a la pesca de truchas como oposición a circunstancias bélicas o personales aflictivas en Adiós a las armas; Al otro lado del río y entre los árboles, Islas en la corriente y en el cuento "Ahora me acuesto" ("Now I lay me").
En su juventud
Es de suponer que el pescador Ernest Hemingway no sólo se interesara por la captura de truchas en su juventud. Su hermana mayor, Marcelline, relató que aquél había intentado, alrededor de los ocho años de edad, acompañar a su padre y a un tío en una pesquería de lucios y de sollos en Brevrost lake, en la Upper Peninsula de Michigan, pero no fue aceptado por la partida.
Otra especie fluvial mencionada eventualmente en los relatos y crónicas de este autor es el bass (Micropterus salmoides). Este centráquido aparece en uno de sus primeros cuentos, "Indian camp" y luego en un artículo titulado "Cuban fishing": “usted podría hacer buena pesca de lobina boquigrande (largemouth bass) en los alrededores de Matanzas …”, escribe, y menciona ejemplares de tres a ocho libras de peso. Según el experto cubano Manuel Bell Gorgas, Blakamán, a quien entrevistamos en varias ocasiones desde 1988, durante los años ’50 Hemingway pescaba el boquigrande en la Laguna del Tesoro, provincia de Matanzas, en compañía de un empresario local nombrado Thorwal Sánchez.
En Paris era una fiesta, por último, podemos hallar una detallada descripción de la pesca de un pez del río Sena, el goujon o gobio, del cual Hemingway declaraba ser capaz de comerse sartenes enteras, pero que no pescaba por carecer de avíos y porque prefería ahorrar para irse a pescar a España.
La pesca en el mar
Apenas llegado a Key West, en la primavera de 1928, Hemingway toma contacto con la pesca marítima. La primera carta desde la cayería de la Florida, dirigida al editor Maxwell Perkins, está fechada el 21 de abril de ese año e informa que ha capturado ya sábalos, barracudas, jureles, pargos colorados y otras especies. Unas semanas más tarde también pesca la sierra (kingfish), de la cual logra ejemplares de más de 40 libras en más de una ocasión, y luego se asocia con algunos amigos para realizar la excursión inaugural a Dry Tortuga, en cuyas áreas captura su primera aguja de abanico.
Unos años después, en los días de 1934 durante los cuales estrenó el yate Pilar, Hemingway cogió una aguja de abanico de 119 libras que hubiera merecido el récord para el Atlántico si la captura no hubiera sido iniciada por otro pescador, que no pudo completar la lidia con el pez. En Cuba, esta especie aparece en la relación de capturas del escritor desde su primer viaje a la isla en 1932, mientras fue el principal trofeo logrado por la partida de Hemingway en el Océano Indico, en la pesquería con la cual celebraron el final del safari de 1933-34.
Una cronica
El profesor Harley D. Oberhelman, de la Texas Tech University, fue muy gentil al enviarnos la crónica "Sailfish off Mombasa", en la cual Hemingway informaba a los lectores del Star de tToronto “capturamos sierras, jureles muy grandes que se parecían a nuestras jiguaguas (jack crevalle; Caranx hippos), pero grises y con manchas púrpuras, un pez grande y rojo parecido al pargo, que se veía más bien como un pez cerdo (hog fish), dos clases de meros (groupers) y Alfred Vanderbilt capturó una aguja de abanico que pesó noventa y siete libras …”.
Fuera del mencionado inventario, lo más interesante de las pesquerías en África fueron los dorados (dolphin; Coryphaena hippurus), que se mostraron particularmente abundantes y activos tras las carnadas. La especie es frecuente también en aguas cubanas y Hemingway la menciona en el capítulo Cuban fishing, “hay excelente pesca de dorados cuando la Corriente del Golfo corre fuertemente. El gran dorado macho es un fuerte y bello pez. Las hembras son bellas, pero no tan fuertes”.
Los peces de pico se convirtieron en la obseción de Ernest Hemingway desde una conversación que tuvo en 1928 en Dry Tortuga con el patrón de pesca cubano Carlos Gutierrez; “el me contó cómo los cubanos pescan la aguja, describió los diferentes peces y el tiempo de su corrida, y dijo que estaba seguro de que nosotros podríamos capturarlos al trolling, dado que el pez come en las profundidades temprano en la mañana y sube a la superficie cuando sopla el alisio”.
La relación de la fuerza de la corriente, los vientos y otras variables meteorologicas con la disposición de los peces a tomar la carnada, fueron fundamentados por hemingway en el capítulo Marlin off Cuba, que aportó en 1935 al libro American big game fishing. Lo más importante de su contribución se refiere, por supuesto, a las agujas, a cuya pesca había dedicado hasta entonces un total de 280 días, con un saldo de 101 peces de pico cobrados en cuatro temporadas.
A este grupo de peces, científicamente denominado familia Istophoridae, pertenece también la aguja blanca (white marlin, Tetrapturus albidus), que al parecer no fue hallada por Hemingway en ninguna otra de sus áreas de pesca marítima, salvo en Cuba. El 20 de mayo de 1933 el novelista embarcó un total de siete peces de esta especie en un solo día; la mayor aguja blanca de ese año pesó 87 libras, una talla que puede considerarse apreciable. Ejemplares de esta especie que sobrepasen las 100 libras han tenido que considerarse extraordinarios en todos los tiempos; en realidad apenas tenemos noticias de dos o tres ejemplares que hayan pasado de ese peso en aguas cubanas. Uno fue la pieza mayor del torneo Hemingway de 1950, cuyo premio le fue entregado a Mary Welsh, la esposa del novelista.
El gran trofeo para hemingway fue sin duda el castero azul del Atlántico o aguja de casta (blue marlin; Makaira nigricans). Fue este justamente el que vino a buscar cuando cruzó el Estrecho de la Florida en el yate de su amigo Joe Russell, el dueño del bar Sloppy Joes en Key West. Habían proyectado una excursión de pesca de dos semanas en abril de 1932 que luego se convirtió en una estancia de mes y medio y en el comienzo de una relación con Cuba que se extendió a casi tres décadas.
Los casteros
Felipe Poey y Aloy, considerado el padre de la ictiología cubana, escribió a mediados del siglo xix que los pescadores del país distinguían dos especies de casteros: “una de ellas la designan con la denominación de vareteada, porque tiene el cuerpo atravesado por unas barras de un azul pálido; la otra es toda negra o azul oscuro”. En su obra Sinopsis picium cubensis, el sabio naturalista señalaba asimismo que los casteros de menor talla son ordinariamente machos y los que alcanzan 600 o más libras son hembras por lo general, igualmente precisaba que la aguja de casta vareteada es más trabajadora, es decir, que opone más resistencia a la captura, pero la negra es casi siempre mucho más grande, pues llega a alcanzar de 1000 a 1500 libras.
Hemingway, en Marlin off Cuba, señala que el castero negro es un pez estúpido que “carece de la velocidad o el vigor de un castero rayado” (es decir, vareteado) y cree también que el “castero negro es el viejo pez hembra pasada su juventud”. Las coincidencias con Poey serían fáciles de entender si el escritor norteamericano hubiera tenido acceso a las obras del ictiólogo cubano, lo cual es improbable. Más cercano a la realidad parece ser el hecho de que hemingway en verdad acumuló una vasta información en sus contactos con los pescadores del litoral noroccidental cubano y a partir de sus propias experiencias.
Récord nacional
En 1933 hemingway capturó un castero de 468 libras que mantuvo durante un lustro la categoría de récord nacional cubano. A buscar esta especie se dedicó durante 32 días en 1956 en el Océano Pacifico, en el trascurso de la filmación de la película El Viejo y el mar en Cabo Blanco, Perú. Allí el escritor cobró tres grandes ejemplares; uno de ellos de 910 libras de peso, que parece haber sido un récord personal. El mayor castero capturado por él en Bahamas pesó 542 libras, pero en ese archipiélago, su éxito más relevante fue la pesca del atún, según lo relata S. Kip Farrington en el libro Atlantic game fishing: “solamente tres o cuatro atunes han sido cobrados con línea de 39 hilos en Bimini; uno fue un pez extraordinario que midió once pies y medio de longitud, pesando sin embargo sólo 509 libras. Este bruto fue capturado por Ernest Hemingway, un espléndido y poderoso pescador, y tomó más de seis horas lograr embarcarlo. Este es el último atún, que yo sepa, que ha medido más de diez pies de largo y mi opinión es que si hubiera sido capturado en Nueva Escocia, fácilmente habría sobrepasado las mil libras".
Farrington decía que Hemingway "casualmente fue el primero en capturar un atún no mutilado en Bimini, lo cual es considerado una de las hazañas sobresalientes en los anales de la pesca en las costas del Atlántico. Antes de eso, numerosos pescadores y capitanes de embarcaciones estaban convencidos de que el atún nunca sería capturado en estas aguas. Al embarcar uno de 310 libras en mayo de 1935 (el tercer año en que el atún ha sido pescado) hemingway demostró que podía lograrse. Pocos días después consiguió pescar otro de 381 libras”.
Cierto número de otras especies de peces marítimos son mencionados por Hemingway en sus escritos. El peto, por ejemplo, que tenía el primer lugar en sus preferencias, aparece en una escena de la tercera parte de islas en el golfo. También se refiere, en Cuban fishing, al pargo criollo, mencionado por su nombre en español y descrito como “un espléndido pez deportivo y alimenticio”. Albacoras, bonitos, sábalos, robalos, meros, barracudas e incluso atunes, son documentados por él en las aguas cubanas.
Pesca deportiva
Cuando todo acerca de la pesca parecía dicho y listo para ser entendido, a Hemingway se le ocurrió colocar un personaje en una playa del sur de Francia, con una rústica caña en las manos para pescar unos peces hasta entonces no nombrados, con una lombriz de arena como carnada. La pesca de una bobina de mar (sea bass) de más de 15 libras en la escena de la cual arranca la novela El jardín del Edén.
Ernest Miller Hemingway consideraba exagerado emplear el vocablo pelea en el lenguaje de la pesca
El 18 de febrero de 1922, titula “La pesca del atún en España”. Narra:
“Una pintoresca iglesia gris de doble campanario y un fuerte chato y sombrío sobre la colina en que está construida la ciudad dominan la bahía azul donde los buenos pescadores acuden cuando la nieve bordea los ríos norteños y las truchas se agolpan en profundos remansos bajo una capa de hielo. Porque en la ría azul pululan los peces.
Contiene bancos de extraños peces planos e irisados, bancos de la caballa española, larga y estrecha, y de grandes y robustos róbalos con nombres de sonido suave e insólito. Pero sobre todo contiene al rey de todos los peces, al emperador del Valhalla de los pescadores.
El pescador sale a la ría en un barco marrón de vela latina, que se inclina ebria y resueltamente, y navega rozando el agua. Coloca como cebo una especie plateada de salmonete y deja arrastrar el anzuelo. (…) Los pescadores españoles le llevan a uno a pescar con ellos por un dólar al día. Hay muchos atunes que pican. La pesca destroza la espalda y los tendones; es un trabajo de hombres incluso con una caña que parece el mango de una azada. Pero si un pesca un gran atún después de una lucha de seis horas, una lucha entre hombre y pez hasta que los músculos duelen por la tensión ininterrumpida y por fin lo arrastra junto al bote, se sentirá purificado y podrá entrar con la cabeza alta en presencia de los dioses mayores, que le dispensarán una buena acogida.”
Fuente:http://www.elandarrios.com/
Hemingway fascinado por la pesca española
Alerta para sus temas favoritos, era imposible para Hemingway no descubrir los ríos y arroyos españoles en sus desplazamientos vertiginosos tras las cuadrillas de los toreros. Al paso del vehículo en que viajaba o tomando un aperitivo en un café de la ciudad recién descubierta, habría de ver a los pescadores con sus aparejos y la cola indiscreta de una trucha, asomando envidiable por la boca del zurrón o la cesta de mimbre. ¿Quién sabe la traería expuesta el aficionado, orgulloso y provocativo, para tentar al comprador de cuyos bolsillos saldrían las pesetas para el vino de la tarde?
Qué poco tardaría la indagación, el diálogo inquisitivo y metódico forzando la diferencia del idioma, para saber dónde, a qué hora, con cual carnada y avío el pez había sido cobrado; luego sopesarlo, pesarlo para mayor exactitud, admirar su colorido, talla y buena salud. Así una y otra vez, en uno y otro sitio, hasta formar la convicción, o inventarla si era preciso, que lo llevó a declarar, desde el título mismo de la crónica que publicó el Toronto Star Weekly el 17 de noviembre de 1923, que España tenía la mejor pesca de truchas en Europa.
Cuando describe el arte de la lidia, dice a veces que el toro se mueve en el ruedo como un gato, y otras que salta como una trucha. Pamplona, en la falda de los Pirineos, fue la ciudad española que más lo impresionó en los primeros tiempos. Eran los Sanfermines de la primera semana de julio lo que le arrastraba; se levantaba de madrugada fascinado para ser testigo de los encierros y corría envuelto en el tumulto por las calles estrechas, escapando, persiguiendo, acompañando, a los toros fuertes, fieros y de astas puntiagudas, que de cuando en cuando mandaban a alguno al hospital con las costillas comprimidas o una cornada en el hombro.
Hemingway y las truchas
En la fiesta de San Fermín de 1924, Ernest y Hadley, su primera mujer, se lo pasaron en grande y luego se reunieron con varios de sus amigos en una villa de los Pirineos para pescar truchas en el río Irati y en algunos de sus afluentes. Después de conseguir en Pamplona las licencias de pesca necesarias, tomaron un ómnibus atestado para hacer el trayecto de 40 kilómetros hasta Burguete. Viajando hasta el norte, en dirección al macizo montañoso, Hemingway tomaba notas, admirado, del deslumbrante panorama que aparecía a su vista al recorrer la estrecha y polvorienta carretera, trigales, colinas áridas, pueblos tan antiguos como las piedras; luego viñedos, árboles a ambos lados del camino, vistiendo los diferentes caminos que recorría donde un toque de color naturaleza, y montañas de apretado bosque al final del trayecto. Era un paisaje tan llamativo como variopinto para Ernest.
Burguete, que dicen que apenas ha cambiado hasta el día de hoy, era una doble hilera de casas centenarias junto a la carretera. El hostal donde se alojaron, una sólida construcción de muros blancos de piedra, había sido construido con típicos tejados rojos a dos aguas. Tomaron la habitación número ocho y algunas otras las ocuparon los amigos que acompañaban a Ernest en este viaje tan especial como William Bird y su esposa, Erick-Dorman Smith, John Dos Passos, Robert Mc Almon y George O’Neil, tropa de jóvenes intelectuales a quienes Hemingway había reclutado con tentadoras descripciones desde su visita del año anterior a España. Era imposible rechazar tal invitación para visitar, el que para Hemingway era el país de los toros y las truchas. En ese momento hacía mucho frío y el aposento era austero, pero acogedor.
Se pusieron en marcha temprano en la mañana. Hemingway había realizado unas cuantas largas caminatas en su vida como por ejemplo cuando fue de excursión al río Fox y luego al Soo canadiense, y aun antes, cuando abandonaba el vapor antes de llegar al puerto de destino para conocer la región al sur del lago Walloon. Era un hombre al que su cuerpo le pedía constantemente aventura y descubrimiento. No obstante, aún con toda esa experiencia, aseguró que le había parecido agotadora la caminata desde Burguete hasta las cabezadas del río Irati. Escribió que era un viaje de 15 millas, sin dejar muy claro que esa era la distancia del trayecto total de ida y retorno; también exageró la altitud de la región, que no llegaba a alcanza los 1200 metros sobre el nivel del mar como indicaba, sino un poco menos. Ernest, que había tenido que esforzarse bastante para ser aceptado en una redacción, se tomaba curiosas licencias como reportero.
A pesar de todo aquello, hay que apuntar como cierto que la caminata es algo más larga de lo que hoy recorre en el día un senderista con una experiencia media, sin obviar los desniveles debidos a la topografía que no son precisamente sencillos de recorrer. Luego había que ponerse a pescar las truchas tan ansiadas por el periodista americano. Ese era su afán desde el momento en el que se despertaba y en el momento en que arrancaba con el recorrido a temprana hora de la mañana.
Para comenzar, ya habiendo llegado a su destino, escogieron las represas de los arroyos Txangos e Itolaz, más allá del viejo caserío de Fábrica de Orbaiceta, donde les aseguraron, algunos de los lugareños con los que intercambiaron algunas palabras, que podrían coger las truchas más grandes que encontrarían por la zona. Los diques de las represas habían sido de piedra desde siempre, hacía ya mucho tiempo, pero una crecida los había destruido y en 1924 el agua era retenida en ellas por troncos de árboles que habían quedado aprisionados en los restos de los dos muros, que antiguamente formaban el dique. Estos eran puntos excelentes para la pesca a fondo con carnada de saltamontes y lombrices de tierra. Más abajo, donde los dos arroyos se unen para formar el Legarza, que es afluente del Irati, había buenos sitios para pescar a la mosca.
Esta fue, junto con el arte de la tauromaquia, la actividad más deseada y practicada por Ernest Hemingway en todo momento que estaba por los llamativos y admirados paisajes de la geografía española. Fue un hombre aventurero dedicado a su periodismo y sus grandes amores de España, de la cual estaba enamorado, pero, sin duda alguna, de sus truchas, sus toros y sus gentes.
Fuente:© www.Hemingway.es
Este hábito de pescar truchas en ese río navarro forma ya parte de un ritual que, año tras año, repiten no pocos seguidores y admiradores de nuestro protagonista que, al finalizar las fiestas se trasladan a Burguete para montar allí su cuartel general desde el que se desplazan hasta las inmediaciones de Aribe, bien sea para tratar de pescar algo, o bien para relajarse unos días después de las trepidantes jornadas sanfermineras.
Marisol Frauca, que en aquellos años vivía en los baños de Aribe (antiguo balneario), recuerda perfectamente cómo, muy cerca de su casa,
Ernest Hemingway tenía su rincón privado a la orilla del río, entre la esclusa y la presa, al que acudía en solitario a pescar: era curioso ver cómo, cada día, el escritor norteamericano pasaba largas horas con sus tres o cuatro cañas sentado junto a un árbol; venía con una cesta de mimbre en donde llevaba la comida y botellines de cerveza; y cuando se iba de allí dejaba el árbol rodeado de botellines vacíos.
En su libro “El sol también sale”, Ernest Hemingway describe la pesca en Navarra como “lo más cercano al cielo”. El escritor pescaba en los ríos de los Pirineos y visitó Navarra varias veces entre los años 1923 y 1959 para disfrutar de la región. Durante sus visitas frecuentaba la zona de Irati y se solía alojar en Burguete.
De pesca con Hemingway
Fiesta, realidad o ficción
En definitiva, otro cuento de pescadores.
Por otra parte, ninguna otra fuente ofrece una relación completa de la cantidad de truchas que se cobraron en el Irati ni de su talla.
Fuente:© www.Hemingway.es
Este hábito de pescar truchas en ese río navarro forma ya parte de un ritual que, año tras año, repiten no pocos seguidores y admiradores de nuestro protagonista que, al finalizar las fiestas se trasladan a Burguete para montar allí su cuartel general desde el que se desplazan hasta las inmediaciones de Aribe, bien sea para tratar de pescar algo, o bien para relajarse unos días después de las trepidantes jornadas sanfermineras.
Marisol Frauca, que en aquellos años vivía en los baños de Aribe (antiguo balneario), recuerda perfectamente cómo, muy cerca de su casa,
Ernest Hemingway tenía su rincón privado a la orilla del río, entre la esclusa y la presa, al que acudía en solitario a pescar: era curioso ver cómo, cada día, el escritor norteamericano pasaba largas horas con sus tres o cuatro cañas sentado junto a un árbol; venía con una cesta de mimbre en donde llevaba la comida y botellines de cerveza; y cuando se iba de allí dejaba el árbol rodeado de botellines vacíos.
En su libro “El sol también sale”, Ernest Hemingway describe la pesca en Navarra como “lo más cercano al cielo”. El escritor pescaba en los ríos de los Pirineos y visitó Navarra varias veces entre los años 1923 y 1959 para disfrutar de la región. Durante sus visitas frecuentaba la zona de Irati y se solía alojar en Burguete.
De pesca con Hemingway
Fiesta, realidad o ficción
El relato más aproximado a la realidad de lo que pudo haber ocurrido en la primera pesquería de Hemingway en el río Irati se encuentra en la novela The Sun Also Rise, publicada en español con el título Fiesta.
Algunos analistas de la obra que han recorrido esa región, como el norteamericano Douglas E. Laprade, han comprobado que el escenario descrito se ajusta con toda fidelidad a las características reales del valle del Irati. Incluso destacan que existe la fuente, más conocida como fuente Atxura por la gente de la localidad, donde uno de los personajes pone a enfriar dos botellas de vino.
En Fiesta, Hemingway
describe como se lanzan las truchas por la cascada que forma el agua al
rebasar el dique de troncos. Para pescar en este sitio, Jack,el
personaje protagonista, lastra la línea con una buena plomada y usa como
carnada las lombrices que recogió cerca del hostal, cavando en la
orilla del río, las que guardó en dos latas de tabaco. Con este
procedimiento logra la captura de seis truchas, las cuales conserva en
la consabida cesta, entre las siempre recomendables hojas de helecho.
El
autor, con atenta mirada crítica, revela que la mayor de las piezas de
Jack tiene el tamaño de la más pequeña de las cuatro logradas por Bill,
el otro personaje que participa en la escena de pesca, quien pescó con
mosca artificial.
Fiel a su compromiso literario, Hemingway es capaz de retener bastante información acerca de la pesca en los Pirineos,
sin caer en la tentación de forzar el tema dentro de la novela. Se ha
perdido el tiempo tratando de hallar alguna referencia a cierta trucha
de notable talla, de cuya existencia en el río le habría dado noticias
un lugareño de Burguete. Se trataba de un ejemplar de alrededor de 16 libras y, al parecer, él trató de pescarla, pues luego contó que aquel “maldito pez” había estado a punto de arrancarle la vara de las manos.
En definitiva, otro cuento de pescadores.
De pesca por Navarra
Por otra parte, ninguna otra fuente ofrece una relación completa de la cantidad de truchas que se cobraron en el Irati ni de su talla.
Referencias aisladas en algunas de sus
cartas indican que él y Hadley cobraron siete piezas en una charca, en
tanto la mujer sola logró seis en una de las represas. El dato, por
supuesto, hace pensar en el origen biográfico de la pesquería de “Jack“, a quien en la novela se atribuye el mismo número de truchas en similares circunstancias a las anotadas.
Entonces si damos a Ernest el lugar de “Bill“,
tenemos que él debió lograr cuatro capturas pescando a la mosca, todas
mayores que las de su esposa. Eso, un día, cierto día, de la mañana que
pasaron en Burguete durante el verano de 1924. De todas maneras, buenos
resultados, los suficientes para mantener a Hemingway vibrante de entusiasmo por el río Irati
en el transcurso de todo un año. Ya en el mes de noviembre hace planes
para el retorno a España en el siguiente verano. Quería, incluso,
ahorrarse la excesiva caminata de cada día, acampado cerca del río
durante todo el período de la pesca, como hacían cuando eran muchachos
durante los veranos del alto Michigan.
En junio de 1925, días antes de que comenzar en Pamplona la feria de San Fermín, Hemingway se encontraba ya en Burguete. Además de su esposa, había arrastrado a la aventura a Bill Smith y a Dan Stewart.
Le había escrito también a Howell Jenkins,
encareciéndole la talla de las truchas y la virginidad de los bosques
navarros, pero al parecer el antiguo pescador, que antes no tuvo reparos
en seguirlo al Black River, no tuvo esa vez oportunidad para viajar a
España.
Hemingway, de pescar a penar
Entusiasmo, exaltación, expectativa. Qué
amante de la pesca no conoce esos extraordinarios sentimientos que le
acompañan cuando están en camino de retorno a sus lugares de pesquería
más distantes, menos accesibles e inevitablemente más abundantes de
peces. Ese estado de encantamiento dura en el viaje desde París hasta la
entrada a Burguete, pero apenas ponen los pies en la entrada del hostal
los propietarios les informan que las represas del Txangoa y el Itolaz han sido destruidas.
Desastre, los bosques que nunca habían
visto un hacha fueron arrasados en las riberas y hasta los troncos que
formaban los diques rodaron torrente abajo hacia el río. Hemingway
presencia los daños como quien recibe una ofensa personal; correrán los
meses y todavía dirá a sus amigos de su desconsuelo a causa de las
truchas que a su modo de entender habían sido asesinadas.
Regresan a Pamplona el 2 de julio para asistir a los sanfermines.
Durante cuatro días habían tratado de pescar en el Irati y sus afluentes
sin lograr capturas que les levantara los ánimos. La pesca con mosca
era poco menos que imposible en los charcos llenos de desechos de tala y
hojarasca, pero tampoco con lombrices y saltamontes les fue mejor. Los
peces, probablemente, habían tenido que huir río abajo, a refugiarse en
distantes remansos, lejos de la laboriosidad destructora de los
leñadores.
A Hemingway le habría gustado saber que los árboles crecieron nuevamente y que el Irati
sigue siendo un buen sitio de pesca en estos días. Él no volvió a
pescar en Navarra, pero guardó sus mejores recuerdos del río pirineo
para las páginas de The Sun Also Rise, que sus editores de Scribner’s Sons publicaron en octubre de 1926. Unos meses después de la publicación de la novela, Hemingway se divorció de Hadley Richardson para casarse con Pauline Pfeiffer,
una heredera de Arkansas que vivía en París como escritora de una
famosa revista de modas. Habían intimado mientras esquiaban en Schruns,
Austria.
Hemingway estaba de vuelta
Recién casados aun, andaban por tierras de Galicia durante el verano de 1927. Hemingway, al parecer, había decidido cambiar de escenarios con la nueva esposa y en el mes de agosto exploraba la región donde cuatro años antes había dicho a sus lectores que existía “probablemente” la mejor pesca de truchas en Europa. La mayor parte del tiempo, Ernest y Pauline hicieron estancias en ciudades como Santiago de Compostela, La Coruña y Vigo, pero asimismo visitaron pequeños pueblos, como Noya, Corcubión y Pontevedra, o aldeas como Puerto de Moro, desde las cuales se acercaban al río Tambre o al Ulla, o a los arroyos de las montañas del noroeste español. Hemingway no pertenecía al tipo de pescador que espera cobrar una extraordinaria cantidad de peces, sino más bien ejemplares de talla, y de algunas de sus expresiones se deduce que en Galicia capturó piezas de peso muy satisfactorios, tal vez las mayores logradas por él en España.
Las truchas gallegas
eran en aquella época implacablemente perseguidas por los furtivos,
quienes no dudaban en emplear la dinamita, el arpón o la red en sus
depredaciones. Hemingway se percató que, a causa de
ello, los peces eran bastante ariscos, aun con esas se las ingenió para
tentarlas y acertó. Ernest y Pauline todavía pudieron retornar a Galicia
en agosto de 1929 y otra vez en el mismo mes de 1931.
Hemingway se despide de España
En ese último año, por el mes de junio, Hemingway pasó por Castilla la Vieja antes de ir a su encuentro con Galicia. Durante una breve estancia en el poblado de Barco de Ávila, aprovechando los excelentes precios de alojamiento y buena comida del lugar, Hemingway fue de pesca a los arroyos de la sierra de Gredos y allí también captura buenas truchas. Luego lo recordaría en un breve pasaje de Por Quien Doblan Las Campanas, la novela escrita a partir de sus experiencias en la Guerra Civil Española, entre 1937 y 1938.
La residencia europea de Ernest Hemingway duró formalmente algo más de seis años. Volvió muchas veces, en ocasiones por períodos bastantes largos, pero a partir de su matrimonio con Pauline Pfeiffer y de estrechar vínculos con la casa editorial de Charles Scribners, su retorno a Estados Unidos fue un hecho.
Otras aguas y otros peces le esperaban para entrar en sus páginas.
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