Yo estuve en el Castillo
y lo pasé de maravillas
desde arriba de sus almenas se veían
las eran ya sin espigas ni paja
y los campos a la espera
de volver a ver crecer
sobre sus surcos las cosechas.
Todo era
dentro de aquel Castillo
tal y como yo lo recordaba
cuando de pequeño
en Pinarejo
mis padres me decían
que allí dentro vivían
princesas y guerreros,
holgazanes y barberos,
herreros y panaderos
que molían el trigo con gran talento
para hacer panes y bizcochos
que llenaban de mucho gozo
a quienes comían
con hambre felina
a la salud de reyes y marqueses
vestidos con casacas
a la antigua usanza.
No vi a la marquesa
asomada a ninguna ventana
ni al trovador
que dicen que dormía
a pierna suelta
después de trepar hasta las altas estancias
para recibir un beso de su amada.
Todo en el castillo olía
a humo y paja
señal de buena labranza
a la espera de un invierno
que por estas tierras crece como el centeno
siempre hacia arriba
hasta que llega una escarcha
y uno se da cuenta
que donde mejor se está es en casa
delante de la chimenea
con buena leña
viendo como el humo de la paja
sale por el tiro
y se pierde en el espacio
poco a poco
tan despacio
que el olor se respira
hasta más allá de donde los molinos
se sienten apátridas
con esa silueta la suya que parece inventada
por alguien que no sabe nada de la Mancha.
Allí arriba descubrí
lo que ya de pequeño soñaba
y se me iba
siempre
a desgana
como por arte de magia
de buena mañana.
Veía
con ojos de quien nunca ha visto nada
un castillo con telarañas,
lleno de fantasmas
y una mana negra
entrando por una ventana
mientras sentía
un frío intenso
que cortaba
hasta el aliento
de quien debajo de unas sábanas esperaba
al hombre del saco
tan metido en ese papel de malo
que desde siempre
tuvo este fulano.
Autor de la poesía: Jose Vte. Navarro Rubio
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