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Castillos y tradiciones feudales de la Península Ibérica Tomo 1 por una sociedad de los más distinguidos escritores nacionales, bajo la dirección de José Bisso ; precedidas de un prólogo por Juan Pérez de Guzmán Autor Bisso, José (1830-1893
EL CASTILLO DE BELMONTE.
DEDICADO Á LA EXCELENTÍSIMA SEÑORA Condesa viuda del Montijo y de Miranda,
Duquesa de Peñaranda, etc.:
Al describir el antiguo castillo cuyo nombre figura á la
cabeza de este capítulo, faltaríamos á un alto deber de gratitud si no
dedicáramos nuestro modesto trabajo á la ilustre dama española, á la constante
y decidida protectora de todo pensamiento grande y fecundo, que ha conseguido
por su vi- gorosa iniciativa levantar en el centro de España un monumento
artístico convertido ayer en un montón de escombros, admirado hoy por cuantos
acuden á visitar aquel lugar de históricos recuerdos, y que trasmitirá mañana á
las generaciones venideras la memoria de la noble condesa á quien se debe la
conservación de aquella gloria nacional.
¿Qué era el castillo de Belmonte hace pocos años? Oigamos la
exclamación de profundo dolor que la vista del entonces ruinoso edificio
arrancaba á un escritor contemporáneo:
« Lo que de castillo tiene el edificio, decia, se conserva
mejor que su ornato de alcázar, y los vestigios de su fortaleza sobreviven á
los de su pompa y suntuosidad. Sembrado de escombros aparece el patio de figura
aproximadamente triangular, y en pié dos alas de su pórtico, cuyos arcos iachatados,
pero esbeltos, se engalanan con follajes y colgadizos que arrancan de las
aristas de los mismos pilares; el gótico brocal del pozo asoma en medio entre
dos gruesas columnas labradas en espiral; las habitaciones bajas, derruidas ó
trocadas en establos, conservan restos de pintura en su enmaderado techo, y
anchas orlas de elegantes labores vaciadas en yeso alrededor de sus puertas y
ventanas. Pero en las salas superiores es donde más lamentable y completa ha
sido la desolación; hundida yace la galería que sobre el pórtico se levantaba;
fáltale á una estancia el pavimento, á otra la techumbre; y las grandiosas
chimeneas ceñidas de arabescos, las gallardas puertas ojivales flanqueadas por
agujas de crestería, quedan suspendidas al aire sin comunicación entre sí. Más
allá se descubren sólo vestigios de un magnífico artesonado impuesto sobre
primorosa cornisa de piedra, y á través de aquel laberinto de ruinas persevera
únicamente intacto, como para muestra del esplendor antiguo, un cuadrado que se
destinaba á capilla.
> ¡Ah! continuaba el escritor á que nos referimos; ¿por
qué ha de perecer tan bella, tan magnífica, tan robusta en su armazón y marcial
en su apostura, la mansion de los formidables Pachecos? ¿Tanto cuesta á los
herederos de sus dominios levantar las caídas paredes, sostener los vacilantes
techos, cerrar las pertinaces goteras que lentamente acaban con aquella solidez
que los golpes del ariete desafiara? Si hasta los monumentos que pertenecen al
patrimonio de una familia ilustre, y á los cuales andan vinculados sus blasones
y recuerdos de gloria, no hallan amparo ni cariño en sus mismos poseedores,
¿qué mucho que en esta época de individualismo abandone la nación al saqueo y á
la ruina, como bienes sin dueño, el tesoro de sus artísticas é históricas
grandezas? ¡Generación indiferente y destructora! ¡Pides al poeta melancólicas
inspiraciones, pides al artista un fiel trasunto del espirante edificio; y como
quien cuida más de los funerales que de la vida de un importuno viejo, crees
hacer bastante con que su muerte sea plañida y su fisonomía conservada! »
Si la obra que acabamos de citar se hubiese escrito algunos
años más tarde, no habría terminado ciertamente su autor con tan sentido
apostrofe la descripción del castillo del Belmonte, tal como entonces se
encontraba. La antigua fortaleza feudal pertenece en la actualidad á nuestra
ilustre compatriota la emperatriz de los franceses, que conserva en el primer
trono del mundo el cariño que siempre profesara á su patria, y se muestra
celosa de sus glorias. No era posible que desapareciera en poder de tan egregia
dama el majestuoso alcázar de la Edad media, testimonio indeleble de la
grandeza y esplendor de sus predecesores. Debia, por el contrario, renacer como
el ave fabulosa renace de sus cenizas, y ha reaparecido, en efecto, sobre sus
ruinas.
Es un esfuerzo maravilloso de iniciativa, un verdadero
milagro producido por el genio y la constancia, cuya gloria corresponde á la
condesa del Montijo, iniciadora del pensamiento, y bajo cuya dirección
inteligente se han ejecutado las obras de reconstrucción, próximas á su
término. Principiaron éstas hace siete años, y el castillo de Belmonte
restaurado completamente, conservando su carácter especial y su arquitectura
primitiva, ofrecerá muy pronto el aspecto que presentaba en los dias de su
esplendor pasado, cuando el célebre Maestre de Santiago desafiaba desde tan
fuerte asilo el poder de los señores de Castilla y de su mismo soberano.
En los momentos actuales, cuando por todas partes vemos
escombros y ruinas ocupando el lugar en que admirábamos un dia maravillas
artísticas, monumentos históricos, que atestiguaban nuestra perdida grandeza,
inspirándonos su vista el más profundo respeto hacia las generaciones que nos precedieron,
censuradas hoy por quienes son incapaces de imitarlos, es altamente consolador
ver cómo reaparece sobre las alturas de Belmonte el castillo señorial, mudo
testigo en épocas lejanas de algunos de los acontecimientos más notables de
nuestra historia.
Mientras la piqueta revolucionaria destruye sin objeto en
las ciudades iglesias, conventos y fortalezas, cual si tratara de asentar su
imperio sobre un campo de desolación y exterminio, la morada de los ilustres
Pachecos, restaurada por una distinguida dama de la aristocracia española,
heredera de sus timbres y blasones, aparece como una muda protesta de la España
antigua, que dice á nuestros pretendidos regeneradores: « Ya que no podéis competir
en heroismo, en virtudes ni en saber con vuestros antepasados, respetad, al
menos, sus recuerdos. »
Los tiempos cambian, sucédense los siglos, altéranse las
costumbres de los pueblos; y las naciones, unas progresando, retrocediendo
otras, suelen mudar de aspecto modificándose sensiblemente las condiciones
distintivas de su carácter. Esta ley ineludible de la naturaleza ha hecho
sentir sus efectos entre nosotros; no somos lo que fuimos, por más que se
conserven afortunadamente en nuestra patria las virtudes que tanto enaltecieron
siempre á sus hijos: el valor, el desprendimiento, la abnegación y la
hidalguía.
Pero si en el sexo fuerte observamos una diferencia de
carácter cuya comparación con el de nuestros antepasados no seria en todos los
casos ventajosa, podemos afirmar que la mujer española se mantiene fiel á las
tradiciones de los tiempos caballerescos, conservando puro en sus pechos el
sentimiento del honor y de la virtud, como conserva en el rostro los atractivos
que aseguran su avasalladora influencia. En esa colectividad que admiramos
ocupa en nuestros días un lugar preferente la noble condesa del Montijo, objeto
de especial cariño por parte de los que cultivan su ameno trato, de veneración
y respeto por parte de los muchos desgraciados que sólo la conocen por sus
beneficios
Hállase situada la población de Belmonte en la provincia de
Cuenca, á cuyo obispado pertenece. Fué en su principio una pobre aldea,
conocida con el nombre de las Chozas, que cambió después por el que conserva en
la actualidad. El rey Don Pedro I la elevó á la categoría de villa, otorgándole
varios privilegios y colocando varios pueblos bajo su jurisdicción.
Asiéntase la villa sobre dos eminencias no muy elevadas,
divididas por un estrecho valle, ocupando el castillo la más alta, que está al
Oriente, y la otra las casas de la población, entre las que descuella la
antigua iglesia colegial. Rodeábala una extensa muralla, formando de trecho en
trecho puertas fortificadas que aun existen y conservan sus primitivos nombres,
de San Juan la del N., Chinchilla la del S., y Monreal ó Toledo, Puerta Nueva y
del Almudi, las del O. La iglesia parroquial, objeto de la protección constante
del célebre Don Juan Pacheco, marqués de Villena y gran maestre de Santiago,
que casi la reedificó á sus expensas, fué erigida colegial en virtud de la bula
expedida por el Sumo Pontífice Pió II, en Mantua, á 9 de las Kalendas de
Diciembre de 1459, siendo consagrada el 21 de Marzo de 1460. Cuenta Belmonte
entre sus más preclaros hijos al Padre Alonso Pacheco, de la Compañía de Jesús,
que sufrió el martirio predicando el Evangelio en las Indias, y al Padre
Montoya, de la Orden de los Agustinos, Provincial que fué de Lisboa, donde se
conservan susrestos. Ambos merecieron por sus virtudes ser colocados en el
número de los Santos. También fué natural de la citada villa ú oriundo de ella,
el eminente poeta Fray Luis de Leon, una de las glorias más puras y legítimas
de la literatura patria, y cuyo nombre, que ha llegado hasta nuestros dias
rodeado de la aureola del genio, pronuncian hoy con veneración y respeto los
escritores contemporáneos. Terminaremos estas breves noticias con la
descripción de las armas de la villa: fórmanlas una encina y un pino, leyéndose
alrededor del escudo el siguiente lema: « Petrus Piex sponte villain fecit de
Belmonte.»
Salió esta villa por primera vez del dominio de la corona
como parte integrante del marquesado de Villena, del que se hizo merced al
infante Don Manuel, hijo del rey Don Fernando III el Santo, y hermano de Don
Alfonso el Sabio. Habiéndose extinguido la sucesión directa de los primitivos
poseedores, fué agregada de nuevo á la corona en tiempo de Don Pedro I, el
cual, como antes hemos dicho, concedió á la villa muchos privilegios,
ensanchando al mismo tiempo su jurisdicción. Al subir al trono Don Enrique III,
y deseoso este monarca de favorecer á los nobles que más se habian distinguido
defendiendo su causa, cedió el marquesado de Villena con la villa de Belmonte á
Don Alonso de Aragón, conde de Dénia y Ribagorda, quien lo.poseyó, hasta que
con motivo de la restitución de las dotes de las hermanas del rey, capituladas
con Don Alonso y Don Pedro, hijos de dicho marqués , y con otros pretextos,
hubo de suscribir un convenio, por el cual renunciaba aquella parte de sus dominios,
recibiendo en compensación el ducado de Dénia.
El origen de la posesión de Belmonte y su castillo por la
ilustre familia á quien hoy pertenecen, se remonta al reinado de Don Enrique
III, llamado el Doliente. Queriendo el monarca recompensar los numerosos y
relevantes servicios que habia recibido de Don Juan Fernandez Pacheco, le donó,
después de otorgarle otras mercedes, la villa referida con todas sus rentas y
derechos, expidiendo el oportuno decreto en Tordesillas el dia 16 de Mayo del
año 1398. Repugnó el pueblo desde luego salir del dominio de la corona, y la
repugnancia se convirtió bien pronto en abierta hostilidad, fundándola en los
privilegios otorgados por el rey Don Pedro, y en las promesas hechas á nombre
del mismo Don Enrique III por el doctor Don Pedro Sanchez, quien ofreció que S.
A. no la cedería jamás, estando decidido á conservarla en su mayorazgo. Esta
resistencia dio lugar á una segunda resolución regia, confirmatoria de la
anterior, que fué expedida el 23 de Setiembre de dicho año , por lo cual se
mandaba á todas las ciudades, villas y lugares del reino, y especialmente al
Adelantado Mayor de Múrcia, que hicieran llevar á debido efecto las órdenes
soberanas.
Reconociendo entonces que la resistencia sólo conduciría á
agravar el estado de las cosas en perjuicio del pueblo, los habitantes de
Belmonte se avinieron á dar la debida posesión á Don Juan Fernandez Pacheco,
habiendo aprobado el rey previamente las condiciones que vamos á relatar:
1.a Que el nuevo señor ofreciera no volver la vista á lo
pasado, olvidando todo género de resentimiento por las ofensas que se le habian
inferido.
2.a Que respetara el privilegio de apelación ante el rey.
3.a Que guardase con fidelidad los fueros de la villa,
dejándole sus propios, como los tuvieron en tiempos anteriores.
4.a Que no apremiara á persona alguna ni la solicitara para
contraer matrimonio contra su voluntad
5.a Que la villa nombrase anualmente los jueces que habian
de entender en los pleitos y querellas que se suscitaran.
Aceptadas las capitulaciones que preceden, fueron juradas
con las formalidades de costumbre, no sólo por Don Juan Fernandez Pacheco, sino
también por los señores Don Alonso Tellez y Doña María Pacheco, su esposa, para
el caso en que recayese en ellos la herencia del señorío, ó llegaran á poseerlo
en virtud de contratos ulteriores. Cumplidos estos requisitos, se dio posesión
pacífica al agraciado, quedando así cumplimentadas en todas sus partes las
órdenes del rey. La villa de Belmonte continuó formando parte de los dominios
de la poderosa familia de los Pachecos, á cuyos descendientes pertenece en la
actualidad el señorío, siendo digno de notarse que la aversion manifestada en
un principio por los habitantes hacia sus nuevos señores, se cambió muy pronto
en un afecto sin límites y un cariñoso respeto, constando en los archivos de la
casa, que ninguno de los lugares de su pertenencia ha promovido menos pleitos,
querellas y disgustos
En el siglo xv llegó á su mayor apogeo la prosperidad de
Belmonte, siendo objeto la villa de una predilección especial por parte de su
señor el célebre Don Juan Pacheco, marqués de Villena, gran maestre de la Orden
militar de Santiago y favorito predilecto del monarca, á quien dominó hasta su
muerte, y contra el cual estuvo casi siempre en lucha declarada ó encubierta.
Conocida es por cuantos se han dedicado al estudio de la historia patria la
parte activa que tomó el poderoso magnate en los acontecimientos de aquella
época, tan fecunda en disturbios de todo género. No nos detendremos, por lo
tanto, en reseñarla, ni nos seria posible siquiera el intentarlo, dadas las
condiciones especiales de esta obra. Haremos, sin embargo, constar, que por
entonces se edificó el castillo que domina á la villa, y cuya restauración está
próxima á terminarse, como hemos indicado , bajo la protección de la ilustre
dama cuyo nombre figura al frente de esta breve y desaliñada narración. Los
Estados del marqués de Villena presenciaron no pocas luchas de las infinitas
que en aquellos tiempos se sucedieron, y á la fortaleza de Belmonte fué
conducida por el gran maestre de Santiago la infortunada princesa Doña Juana,
hija de Enrique IV, y conocida por el nombre de la Beltraneja, albergándose
allí desde la retirada de Villena hasta la capitulación de Chinchilla. Conócese
todavía con el nombre de la Princesa la puerta reservada del castillo por donde
hizo su entrada, y por la que sólo entraban y salían los señores y altos
personajes.
El célebre Don Juan Pacheco falleció el 19 de Diciembre de
1474, á los cincuenta y dos años de edad. Sus sucesores continuaron en posesión
del Estado de Belmonte, perteneciendo hoy, según indicamos en otro lugar, á S.
M. la emperatriz de los franceses, que lo recibió por herencia de su padre el
conde del Montijo y de Miranda.
III.
El castillo-alcázar de Belmonte pertenece al orden
gótico-arábigo, y fué construido á expensas del precitado Don Juan Pacheco,
marqués de Villena, desde el año 1455 al 70. Dos ramales de muralla, de estilo
romano, partían en dirección NO., hallándose situada la fortaleza sobre el cerro
del E. que domínala población. Hé aquí la descripción de este monumento
histórico, verdadera riqueza artística, que tomamos de una excelente obra
contemporánea:
« Descuella el castillo sobre su cónico pedestal, no
enriscado y amenazador como tiránico dueño, sino accesible por todos lados por
suave cuesta, como quien ejerce una autoridad pacífica y tutelar. Seis
colosales torres redondas, ceñidas de madillones en su mayor parte, las unas
con escamas, las otras con arquitos esculpidos en el vacío de aquellos, forman
los puntos cardinales de su exágona planta, de cuyos lienzos los tres son
rectos y describen ángulo hacia adentro, trazando, en cierto modo, una
estrella. Escalonadas almenas, cual vistosas plumas de encaje, coronaban un
tiempo sus muros, y corren todavía fantástica y gentilmente alrededor del
ante-mural ó barbacana, trepando por cima de los torreones exteriores ó
suspendidas cual aéreas agujas sobre la puerta de entrada. Única es ahora la
que al cercado recinto introduce mirando hacia el pueblo, después que se
tapiaron las dos restantes, la una denominada del Campo, frente á la reja de
hierro, la otra de Peregrinos, acaso por la cruz y las veneras de Santiago en
su dintel esculpidas. »
En la primera parte de esta reseña hemos expuesto el
lamentable estado de abandono en que se encontraba el interior del edificio
hace pocos años, y los costosos esfuerzos que se están haciendo para adelantar
las obras de reconstrucción , ya próximas á terminar.
El castillo de Belmonte, considerado en su época como un
formidable baluarte, estaba provisto de los necesarios medios de defensa para
sostener un largo asedio, deteniendo durante mucho tiempo ante sus muros á las
fuerzas que pretendieran expugnarlo. Su artillería era del mayor calibre
entonces conocido, y llama la atención que se colocaran tantas piezas en tan
reducido recinto. Según aparece en el inventario judicial que existe en el
archivo de la casa del Montijo y de Miranda, y se formó el 6 de Mayo de 1672
por Don Alonso Nicolás Urrea, corregidor y justicia mayor de la villa, encontráronse
cinco pedreros y siete morteros de hierro, todos de antigua construcción, los
cuales, después de inventariados, se constituyeron en depósito para mayor
seguridad; á pesar de estas precauciones, la artillería del fuerte ha desaparecido
posteriormente: como medios de defensa serian hoy inútiles; pero es de lamentar
su extravío, considerándolos como recuerdos históricos siempre de gran valor.
El 6 de Diciembre de 1529 tomó posesión de la fortaleza Doña
Juana Enriquez, duquesa viuda de Escalona, marquesa de Villena y condesa de
Santisteban, en nombre de Don Diego Lopez Pacheco, su hijo, menor de edad, de
quien era tutora y curadora, rindiéndole pleito homenaje Hernando Pacheco ante
el justicia mayor de los Estados de Villena, y sacándose del acto el oportuno
testimonio, que existe hoy en el archivo de la casa de Montijo. En él hemos
también hallado la reseña de la visita de reconocimiento del castillo que hizo
el licenciado Ariz en Mayo de 1550, por especial encargo de su señor. Dé ella
aparece que las obras de fábrica expuestas á la intemperie habian sufrido
algunos desperfectos susceptibles de fácil y poco costosa reparación; pero el
interior del alcázar estaba bien conservado, datando de tiempos posteriores su
ruina.
Ninguna tradición romancesca se .conserva hoy del castillo
de Belmonte en la época de su esplendor primitivo, y sin embargo, aquellas
mudas paredes debieron presenciar interesantes escenas , fraguándose tal vez en
su fastuoso recinto muchas de las intrigas que dieron triste celebridad al
reinado infeliz de Enrique IV de Castilla, y que fueron dirigidas en su mayor
parte por el marqués de Villena. En tiempos más cercanos, sus sucesores se
distinguieron por su adhesion á la causa de Felipe V, á quien prestaron grandes
servicios durante la guerra de sucesión. La situación del Estado de Belmonte
les sirvió maravillosamente, eligiéndolo como punto estratégico para detener
los socorros que recibía de Portugal el archiduque Carlos de Austria, aspirante
á la corona, y vigilar al mismo tiempo las fuerzas que operaban en el reino de
Valencia. En la historia de las últimas guerras de la Península ya no figura la
fortaleza de Belmonte, ni siquiera se menciona su nombre: no hay que
extrañarlo; mal podia aquel abandonado alcázar servir de base de operaciones
militares, ni prestar á los guerreros seguro asilo, cuando sus muros se
desmoronaban y no bastaba su techumbre ruinosa á defender contra el rigor de
los elementos las maravillas artísticas que se encerraban dentro de su mágico recinto.
IV.
Hoy todo ha cambiado de aspecto. España conservará por
largos siglos aquel vivo testimonio de otros siglos que pasaron, y que suelen
calumniar las generaciones de pigmeos de estos últimos tiempos que no alcanzan
á comprender su grandeza. Grandeza ruda, producto algunas veces de hechos
censurables; pero que oscureció la de las demás naciones de su época, ninguna
de las cuales supo dar cima á las empresas que acometieron con asombro del
mundo los soberanos de Leon y Castilla, de Aragón y Navarra, al frente de sus
nobles magnates y secundados por el pueblo entero, ávido de gloria.
El castillo de Belmonte subsistirá restaurado en medio del
vasto campo de desolación que por todas partes le rodea, y los amantes de las
artes consagrarán un recuerdo indeleble de gratitud á las ilustres damas cuya
poderosa iniciativa ha operado este prodigio. Pero llegado que sea el dia , ya
muy próximo, de la terminación de las obras, los viajeros deseosos de
visitarlas habrán de vencer dificultades incomprensibles en este siglo de
universal movimiento, y sufrir molestias que les harán repetir, si son
extranjeros, esa frase que tantas veces resuena en nuestros oidos, causándonos
un sentimiento profundo de disgusto: ¡ Cosas de España!
No dista muchas leguas Belmonte de la capital del reino; su
castillo es una de las antigüedades de verdadero mérito que merecen visitarse
en Castilla la Nueva, y desde la estación de Socuéllamos (ferro-carril de
Madrid á Ciudad-Real) hasta la villa mencionada hay que hacer el viaje con gran
trabajo, por falta de un camino que merezca tal nombre. Verdad es que está
proyectada hace años una carretera; pero no se ha pasado del proyecto,
hallándose sin construcción el puente sobre el rio Záncara, que atraviesa el
camino existente é interrumpe el tránsito en las recias avenidas.
El autor de la descripción de Belmonte que hemos citado al
principio de esta breve reseña, dirigia un cargo severo á las familias ilustres
españolas que dejan en completo abandono los monumentos á que están vinculados
sus blasones. ¿Cómo pedir apoyo al gobierno, decia, para salvar esos recuerdos
de gloria, cuando sus mismos poseedores los miran con deplorable indiferencia?
La acusación seria justa si el gobierno mostrara más interés en favor de los
particulares que sacrifican sus intereses por conservar las glorias nacionales,
alentándoles en su empresa; pero el ejemplo de lo que ocurre con el camino de
Belmonte, es poco á propósito para estimular á los que quisieran ser imitadores
de las ilustres restauradoras del antiguo alcázar.
Deseamos vivamente que se subsane esta falta: no abundan
tanto las reliquias de la Edad media que entre nosotros se conservan, para que
pueda disculparse ese abandono que dificulta su acceso, ocultándolas á los ojos
de los que se gozarían en admirarlas. José Bisso
2)
Alrededor del Mundo AÑO
XXX. Vol. 58. Madrid. 21 de abril de 1928. Núm. 1.505
DEL CENTENARIO DE FRAY LUIS La historia y la leyenda del
Castillo de Belmonte Por Ángel Dotor:
ENTRE los numerosos centenarios de personajes españoles
famosos—San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Felipe n, Góngora, Goya,
Ribalta, Moratin y algún otro — que se conmemoran en estos años de 1927 y 1928,
merece singular atención el del insigne religioso, poeta y místico que en sus
obras y en la Universidad -de Salamanca dejó perennes destellos de su genio
creador, gloria del saber y de la estirpe. Hemos querido que coincida con la
época de su recordación universal, motivada por celebrarse ei cuarto centenario
de su nacimiento, nuestra visita al pueblo que fué su cuna de origen. Y henos
aquí en Belmonte, en donde mejor poder evocar aquella vida insigne y contemplar
loa restos del pretérito esplendor medieval.
Belmonte es uno de los pueblos más típicos y pintorescos de
Castilla. Como muy bien dice el insigne hispanista Aubre y F. G. Bell en su
magnífica obra "Luis de León"—que constituye la mejor analogía del
insigne poeta y el más atinado estudio del Renacimiento español—, el vetusto
rincón conquense "tiene todo el aspecto de un antiguo remanso
histórico". En medio de la sábana de la Mancha alta, rodeadas de campo en
el que alternan las desnudas tierras paniegas con el viñedo, cada año más
numeroso, y las manchas de siempre verde pinar, destacan, visibles a varias
leguas de distancia, según vamos desde Socuéllamos, la torre de nuestra antigua
Colegiata y la fortaleza, ambas dominadoras del caserío circundante. Los restos
de sus murallas, con las antiguas puertas de Chinchilla, del Almudí y de la
Estrella; sus calles con vetustas arcadas; los caserones pétreos con escudos
nobiliarios; su plaza de castizos soportales, constituyen motivo de atención
admirativa para cuantos llegan a su recinto, siendo tan curioso contemplar todo
esto como oír referir el esplendor pretérito de la villa, cuna de Fray Luis,
que dio vida, a más de dicha gloria de las letras patrias, a algunos otros
religiosos, humanistas y sabios célebres, en que fué tan fecunda esta tierra
conquense.
Pero lo que impresiona más vivamente al visitante—que echa
de ver el contraste entre la placidez actual de Belmonte, cuya decadencia se
acentúa hoy con la supresión de su Juzgado de instrucción, y la grandeza de su
pasado—es el fiero castillo, uno de los más importantes bastiones del apogeo
español, cuya historia y vicisitudes, en fuerza de complejas e interesantes,
requerirían no una crónica concisa, sino una monografía bien extensa.
La primitiva fortaleza belmonteña de que hay datos es aquel
"Alcázar viejo" que, al igual que la "cerca vieja", o sea
el circuito amurallado, mandara construir el inquieto infante y guerrero don
Juan Manuel, señor de Peñafiel, el año 1323. Derruidos que ambos fueron, a
mediados del siglo XV, el entonces mayordomo de Enrique IV, don Juan Fernández
Pacheco, Maestre de Santiago y primer marqués de Villena—personaje al que nos
referimos en el número 1.466 de esta Revista escribiendo sobre el Monasterio
segovíano del Parral — erigió, de acuerdo con la entonces próspera villa, la
nueva fortaleza. Según consta en el curioso documento de 145S, que constituye
verdadera carta de merced o privilegio de la villa, el castillo "en que su
merced manda facer e se face en el cerro de San Christobal". Las murallas
de defensa fueron costeadas en su tercera parte por el propio Villena, y los
dos tercios restantes por el Concejo. El poderoso señor dio el mando de la
plaza, apenas terminada su fábrica, al capitán Alvar Fernández de León, noble
manchego casado con la judia Elvira, digno de recuerdo porque Fray Luis de León
fué descendiente de aquél en línea directa.
El castillo de Belmente constituyó uno de los numerosos
señoríos que contó la poderosa familia de los Pacheco, "Maestres tan
prosperados—como reyes—que a los grandes y medianos—traxeron—tan sojuzgados—a
sus leyes"— en la inmortal elegía de Jorge Manrique. Sus considerables
proporciones y su solidez admiran aun hoy día a todos cuantos lo visitan,
propios y extraños. El erudito francés Coster afirma ser "de relieves
brutales que inquietan y de colores vivos que excitan y fascinan la
vista". Seis enormes torreones circulares delimitan su planta exagonal,
todos ellos tan formidables como los lienzos de la muralla, encima de la cual
corre el gran adarve que conserva la línea de almenas con aspilleras en cruz.
Penetrando en su interior por la puerta llamada de
"Peregrinos", que corona las armas de Santiago, vemos que sus salones
inmensos muestran todavía patentes restos del fausto pretérito. Aun puede
contemplarse en el que fué capilla, de puro estilo gótico con arabescos, el
artesanado de alfarjia. En otros abundan techos magníficos, arcos ojivales,
artísticas chimeneas, sólidas rejas renacentistas y otras manifestaciones del
arte. Y el viajero entusiasta echa de ver el lamentable anacronismo de la
adaptación—mejor que restauración — efectuada en el magno castillo, en tiempos
posteriores a los de su esplendor, para poner la magna fábrica en condiciones
de albergar una Orden religiosa, que allí permaneció durante algún tiempo. El
magnífico patio o plaza de armas fué revestido de ladrillo y ias estancias
estucadas, con desaparción de no pocos frisos y otros detalles de su primitivo
y auténtico exorno...
En aquellos tiempos en que el castillo de BeLmonte comenzó a
actuar tan visiblemente en la vida de Castilla, cuando en él "tantas
conjuras se fraguaron y tantas ambiciones se escondieron", el año 1467 fué
encerrada en él doña Juana la "Beltraneja". Sábese que la torre
oriental sirvió de albergue o calabozo de la inquieta infanta. Y disienten la
Historia escrita y la tradición o leyenda en lo tocante al tal encerramiento.
Parece ser lo cierto que el marqués de Villena, padrino de la
"Beltraneja", apoderóse de ella al saber que había concertado su boda
con el infante D. Carlos, tío suyo y pretendiente de la corona de Castilla, porque
aquél, a su vez, quería fuera éste el marido de su hija doña Beatriz Pacheco,
condesa de Medellín. En cuanto a la libertad de la infanta, no se sabe la
verdad, pues mientras los testimonios escritos aseguran que al morir dicho infante
en 1468, a los catorce años de edad, aquélla fué sacada de su encierro, la
tradición afirma que evadióse con anterioridad, logrando escapar de la prisión
por una de sus ventanas, merced a la ayuda de un caballero cuyo nombre no quedó
consignado, caballero condenado a muerte por tal acción en uno de los calabozos
del castillo, en el cual aún hoy día se conservan un aparato de tortura y una
cruz de madera que dícese corresponden al pretendido suplicio.
El castillo de Belmonte fué cambiando de dueño en el decurso
secular. Durante la Guerra de Sucesión seguía perteneciendo a los Pacheco,
defensores de la causa borbónica, y en ella jugó importante papel, pues sirvió
de base para los ejércitos que combatían al archiduque en esta parte de la Península.
Después pasó a la casa de Montijo, y de ésta a la de Alba. El ilustre procer
duque de Berwiek y de Alba, director de la Academia de la Historia, a quien
tanto deben la ciencia y el arte patrios, es su actual poseedor, y de su
preparación y amor al arte y a glorificar gestas magnas pueden esperarse
fecundas iniciativas.
RECOPILACIÓN REALIZADA POR JOSE VTE NAVARRO RUBIO
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