domingo, 16 de agosto de 2015

POESÍA: ESCRITO EN ESTA MAÑANA ANTES DE QUE LA LUZ DEL SOL ENTRE POR LA VENTANA






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Todavía no he subido la persiana,
no se si alguien
habrá matado el día, o estará éste esperándome para decirme:¡Buenas mañanas!.

No se si las palomas
que rondan por el balcón de la casa
estarán bebiendo
el agua de las plantas,
ni si el quiosco de la esquina
estará ya vendiendo la prensa
que tanto en estos momentos me hace falta.

Adolezco de datos del exterior,
si fuera comunicado de guerra diría:
zona quemada.

No quiero saber
hasta que acabe este poema
lo que ocurre por ahí fuera
no fuera el caso que mi fuente de inspiración se vaciara.

Quiero estar ausente,
yo solo en el comedor de esta casa
la de mis padres,
desde que fue comprada,
con la mesa llena de revistas,
una silla con tres libros,
un cuadro con puente y río incluido
de agua que no baja
y más enseres que ahora a continuación se citan de pasada.

Se desplaza mi vista por la habitación,
garito del que escribe en moderna maquina,
y ve un almanaque
despistado en el mes todavía de julio, agosto no nos dice nada,
y un reloj de pared, chino, que marca las 8 horas de la mañana
con mucho tino,
y sin golpes de campanas.

En el aparador se ve
a simple vista
por su tamaño no engaña
un televisor
con dos mandos,
uno quemado de tanto pasar canales
para no ver nada
y el otro a punto de quemarse
por el mismo motivo,
sobran palabras.

Cinco fotografías de la familia,
unas cortinas de color ahumado,
cinco cojines
y una bolsa de aseo con lo mío,
reclaman mi atención
en estos comienzos de un día
que dará mucha lata.

Dentro de la bolsa de aseo,
de todo un poco, no falta,
en eso hay que ser poco ácrata:
para el pelo,
para la cara,
para los pies,
para el aseo en general,
para llevar ropa encima,
para peinarse,
para fumar algún puro,
para cargar el ordenador
para las piedras en el riñón,
pastillas, por si acaso, ¡ojala no hagan falta.

Se resalta
por su importancia,
una maquina de dar oxigeno,
a ritmo de orquesta barata,
conectado directamente
mediante tubo de goma
de gran largaria
con mi padre que descansa
en la otra habitación,
ausente él
a lo que en estos momentos escribo y en la casa pasa.

Me olvidaba
de los cajones del armario
con medicinas de todos los tipos,
vajillas,
trastos,
de ellos puede salir cualquier cosa indeterminada,
fotografías de dos bodas,
la mía
y la de mi hermano,
por el tiempo tostadas,
una figuras de alabastro,
e indeterminadas de porcelana.

Todo,
como ven,
se declara
en esta luz que entra
a través de las rejillas
de las persianas.

Todo,
que pasada
parece estar pensado
para no cambiar
nunca de sitio,
se resalta
que en ello nos preocupamos
todos los de la casa,
sin más comentarios
ni puesta en común
sobre ello.
ni media palabra.

Creo innecesario mencionar
aunque me parece innoble
el no decir nada,
por eso vuelvo a la carga
que encima de la mesa
hay un reloj
y unas gafas
de sol
abatibles sus dos caras,
como  el techo de un coche descapotable,
de buena estampa,
una revista
abierta por una leída ya página
que lleva por título: La llamada vegana,
un vaso de agua,
un posa platos
confeccionado con palillos de madera,
una botella de agua
y un cenicero
con una colilla de tabaco
de marca indeterminada.

Se me olvidaba,
menos mal,
tres servilletas de papel blancas
que se van a la basura: ¡ya! pues acabo su razón de ser en el preciso momento de haber sido usadas.

Yo visto
de pantalón corto,
sandalias,
polo
comprado en la playa,
gafas
de vista bien pensadas
y funda en un diente,
ni de oro ni de plata.

Vuelvo a la carga:
La lampara
por encima de mi cabeza
reposa
en su tranquilidad cotidiana
con tres perillas,
bombillas alargadas,,
cuatro dadas de baja
y el resto hasta doce
en buen uso y explotadas
en las horas nocturnas
que van desde la tarde
hasta la noche, bien entrada.

Una fotografía aérea de Pinarejo
cuelga de una pared
y en el se ve el pueblo,
todo él,
como si estuviéramos en casa,
con las eras
unas verdes y otras pardas,
parte del término,
gran explanada,
y en primera instancia
el pueblo, núcleo urbano,
con sus calles y sus casas,
muerto casi en la mirada,
como si sobre el hubiera caído un maleficio
y no prosperara
por culpa ,
de un mal de ojo, de alguna criatura extraña.

Remedios había para todo
en épocas pasadas
esto del maleficio se solucionaba
montando los dedos
y con castañas
colocadas en los bolsillos de los  pantalones,
con dos bastaban
que se llevaban
por el tiempo que hiciera falta.

Acabo ya
pues es hora de entrar
en otras cuestiones
más mundanas,
entre ellas
preparar los desayunos,
y dar a la perdiz de beber agua,

Autor. Jose Vicente Navarro Rubio

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